Adiós a María Duval, la gran estrella juvenil del cine nacional
Fue de acaso la gran “ingenua” de la época de oro del cine argentino, los años 40, donde trabajó a las órdenes de grandes como Mario Soffici, Luis Saslavsky y Carlos Schlieper, tras lo que dejó el cine para dedicarse a su familia y a tareas solidarias; murió a una semana de cumplir 96 años
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Brilló en la época de oro del cine argentino, fue la gran ingenua de la pantalla nacional y uno de los primeros ídolos juveniles en una senda sólo hoy asimilable a la fama de Lali Espósito o Tini Stoessel, se retiró muy temprano del mundo del espectáculo y estuvo dedicada a la tarea solidaria por décadas durante las cuales todos aquellos que crecieron deslumbrados por su estrella no pudieron olvidarla. La vida de María Duval se apagó ayer a tan sólo ocho días de cumplir 96 años. “Cumplía el martes próximo, le dio una recaída el último mes pero no sufrió, se fue en paz”, declaró uno de sus nietos, Nicolás Grosman a LA NACION.
María Mogilevsky había nacido el 17de mayo de 1926 en Bahía Blanca, donde cursó estudios y tuvo su primer contacto con el mundo del espectáculo en las radios LU2 y LU7 recitando poesía hasta ganar un concurso municipal que, por indicación de su profesora de declamación, hizo que su padre viniera con su familia a Buenos Aires. El padre de María había perdido su empleo y la profesora creía que la jovencita tenía posibilidades de ingresar al mundo del espectáculo y así lo recomendó. No se equivocó.
“‘Ves nena, ese es el Obelisco’, me dijo mi papá caminando por el centro y yo le respondí: ‘No miremos porque se van a dar cuenta que somos de afuera’”, declaró María a este cronista hace varias semanas en su última entrevista. Fue el gran factótum del cine nacional, el periodista Chas de Cruz, quien le consiguió su primer trabajo en Radio Mitre. Luego de finalizado ese contrato prosiguió en la compañía de Narciso Ibáñez Menta en Radio Argentina, prosiguiendo en la senda de Pepita Serrador.
Pero será otra vez Chas de Cruz quien en 1941, con su gran intuición para detectar talentos, la acercará al cine al convocarla para un concurso de nuevas figuras con un jurado que integraron, entre otras, Delia Garcés y Elisa Galvé. María fue una de las ganadoras y así fue como llegó por primera vez a un set de filmación con Canción de cuna, de Gregorio Martínez Sierra, que protagonizaron Catalina Bárcena y Nury Montsé. Su papel era el de una novicia revoltosa y, aunque breve, llamó la atención de los poderosos hermanos Mentasti, que la incluyeron en el elenco de El hermano José, donde fue la hija del gran Pepe Arias. La película de Arturo Momplet la catapultó al estrellato de manera inmediata y en 1942 filmó seis películas: Cada hogar un mundo, de Carlos Borcosque; Su primer baile, de Ernesto Arancibia; Los chicos crecen, de Carlos Hugo Christensen; Incertidumbre, nuevamente con Borcosque; Ceniza al viento, de Luis Saslavsky y, otra vez bajo las órdenes de Christensen, La novia de primavera.
Al año siguiente concreta Cuando florezca el naranjo, de Alberto de Zavalía; Valle Negro, de Carlos Borcosque; y dos papeles que cincelarán su fama: Casi un sueño, de Tito Davison, y el gran éxito de 16 años, con el papel de una adolescente ingenua que presa de la angustia coquetea con la idea del suicidio. “María Duval (…) cumple una labor excelente” dijo entonces el gran crítico Rolando Fustiñana (Roland); “La película, algo apagada en los comienzos, se va afirmando paulatinamente hasta acreditar, en el desenlace fuerte y conmovedor, los aspectos narrativo y estético que la señalan y que confirman las impresiones producidas ya por la dirección de Carlos Hugo Christensen”, dijo al momento de su estreno –un 12 de mayo de 1943, en el cine Broadway- la crítica de LA NACION.
