Aprile, la película cargada de risas y de futuro que es un clásico del cineasta italiano más universal del presente
Mientras se espera el estreno en Cannes de su nuevo largometraje, el film de 1998 de Nanni Moretti se impone como un compendio de sus virtudes y sus obsesiones: el paso del tiempo, la cinefilia, la política, la pastelería y los vínculos
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Nanni Moretti es uno de los grandes autores del cine contemporáneo, uno de los imprescindibles, un italiano que empezó a dirigir cuando el cine de su país empezaba a decaer en taquilla tanto local como internacionalmente, es decir a mediados de los 70, cuando hizo Io sono un autarchico (1976). “Soy autosuficiente” es toda una declaración de principios: Moretti hasta tiene una sala de cine en Roma. Este año, mientras se rumorea que estrenará en Cannes su nuevo largometraje –Il sol dell’avvenire–, se cumple medio siglo desde su primer cortometraje, La sconfitta. En el medio exacto de su carrera hasta este momento se ubica Aprile (1998), la película de la que felizmente nos ocuparemos hoy.
Aprile, disponible en Qubit y Apple TV, dura apenas 78 minutos y a pesar de su brevedad podría decirse que es todo esto (y mucho más): una película política, una comedia, un relato sobre la paternidad y además una película sobre hacer una película, o más de una, o ninguna del todo. Como película política, Aprile trata sobre las elecciones en Italia, primero sobre uno de los triunfos y después sobre una de las derrotas de Silvio Berlusconi. También sobre la crisis migratoria de albaneses que van hacia Italia y, como tantas veces en el cine de Moretti, sobre la crisis y la búsqueda de identidad de la izquierda italiana. Como comedia, Aprile también es múltiple: podría decirse que es una comedia de pareja, con las neurosis del protagonista en primer plano. Y también un diario sobre la espera de un hijo y su nacimiento, y una libreta de apuntes acerca de la conciencia de la mediana edad y muchas cosas más.
En Aprile, el guionista, productor y director Nanni Moretti hace de Nanni Moretti, es decir, también es actor. Actor protagónico de esta ficción amable, elegante y pudorosa basada en hechos reales (o algunos hechos reales y otros no tan documentados): “De hecho, la casa de la película es la mía. Y eso que después de Caro diario me había jurado no volver a filmar nunca más en mi casa. Pero volví a hacerlo por honestidad con el espectador, digamos, ya que se trataba de un diario. Así como no tuve dudas respecto de Silvia, que tenía que hacer de ella misma, y respecto de mi hijo Pietro, lo mismo valía para mi departamento. Mi madre también hacía de ella misma, así como mi socio: el personaje de Angelo Barbagallo no podía ser interpretado por otra persona, ya que también él es conocido. El asistente de dirección es mi asistente de dirección en la vida real.” Eso le decía Moretti a Jean A. Gili en una entrevista publicada en castellano en el libro Nanni Moretti: El testigo crítico, editado por el Bafici en 2017, cuando Nanni Moretti visitó el país.
En Aprile Nanni, el personaje, se debate entre hacer un documental sobre la política en Italia o hacer una ficción largamente soñada: un musical protagonizado por un pastelero trotskista. Debate con su mujer -en una especie de campeonato mundial con octavos y cuartos de final- los nombres con los que bautizar a su hijo por venir. Nanni y Silvia van al cine, hablan sobre el futuro de su hijo: “Le prohibiremos que sea actor”, dice Nanni. El cine visto es criticado (Moretti es uno de los directores más cinéfilos que existen) y los medios italianos son criticados con mayor fruición: se cubre con una sábana gigante hecha de diarios y revistas pegados. Italia está en un momento clave y Nanni está en un momento clave: cambia de humor con velocidad, quiere pelear con alguien y va a tratar de hacer enojar a un colega que rueda una publicidad. Grita, corre, anda en moto (la clásica Vespa, marca registrada de su imagen), festeja el nacimiento de Pietro, tira recortes, escucha a Jovanotti, también aprovecha para criticar a los tenistas italianos.
Aprile es cine autobiográfico, cine personalísimo, cine intransferible, pero hecho con la capacidad de síntesis cinematográfica y la habilidad expositiva para volverse claro y universal. Difícil no reír con Aprile, difícil no emocionarse, difícil no ir a Roma a buscar alguna de sus locaciones; por ejemplo, la del Hospital San Juan de Dios de la Isla Tiberina, en donde Nanni camina con una emoción incomparable luego de que nazca su hijo. La música que suena en ese momento es de Ludovico Einaudi, otra de las varias elecciones musicales perfectas para la película, que incluye además unos cuantos mambos. El final de Aprile es uno de los más perfectos de la historia del cine, un musical que se rueda después de tirar por la borda todo aquello que se guarda para enojarse pero que en realidad a quién le importa después de decidirse a correr y gritar para que se encienda la cámara y que empiece el baile en la panadería más colorida y feliz que pueda imaginarse (Moretti es un dedicado cultor de las tradiciones pasteleras).
Moretti, director de una sensibilidad y una mirada singularísimas, suele tener –y especialmente los tuvo en Aprile– a la risa y al humor como compañeros a los que no hay que renunciar, incluso cuando apenas queda una sabia sonrisa gastada, cansada o golpeada por la realidad y sus absurdos. Moretti: el cineasta nadador -ese es otro capítulo y hacemos votos para que su Palombella rossa llegue pronto al streaming-, el que recarga energías con agua, café y dulces para volver a observar el mundo con la irrenunciable responsabilidad de criticarlo, de disfrutarlo y de reírse.
Su sonrisa nunca fue tan franca y grande como en Aprile, esa película cargada de futuro.
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