Alien demuestra cómo reinterpretar un pasado glorioso sin demagogia
Alien: Covenant (Reino Unido/Australia/Nueva Zelanda/Estados Unidos, 2017) / Dirección: Ridley Scott / Guión: John Logan, Dante Harper, Jack Paglen, Michael Green, basado en personajes de Dan O'Bannon y Ronald Shusett / Fotografía: Dariusz Wolski / Edición: Pietro Scalia / Elenco: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Danny McBride, Demián Bichir, Carmen Ejogo, Jussie Smollett / Distribuidora: Fox / Duración: 122 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Película que triunfa al proponer ubicaciones, posicionamientos, Alien: Covenant es un extraño logro. Por un lado, explica y amplía, completa el sentido de una película anterior: Prometeo, del mismo director. Además actúa como parte de un prólogo de la tetralogía de Alien, o sólo de la primera de esas películas; la única de las cuatro que había firmado Scott, por lo que Covenant es la primera película en casi cuatro décadas que reúne al bicho de hipertrofia mandibular con el director. Y, además, por el camino le planta bandera a Star Wars, "informándole" que no es la única saga espacial nacida en los años 70. Apenas empieza Covenant, el creador le dice "soy tu padre" a su humanoide.
Pero un planteo de posicionamiento múltiple podría haber derivado en un manual de instrucciones tecnológicas, filosóficas, biológicas o todas juntas. Y eso no ocurre en esta película porque su lograda ubicación proviene de un manejo eficaz, consistente -mayormente inteligente, pero al menos siempre astuto y no tramposo-, de una serie de cruces, enriquecimientos diversos, de puesta en común y puesta en escena de líneas múltiples.
Por un lado está la inteligencia artificial del "robot" interpretado con brillo, sinuosidad y casi lascivia por Michael Fassbender, y el cruce con su antecesor. Por otro, la red de referencias literarias, musicales, operísticas y temáticas que maneja Scott: Byron, Shelley, Wagner. La película es límpida, nada abigarrada, sabe plantar las texturas y no hacer una maraña oscura: la creación como locura y el deseo de paternidad llevados al paroxismo no nublan la acción.
Covenant establece los motivos de sus protagonistas y las relaciones de los ocupantes de la nave que le da título al film de forma inusual, al establecer cuatro parejas en la tripulación y a la vez no depender del melodrama espacial. Se refuerzan los lazos entre los personajes, se construye la heroína fundamental como marca registrada de la saga, y se luce -no hay sorpresa en ello- Danny McBride, que desde su rol de explorador espacial con sombrero, en modo de contrapunto, dialoga con las líneas más operísticas del relato.
La película aglutina, funciona como eslabón, como plantada de bandera para el veterano Scott, y como ejemplo a la hora de ofrecer acción, suspenso, tensión, dolor, oscuridad y hasta algunas dosis mínimas de calidez y humor. Todo con una luz no sólo deslumbrante, sino además cargada de convicción, la que proviene de una seguridad narrativa renovada, que mira a un pasado de gloria y lo reinterpreta en el presente sin resignarse ante ninguna demagogia.
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