Robert Redford se despide con elegancia de la actuación
Para entender del todo por qué Robert Redford eligió interpretar a un ladrón en lo que será su última aparición como actor hay que hacer un viaje en el tiempo. Esa voluntaria despedida lleva como título Un ladrón con estilo (The Old Man and the Gun) y será estrenada en los cines de la Argentina el próximo jueves. La película cierra una carrera excepcional que comenzó a mediados de la década de 1950, cuando Redford no había cumplido todavía los 20 años y tenía en la cabeza una obsesión: salir de los Estados Unidos para conocer el mundo y transformar su vocación en realidad. "Me fui a Europa, pero me fui como artista. Quería contar historias a través de la pintura", dijo no hace mucho, en una conversación íntima con uno de sus nietos, Dylan, también pintor y galerista.
De regreso de esa experiencia itinerante por el Viejo Continente, Redford contó que pasó cuatro o cinco años entre cavilaciones y dudas. Se había anotado en la escuela de arte del Brooklyn’s Pratt Institute y al mismo tiempo empezó a formarse como actor en la American Academy of Dramatic Arts. Sabemos de sobra cuál fue su elección. La respuesta está en su rutilante carrera como gran estrella de Hollywood. Pero la duda se mantuvo en su cabeza: "¿Cómo hago para unir las dos vocaciones? Eso fue lo que me llevó a dirigir", narró en ese diálogo con su nieto. Allí es cuando Redford cuenta que puso en marcha su ópera prima como realizador, Gente como uno (Ordinary People, 1980). Y como no sabía casi nada de los conocimientos técnicos de ese oficio, decidió hacer con sus manos el storyboard de la película para que sus colaboradores supieran lo que quería contar. "Me senté y empecé a dibujar cada secuencia para el cameraman y el director de arte. Y fue allí que comprendí todo: no había perdido el costado artístico que siempre tuve".
El personaje que eligió Redford para decirle adiós a la actuación tiene características parecidas. Detrás de su fachada de ladrón se siente un artista. Es un personaje de la vida real que se llamó Forrest Tucker y en sus 83 años de vida (murió en 2004 en la cárcel de Fort Worth, Texas) disfrutó como un juego tanto el robo a un banco como la posibilidad de escaparse de la prisión. "Mi personaje robó 17 bancos, fue atrapado 17 veces y se escapó otras 17. Eso hizo que me preguntara si no se dejaba encarcelar a propósito para disfrutar lo que realmente lo apasionaba, que era escaparse", reconoció.
"Me dije a mí mismo que si este iba a ser mi último papel como actor, ¿por qué no despedirme con algo divertido y positivo", señaló Redford a fines del año pasado, cuando apareció en los prestigiosos festivales de Telluride y Toronto para acompañar el estreno mundial de Un ladrón con estilo. Había encontrado algo encantador en este hombre jubilado, de aspecto amable y eterna sonrisa, que no podía con su genio y a los 78 años seguía primero entrando y saliendo de los bancos (con suculentos botines casi siempre) y después haciendo lo mismo de las prisiones. Su primera huida de un centro de detención fue a los 15 años, luego de ser acusado del robo de un auto. Ya maduro, había decidido volver a las andadas después de pasar un tiempo con una madura mujer que se propuso encarrilarlo, encarnada en la película por Sissy Spacek. En la vida real de Tucker, esa mujer se convirtió en la tercera esposa de Tucker.
Redford debió vencer unos cuantos dilemas interiores antes de tomar la decisión de no volver a actuar. Había hecho una penúltima parada reencontrándose con su entrañable Jane Fonda, inmejorable partenaire juvenil de Descalzos en el parque, para compartir Nosotros en la noche (2017), la historia de un romance otoñal estrenada directamente en Netflix. Hasta que finalmente triunfó una vieja convicción suya, ligada a aquélla vocación de artista que siempre estuvo por encima de la de ser actor de cine. Lo que nunca quiso Redford fue ser una estrella. Lo tuvo en claro desde que en 1969, gracias a la consagración cinematográfica que obtuvo con Butch Cassidy, el público comenzó a reconocerlo por la calle y a considerarlo digno de toda clase de admiración. Muchos años después dijo que el antídoto contra todas las tentaciones de la fama pasaba, sencillamente, por no creérsela. Eligió un método de tres pasos para tratar de escaparse de esa jaula de oro. Primero, entender que cualquier persona en esas circunstancias se convierte en un objeto. Segundo, tomar conciencia que es necesario estar alerta para evitar ese riesgo. El tercer paso es poner en acción esa misma conciencia para evitar la tentación definitiva: perderse por completo en esa condición de objeto "y dejar de ser uno mismo". Para completar la operación eligió no tomarse en serio todo lo que le estaba pasando. A demasiados colegas suyos se les había subido la fama a la cabeza. "Eso fue lo que me mantuvo en equilibrio", dijo.
