Murió Alain Delon: adiós al duro con rostro de ángel que marcó para siempre el cine francés
Un lobo solitario, como lo definió su amiga Jeanne Moreau, supo combinar éxitos populares como Borsalino y Los profesionales con su trabajo con autores como Visconti, Antonioni y Melville; murió anoche tras una larga enfermedad que terminó poniéndolo bajo tutela judicial
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La vida que Alain Delon soñó, imaginó y sobre todo construyó para sí mismo tuvo su punto final el 19 de mayo de 2019. Esa noche, en medio de una conmovedora ovación y con lágrimas en los ojos imposibles de disimular, el actor francés más famoso del mundo en los últimos 60 años recibió la Palma de Oro a la trayectoria otorgada por el Festival de Cannes. “Quiero pedirles perdón esta noche. Para mí, más que un fin de carrera es un final de vida. He durado en este oficio 62 años. Ahora, lo difícil es partir. Me voy, pero no sin antes decirles gracias”, dijo en esa despedida con todas las letras y todos los honores. Todo lo que pasó entre ese momento y el adiós definitivo, ocurrido anoche, según informaron en un comunicado sus hijos, fue una larga agonía que puso a Delon en otro lugar y en un papel completamente desconocido.
“Alain Fabien, Anouchka, Anthony y Loubo (su perro) anuncian con profundo pesar el fallecimiento de su padre. Falleció en paz en su casa de Douchy, rodeado de sus tres hijos y su familia”, expresaron. El intérprete, que tenía 88 años, padecía un linfoma y en abril último había sido puesto bajo protección judicial con el fin de garantizar el bienestar de su salud. Por su parte, en el comunicado también manifestaron que “el actor de A pleno sol ha ido a reunirse con la Virgen María entre las estrellas tan queridas para él”.
Alain Delon siempre hizo lo que quiso, acostumbrado desde muy joven a buscar su sustento y resolver cualquier problema sin otra ayuda que su propia intuición. Pero en los últimos años, en medio de un deterioro físico y mental que el mundo y él mismo parecían experimentar en cámara lenta, Delon se convirtió en testigo pasivo de una guerra fratricida desatada muy cerca suyo entre sus seres más próximos, herederos de su misma sangre.
La prensa francesa e internacional se ocupó en los últimos meses de contar con lujo de detalles, algunos muy escabrosos, la pelea entre los tres hijos de Delon (Anthony, Anouchka y Alain Fabien) por controlar sus decisiones y manejar una voluntad cada vez más frágil. En el medio de ese combate feroz también terció Hiromi Rollin, la última encargada de asistir y cuidar al actor, que llegó a reivindicarse a sí misma también como su pareja final.
La historia recordará a Rollin casi como una sombra que se desvanece y deja de tener sentido frente a la poderosa presencia de las grandes compañeras de vida que tuvo Delon: Romy Schneider, Dalida, Nathalie Barthélemy (para todos, Nathalie Delon, la madre de Anthony, el primogénito), Mireille Darc y la mucho menos conocida modelo y actriz holandesa Rosalie Van Breemen, con quien Delon tuvo a sus otros dos hijos.
Con estos amores reconocidos, más los incontables romances fugaces, secretos o furtivos que mantuvo con grandes estrellas y mujeres desconocidas podría escribirse más de un texto de considerable tamaño. Porque ante todo Delon quedará en la memoria del público como un seductor irresistible, un galán convencido de que ninguna mujer podía resistirse a sus encantos. En el cine como en la vida.
Pero hubo más de un Delon en el cine y en la vida. Un crítico francés llegó a escribir que era capaz de mostrar en la misma película el rostro de un ángel y el de un bravucón con la misma seguridad. La naturaleza lo premió con un rostro de facciones perfectas, ojos azules y un cuerpo que siempre supo cuidar con esmero. Pero esa belleza se forjó en medio de las condiciones más adversas.
Alain Fabien Maurice Marcel Delon nació en Sceaux, una localidad distante a 30 minutos de auto de París, en el seno de un hogar destruido. Cuando tenía cuatro años sus padres se separaron y ninguno de ellos mostró intenciones de hacerse cargo del pequeño, que empezó a peregrinar por distintos colegios de los que invariablemente terminaba expulsado por su temperamento rebelde y belicoso.
Antes de llegar a la adolescencia lo pusieron a cargo de una mujer que vivía junto a una prisión. No tardó en ganarse la complicidad de los guardiacárceles y hasta de algún convicto, que lo llevó a fantasear tiempo después (junto con un amigo) la posibilidad de iniciar una precoz carrera en el mundo del delito. Rescatado en un momento por su padrastro, dueño de una carnicería, aprendió los rudimentos de ese oficio hasta que decidió tomar distancia en el sentido más literal de toda esa vida llena de incertidumbres, amenazas y castigos. A los 17 años se alistó en la infantería de marina francesa y llegó a participar como paracaidista en varias operaciones ejecutadas en la Indochina colonial, actual Vietnam.
