Aunque fue muchas veces atacado por la crítica, el actor, que comenzó haciendo rutinas de stand-up en clubes pero en los últimos años demostró su versatilidad más allá de la comedia, no deja de confirmarse como uno de los favoritos del público
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El estreno de El astronauta, en Netflix, es la excusa para que numerosos medios insistan con eso que “Adam Sandler también puede hacer drama”, una afirmación perezosa que no solo relativiza el talento de ese actor, sino que también desprecia al humor como género (“morir es fácil, lo difícil es hacer comedia”, reza un dicho que Jack Lemmon repitió en alguna oportunidad). Y si bien es innegable que su popularidad se debe a su don vinculado a la comedia, Sandler nunca dejó ni dejará de recorrer distintos géneros, en el marco de una trayectoria que le valió el apoyo incondicional de un público que lo sigue con total fidelidad.
La infancia de Adam Sandler no fue demasiado distinta a la de cualquier niño que se crió junto con su familia. El futuro actor nació en Brooklyn el 9 de septiembre de 1966, hijo de Stanley, un ingeniero eléctrico, y Judy, una maestra de guardería. El amor familiar era pleno, y en una nota Adam aseguró que fue criado “por una madre que todos los días le decía que era alguien muy especial”. A pesar de eso, el joven solía fastidiarse con el mal humor que caracterizaba a su papá. Con el objetivo de cambiarle su ánimo, el niño intentaba hacerlo reír y le hacía toda clase de chistes. En esos momentos de comedia improvisada, Sandler demostraba un talento natural que pasaba desapercibido frente a su gran amor: jugar al básquet todo el tiempo que pudiera. Pero la comedia, irremediablemente, terminó por imponerse.
Durante su estadía en la universidad, Sandler tomó consciencia de su facilidad para el humor y comenzó a escribir algunos monólogos que presentaba en pequeños clubes de comedia. “La única razón por la que empecé a hacer stand up, fue porque mi hermano me dijo que lo hiciera. No tenía ni idea de qué quería hacer con mi vida y, cuando a los 17 años mi hermano vio a un tipo haciendo comedia, me aseguró que yo también podía hacer eso”, reconoció sobre sus inicios profesionales. Poco a poco, sus rutinas de stand up ganaron popularidad y el humorista Dennis Miller estuvo entre el público en uno de esos modestos shows. Miller detectó en él algo distinto y le dijo a Lorne Michaels, productor y creador de Saturday Night Live, que debía conocer a ese tal Sandler. Poco tiempo después, Adam se integró a las filas de SNL, el ciclo televisivo de comedia más importante de Estados Unidos.
Cuando debutó en Saturday Night Live, en 1990, Sandler demostró un talento arrollador para la comedia y su fama se disparó a nivel nacional. Personajes como Opera Man, Cajun Man, o el brillante sketch “The Denisse Show” lo consagraron como uno de los mejores comediantes de su generación. Sin embargo, todo terminó de forma inesperada, cuando él y su amigo Chris Farley fueron despedidos, en 1995. El por qué de esa decisión es un misterio. Algunas versiones aseguran que simplemente los productores ya no estaban satisfechos con sus propuestas, mientras otros apuntan que las constantes bromas de Sandler eran motivo de distracciones y enojos en los rodajes. Claro que lejos de ver su carrera terminada, ese adiós marcó un punto de rotundo crecimiento para el actor.
El cine, una primera frontera
Despedirse (o mejor dicho, que lo despidieran) de Saturday Night Live, le permitió a Sandler focalizarse en una posible carrera en cine. En 1995 y 1996, Billy Madison y Happy Gilmore fueron dos títulos que le cosecharon una sólida popularidad, y le permitieron ganarse una discreta fama en otros países en los que no se emitía SNL. En 1998, Sandler protagonizó con quien es su mejor compañera de ruta, Drew Barrymore, El cantante de bodas, una aceitada comedia romántica que reivindica con honestidad cierta sensibilidad ochentosa. Y gracias a la inmejorable química entre ambos protagonistas, el largometraje alcanza inesperadas cuotas de emocionalidad. En ese film, Sandler despliega su capacidad para hacer reír, pero también para tocar fibras de mayor sensibilidad, demostrando una ductilidad sorprendente. A partir de ahí, el actor comienza a desplegar ideas que serían muy características de su cine, como los ataques de ira, la inocencia como cuna del humor salvaje, pero también la construcción de héroes de gran nobleza. Y con el estreno de Un papá genial, él alcanza su primer gran éxito de taquilla.
La historia de Sonny Koufax, un inmaduro que adopta a un niño convencido que eso le servirá para demostrarle a su expareja que él es alguien confiable, es una afilada comedia que una vez más, demuestra la facilidad de Sandler para maniobrar a través de diversos registros, yendo de la comedia física, pasando por el humor anárquico y hasta llegar a una sensiblería cursi pero efectiva. Se trata de una película familiar perfecta, en la que Sandler le es fiel a su propia esencia de chistes escatológicos, conocimiento de la cultura popular y una peculiar forma de comprender las humanas.
