Aquaman y el reino perdido: el superhéroe cierra un ciclo con una digna aventura que saca el máximo provecho del carisma de Jason Momoa
Con una aventura no demasiado original, pero que aprovecha mejor que otras películas recientes del género todo el enorme dispositivo de efectos visuales que tiene Hollywood a su alcance, empieza una nueva etapa de resultados todavía inciertos
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Aquaman y el reino perdido (Aquaman and the Lost Kingdom, Estados Unidos/2023). Dirección: James Wan. Guion: David Leslie, Johnson McCormick, James Wan y Jason Momoa. Fotografía: Don Burgess. Música: Rupert Gregson-Williams. Edición: Kirk Morri. Elenco: Jason Momoa, Patrick Wilson, Yahya Abdul-Mateen II, Nicole Kidman, Amber Heard, Dolph Lundgren, Temuera Morrison. Duración: 124 minutos. Distribuidora: Warner. Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas. Nuestra opinión: buena.
No podría haber un cierre más preciso en términos simbólicos para el difícil año que vivió el cine de superhéroes que esta segunda aventura protagonizada por Aquaman. En principio porque El reino perdido funciona como fin de ciclo en el mejor sentido del término. Con esta película, filmada en 2021 y concebida mucho antes, termina la etapa “heroica” de DC-Warner marcada a fuego por la influencia de Zach Snyder y su Liga de la Justicia.
Un rodaje lleno de desinteligencias y correcciones apuradas sobre la marcha, presupuestos multimillonarios aplicados a mil y un efectos digitales, las dudas de los fans, una sensación generalizada de agotamiento creativo y la incertidumbre ante el futuro emparientan a este proyecto con todo lo que atravesó Marvel en una línea paralela y rival al mismo tiempo. En este contexto, en vez de despertar entusiasmo y justificadas expectativas, el regreso de Aquaman se produce en medio de preguntas inquietantes. Hasta los fans están atentos a las señales potenciales más decepcionantes. ¿Estará a la altura?
Lo primero que hay que decir es que el poderoso rey de los mares regresa con el carisma intacto de su intérprete, Jason Momoa, legítimo integrante de esa selecta troupe de forzudos que aprendió todo lo que hay que saber frente a una cámara de cine, sobre todo a reírse de sí mismo. Momoa es el mejor alumno del gran Dwayne Johnson cuando la acción y el humor se hacen una sola cosa en el espacio cinematográfico.
A propósito de espacio, frente a los catastróficos resultados de la mayoría de las apuestas del género durante este año (las flojas Quantumania, Blue Beetle, The Flash y The Marvels), El reino perdido utiliza con más criterio y sentido de la progresión dramática la avalancha tecnológica digital puesta al servicio de un relato que por necesidad transcurre casi todo el tiempo en escenarios virtuales: profundidades marinas de mítica connotación que a los efectos prácticos funcionan como espacios intergalácticos en la mayoría de estas peripecias.
Este diferencial tiene un responsable. James Wan tiene una razonable idea de cómo contar esta clase de historias y de qué manera equilibrar los tramos más solemnes (ligados al mito originario y el linaje de los habitantes de la Atlántida, el dominio de Aquaman) con otros mejor conectados con la idea de aventura y de riesgo físico atenuado con mucho humor autorreferencial. El mejor chiste de la película conecta directamente a Aquaman con Loki, calificado integrante de la escudería adversaria. Aquí, DC y Marvel se miran en el mismo espejo: Aquaman también tiene un medio hermano (Orm, interpretado por el excelente Patrick Wilson) que también es su enemigo íntimo. Y frontal, como quedó claro en la película de 2018.
Los dos vuelven a unirse para enfrentar a un enemigo común también conocido por todos: David Kane o Manta (Yahya Abdul-Mateen II), que insiste en vengar a su padre y trata de apoderarse de un instrumento clave para reforzar ese propósito. Temuera Morrison, Dolph Lundgren, Nicole Kidman, Amber Heard y Randall Park regresan para reforzar esa idea de continuidad estrecha con la aventura previa. Lo único que cambia para esta familia ampliada es la llegada de un hijo, que deja a la vista dos cosas: una serie de escenas domésticas bastante graciosas sobre cómo un superhéroe grandote y musculoso aprende a ser padre y la nula química que tienen Momoa y Heard.
Aquaman y su grupo más íntimo se las arreglan solos para resolver sus problemas. No hay alusiones o referencias a la historia previa del universo DC. Fuera de los asuntos de las profundidades de lo único que se habla, de manera siempre un poco forzada, metida con fórceps en la trama, es de la necesidad de enfrentar los problemas derivados del cambio climático. En todo caso, este tipo de cuestiones podrían funcionar como ancla de futuros episodios de la nueva etapa comandada por James Gunn y Peter Safran, en la cual Aquaman seguramente tendrá otro rostro y se moverá en otro entorno.
No hay nada genuinamente original en esta aventura de Aquaman. Casi todo lo que se cuenta recrea, a veces con sutileza y a veces de manera más explícita, temas ya explorados en mundos previos (y no demasiado lejanos) del cine de superhéroes. La pericia de Wan y el genuino espíritu clase B que tienen algunos tramos alcanzan para que el cierre de este ciclo resulte bastante digno y no toque fondo como lo que pasó en las otras películas recientes del género en un año para el olvido.
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