Albertina Carri: "Me rodeo de charlatanes para disimular"
Un espacio experimental en busca de la entrevista soñada:el elegido se interroga y se fotografía
Aunque Albertina Carri declare no sentirse muy cómoda en medio de una conversación, en esta autoentrevista, la cineasta, guionista y actriz la lleva muy bien como entrevistadora y como entrevistada. Como autofotógrafa, también.
–Nos conocimos en una fiesta, donde había un chico mendocino que hablaba sin parar. Vos venías de recibir un premio que te negabas a mostrar.
-Sí, es que me da mucha vergüenza eso de los premios.
–Ajá, pero no iba ahí, sino a que este chico hablaba y hablaba, y en un momento te dijo: "¿Y vos por qué no hablás?", y tardaste dos segundos en contestar y cuando moviste un labio para dar la respuesta él te interrumpió y te dijo: "¿No me vas a decir una idiotez del tipo de que preferís hacer películas?". Vos sonreíste y nunca contestaste, y yo siempre me quedé con la duda. ¿Qué ibas a decir en ese momento?
-Iba a decir una tontería muy parecida a lo que imaginó ese chico mendocino. Te confieso que el arte de la conversación no se me da muy bien. Por eso me rodeo de charlatanes para disimular mi silencio.
–Pero ¿no hablás porque no querés o porque no se te ocurre nada para decir?
-Los dos casos, depende de la situación. En realidad me gusta la conversación de a dos o de a tres; más personas me agobian.
–Ah, como esto que sucede ahora.
-Bueno, en realidad esto es un reportaje, tampoco es una conversación. Cuando era chica me gustaba mucho hacerme la dormida en la mesa de los grandes y escuchar sus conversaciones. Lo que me fascinaba era cómo pasaban de la política a recomendarse productos para la pileta y de ahí a cargarse con los achaques. Tenía un tío que siempre lideraba las conversaciones porque era el que hacía los giros. El humor es muy importante para sostener una conversación, si no, sos un plomo, y yo tengo un humor que va de lo negro a lo ácido pasando por lo críptico. Es decir, un plomo.
–Retomando lo que dijiste de los premios, ¿no creés en los premios?
-No, claro. No me identifico ni con lo bueno ni con lo malo que puedan decir de mi trabajo aquellos que pertenecen a una prosapia. Más bien escucho a los espectadores comunes. La educación es una cosa muy complicada. El pueblo alemán era el más educado de Europa cuando votó a Hitler. Los letrados me provocan desconfianza.
–¿Y en qué cree usted, entonces?
-En las drogas, en el amor, en la música y en el arte.
–¿En ese orden?
-No, el amor va primero. Lo demás es desordenado, quiero decir que no se necesita cada mañana como el amor.
–¿Por qué no incluye la música dentro del arte?
–Porque la música es como Dios, excede cualquier género. No se la puede comparar ni con el cine, ni con la literatura, ni con otras artes. La música es Dios y el amor es la mejor de las músicas con las que se puede vivir. Ahora te hago una pregunta yo a vos, ¿por qué me empezaste a tratar de usted?
–Porque de pronto me intimidaste.
—Ah, entiendo, aunque no sé cómo lo logro. Tampoco es algo que me guste mucho de mí.
–¿Intimidar?
-No, vos, la que hace preguntas.
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