Álex de la Iglesia: "Somos actores atrapados en una tragicomedia de bajo presupuesto con un director fatal"
El director español pasó por Buenos Aires de la mano de su nuevo film, El bar, y aprovechó para hablar de sus obsesiones y confesar que le gustaría filmar como Capra
Álex de la Iglesia tiene una anécdota sobre cómo se inspiró para hacer El bar, su nueva película, estreno de hoy en la Argentina. Pero antes de contársela a LA NACION, el director que cambió el cine español de género con El día de la bestia hace una confesión: "Es la típica historia que se les cuenta a los periodistas para dejarlos tranquilos. Un guión no se escribe por una anécdota, en este caso son diez años de darle vueltas a una idea y no encontrarle solución".
Así que mejor dejarla de lado. No vale la pena perder el tiempo con una anécdota prefabricada cuando De la Iglesia se muestra dispuesto a charlar sobre las similitudes entre el humor y el terror, compartir su visión de la religión y expresar su deseo ser como Frank Capra. Basta con saber que el director de La comunidad y Muertos de risa y su habitual coguionista, Jorge Guerricaechevarría, encontraron en un típico bar de Madrid personajes, dinámicas y situaciones que los llevaron a escribir una película en la que un grupo de personas no pueden salir de un bar sin arriesgarse a ser asesinados de un tiro por un francotirador oculto. La convivencia forzada en una situación extrema saca a la luz la verdadera naturaleza de estos personajes diversos, interpretados por Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Secun de la Rosa, Jaime Ordóñez, Terele Pávez y el argentino Alejandro Awada .
-¿Por qué te interesa tanto poner a un grupo de personas en un lugar cerrado en donde tienen que superar situaciones complicadas?
-Porque no es más que nuestra vida. Todos estamos atrapados, situados en un decorado del que no podemos salir. Somos como actores a los que les han encomendado un personaje en una serie de televisión, normalmente una tragicomedia, fatalmente dirigida y con muy poco presupuesto, en la que tenemos que sobrevivir. Podemos dejar la serie o irnos a otra, podemos cambiar el mundo, podemos hacer lo que queramos, pero nos da un miedo terrorífico.
-Parecería que tus personajes terminan sacando lo peor, excepto en algunos casos, ¿ésa es tu idea sobre las personas?
-Desconfío cada vez más de la gente. Soy muy pesimista. Creo que no estamos a la altura de nuestros problemas. Deberíamos reaccionar de una manera más violenta. Deberíamos ejercer nuestro derecho a quejarnos, pero no sólo de una manera verbal, sino reaccionar. Está claro que si perdemos el poder que puede tener el pueblo, en el sentido de un montón de gente enojada porque el gobierno que tienen no les gusta o porque no les gusta cómo funcionan las cosas o cómo están repartidas, estamos aceptando la dictadura de otros.
-¿Qué papel juega el arte en esto de intervenir en lo que pasa en el mundo?
-Genera una paradoja. Tengo un problema y no sé resolverlo, veo una parodia absurda y me doy cuenta de que se parece a mi vida o tiene algo que me influye. Veo algo que se asemeja a mi problema y al sacarlo de mi contexto puedo entenderlo. Me da la sensación de que el arte tiene más importancia que nunca. Pero decir "el arte" suena fatal.
-¿Te suena pretencioso?
-Claro. La pretensión es lo peor del mundo. A mí me interesa la tensión y el pretencioso es aquel que con demasiadas ganas descubre su juego.
-En tus películas llevás a los personajes a abandonar toda pretensión.
-Sí. La vehemencia en mis películas es el resultado del cansancio, de que me agota el discurso regular de las cosas. No quiero ser regular, quiero ser irregular.
-El tema de la religión aparece mucho en tu cine, ¿qué significa para vos?
-Soy profundamente religioso, me considero católico. No creo en Dios, pero no creo que sea incompatible. Cuando algo te genera amor u odio crees en él. Lo único realmente ateo es la indiferencia, no preocuparse por la religión. Digamos que la religión es una inquietud, un lugar al que ir. No es tan sencillo como negarlo o afirmarlo. Eso es muy infantil. Quiero decir: no me interesa si Dios existe, me interesa como enigma.
-¿Eso no te llevaría más cerca del agnosticismo que de la religión?
-El agnosticismo es como una fiesta sin alcohol; es un aburrimiento. Es un grupo de gente aburrida sin nada que decir. Ya sabemos todos que no sabemos. Es pertenecer a un club al que, en realidad, pertenecemos todos. El asunto está en qué es lo que buscas. Los que luchan por una teoría del conocimiento exenta de toda experiencia que no sea empírica me resulta atractivo por lo antiguo. Por otro lado, creer en algo también es antiguo. Vivimos en una época en la que no hay ideas nuevas. Quizá lo único que podamos hacer es combinarlas en un gin tonic interesante.
-¿Creés que el terror en el cine funciona mejor si tiene una raíz espiritual?
