Agnès Varda: “Hay directores jóvenes que hacen cine de viejos"
Allo, bonjour! Buenas tardes", dicen del otro lado de la línea y el ínfimo momento estremece. La que saluda es Agnès Varda , un ícono viviente del cine francés y una directora de renombre que vivió de manera cotidiana el cine de autor de los años 60, junto a quienes hoy están en los libros de historia. La misma que todavía, con 89 años (cumplirá los 90 el 30 de mayo próximo), establece otra marca incluso en Hollywood al ser la primera vez que un Oscar honorario se entrega a una directora, que además reciba una nominación en la misma temporada. Esto último fue por su exquisita película Visages Villages, que hoy llega a los cines argentinos y que permite mantener una conversación que oscila entre la lucha combativa del feminismo que abrazó en su juventud y los recuerdos nostálgicos de Jacques Demy, su gran amor; de una voz firme y decidida a otra pausada y dulce que permite imaginar a Agnès Varda como esa abuelita que cualquiera quisiera tener, aunque es dueña de una vitalidad sorprendente: "Trato de ver todas las películas de los jóvenes y hay películas jóvenes y viejas, y hay jóvenes cineastas que hacen cine de viejos", señala.
Pero, como en los cuentos de hadas que le gustaban a Demy, todo sucederá después, cuando la fantasía se convierta en realidad. En la primera conversación Agnès confirma que su visión es borrosa, pero su ánimo es firme: "¿Tiene el pressbook de la película? Léalo y vuelva a llamar", dice sobre el material de prensa.
El encantamiento se suspende, pero por fortuna solo por 24 horas: "Allo, bonjour! Buenas tardes", repite al día siguiente la voz de Agnès al teléfono. Leída la información respectiva, confiesa que no desea expandirse sobre Visages Villages al no estar participando su codirector: "No me gusta mucho referirme a la película al no estar J.R. presente", dirá con profunda ética profesional. En rigor, fue la hija de Varda, Rosalie, quien generó el encuentro entre la legendaria realizadora y el singular artista callejero y fotógrafo para que –entre visita y visita– se fuera consolidando el vínculo: "En cualquier caso, nos divertimos conduciendo por la Francia rural en ese camión", señala Agnès sobre la experiencia de ir de pueblo en pueblo retratando gente común, ella con su cámara de video y J.R. con la suya, que luego plasmaba en tan gigantescos como efímeros retratos de varios metros de altura que decoraban casas, tanques de agua y paredes de varias regiones de Francia, y que dan como resultado una emotiva amalgama de agricultores, trabajadores, aldeanos y obreros a través de la memoria de un país plasmado, precisamente, por sus desconocidos habitantes. Consultada sobre el alcance de su cine para el gran público, reflexiona: "No sé si mi cine es popular, pero trata temas que le interesan a todo el mundo en una forma documental, y eso no interesa a todo el mundo. Es un público limitado en relación con los films de ficción, pero ¡atención! que lo que hago con J.R. se va a estrenar en la Argentina en varios cines a la vez", dice con tono cómplice.
No hay nada que sea por igual más fácil y difícil que hablar con Varda, un ícono viviente que construyó de manera autorreferencial buena parte de su labor como artista. En varias de sus películas pueden rastrearse elementos de su vida personal y sus inquietudes y en otras tantas la mirada a su marido Jacques Demy, que falleció de SIDA en 1990, y sobre quien indagó en su universo poético. Una síntesis perfecta como primera aproximación es Las playas de Agnès, que el Museo del Cine proyectará el próximo sábado celebrando su primera década de realización, y que resulta ideal para conocerla. En el momento de la reflexión teórica sobre el cine de los 60, Varda no cree que exista una división tajante entre un público popular y otro más intelectual o culto: "No estoy de acuerdo porque el espectador tiene capacidad de inteligencia y emoción y, según el país, la cultura o la educación. Entonces toma la película como puede y como quiere, pero a veces este último punto en realidad no es tan libre, porque hay condicionantes. Lo importante es que yo hago las películas para todo el mundo, porque a todo nivel se la puede tomar.
–¿Y que es lo que más le han señalado respecto de Visages Villages?
–Hay críticos e intelectuales que escriben cosas muy lindas para sus trabajos, pero hay una mayoría de personas que vieron la película y les gustaron dos cosas, una es la gente con la que nos cruzamos y con la que compartimos la simpatía, el amor, la confianza, y además nos contaron sus comportamientos y, fuera de la política, hablaron de sus trabajos y sus emociones. La segunda es la amistad que tengo con J.R. con 55 años de diferencia y que eso no tiene importancia ni para nosotros ni para la gente que nos habló. Eso tranquiliza un poco porque hay tanto miedo y horror a la vejez que es agradable ver a un hombre y a una mujer que pueden divertirse con eso.