Esa voluntad de resistencia debió ser elevada, porque Redford estaba en mejores condiciones objetivas que cualquier otro actor para disfrutar sin complejos lo que la fama y la popularidad le prometían en esa dorada década de 1970. Tenía toda la estampa del galán que heredaba la gloria de las grandes estrellas de Hollywood, el mejor entrenamiento teatral y artístico, una razonable experiencia en escenarios y sets televisivos, más una intuición natural para darse cuenta hacia dónde tenía que dirigir sus esfuerzos. Lo que concluye en la Argentina el próximo jueves con el estreno de Un ladrón con estilo es el ejemplo perfecto de una carrera actoral construida con el máximo cuidado y un riguroso espíritu de selección. Redford siempre fue minucioso para elegir en qué película aparecer. Hizo muchas y la mayoría de ellas resultaron éxitos, pero en medio de ellos también hubo fracasos resonantes como Havana (1990), una de las muchas películas que hizo con el director que mejor lo conoció y lo entendió, Sydney Pollack.
Después de Butch Cassidy llegó otro éxito colosal como El golpe (1973). Los memoriosos recuerdan que la película estuvo en la Argentina semanas y semanas en cartel, siempre con filas inmensas de gente esperando sacar su entrada. La alianza forjada en ambas películas entre Redford y Paul Newman se hizo indestructible, pero el sueño de los dos amigos de hacer más películas juntos se fue diluyendo. La llegada a Netflix de Emboscada mortal(The Highwaymen), prevista para fines de este mes, recuperó aquélla memoria. Newman y Redford iban originalmente a interpretar a los dos curtidos rangers de Texas asignados a la búsqueda de Bonnie Parker y Clyde Barrow, verdaderas estrellas del robo y el crimen en los furiosos años 30. Hoy esos papeles quedaron en manos de Kevin Costnery y Woody Harrelson.
Guillermo Cabrera Infante recuerda en Cine y sardina que Alfred Hitchcock quería a Redford como protagonista de La noche corta, la película que el maestro del suspenso soñó y nunca pudo hacer después de Trama macabra (1976), su obra final. Iba a ser seguramente otro hito de la mejor década de la carrera de Redford como intérprete, que incluyó sus grandes apariciones en Todos los hombres del presidente (como Bob Woodward, uno de los dos periodistas del Washington Post que destapó el caso Watergate), Nuestros años felices,El gran Gatsby,El candidato, Los tres días del Cóndor y El jinete eléctrico. Esa década comenzó y terminó con lo que la mayoría considera como las dos mejores apariciones de Redford en toda su carrera actoral: el atípico western La ley del talión (1972) y Brubaker (1980), donde interpreta al director de una durísima prisión.
Ese mismo año inició una igualmente extensa y oscilante carrera como director con el Oscar para Gente como uno. Le siguieron El secreto de Milagro (1988), Nada es para siempre (1992), Quiz Show (1994), Leyendas de vida (2001), Leones por corderos (2007), El conspirador (2010) y Causas & consecuencias (2012). En el medio aparece El señor de los caballos (1998), una obra tal vez no tan lograda en términos artísticos, pero elocuente como pocas alrededor de la identidad de Redford. Allí encarna el rol que mejor lo define, el del hombre del Oeste, identificado con un paisaje y una manera de ser. En la vida real, Redford siempre prefirió pasar el tiempo en su propiedad rural de Utah, muy cerca de la ciudad (Park City) en la que instaló lo que muchos consideran su gran legado, el Festival de Cine de Sundance.
Ese es el lugar en el que Redford siempre quiso ser reconocido: un mentor del cine independiente, un self made man que prefiere hacer las cosas por las suyas en vez de depender de las grandes corporaciones que controlan a los estudios, un defensor de las ideas progresistas, del conservacionismo y de la vida al aire libre que no evita el compromiso político pero prefiere quedarse al margen de cualquier propuesta disruptiva. Su vida de atleta y deportista le permitió sobrellevar los desafíos de otra de sus grandes películas como actor, Todo está perdido (2012), en donde encarna a un hombre solo enfrentado al naufragio de su pequeño velero. Los mismos que en ese momento lamentaron que esa portentosa labor no fuese recompensada con una merecida nominación al Oscar se hacen la misma pregunta a propósito de Un ladrón con estilo. ¿Por qué el único reconocimiento que recibió fue una magra nominación al Globo de Oro?
En un punto, esas omisiones habrán aliviado a Redford, cada vez menos dispuesto a cargar las responsabilidades de la fama y de los premios. Prefiere concentrarse ahora que no actuará más en la producción y en la dirección, así como en la defensa de causas y reivindicaciones como las de #MeToo. Sin esconder ninguna de sus arrugas, con sus espléndidos ojos celestes un poco más apagados y una cabellera todavía frondosa que a fuerza de tintura fue virando del blanco al anaranjado, Redford no esconde el paso de los años. Cumplirá 83 años en agosto próximo y piensa seguir plenamente activo, pero a partir de ahora solamente dedicado a la producción y a la dirección.
"La fama no es cómoda –dijo hace un tiempo-, pero uno aprende a convivir con ella. Muy pronto, se quiera o no, uno aprende a usarla con un abrigo, porque está siempre ahí. Pero después desaparece un poco, a medida que uno envejece y pasada de moda, o uno deja de tener eso que hace que la gente suelte un grito de sorpresa al verte. De todos modos, siempre es raro tener a alguien que te mira con la boca abierta". Sin embargo, Robert Redford se encuentra todo el tiempo, como los policías incapaces de reaccionar frente a las elegantes tropelías del ladrón con estilo que encarna en su despedida como actor, con personas que lo miran con la boca abierta y no pueden creer que ese mito viviente les agradezca con una sonrisa plena.
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