Filmada hace 60 años, la película tendrá una remake que se estrenará en diciembre en coincidencia con los 90 años de Rita Moreno, estrella de ambas versiones
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Cuando una gran estrella está muy cerca de cumplir 90 años con la plenitud mental, física y anímica de Rita Moreno lo más lógico es imaginar que todo alrededor de ella será una fiesta de aplausos, reconocimientos, homenajes y memorias de una gran carrera, que tuvo su momento de gloria en el cine seis décadas atrás gracias a Amor sin barreras (West Side Story), una de las películas que marcó a fuego aquel 1961.
Todos auguraban que junio iba a ser un mes de fiesta para ella. Just a Girl Who Decided to Go for It (Apenas una chica que decidió hacerlo), el documental que celebra su vida personal y artística, se estrenó el viernes 18 en 227 cines de los Estados Unidos. Pero en vez de disfrutar ese momento tan emotivo, solo hay dolores de cabeza en estos días para la venerable Rita.
“Estoy increíblemente decepcionada de mí misma. Al hacer una declaración en defensa de Lin-Manuel Miranda en el show de Stephen Colbert, claramente no tomé en consideración las vidas negras que importan en nuestra comunidad latina. Es tan fácil olvidar que lo que es una celebración para algunos es un lamento para otros”, señaló desde su cuenta de Twitter un día antes del estreno.
La actriz nacida en Puerto Rico tuvo que volver sobre sus pasos después de haber salido en defensa de su compatriota Lin-Manuel Miranda, cuestionado por representantes de la comunidad afrolatina de Nueva York por haberla dejado afuera del elenco y de la trama de En el barrio (In the Heights), versión cinematográfica del musical de Broadway que llegó el jueves pasado a los cines argentinos.
Era inevitable que Moreno fuese la primera en reivindicar la obra de Miranda. Ella expresa más que nadie esa línea invisible que conecta dos musicales separados por 60 años de distancia que transcurren bajo el mismo cielo neoyorquino. Bien arriba en la geografía de Manhattan, los inmigrantes latinos de En el barrio comparten la esforzada búsqueda, no siempre fructífera, del sueño hecho realidad. En el reducto portorriqueño del West Side de seis décadas atrás, otra generación discutía el sentido (o no) de vivir en Estados Unidos. Eso era “América”, tal vez la canción más distintiva y perdurable de la partitura de Amor sin barreras.
La historia que llegó al cine apenas cuatro años después de su colosal aparición en Broadway cambiaría para siempre el musical de Hollywood. Al transcurrir en las auténticas calles, edificios y escenarios neoyorquinos (otra semejanza con En el barrio) la trama de Amor sin barreras gana en realismo. La poderosa música de Leonard Bernstein, las expresivas letras de Stephen Sondheim y la renovadora visión coreográfica de Jerome Robbins alteran las clásicas rutinas de los musicales previos, aunque el gran crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet sugiere que ese espíritu de novedad y cambio ya se insinuaba en las grandes creaciones de Gene Kelly y Stanley Donen, de Un día en Nueva York a Cantando bajo la lluvia.
En esa Nueva York que es “la ciudad portorriqueña más grande del mundo”, según un dicho popular del mundo caribeño, transcurre la versión moderna de la eterna historia de Romeo y Julieta. Los Montescos y Capuletos de Shakespeare integran aquí dos pandillas antagónicas: los Jets, muchachos 100% anglosajones que no reconocen otro idioma que el inglés, y los Sharks, portorriqueños que se animan a usar palabras en castellano y lucen nombres y apodos tan españoles como María, Anita, Bernardo, Chino, Pepe, Indio, Juano o Loco.
Alsina Thevenet hace otra observación interesante. A diferencia de casi toda la historia previa de los musicales de Hollywood, identificada desde sus comienzos con el perfil característico de la comedia, Amor sin barreras se apoya en el drama. Y no solamente eso. Dice que hasta ese momento nunca un musical estrenado en el cine se había acercado con tanta fuerza a la exploración de su trasfondo social. El camino iniciado allí evoluciona durante más de medio siglo y tiene a En el barrio como su más reciente manifestación.
Hay que agregar a ese enfoque todas las innovaciones musicales y coreográficas. Berstein interrumpe con su partitura la larga historia de los musicales tradicionales de Hollywood construidos a partir de canciones amables y pegadizas, reemplazadas aquí por otro modelo más vanguardista, cercano a la modernidad del jazz, a la música clásica del siglo XX y a un incipiente ejercicio de acercamiento a los ritmos latinos en clave de fusión.
Con todo, la fenomenal repercusión que tuvo Amor sin barreras no se explica solamente desde la ruptura con todo lo anterior. Esa búsqueda de cambio encontró un armonioso y feliz equilibrio con otros elementos esenciales y con la tradición del musical: el romance, el humor, la belleza que entrega siempre la danza en su máxima expresión.
