Adiós a Eric Rohmer, el poeta de lo cotidiano
El director de Mi noche con Maud murió ayer
"Es mucho más interesante suscitar lo invisible a partir de lo visible que intentar en vano visualizar lo invisible", decía hace mucho tiempo Eric Rohmer, el admirable realizador francés fallecido ayer, a los 89 años, en París. "Murió por la mañana, mientras dormía", anunció Margaret Menegoz, presidenta de Les Films du Losange, la casa productora que el creador de La coleccionista (1967), Mi noche con Maud (1969), El rayo verde (1986) y Cuento de otoño (1998), entre muchos otros títulos, había fundado en los años 60.
Austero, sabio, mesurado, culto, este ex crítico y ensayista de Cahiers du c inéma, cómplice de la nouvelle vague y creador de varias decenas de estupendas películas, supo ser fiel a sus propias ideas y aun en los años altos siguió sorprendiendo de vez en cuando con el ímpetu juvenil y la vitalidad renovada que sabía volcar en sus obras. Todas impecables, todas con el sello personal que les impone una refinada concepción estética y moral que rehúye las definiciones. Todas parecidas entre sí, tal vez, pero con pequeñas, sutiles variaciones que sabía ir deslizando en cada una.
Convencido de que la realidad tal como es siempre será más hermosa que un film, Rohmer sostenía que al cine sólo le queda la posibilidad de mostrar esa realidad. (Gracias a su capacidad de reproducir lo que ve, exacta e ingenuamente, la cámara puede percibirla mejor que el ojo, subrayaba.) "La imagen no está hecha para significar, sino para mostrar; su papel no es decir que alguien es algo, sino mostrar cómo es, lo que resulta infinitamente más difícil." Para significar, añadía, existe un instrumento excelente: el lenguaje hablado.
Nunca es fácil determinar dónde reside la singularidad (y el encanto) de sus films. En ellos, se sabe, hay gente que conversa acerca de lo que siente y piensa: habla de sus gustos, de sus deseos, de sus convicciones, de la moral, del arte y del amor, al mismo tiempo que experimenta el gusto de la palabra como vehículo del coqueteo y de la seducción. Esas largas conversaciones suelen tener la apariencia de una charla natural, ligera y cotidiana. Como las de la vida real, puede sonar tediosa, trivial o apasionante. Pero también puede ser reveladora: no sólo del íntimo sentimiento de los personajes, sino del propio programa expresivo del autor en su búsqueda de la verdad y de la belleza. Rohmer sabía ver la poesía de lo cotidiano.
Ya que no pueden mostrarse sino comportamientos y que el hombre únicamente se define mediante sus acciones, "el genio del cine reside en la posibilidad de ir más allá de ese límite y descubrir otra cosa". Ahí están para ilustrarlo aquellas Comedias y Proverbios , que incluían delicias poéticas como Paulina en la playa, El rayo verde y Las noches de luna llena , o los seis cuentos morales que, a fines de los años sesenta y comienzos de los setenta, hicieron conocido su nombre y alcanzaron singular repercusión en nuestro medio. (¿Quién no recuerda las apasionantes charlas de Jean-Louis Trintignant y Françoise Fabian sobre la moral y el matrimonio, y la tensión erótica que se percibía bajo la superficie de Mi noche con Maud ?) Quizá nunca haya ido más allá en esa indagación a partir de una mirada objetiva que en algunos de sus films relativamente más recientes, como su formidable serie de los Cuentos de las cuatro estaciones (de los años 90) o Triple traición , su penúltima película.
Reservado
Era el más reservado de los cineastas franceses, un hombre que no quería posar para fotos porque consideraba que "la obra es más importante que la persona" y que mantuvo su vida personal tan a resguardo de la prensa que ni siquiera puede precisarse si nació el 21 de marzo o el 4 de abril de 1920 (nunca confirmó una versión u otra) en Tulle, provincia de Corrèze, en el centro de Francia. Se sabe, sí, que pertenecía a una familia alsaciana y también pudo establecerse después de mucha investigación que su verdadero nombre era Jean-Marie Maurice Schérer. Las razones por las cuales adoptó el seudónimo tampoco están claras. Presumen algunos que fue para distanciarse de su hermano René, izquierdista y militante de la causa homosexual; otros, que lo hizo para ocultar a su familia, en especial a su madre, la conversión del honorable profesor de letras en profesional del siempre sospechoso arte cinematográfico.
Parte del clan formado en la Cinemateca Francesa de Henri Langlois, Rohmer fue uno de los que revolucionó -con el padrinazgo del crítico André Bazin- la manera de ver (y luego de hacer) cine, primero con la política de los autores que reivindicó principalmente en Cahiers du c inéma a grandes directores de Hollywood (Hawks, Ford, Hitchcock, Ray), y más tarde con las películas de la nouvelle vague que firmaban Truffaut, Godard, Rivette, Chabrol o Resnais. Antes, Eric Rohmer había estudiado filosofía y letras y ejercido la crítica cinematográfica en publicaciones, como La Revue du Cinéma o Les Temps Modernes . Se había interesado en el cine en sus tiempos de estudiante, cuando lo entusiasmaron ciertos films europeos ( El muelle de las brumas ) o norteamericanos, especialmente Capra y Lo que sucedió aquella noche . Pero sólo después de la guerra tuvo oportunidad de estudiar el cine mudo, la producción alemana, la soviética, Keaton y Murnau. Mientras, daba clases de literatura.
Su primer film, El signo del león (1959), quedó vinculado con la nouvelle vague . Sin embargo, más austero y discreto, debió esperar largos años antes de que se lo equiparara al nivel de Truffaut, Godard o de Chabrol.
Su cine está más cerca de una concepción clásica que lo emparienta con la universalidad que de las vanguardias efímeras. "He buscado siempre -decía- hacer cosas que resistieran al tiempo... Los artistas que están demasiado ligados a las corrientes de su tiempo son modernos por un breve período; sus films pasan de moda." Los suyos, claro, no corren ese peligro.
lanacionarTemas
Más leídas de Cine
En Netflix. Parque Lezama llegará al cine de la mano de Campanella y con los protagonistas del éxito teatral
Con ojos norteamericanos. Gaucho gaucho es un atípico acercamiento a la vida rural en el Norte argentino
Hugh Grant, en su veta más malévola. El actor es lo mejor de este film de suspenso entretenido y bien realizado