Ant-Man and the Wasp: lo mejor y lo peor de la película
Marvel despide el 2018 con el regreso de Scott Lang ( Paul Rudd ), el popular Hombre hormiga, un héroe que como muchos de la misma factoría hasta hace algunos años era casi un desconocido para el público masivo. Convertirse en el protagonista de su propia película generó un éxito impensado y frente a una nueva aventura solista de este personaje (y antes de hacer su gran aparición en Los vengadores 4), repasamos lo mejor y lo peor del regreso de Ant-Man al cine.
Lo mejor
Una familia de superhéroes
Cuando en 1961 Stan Lee y Jack Kirby publicaron el primer número de Los cuatro fantásticos (dándole inicio a la era Marvel y a su universo de mil héroes), la consigna del cómic era muy sencilla: ¿qué pasaba cuando el grupo protagonista estaba constituido no por superhéroes, sino por miembros de una familia? Porque el cuarteto de personajes, antes que aventureros, eran miembros de un mismo clan y por ese motivo, el verdadero encanto de sus aventuras no tenía que ver tanto con sus poderes, sino con las dinámicas familiares que se ponían en juego a la hora de luchar contra monstruos de todo tipo. Tan importante era jugar con esos vínculos afectivos, que hasta el Doctor Doom, gran rival de la primera familia (Marveliana), era un viejo amigo del protagonista de sus años en la universidad. Y de alguna manera, el cosmos que gira alrededor de Scott Lang tiene que ver con esa premisa, con la de mostrar a un aventurero que no puede separar su trabajo de su familia.
La escena inicial de Ant Man y la avispa muestra a Scott junto a su hija Cassie (Abby Ryder Fortson) en un juego en el que ambos pasean por un túnel del terror lleno de hormigas gigantes de papel maché y trampas secretas. Esa apertura es la que evidencia que para el protagonista, las dos facetas de su vida siempre estarán conectadas. Y esa idea se potencia con la reaparición del doctor Hank Pym ( Michael Douglas ) y su hija Hope ( Evangeline Lilly ), también padre e hija involucrados en una misión que consiste en encontrar a Janet Van Dyne ( Michelle Pfeiffer ), la esposa y madre desaparecida desde hace décadas en el universo cuántico. Y así como la primera Ant Man hacía foco en el amor de un padre hacia su hija (porque esa era la historia afectiva más importante de la película), la secuela pone la lupa en una hija que busca incansablemente a su madre. La gran virtud del film es poner el acento en las dinámicas familiares de los protagonistas, porque Ant Man y la avispa resalta que estos personajes son individuos que necesitan echar raíces y estrechar vínculos.
Por todo esto es que el final feliz no tiene que ver con derrotar al villano, sino con mostrar a Scott, Hope y la pequeña Cassie sentados en un autocine improvisado disfrutando de una salida familiar. Y ahí es donde radica el encanto y la especificidad de este héroe totalmente distinto a cualquier otro de Marvel.
Michael Peña merece su propia película
Hay algo que definitivamente no existe, y es eso que vagamente muchos han empezado a denominar como el Método Marvel (una agrupación absurda que desconoce los estilos tan diferentes de directores como Joss Whedon, James Gunn o Ryan Coogler, empleados o exempleados de la productora). Ese supuesto método tiene que ver con las dosis de humor que tiene cada una de las películas de los personajes. Pero la presencia de la comedia, en mayor o menor medida, es la llave con la que Marvel logra reconstruir a estos héroes modernos, piezas clave de la cultura popular que necesitan en estos tiempos respirar un aire menos trágico para contar historias decididamente dramáticas. Esa aparente liviandad, que choca de frente contra los héroes de ceño fruncido que propone DC y que no dejan de naufragar en la taquilla, es el accesorio pero no el centro.
En Ant Man, ese tono humorístico funciona en buena medida gracias al trabajo gigante de los secundarios, muchos de ellos comediantes de primera línea que pueden mimetizarse con la historia. Los secundarios en Ant Man se ganaron un espacio propio a fuerza de carisma, y en ese sentido Michael Peña vuelve a ser el gran hallazgo. El actor que interpreta al amigo de Scott se convierte en mucho más que un personaje de fondo para ganar peso en la trama y hasta ayudar a resolver el conflicto principal. Y él, junto a Randall Park (el agente del FBI que no puede evitar sentir por Scott una peculiar simpatía), son dos grandes ejemplos que los chistes en Marvel enriquecen a las película pero que no por eso son el núcleo, sino piezas funcionales que bombean energía al corazón de la película.
Cada film ocupa su lugar
Seguramente una de las grandes ventajas de Marvel como estudio, es la posibilidad de alternar el registro de cada una de sus películas. Teniendo en cuenta que actualmente cuentan con varias franquicias individuales para explotar (con Black Panther y Los Guardianes de la galaxia a la cabeza, y los tres pilares del universo se retirarían luego de Los vengadores 4), la productora busca darle a cada una de ellas una identidad propia más allá de la una convivencia en un universo compartido. En ese sentido, el Hombre hormiga es un digno heredero del cine de aventuras clásico y de ciencia ficción con obvias referencias a Jack Arnold.