–Estuvo en Hollywood en un momento muy importante en relación con la mujer. ¿Cree que es posible un cambio cultural más profundo?
–Evidentemente siempre la historia va muy despacio. Soy feminista desde los años 50 y 60, cuando se dieron muchos cambios muy importantes en la sociedad. Cuando era una joven mujer no tenía derecho a votar, las mujeres no podían usar pantalones en la oficina, las mujeres no podían tener una cuenta bancaria sin apoyo del padre o el marido. Estos son ejemplos exagerados porque la verdadera lucha es por la igualdad de sueldos, el derecho a elegir; además yo milité mucho por eso, el derecho a decidir si uno quiere hijos o no y que no sea una decisión del marido, de los padres, del juez, del cura, del médico, etcétera. En todo caso, si las cosas cambian, van a cambiar por los hombres, porque van a comprender que no pueden compartir nada con mujeres que tienen otra actitud. Debe cambiar, lo que pasó en el Oscar no puede ser un ensayo nada más.
Una trayectoria, una historia
La apretada biografía señala que nació como Arlette en Bruselas, de madre francesa y padre griego, que se casó primero con el actor y director teatral Antoine Boursellier, con quien en 1958 tuvo a Rosalie (también dedicada al mundo del cine), y en 1962, con Demy, con quien tuvo a su hijo, el actor Mathieu Demy. Directora de cuarenta películas entre cortometrajes y largometrajes documentales y de ficción, subyacen Cleo de 5 a 7, Daguerrotipos, Sin techo ni ley, Jacquot de Nantes y Cinevardaphoto, por solo mencionar algunos títulos de una filmografía deslumbrante. Asimismo, en el CCK pueden verse Les visitants: Guillermo Kuitca y la colección de la Fondation Cartier, que incluye una obra suya: "Quiero destacarla porque es una gran exposición y estoy muy contenta de que una de mis obras artísticas, titulada Las viudas, esté expuesta ahí", señala con alegría en la voz Varda. Indagar en su cine es conocer a quien es considerada la piedra basal sobre la que se erigió, nada menos, que el estilo de la nouvelle vague francesa.
–¿Se siente a gusto en el universo digital?
–Conocí muchos formatos de cine, el scope, 16 mm, 35 mm, y todos los de video, y también las nuevas cámaras digitales. Creo que se evolucionó con lo que se propone, pero no por eso estamos obligados a abandonar el resto. Entonces las herramientas contemporáneas son más fáciles y permiten a muchos jóvenes acceder a hacer cine porque si no sería muy caro y complicado, y hay un cine nuevo relacionado con las pequeñas cámaras, incluso con el teléfono. Yo no podría filmar con un teléfono, hago muchas cosas ya con un teléfono. Pero entre tantos medios y herramientas deben prevalecer la intención, el proyecto y la voluntad, que está o no.
–Pareciera que no existe un día en el cual no piense en Jacques Demy…
–Jacques Demy siempre está presente, sigo viviendo en la misma casa, hicimos mucho para que las películas de Demy estén en eventos y, por ejemplo, en un gran cine de París se exhibió Las señoritas de Rochefort y el karaoke. Entonces toda la gente que cantaba canciones conocía la letra porque la leía, como en el karaoke, pero como conocen la película hablaban también en lugar de los actores. Fue maravilloso, como si ya conocieran todo. Las películas de Demy están muy vigentes, sobre todo en Francia. Recuerdo cuando fue a la Argentina con Catherine Deneuve para presentar Los paraguas de Cherburgo, y dijo que habían tenido un éxito formidable. Hablamos de 1964.
–Si bien ha dicho todo en su cine sobre Jacques Demy, resulta imposible no reflexionar sobre cómo aparece la referencia a él en Visages Villages.
–Evidentemente viste la película y no esperaba que sucediera eso que allí sucede. Recuerda que éramos amigos y la palabra me hizo mucho más mal que la ausencia. Pero al mismo tiempo mi carácter me hace recordar momentos felices con Godard, Anna Karina y Demy pasando veranos magníficos, entonces ahora puedo ser una persona de edad, pero no puedo borrar la felicidad, prefiero recordar los años buenos.
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