La producción estuvo a cargo de The Mirisch Corporation, un estudio independiente que formaron los hermanos Walter, Harold y Marvin Mirisch en 1957, el mismo año en que Amor sin barreras se daba a conocer en Broadway. Lo primero que quiso el trío fue contratar a Elvis Presley para interpretar a Tony, el muchacho de los Jets que se enamora de la portorriqueña María. Para personificar a los amigos de Tony pensaron en Paul Anka, Frankie Avalon y Fabian (Fabiano Anthony Forte), ídolos juveniles de la canción en ese tiempo, que luego también incursionarían con éxito en el cine.
Pero debieron cambiar de opinión cuando Jerome Robbins, que había sido el responsable máximo de la puesta original en Broadway, se sumó al proyecto como codirector y decidió confiar los papeles protagónicos a otras figuras, a priori de menor cartel. Natalie Wood era la excepción gracias a una imparable carrera en ascenso desde que se reveló como estrella infantil. En 1961, además de Amor sin barreras, haría una de sus mejores películas, Esplendor en la hierba. De hecho, asistiría a la premiere mundial de Amor sin barreras en compañía de Warren Beatty, su compañero en esa película y pareja de entonces.
En aquél momento nadie hubiese osado discutir (como ocurriría hoy) que la hija de un matrimonio de inmigrantes rusos como Wood (su verdadero nombre era Natalia Nikolaevna Zajarenko) se convirtiese para la pantalla en una chica portorriqueña. A ella se sumaron en los papeles protagónicos Richard Beymer (como Tony), Russ Tamblyn (Riff), George Chakiris (Bernardo, el líder de los Sharks) y Rita Moreno como la encendida Anita.
Robbins iba a ser la figura que expresaría mejor que nadie el tránsito del teatro al cine de Amor sin barreras. Para tener las espaldas bien cubiertas, los Mirisch sumaron a otro director, el experimentado Robert Wise, que no había filmado nunca un musical pero conocía todos los secretos del oficio dentro de la maquinaria hollywoodense. Y además tenía fama de experto en solucionar situaciones complejas que aparecen sobre la marcha en un rodaje. Walter Mirisch tiene en la actualidad 99 años. El 8 de noviembre celebra los 100.
La realidad mostró que al llamar a Wise, los productores se anticiparon a los hechos. En medio de una producción muy costosa y muy compleja, Robbins se propuso desde el primer día alcanzar el máximo de perfección en las coreografías que traía desde Broadway. Las demoras en los planes de filmación aumentaron en la misma proporción que los gastos. Dos meses y medio después del comienzo del rodaje, Robbins fue removido de sus responsabilidades como director y Wise se convirtió en el único responsable de la película, el que llevó el proyecto hasta el final.
Pero en el momento de los premios (y Amor sin barreras logró muchos) hubo reconocimientos compartidos. Ambos aparecieron en los créditos como directores y el Oscar destacó esa novedad. Por primera vez en la historia, el premio al mejor director tuvo dos destinatarios. Hay que volver a ver las imágenes de esa ceremonia, realizada el 9 de abril de 1962 y conducida por Bob Hope. Cuando Rosalind Russell anunció el premio, Wise y Robbins llegaron al escenario del Santa Monica Civic Auditorium por separado y así, uno tras otro, agradecieron la distinción. No hubo entre ellos ni siquiera un apretón de manos. Mucho menos alusiones de uno hacia el otro cuando les tocó hablar. La versión más difundida dice que el estudio fue quien decidió despedir a Robbins. Otros afirman que la convivencia laboral se hizo insostenible y Wise pidió el alejamiento de su colega.
De las 11 nominaciones al Oscar, Amor sin barreras se llevó 10. Ganó ese año como mejor película, mejor director, mejor actor de reparto (Chakiris), mejor actriz de reparto (Moreno), mejor guion adaptado (en ese momento la categoría llevaba el título de “mejor guión basado en material surgido en otro medio”), mejor fotografía, mejor dirección de arte, mejor edición y mejor vestuario. En la misma ceremonia, la Academia de Hollywood le otorgó a Robbins un Oscar adicional (honorífico, en este caso) por “sus brillantes aportes al arte de la coreografía en el cine”.
Seis décadas después, el director Steven Spielberg decidió rendirle un tributo a Amor sin barreras y ya tiene casi lista la remake, con Ansel Elgort y Rachel Zegler como Tony y Maria. La pandemia demoró más de un año la fecha original de estreno y finalmente llegará a la Argentina el 9 de diciembre, un día antes de su estreno en Estados Unidos y dos días antes de que Rita Moreno cumpla 90 años. Spielberg quiso expresamente que Moreno tuviese un papel en esta nueva versión. Todos esperan que en ese momento la actriz latina que representó mejor que ninguna otra el haber alcanzado el sueño americano, según confiesa el productor Norman Lear en el documental que acaba de estrenarse, dedique todo el tiempo a celebrar su vida artística. Y no tenga que pedir disculpas por nada.
Amor sin barreras está disponible en Qubit TV
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