Adolfo Aristarain: "Me jugué por una película honesta"
El realizador de "Tiempo de revancha" estrenará mañana "Lugares comunes", tras cuatro años desde su último film
Pasaron cuatro años del último estreno de Adolfo Aristarain, "Martín H (hache)", hasta su nueva película, "Lugares comunes", que se exhibirá comercialmente a partir de mañana y que competirá, la semana próxima, en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián. Y en ese transcurrir le quedaron varios proyectos cinematográficos en el camino, también hipotecas de su única casa (en Villa del Parque) que lo ayudaron (y lo condenaron) a sobrevivir, y hasta la venta de su auto se adjunta entre las pérdidas. No le ofrecieron hacer publicidad y él dice que no se acomoda a los tiempos de la televisión, que podrían haber sido ser rentables en lo económico.
De España le ofrecían plata para coproducir y filmar "ya", "pero un proyecto personal, algo tuyo", le pedían, con la voracidad del cazador que ansía rápidamente lo mejor de su presa. Así se aburrió en todo tipo de reuniones con productores españoles donde, con una gran simpatía, todos le prometían el oro y el moro ("Un lugar en el mundo" sirvió para romper el tabú con el cine argentino y "Martín H" estuvo allí más de un año en cartel).
Mientras tanto, en la Argentina del año 2000, la idea de encontrar inversores para una película se escuchaba como estrambótica. A la par, en su block de notas las ideas surgían, crecían o perecían, pero lejos ya del género policial de sus primeras películas. "Y el apuro de los españoles me partía el eje. A mí se me ocurre una historia cada cuatro años", dice hoy, a los 58 años, envuelto en una honestidad brutal, con ese hablar bajo, pastoso y hasta descuidado que tiene este vecino natural de Flores, que vivió seis años en España y que casi coqueteó con Hollywood.
Hasta que apareció una de las últimas novelas de su primo, el geólogo Lorenzo Aristarain, de 77 años. Diez años antes lo habían echado del Conicet y se había jurado que "no lo iban a matar en vida"; entonces se puso a escribir. "Siempre me mostraba sus novelas y cuentos, hasta que en "Lugares comunes" vi una punta para una película", cuenta Adolfo desde el sillón de su estudio, que es como un pequeño gran refugio para la creación, rodeado no de películas ("tengo pocos videos") sino completamente de libros, historietas y discos de jazz, de cuadros con los afiches de sus películas entre los que conviven el de "Tiempo de revancha" con el de "La discoteca del amor" ("no es falta de autocrítica, es cariño", se justifica entre risas).
Así dice que "es posible que "Lugares comunes" sea la película más personal de mi vida. Pero no tanto por la historia, si bien hay muchas cosas personales. Me jugué a hacer una película muy honesta y limpia, donde no hay absolutamente la menor trampa para enganchar o emocionar al espectador, aun cuando podría haberse ido para el lado del folletín. Hace tiempo que le rajo a todo lo que sea melodrama. Y como no me basé en la peripecia sino en pequeños momentos que tienen una progresión dramática no forzada, la única manera de que el público la siga es a través de los actores".
Reflejo del país
Se lo ve inquieto. Sin vueltas, dice: "Estoy como loco, antes del estreno. No paro de estar en actividad, arreglo cosas, el jardín, escribo cosas... como loco. Unas cien veces llego a ver la película que hago, después no puedo disfrutarla como espectador. Y no entro a un cine con público ni borracho", cuenta detrás del vidrio por donde lo vigila uno de sus dos perros japoneses raza Akita, que luce como un osito cariñoso, pero que según el director de "Ultimos días de la víctima" "es una raza prohibida", lejos de su dueño es para temer. Su mujer y coguionista, Kathy Saavedra, se despide "hasta las cuatro". Y su hijo Bruno, de 21 años (músico y que debutó en la asistencia de dirección en "Lugares comunes"), le hace un par de consultas hogareñas. Pero a Aristarain no se lo escucha quejoso, como generalmente a su amigo y casi "actor fetiche" Federico Luppi, aunque luego aclare que no es su alter ego. Luppi protagoniza esta película junto a la actriz española Mercedes Sampietro, a los que se suman Arturo Puig, Valentina Bassi y María Fiorentino.
Pero resulta imposible no mencionar el contexto que empapó a esta película "en contra de la resignación", un rodaje que fue sorprendido con el famoso corralito. Aun así, esta palabra ni se menciona en la película, aunque la actualidad sobre las consecuencias de una Argentina sin perspectiva, cada vez más impulsada al exilio económico, se hace presente.
Un profesor de principios
El protagonista es Fernando Robles, un profesor de literatura a quien jubilan casi de golpe, a lo que sobrevienen unas angustiosas y absurdas vacaciones con su mujer en España (con pasajes que les había enviado su hijo radicado allí), la venta de la casa de Buenos Aires, y volver a buscar un nuevo lugar en el mundo. "Es inevitable que haya un reflejo de lo que está pasando en el país porque no se puede hablar de un país imaginario. Pero traté de que los personajes no hablaran de la coyuntura, de la actualidad política del país, porque envejece rápido. Cambia tan vertiginosamente que De la Rúa vuelve en un día. No me interesa hacer noticiero. Trato de apuntar al sistema que hace años que no cambia y provoca cosas como la falta de previsión social."
Este profesor de principios se despide de sus alumnos diciéndoles que las preguntas que más importan ya son lugares comunes, pero que todavía no tienen respuesta. Que si se encuentran con algún tipo de doctrina, de prejuicio o de ideología lo dejen en el pasillo antes de entrar en el aula. Es el mismo que se enfrenta, contradictorio, a su hijo porque cambió su vocación por un trabajo con un buen estándar de vida. Y el que reniega porque los principios de la Revolución Francesa parecen hoy una utopía, entonces bautiza la entrada de su nueva casa en Córdoba con un "1789". Parecería entonces que un Aristarain escondido pretendiera tomarse el pelo y burlarse de ese afán adoctrinador que se ha colado en alguna de sus películas. El lo niega. Dice que el personaje de Luppi "no baja línea". Que tal vez "eso sucedió más en "Martín (Hache)", donde a los personajes de Luppi y Poncela les encantaba escucharse hablar. Pero en esta película me limité a no meter comentarios muy de actualidad (incluso que podrían haber sido muy graciosos), pero que podían quedar viejos al mes". Imposible que esté ausente ese guiño a "los malos de la película", como él dice: el nombre de una empresa que él rebautizó para el cine como "Tulsaco", que en este film no reaparece como una compañía minera, sino en el rubro inmobiliario, en un cartel que dice "se vende".
Oficio de gitano
Aristarain recuerda que con "Martín (Hache)" la prensa insistía en el posible costado autobiográfico del film. "El origen de esa historia fue el maltrato que se les da a los pendejos en la adolescencia, en no tenerlos en cuenta. Pero claro que cuando escribís una historia metés todo. Y yo estoy en todos los personajes. Y cuando podés llevar adelante una historia es cuando solos los personajes te están diciendo lo que van a decir." Cuenta que alguna vez pensó en irse del país o en quedarse en España, pero "son cosas muy difíciles de decidir". Y no se resiste a la idea de que el oficio de hacer cine "es muy de gitano". "Viví seis años en Madrid trabajando como ayudante de dirección y me vine a hacer "La parte del león", en 1978, hasta que me llamaron para hacer "Pepe Carvalho". Así que de 30 años de vida profesional 10 los viví en España. Entonces éste es un oficio que no tiene país. Si en tu vida hiciste contactos y tenés un nombre te van a llamar igual, vivas donde vivas."
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