Aguas profundas: Adrian Lyne no pierde las mañas pero sí la brújula en este thriller erótico sobre la novela de Patricia Highsmith
En su regreso al cine después de décadas, el director de Propuesta indecente aplana toda la sugestión y el misterio de la intriga de la creadora de Tom Ripley y ni siquiera la química entre sus protagonistas, Ben Affleck y Ana de Armas, logra compensar el trazo grueso de la trama y los decadentes personajes
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Aguas profundas (Deep Water, Estados Unidos-Australia/2022). Dirección: Adrian Lyne. Guion: Zach Helm, Sam Levinson, basado en la novela de Patricia Highsmith. Fotografía: Eigil Bryld. Edición: Andrew Mondshein, Tim Squyres. Elenco: Ben Affleck, Ana de Armas, Tracy Letts, Grace Jenkins, Jacob Elordi, Kristen Connoly, Dash Mihok, Rachel Blanchard. Duración: 115 minutos. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: regular.
Cuando le preguntaron a Jean Renoir sobre su experiencia en el rodaje de La bestia humana, película clave de su obra estrenada en 1938, contó que no había elegido el tema sino que había sido un ofrecimiento del productor Robert Hakim, que había escrito el guion en apenas quince días y que como no había leído la novela desde sus años adolescentes la aproximación al universo de Emile Zola había sido superficial. “Entonces, mientras filmaba, día a día fui modificando el guion en el sentido de Zola”. El camino de la fidelidad en las adaptaciones literarias es siempre arduo. ¿Cómo ser fiel al origen literario sin perder personalidad? ¿Reinventar el material significa una traición al autor?
Aguas profundas, de Adrian Lyne -estrenada en Amazon Prime luego de ser una de las víctimas de la fusión Disney-Fox en conjunto con la pandemia-, hace el intento de arrastrar a Patricia Highsmith a un territorio conocido por el director, signado por un erotismo grueso y de apariencia perversa envuelto en el decadentismo burgués. La historia de la autora de la saga de Tom Ripley se concentra menos en esa forma de amor tortuoso que Lyne vislumbra en el matrimonio de Vic y Melinda van Allen, que en los miedos que los mantienen unidos: a la soledad, al abandono, a la incierta debacle social a la que se avecinan los que no encajan.
Los personajes de Highsmith son siempre pozos de misterio, aguas profundas en las que el crimen es apenas un paso más en ese tenue desplazamiento. Su escritura mantiene siempre la distancia, la mente maquinadora ofrece al deseo una geometría calculada, actos y previsiones que corren los límites de manera imperceptible, y un hombre común se convierte así en un asesino despiadado (“Vic pensó entonces que aquello era una broma, que si le dejase sacar la cabeza a respirar sería una broma, quizás un poco pesada”, escribe con fina precisión la autora).
El interés de Lyne por la novela de Highsmith se mantiene siempre en la corteza del relato, la aparente fidelidad a la estructura argumental, a algunos diálogos y a ciertas resoluciones. La historia del matrimonio en una exuberante y ociosa Nueva Orleáns supone un tenue equilibrio entre la pertenencia y la caída. Vic (Ben Affleck), tempranamente jubilado gracias a la invención de un chip para drones militares, pasa sus días andando en bicicleta y editando revistas ilustradas como hobby caro y algo esnob. Con su esposa Melinda (Ana de Armas) asisten a todas las reuniones de esa pequeña comunidad pueblerina, y mientras ella seduce a los jóvenes visitantes, baila con desparpajo y toca el piano, él masculla sus oscuros celos con una copa en la mano. Lyne convierte en disfunción marital lo que en Highsmith era un mundo opaco e incierto. Por ello la motivación está en la sangre caliente de Melinda y la apatía aburguesada de un Vic que quiere una familia modelo y debe pagar con cadáveres el precio para conseguirla.
Pese los veinte años que pasó alejado de los sets, el británico Adrian Lyne no parece haber perdido las mañas. La planificación de sus escenas funciona en la misma sintonía que sus clásicos eróticos de los 80 y 90 como Atracción fatal o Propuesta indecente, interviniendo desde el montaje en la disección de los cuerpos, musicalizando gemidos y sosteniendo planos de apariencia insinuante. El Vic de Affleck, con barba crecida y aspecto desaliñado, afirma su postura amenazante en apariciones con cara seria, escondido tras los barrotes de la escalera, mirando de reojo a su mujer coquetear con el admirador de turno. Incluso a uno de los momentos claves de la novela, que trascurre en una pileta convertida en la inesperada escena de un crimen, Lyne lo desguaza en flashbacks azulados, planos de apenas microsegundos que quieren apropiarse del filo de esa culpabilidad.
La mejor adaptación de la novela -editada en castellano como Mar de fondo- la realizó el francés Michel Deville en 1981 con Jean-Louis Trintignant e Isabelle Huppert. Alejado de todo propósito de fidelidad y reinventando ese mundo en las propias coordenadas de amoralidad que expone Highsmith, Deville consigue verdadera oscuridad y espesura para sus personajes. Todo lo que en Highsmith y Deville es inquietante y perturbador en el seno mismo de la sociedad, Lyne lo normaliza como la dinámica interna de una pareja que se excita con infidelidades y asesinatos. En ese gesto no solo explota un erotismo berreta, ajeno a la verdadera subversión de la mirada de la autora, sino que parasita sus ideas –la crianza de caracoles- apenas como un tópico decorativo. Lo que siempre elevó la obra de Lyne por encima de la mediocridad fue el talento de sus intérpretes, como lo demuestran las escenas de Infidelidad (2002) protagonizadas por Diane Lane. Aquí, Affleck no ofrece más que un repertorio de caras anodinas y Ana de Armas es desaprovechada en la conversión de su figura en una esposa latina e insatisfecha.
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