Como película, Ant Man tiene la autenticidad suficiente como para construir un mundo de gran riqueza, y si bien la escena post crédito inevitablemente conecta con el final de Los Vengadores: Infinity War, durante todo el film el mundo de Scott Lang pareciera estar desentendido de lo que sucede en el cosmos Marvel (más allá de los chistes sobre el Cap). Ahí es donde el director Peyton Reed asume el desafío de buscar la nota justa con la que Ant Man pueda funcionar como película independiente, a pesar de mantener contacto con una continuidad mucho más compleja. Sin la grandilocuencia de Los vengadores o los mundos fantásticos en los que transcurre Guardianes de la galaxia, Ant Man puede construir una historia sólida porque comprende que debe proponer algo distinto para ganarse un espacio propio en el entramado de largometrajes Marvel.
Lo peor
Villanos sin peso
Ant Man y la Avispa repitió el mismo error de su predecesora: no construir un villano importante. En la primera aventura del personaje, el rival era un empresario que buscaba hacerse millonario reconstruyendo una armadura basada en las partículas Pym, que son las que brindan la posibilidad de achicar un elemento. Pero el enemigo estaba construido de manera muy simple, sin matices y en ningún momento parecía ser un desafío a la altura del héroe. Y en la secuela vuelve a suceder algo parecido, porque los villanos si bien están logrados, no convencen del todo. Por un lado se encuentra Sonny Burch (Walton Goggins), un mafioso que por momentos parece un relleno que responde a la falta de villanos importantes en la historia. Por otra parte, se encuentra el equipo formado por Ghost (Hannah John-Kamen) y Bill Foster (Lawrence Fishburne), una suerte de equivalente malvado de esa idea de familia que sobrevuela en toda la historia. Ellos no son padre e hija, pero el destino lo lleva a Bill a hacerse cargo de la niña y con el tiempo cuidarla como si lo fuera. Pero lo cierto es que Ghost, más allá de lo vistoso de sus poderes, tampoco es una villana de esas que se convierten en emblema de la película.
Una idea interesante pero que el film no termina de desarrollar, es la de presentar a Ghost y a Foster no como enemigos, sino como víctimas de las circunstancias. Esa arista tiene su encanto porque permite cierta empatía, pero el director no desarrolla tampoco ese ángulo en profundidad, y como resultado ambos terminan siendo desprolijos en su caracterización. Teniendo en cuenta que el universo Marvel ya cuenta con veinte largometrajes, y de ese puñado de historias los villanos realmente importantes fueron muy pocos (con Loki y Thanos a la cabeza), seguramente el ítem más importante que debe tener en cuenta ese estudio en un futuro inmediato es el de prestarle mucha más atención a los rivales de los héroes.
Una madre desaprovechada
Un problema de Ant Man y la Avispa que ya había tenido en su precuela, es el de no aprovechar a las heroínas. En la primera parte, la necesidad de Hope por ponerse el traje y luchar junto al protagonista era demasiado evidente, y en buena medida el personaje de Scott hubiera sido mucho más rico si junto a él peleaba codo a codo la Avispa. Y tal como se ve en la secuela, la dinámica de ambos es inmejorable y no solo por la química que tienen Paul Rudd y Evangeline Lilly, sino también por lo divertido que resulta verlos a los dos enfrascados en batallas tan coloridas que permiten agrandar un salero o achicar una camioneta. Y aunque en ese sentido la segunda parte aprovechó por completo las posibilidades de utilizar a los dos protagonistas, también es verdad que volvió a caer en el mismo error con respecto al personaje de Janet Van Dyne, la madre de Hope y esposa de Hank. Como se mencionó antes, el gran motor del relato es esa necesidad por reconstruir el núcleo familiar mediante la búsqueda de esa madre perdida en el universo cuántico, y si bien es innegable que la escena en la que Hank se reencuentra con su esposa es uno de los momentos más bellos y conmovedores de toda la continuidad Marvel, también es cierto Janet aparece poco tiempo en la película para una heroína cuyo potencial hubiera permitido una participación mucho más amplia.
Las posibilidades de Hope, un personaje del que se habla muchísimo en las dos partes de la saga, son gigantes y en un momento en el que heroínas piden pista para adueñarse de un género en el que los hombres siempre tuvieron mayor protagonismo, perderse la posibilidad de reunir a madre e hija en sus respectivos trajes de Avispa, hubiera sido un gran momento y un emotivo traspaso de generación. Y que el personaje de Pffeifer aparezca tan poco, y en un segundo plano, termina por ser un oportunidad desaprovechada.
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