Delon ya era un “lobo solitario”, como lo definió con definitiva certeza muchos años después Jeanne Moreau. Temprano dueño completo de su destino, lejos de cualquier influencia familiar o afectiva, dejó las armas y empezó a trabajar como portero en un negocio de Les Halles hasta que alguien se fijó en su apostura y le propuso probar suerte en el mundo del espectáculo.
Su carrera de galán empezó muy pronto. A los 23 ya era el galán de algunas mujeres que empezaban a deslumbrar al público europeo desde la pantalla grande: Romy Schneider en Christine y Brigitte Bardot en Débiles son las mujeres. Su consagración le llegó en 1960 a través de A pleno sol, de René Clément, una de las mejores adaptaciones de los relatos de Mr. Ripley creados por Patricia Higsmith. Gracias a esa aparición y su extraordinario papel en Rocco y sus hermanos, de Luchino Visconti, ese año Delon se convirtió a la velocidad del rayo en uno de los actores más atractivos del cine europeo.
A partir de allí su camino triunfal se hizo imparable. El hombre que haría suspirar a millones de francesas empezó su carrera exigiéndose al máximo junto a directores tan prestigiosos. De nuevo Clément (¿Arde París?, ¡Qué alegría vivir!), de nuevo Visconti (que le dio un papel sublime en El gatopardo y propició su debut teatral) y sobre todo el gran Jean-Pierre Melville, que supo aprovechar al máximo la “delonmanía” que envolvió a toda Francia a fines de la década de 1960.
En El samurái, El círculo rojo e Historia de un policía, obras maestras de Melville, Delon representó a la perfección un mismo tipo de personaje: silencioso, calculador, profesional, de rostro imperturbable, casi siempre al margen de la ley. Allí también era habitual reconocerlo por su impermeable de gabardina y los anteojos negros, infaltables en el retrato icónico de los personajes del mejor policial francés de su tiempo.
Esa duplicidad que le permitía jugar a ser ángel y demonio al mismo tiempo configuró con rapidez la imagen que al actor empezaba a transmitir desde la pantalla. “En el vaivén emotivo del eterno galán se han superpuesto las dos caras de Alain Delon, el duro con el rostro de un ángel. El muchacho de corazón puro y carácter firme en el que Visconti vio a su Rocco y el tipo gélido de mirada de acero con el que Melville le reveló en El samurái, un filón que él explotaría con frecuencia”, escribió desde estas páginas Fernando López en 2005.
La fiebre por explotar al máximo la atracción que despertaba Delon entre el público abrió las puertas para que el actor explorara nuevas capas en su carrera. Así aparecieron sus películas más populares, en las que jugaba a ser un héroe dispuesto a la aventura o a jugarse la vida en acciones temerarias o el compañero leal que jamás traicionará o defraudará a sus amigos. Así llegaron Borsalino, El tulipán negro, Los aventureros, El clan siciliano, Adiós al amigo y hasta una versión europea de las andanzas del Zorro.
Cuando estaba casado con Nathalie, Delon se convirtió en protagonista de una historia real que llevó a los franceses a descubrir el costado más oscuro de su personalidad. Fue el “caso Markovic”, nombre del guardaespaldas del actor, un yugoslavo con fama de playboy que un día apareció muerto en un tacho de basura con signos de haber sido asesinado. De inmediato empezó a vincularse ese hecho con una supuesta red delictiva que buscaba extorsionar a Georges Pompidou, delfín del general Charles De Gaulle y seguro candidato ganador de las elecciones presidenciales de 1969, como finalmente ocurrió, mediante la amenaza de publicar fotos en las que presuntamente se veía a Claude, esposa de Pompidou, en situaciones íntimas muy comprometedoras.
Los responsables quedaron impunes mientras se hicieron esfuerzos muy rápidos y diligentes para que el caso quedara rápidamente en el olvido. Mientras tanto, Delon debió reconocer algunos vínculos que mantuvo con el submundo delictivo cuando todavía no era actor. En vez de afectar su carrera, el episodio terminó beneficiando al actor, que fortaleció su arrastre entre el público a partir de un nuevo atributo, el de “tipo duro” de verdad, no solo en la pantalla.
Con el crédito intacto, Delon reforzó su presencia en la pantalla repartiéndose entre el éxito popular (Dos contra la ciudad, El gitano, Sin escape, Palabra de hombre) y la perseverante búsqueda de reconocimiento artístico, otra vez de la mano de prestigiosos directores como Joseph Losey (El asesinato de Trotsky, El otro señor Klein), Valerio Zurlini (Primera noche de quietud), Volker Schlondorff (El gran amor de Swann) y Jean Luc Godard (Nouvelle Vague). Probó suerte varias veces en Hollywood con el western (Texas a través del río), el policial (Scorpio) y el cine catástrofe (Aeropuerto 1980: el Concorde). Y se animó por única vez a dirigir una película, el thriller La piel de un asesino.