-Ése es el tema esencial del cine. Hacer cine es contar una historia, entonces cuanto más trascendental, más interesante o "mejor" es la película. Es la sensación de que vi una película que me implica. Cuenta algo que no es que me interese, sino que forma parte de mí, de mis angustias, de mis terrores. El miedo es un motor fundamental. Pero una película no es sólo la angustia que te produce, sino la satisfacción que te genera. Son dos ámbitos. Yo no busco la verdad, sino la satisfacción, entonces puede que no solucione, pero sí les puedo dar una solución parcial que les haga felices. El gran dios de esto es Frank Capra. Es el tío que consiguió contar lo que queríamos que nos contaran.
-Eso tiene que ver con lo visceral, ¿no?
-Exacto. Hay otros directores que apuestan por la verdad y nos gustan, pero no nos convencen. No me los llevo a mi isla. Porque van buscando la verdad y no queremos eso, queremos la emoción. Queremos que alguien nos ayude a vivir. Eso es hacer cine. Es lo que me fascina. O alguien que es tan exageradamente desagradable y demencial que me entretiene durante hora y media y me da lo que no me da nadie. Hay que jugar a ver quién eres de todos esos. Yo quiero todo. Por un lado, ser ese amigo cabronazo que te lleva a un lugar inhóspito; por otro lado, quiero solucionarte ese problema que tienes en la cabeza y quiero que sea parecido a la verdad porque a la verdad no llego ni cerca. Quiero compartir mi ignorancia y que la gente disfrute de mi intento de encontrar la verdad y al final la solución que doy no es satisfactoria porque yo no estoy satisfecho conmigo mismo. Si hay películas que se plantean de qué va la vida, es muy difícil encontrar un tercer acto.
-¿Es por esta cuestión visceral que trabajás tanto con géneros que tienen esa naturaleza, como la comedia y el terror?
-¡Qué complicado explicar esto! Es como que te pidan que expliques tu vida. Pero tienes toda la razón. El único lenguaje con el que me siento cómodo es el humor porque la gente que no se ríe no me merece respeto. No respeto a nadie que no se ría y, sobre todo, no respeto a nadie que no se ría de sí mismo. Me parece sospechoso, pienso que es un criminal que oculta algo. Generaría un gobierno de humoristas, pero ya los hay y son terribles.
-¿Y el terror?
-Porque es la realidad. Somos humoristas enfrentados a una situación de terror. Ésa es la vida: un payaso metido en la casa de Psicosis. Un tipo que venía a hacer bromas sobre el sinsentido y se da cuenta de que la vida es un sinsentido y ahora, ¿qué va a decir?
-En el cine muchos intentan mezclar humor y terror y a pocos les sale bien
-A mí tampoco.
-Bueno, vos no vas a decirlo. Pero el tema es que es muy difícil, ¿cómo hacés para que algo sea realmente gracioso y te dé miedo de verdad?
-Es alucinante, porque en el fondo es el mismo sentimiento. Cuando te ríes es porque algo sorprendente irrumpe en un proceso mecánico. Vas caminando por la calle, te caes y te rompes los dientes y te ríes. Es exactamente igual de cruel que el terror. Nos sentimos más a gusto cuando nos reímos porque alguien recibió un pastel de crema en la cara que cuando es una piedra granítica. Pero nos estamos riendo de lo mismo, la diferencia es que uno no tiene consecuencias y el otro sí. Nos reímos de la interrupción de algo mecánico que es lo que nos molesta en la vida. Lo que buscamos todos es la seguridad de lo que se repite. La valentía en realidad es humor. Decimos "¡qué tío más valiente!", pero la verdad es que es un inconsciente de la hostia.
Cuando la charla llega a su fin, el director quiere dejar en claro que para él el cine es más una búsqueda que una imposición de ideas. "No creo que hacer cine sea evangelizar sobre las conclusiones a las que he llegado sobre la vida sino decir: «Me agobia mucho esto, ¿qué piensan ustedes?»", explica.
Ser uno mismo y conectar con el público desde ahí, ésa es la cuestión, según De la Iglesia. En ese sentido, el realizador vasco confiesa que le hubiese gustado ser como el director de ¡Qué bello es vivir!: "Yo quisiera ser Capra, lo que pasa es que no puedo, algo me lo impide. No sé muy bien qué es. Me gustaría agradar al máximo, pero no lo consigo, entonces eso quiere decir que yo no soy como mi público. Spielberg o Capra tienen esa capacidad fantástica de contar su mundo interior y coincidir con el mundo interior de la mayoría de las personas. Todos hemos querido, yo también, tener un extraterrestre en el cuarto, en una habitación pequeña, llena de peluches y que el extraterrestre estuviera confundido entre ellos. Ese momento en el que mi imaginación encaja con la del director es lo que genera un éxito como ET, el extraterrestre, porque se acerca al mundo onírico de los demás. Pero ¿qué pasa si eres David Lynch u otra persona que sueña otras cosas? ¿Alguien que tiene otros deseos y anhelos diferentes a los de tener un extraterrestre de peluche?".
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