Una presentación adolescente del bien y el mal con moraleja sobreentendida, que oscila entre la Manhattan de hoy y una historia del pasado, en Francia
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Alas blancas (White Bird: A Wonder Story, 2023 /EE.UU.). Dirección: Marc Forster. Guion: Mark Bomback. Montaje: Matt Chessé. Fotografía: Matthias Koenigswieser. Música: Thomas Newman. Elenco: Helen Mirren, Gillian Anderson, Bryce Gheisar, Orlando Schwerdt y Ariella Glaser. Duración: 120 minutos. Calificación: Apta mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
En 2017, se estrenó Wonder -Extraordinario fue el título local-, un largometraje con Julia Roberts y Owen Wilson acerca de un chico con una severa deformidad facial que sufría bullying en la escuela. Esa película estaba basada en la novela homónima de la escritora norteamericana R.J. Palacio, un libro para adolescentes que se convirtió en un best-seller y generó una serie de títulos adyacentes que expandían la historia del protagonista, Auggie Pullman. Alas blancas es la más reciente entrada al “wonderverso”. Originalmente, una novela gráfica escrita y dibujada por la autora, es una precuela y una secuela de los sucesos narrados en Extraordinario, aunque el vínculo entre ambas historias es tan traído de los pelos que puede ser ignorado.
Esta adaptación se reencuentra con Julian (Bryce Gheisar), el antagonista del primer film, en una nueva escuela privada tras que fuera expulsado de su colegio por el maltrato a Auggie. La enseñanza que extrajo de tal castigo es “No seas bueno, ni malo: no te hagas notar”, por eso no se acopla inmediatamente al grupo de los estudiantes ricos y abusadores y también ignora a la chica de “étnica” y pobre que le ofrece sumarlo al Club de Justicia Social. De vuelta en el departamento millonario de su familia en Manhattan, recibe la sorpresiva visita de su abuela Sara (Helen Mirren) quien comprende que la nueva filosofía moral de su nieto deja mucho que desear y decide aleccionarlo con el relato ejemplar de cómo un joven altruista le salvó la vida.
Desde ese momento, la película abandona todo lo que venía contando y vuelve a empezar. La acción se muda a Francia, en 1942. Sabemos que es Francia porque, aunque solo se habla inglés con acento británico, casi todos los personajes llevan boinas negras. Ingresa también un nuevo elenco: ahora Sara es una adolescente (Ariella Glaser) que desconoce la gravedad de la invasión nazi a su país hasta que un batallón intenta tomarla prisionera junto al resto de los estudiantes judíos de su escuela. Solo ella logra escapar y se refugia en el altillo de la familia de Julien (Orlando Schwerdt), otro joven estudiante víctima del bullying, en este caso por sus secuelas de polio, a quien la chica siempre ignoró en favor de Vicent (Jem Matthews), el atractivo bully de la clase que se vuelve colaboracionista antes de que alguien pueda decir Gesundheit. Julien arriesga su vida para proteger a Sara y su relación pronto se convierte en una historia de amor en medio de la amenaza nazi. El holocausto también puede tener su costado romántico.
El desarrollo del melodrama azucarado se ve escandido por intervenciones de la Sara adulta, que suele poner en frases que parecen un posteo inspirador de Facebook lo mismo que la película viene de mostrar. También es la encargada de enunciar una moraleja ya sobrentendida que no para de repetirse en el interminable segmento final. Si bien el vínculo sugerido entre el bullying escolar y el nazismo parece desproporcionado, no desentona con la simplificación generalizada de esta historia en la que no hay matices, solo santos y monstruos. Su presentación despolitizada del bien y del mal como absolutos por los que se toma partido casi sin razón acaso resuene en la mentalidad adolescente pero seguramente provocara un muy adolescente “cringe” en cualquiera con unos años más.
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