En los años 70, una década de apogeo para el Delon más seductor, más nocturno y también más entregado a los placeres de la vida, Carlos Monzón encontró en el divo francés al hombre que le abrió todas las puertas del jet set europeo mientras fue el boxeador de peso mediano más importante del mundo.
Además de compartir mil noches en los casinos y los mejores hoteles de la Costa Azul, Delon llegó a manejar en un momento la carrera boxística del actor y organizó sus recordados combates con Jean Claude Bouttier, José Mantequilla Nápoles y Rodrigo Valdés. Fiel a esa amistad, visitó en 1993 a Monzón en la cárcel cuando purgaba la condena por el asesinato de Alicia Muñiz. Delon también pasó por el living televisivo de Susana Giménez, a quien conoció en aquellos años. La diva confesó muchísimas veces que en la búsqueda de grandes invitados internacionales para su programa el francés fue siempre su gran debilidad.
Hizo una última demostración de fuerza en 1998, cuando se reencontró con su viejo compinche, amigo y rival Jean-Paul Belmondo para jugar a la acción y divertirse en Los profesionales. Desde ese momento, el desánimo y el cansancio comenzaron a aparecer con frecuencia cada vez más inquietante detrás de esa coraza autosuficiente con la que Delon se paseó frente al mundo.
Junto al dolor por el paso del tiempo, los primeros achaques y la conciencia de la belleza perdida aparecieron tempranas huellas depresivas y alusiones al suicidio que más adelante se fueron haciendo recurrentes. También asomaron los primeros indicios de futuras crisis familiares cuando Roselie van Bremen decidió abandonarlo y alejarlo de sus dos hijos menores.
Algún éxito teatral y el fugaz regreso al cine como un histriónico Julio César en una película sobre el héroe galo de historieta Astérix mitigaron por un tiempo esos dolores, no solamente físicos. Lo mismo pasó con el reconocimiento que recibió en Cannes, donde su carrera fue reivindicada mientras grupos feministas juntaban más de 200.000 firmas para que el festival de cine más importante del mundo no lo premiara.
“Racista, homófobo, misógino” fue lo menos que se dijo de él en aquel 2019. Muchos recordaban lo que le había dicho pocos meses atrás a la televisión francesa, cuando reconoció que algunas mujeres recibieron sus golpes. “Si una bofetada es macho, entonces soy un macho”, dijo antes de agregar que hubo mujeres que también le pegaron a él.
“Le damos un premio por su aporte al cine, no el Nobel de la Paz”, justificó Thierry Frémaux, el director artístico de Cannes. Sobre Delon pesaban además sus simpatías por algunos movimientos de extrema derecha, sus críticas a los homosexuales (consideraba “antinatural” que adoptaran hijos) y un apoyo nunca disimulado a la pena de muerte. Pero en abril de 2020 sorprendió a todos cuando hizo público su apoyo a la candidata de izquierda Samia Ghali como candidata a jefa de gobierno municipal en Marsella, la ciudad donde Delon filmó Borsalino, una de sus películas más populares.
Después de sufrir un ACV y someterse a una complicada intervención cardíaca, Delon volvió a hacer pública la mirada que tenía sobre su propio final. Se mostró en un momento a favor de la eutanasia e insistió en su deseo de cerrar por propia voluntad su ciclo vital. El funeral de su entrañable amigo Belmondo lo golpeó especialmente. “Estoy completamente devastado. Trataré de aguantar allí para no hacer lo mismo en las próximas cinco horas. Ojo, no estaría mal que nos fuésemos los dos juntos…”, dijo antes de darle el último adiós.
"Si Dieu existe, qu'aimeriez-vous après votre mort l'entendre vous dire, Alain Delon ?"
— INA.fr (@Inafr_officiel) August 18, 2024
1996 : Alain Delon répond au questionnaire de Proust de Bernard Pivot pic.twitter.com/L4ZjhyhcuM
No pudo cumplir su sueño de hacer una última película “luminosa y crepuscular” sobre las vidas extraviadas de un hombre y una mujer que encuentran la salvación cuando se conocen mientras atraviesan el final de sus vidas. Recluido en su finca de Douchy, distante a una hora y media de auto de París, con su vida manejada en los últimos tiempos bajo la tutela de un veedor judicial, se quedó solo con sus recuerdos y con apenas retazos de su antiguo orgullo. En el pasado jamás hubiese aceptado dejar a la vista alguna muestra de debilidad. “Cuando se es Delon –confesó una vez- no están permitidas esas flaquezas”. Cuando no le quedó otra que reconocerlas, empezó para el viejo lobo solitario del cine francés un largo ocaso que acaba de terminar.
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