Alta tensión y clima claustrofóbico
"La habitación del pánico" ("Panic Room", EE.UU./2001, color). Presentada por Columbia. Dirección: David Fincher. Con Jodie Foster, Forest Whitaker, Dwight Yoakam. Jared Leto, Kristen Stewart, Ann Magnuson, Ian Buchanan, Patrick Bauchau, Paul Schulze. Guión: David Koepp. Fotografía: Conrad W. Hall y Darius Khondji. Música: Howard Shore. Edición: James Haygood y Angus Wall. Duración: 111 minutos. Sólo apta para mayores de 13 años, con reservas.
Nuestra opinión: muy buena.
Cuando el malhumorado agente inmobiliario recorre con las probables compradoras la suntuosa residencia del Upper West Side neoyorquino y les informa sobre los atributos de la habitación del título -un impenetrable refugio de acero nacido de la paranoia (y la abultada cuenta bancaria) del dueño anterior para el caso de alguna invasión-, cualquiera sabe que no pasarán muchos minutos sin que tales cualidades sean puestas a prueba.
Esa incursión en lo previsible (la primera, pero no la única) es lo de menos, y no sólo porque se trata precisamente de uno de los motivos por los cuales el espectador informado eligió el film, sino porque lo que le sigue son casi dos horas de nerviosa tensión fundada en la hábil construcción dramática del guionista David Koepp y, sobre todo, en el virtuosismo formal del director David Fincher.
Al fin, importa poco que el libro muestre más destreza que originalidad en su elaboración y más astucia que rigor en su eficaz manipulación de las emociones de la platea o que se desentienda a ratos de la verosimilitud con tal de echar más leña al fuego de la pesadilla. Importa poco porque quien lo pone en imágenes es el director de "Pecados capitales", un maestro del estilo en cuyo ingenioso lenguaje lo familiar puede volverse novedoso y lo previsible puede esconder alguna legítima sorpresa.
Guarida y prisión
El esquema argumental es por demás sencillo. La ex esposa de un millonario y su hija adolescente andan en busca de nueva residencia: la que eligen y es quizá desmesuradamente extensa para sus necesidades, tiene varias plantas, ascensor propio, cuartos gigantescos y, claro, el "panic room" en cuestión, dotado de tan sofisticada tecnología que es prácticamente invulnerable y además cuenta con sistema de ventilación y línea telefónica independientes y una batería de monitores que informan sobre lo que sucede en cada rincón de la casa.
La misma noche de la mudanza, Meg (que parece tener problemas de claustrofobia) y su hija adolescente (un poco rebelde y además diabética) van a encontrarse bloqueadas dentro de esa guarida invulnerable, mientras el resto de la casa queda en poder de los tres ladrones que han irrumpido en ella. "Llévense lo que quieran y váyanse", les grita Meg, reforzando la expresión con alguna grosería según el consejo de su hija. Pero el problema principal reside en que el objetivo de los delincuentes es, precisamente, el "panic room". El refugio, pues, se ha vuelto prisión. Y lo que aparenta ser una variación sobre el juego del gato y el ratón en el que los roles se alternan, deriva después, cuando cada bando empieza a desarrollar sus estrategias y hacer sus movimientos, en un tenso ajedrez a vida o muerte.
Dentro de esa atmósfera claustrofóbica, la única que se mueve con libertad es la escurridiza cámara de Conrad W. Hall y Darius Khondji, que caracolea por los espacios más estrechos, atraviesa paredes y hasta se cuela por ojos de cerradura con tal de multiplicar sus ángulos de visión y registrar cada uno de los intentos que las mujeres hacen para obtener ayuda o resistir el asedio y cada uno de los ataques de los invasores a la inexpugnable fortaleza.
Está claro que es el director David Fincher quien asegura firmemente las riendas y administra el suspenso con sus aceleraciones y sus demoras, con los giros repentinos de la acción y con los trucos de su banda sonora, y quien manipula la excitación nerviosa del espectador mientras juega con los miedos y las inseguridades que alteran cada vez más a los habitantes de las grandes ciudades, en especial a los sectores económicamente más favorecidos.
Hay muy buena química entre Jodie Foster y Kristen Stewart, madre e hija en la ficción, y no es un dato menor ya que del eco emotivo que sus personajes despiertan depende en buena medida el compromiso con que se comparte su pesadilla desde la platea. De los tres intrusos es Forest Whitaker quien se beneficia por contar con un personaje algo menos convencional que los de sus colegas, Dwight Yoakam y Jared Leto.
Si bien el film no derrocha originalidad ni exhibe demasiada ambición en lo temático, logra sostener la tensión sin desmayos sorteando escollos argumentales que más de una vez pueden sonar forzados, pero que se sobrellevan sin inconvenientes para poder seguir disfrutando de la precisión narrativa de Fincher y de la inventiva admirable de su lenguaje visual. Ya desde la secuencia de los títulos asoma esa marca personal, decisiva para convertir en producto atractivo un guión que en otras manos no habría superado la rutina.
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