Su trayectoria continúa sin pausas en el mundo del espectáculo hasta 1948 pero en el cine tiene una interrupción en 1944 por la escasez de película virgen para filmar: ese año María no interviene en ninguna película pero si en la obra teatral No es cosa para chicas, del húngaro Ludwig Hirschfeld, en el antiguo teatro San Martín de Esmeralda y Diagonal Norte. Encabeza un elenco que suma los nombres de Roberto Airaldi, Héctor Coire, Nélida Franco y Enrique Roldán que, con dirección de Miguel Mileo, también se transforma en un enorme éxito y crece en una gira que incluyó La Plata, Rosario, Córdoba, Mendoza y Montevideo.
María firmaba autógrafos sin descanso, tanto que luego se enviaron a imprimir fotos con su firma para poder entregar a la legión de fans que estaban pendientes a todos sus movimientos. En 1945 fue Mario Sóffici que la devolvió a un set de filmación con Besos perdidos –una película pensada para el público infantil de entonces pero sin mucha fortuna-, a la que seguirá La honra de los hombres, de Carlos Schlieper y, con el mismo director, otro de sus grandes trabajos para nuestra pantalla como una de las hermanas que quedan huérfanas en Las tres ratas, donde compartió cartel con Mecha Ortiz y Amelia Bence. La producción de Estudios San Miguel tenía un gran elenco con Miguel Faust Rocha, Santiago Gómez Cou, Ricardo Passano, Felisa Mary, Amalia Sánchez Ariño, Floren Delbene y un estreno de los grandes en el cine Ópera de la Avenida Corrientes en un lejano agosto de 1946. Su dramatismo hizo de la calificación que fuera inconveniente para menores de 18 años.
María Duval hizo algunas películas más como Milagro de amor y La senda oscura; y entregó una sucesión de grandes papeles en La serpiente de cascabel (Schlieper, una brillante comedia de la cual algún día un director sagaz hará la remake que merece su leyenda: incluyó los debuts de Analía Gadé, Susana Campos, María Aurelia Bisutti, Norma Giménez y Graciela Lecube). Le siguieron Historia de una mala mujer, donde compartió cartel con la estrella mexicana Dolores del Río (Saslavsky) y Cita en las estrellas (nuevamente con el gran Carlos Schlieper). Pero desde la película de Saslavsky la narrativa de la vida de María Duval había comenzado a escribir otra historia. Estaba de novia con José Grossman, a quien había conocido en 1946, y él la visitó en el set de filmación, situación que la emocionó hasta el punto de tener que parar el rodaje. Y el rodaje se detuvo en 1948 a los 22 años con Cita en las estrellas y El extraño caso de la mujer asesinada que se estrenaron al año siguiente. Duval ya había abandonado el mundo del cine por amor.
Se casó, tuvo tres hijos, una infinidad de nietos y bisnietos y las obras se convirtieron en obras de beneficencia como voluntaria del Hospital Israelita. Su carrera fue retratada en el documental de Alberto Freinquel, Casi un sueño (la vida de María Duval). “Es muy triste comprobarlo porque era una mujer tan grata, tan sencilla, tan simple y siempre de tan buen humor. Lo hace difícil para su familia antes que nada, pero para uno que ha tenido estas imágenes desde tan chico y ha sido privilegiado en el trato con ella es muy difícil. Sobre todo por eso, por haber sido una mujer que en diez años hizo 21 películas y luego se dedicó a su familia y cuando evocó ese pasado lo hizo con sencillez, con sorpresa, con algo como nuevo. Quisiera retener para siempre ese recuerdo y esa amistad”, declaró al conocerse la noticia el realizador Oscar Barney Finn, amigo personal de la actriz.
Retirada del mundo del espectáculo, sin embargo, no era olvidada por aquellas jovencitas que seguían sus tragedias o enredos adolescentes en la pantalla grande y por el halo de estrella que nunca la abandonó. Así retornó para diversos homenajes como en 1981 cuando recibió la Cámara Pathé del Museo del Cine, en 1995 el Premio San Gabriel; a instancias del periodista Guillermo Álamo recibió el premio Cóndor en 2001 y del Festival de Mar del Plata, un homenaje en la sección La mujer y el cine. El Senado de la Nación la homenajeó, al igual que los premios Podestá. En 2007 volvió a pisar el escenario donde había debutado en su Bahía Blanca natal, para recibir en el Teatro Municipal la declaración de ciudadana ilustre.
María Duval era ya bisabuela pero volvía a tener ante el público esa sonrisa chispeante que la había convertido en una gloria juvenil de nuestro cine. Ya no era actriz, pero nunca había dejado de ser una estrella.
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