Para ese entonces, los largometrajes de Sandler llevaban acumuladas ganancias por más de 400 millones de dólares solo en los Estados Unidos, una cifra que lo posicionó como el firme capitán de un recambio generacional de comediantes.
Por otros veintidós años más
Rob Schneider, íntimo amigo de Sandler, quiso presentarle a una actriz y modelo, llamada Jackie Titone. El actor estaba haciendo entrevistas para elegir actrices en Un papá genial e inmediatamente quedó flechado por la mujer. Poco después, ambos comenzaron una relación. Practicante de la religión judía, Adam le pidió a Jackie que se convirtiera al judaísmo para casarse con él, y ella aceptó. De esa manera, la pareja celebró su boda en 2003, a tan solo cuatro años de su primera cita. En 2006 llegó la pequeña Sadie Madison Sandler, y en 2008 nació la segunda hija de ambos, Sunny Madeline Sandler. Por esos años, el actor expresó: “Creo que estoy haciéndome adulto, porque ya tengo hijas. Pero la verdad es que no me siento como alguien grande”. Y esa idea de mantener una sensibilidad humorística, de travesuras más propias de la niñez que de una típica vida adulta, le permitió a Sandler continuar una fructífera carrera profesional.
Aunque la familia Sandler mantiene su vida muy lejos de los focos de Hollywood, el actor se apoya mucho en sus hijas y en su esposa, de cara a su vida laboral. Jackie lo acompaña en muchos de sus proyectos y sus hijas incluso llegaron a actuar en sus películas. “Hace 22 años nos miramos a los ojos y nos enamoramos”, le dijo Sandler a su esposa en un posteo en redes sociales, y en tono romántico agregó: “No veo la hora de cumplir otros 22 años juntos. Te amo, mi eterna chica”.
Un carrera hacia el espacio
A partir de 2000, Sandler comenzó una seguidilla de comedias que protagonizó, produjo y en algunos casos, hasta escribió. El hijo del diablo, Locos de ira, La herencia de Mr. Deeds, Spanglish, Como si fuera la primera vez (otra brillante pieza con Drew Barrymore) y No te metas con Zohan eran títulos arrolladores en la taquilla, y Sandler parecía inmune a cualquier fracaso. Y si bien sus éxitos se multiplicaban, una parte de la crítica no dejaba de golpearlo, considerando sus comedias burdas e insípidas, una lectura equivocada proveniente de un sector incapaz de comprender ese ingenio y la mirada rabiosamente contemporánea de sus películas.
En 2000, el director Paul Thomas Anderson (responsable de Boogie NIghts), ve el sketch de “The Denisse Show” y concluye que Sandler es el protagonista perfecto para Embriagado de amor, un drama sobre un hombre atravesado por una caos de impulsos emocionales. Ese rol le permitió a Sandler acercarse por primera vez a un drama, una decisión que le valió la atención de un público que lo miraba de reojo. Y con esa película, él abrió una segunda rama de su carrera conformada por dramas que lo llevaron a personificar hombres de psicologías de enorme complejidad. En 2009, su protagónico en Siempre hay tiempo para reír, le significó numerosos elogios y lo ratificó como un intérprete capaz de combinar drama y humor de forma fluida. En ese aspecto, su amigo Dana Carvey dijo sobre él: “Eso es algo maravilloso de Adam: puede ser realmente bobo, pero no por eso tiene miedo de ir hacia lugares más emocionales y serios”.
Durante los últimos años, Sandler creció notablemente no solo como actor, sino también como productor y como cabeza de sus films. En 2014, cerró un convenio de exclusividad con Netflix, para estrenar sus nuevos proyectos en la plataforma streaming. Inicialmente el contrato fue por cuatro películas, pero en 2017 y en 2020, renovó dicha exclusividad. De ese modo, el intérprete se permitió en los últimos años navegar por toda clase de largometrajes, algunos animados como Leo, comedias netamentemente Sandlerianas como Misterio a bordo o Los doble vida, y otros proyectos más cercanos al drama como Diamantes en bruto o Los Meyerowitz, piezas de autor a las que Sandler supo agregarle sus propios condimentos. Y en esa misma línea, hoy llega Spaceman a Netflix, una épica que le supone uno de sus mayores retos actorales, al retratar a un astronauta embarcado en una misión solitaria.
A pocos años de cumplir los 60, Adam Sandler representa un impacto cultural que sobrepasa la pantalla, él es una marca en sí mismo y alguien capaz de desarrollar una mirada autoral a pesar de no haber dirigido nunca una película. Por su estilo interpretativo (que excede los límites del género en el que le toque trabajar) y por la conexión inmediata que logró con varias generaciones de fans, Sandler es uno de los mayores fenómenos del Hollywood actual.
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