En una entrevista exclusiva con LA NACION, el realizador habló sobre su film nominado al Oscar y por qué tardó 14 años en llevarse a cabo
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Habla como escribe. En veinte minutos, Aaron Sorkin, desde su ventana de Zoom, no solo responde preguntas, también cuenta historias. La verborragia que invade con maestría su obra como guionista y como creador de enormes series televisivas como Sports Night, The West Wing, Studio 60 on the Sunset Strip y The Newsroom tampoco se ausenta en la entrevista exclusiva que le brindó a LA NACION, al poco tiempo de que se anunciaran las nominaciones al Oscar 2021, y unos días antes de recibir el galardón máximo en los SAG, los premios del Sindicato de Actores.
Su segundo largometraje -el primero, también una biopic, fue el menos logrado Apuesta maestra-, El juicio de los 7 de Chicago, aspira a llevarse 6 estatuillas la noche del domingo 25, incluyendo la de mejor película, mejor guion (galardón que ya obtuvo por Red social), edición, y mejor actor de reparto (Sacha Baron Cohen). El film se centra en el conflicto legal que debieron enfrentar un grupo de activistas acusados de conspiración, incitación a los disturbios y otros cargos vinculados a las protestas contra la guerra de Vietnam acontecidas en Chicago, Illinois, en el marco de la Convención Nacional Demócrata de 1968.
Sin embargo, no sería una obra de Sorkin si se tratara exclusivamente sobre eso. Ese adverbio colisiona con su estilo narrativo. El juicio de los 7 de Chicago es, también, un drama “en un tribunal”, como su director lo describe, con reminiscencias a los ágiles intercambios de Cuestión de honor, donde ya empezaba a percibirse su dominio del género. Por otro lado, su film nominado al Oscar se construye en la rivalidad entre dos hombres hermanados por la causa, Tom Hayden (Eddie Redmayne) y Abbie Hoffman (Baron Cohen), quienes a su vez chocan en los modos de protesta. Cuando se le pregunta por Hayden, a quien llegó a conocer, Sorkin se emociona. “Fui un afortunado”, asegura al recordar las pocas pero intensas charlas que compartieron tiempo antes de la muerte del activista.
Esos tres ejes en los que se mueve El juicio de los 7 de Chicago es el resultado de una estructura que se fue desarrollando con el tiempo, desde el momento en el que Steven Spielberg le propuso escribir el guion, así como también es el espejo de otros guiones de su autoría como Mi querido presidente, El juego de la fortuna, Steve Jobs y, claro, Red social, un texto magistral para el film de David Fincher que revela que Sorkin no está interesado en lo tradicional sino en la búsqueda de lo atemporal.
Su filmografía como guionista y realizador podrá tomar figuras y eventos específicos, pero en ese walk and talk fundacional yacen temáticas universales: el amor puesto a prueba por el trabajo, el antihéroe que aparece para cambiar paradigmas, el quiebre de la relación entre un padre y su hija, y la necesidad de pertenecer. Billy Beane, Steve Jobs, Mark Zuckerberg... para Sorkin los nombres no importan tanto, más bien son figuras que se van entrelazando en su obra, una en la cual, desde The West Wing en adelante, se fue forjando por diferentes duplas, accionando en micromundos donde no hay tiempo para el silencio y donde las decisiones se toman en movimiento: chocando copas con appletinis, caminando por pasillos, o marchando hacia un escenario en el que una palabra de más desata el caos. Y nada le gusta tanto a Sorkin -ni nada sabe hacer mejor- que darle un orden a ese caos.
-¿Cómo estás viviendo la temporada de premios con una película que tardó 14 años en realizarse?
-Lo vivo sintiendo que esos catorce años valieron la pena. Estoy muy feliz y orgulloso de que la película haya obtenido el éxito y las nominaciones que obtuvo de diferentes grupos, especialmente de la Academia. Estoy muy emocionado con los reconocimientos individuales de quienes trabajaron en el film, pero más que nada de la nominación a mejor película porque abarca a todo el grupo.
"Empecé a escribir diálogos una noche a los 21 años, me quedé despierto toda la noche, y siento que esa noche no terminó nunca"
-¿Cómo fue el proceso de decidir ‘bueno, ya es hora de poner esta película en marcha’ justo cuando Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos?
-Lo hablé mucho con Steven Spielberg, quien sintió que ese era el momento ideal para comenzar el rodaje. En 2006, fue él quien me invitó a su casa un sábado a la mañana, lo cual, para que quede claro, no es habitual: no suelo compartir sábados con Steven Spielberg (risas). Me dijo que quería hacer una película sobre “los 7 de Chicago”, le dije que cuente conmigo, que la idea era buenísima, que me encantaba, y ni bien salí de la casa lo llamé a mi padre para preguntarle quiénes eran “los 7 de Chicago” (risas).
Tuve que aprender muchísimo sobre el tema, había una docena de libros al respecto, algunos escritos por los acusados, además de la transcripción de todo el juicio. Pero más que nada, la oportunidad que se me presentó fue la de poder pasar tiempo con Tom Hayden, quien falleció en 2016. En estos 14 años escribí muchísimos borradores, no para reflejar lo que estaba sucediendo en el mundo, sino para hacer el trabajo que hubiese hecho cualquiera en mi posición: ir mejorando el guion que tenía.
-Después el film pasó por muchos directores...
-Sí, fue de director a director, y siempre había un problema que era el presupuesto, nunca había suficiente dinero como para hacer una película como El juicio de los 7 Chicago porque no es una película de Marvel. Por eso, cada vez que un realizador se encontraba con el proceso de rodaje, se topaba con muchos impedimentos y todo volvía a cero. Pero cuando Trump fue elegido presidente, empezaron las protestas y él se sentía nostálgico y hablaba de las épocas en las que se podía sacar a la gente a empujones, o en las que se podía pegarle a quienes marchaban en su contra. Steven vio eso y me dijo: “Es ahora el momento de retomar la película”, y a esa altura yo ya había dirigido Apuesta maestra, un film que a él le había gustado, entonces sintió que podía dirigir El juicio de los 7 de Chicago.
-Entonces sentís que la película se filmó en el contexto justo, a causa de Donald Trump...
-Sí, absolutamente, la película era relevante cuando la filmamos, pero el año pasado, con los asesinatos de George Floyd y Breonna Taylor, empezaron a haber muchas protestas, la gente salió a las calles como lo había hecho en 1968 y se volvió más relevante todavía.
-Hay un denominador común en tus guiones que es la capacidad de volver contemporáneos hechos asociados a una determinada época: Red social es más que la película de Facebook, es una historia shakesperiana sobre la traición; Mi querido presidente es una comedia romántica solo que el novio es un jefe de Estado; y ahora con El juicio de los 7 de Chicago sucede lo mismo. ¿Cómo escribís para que tus textos no pierdan relevancia y resistan el paso del tiempo?
-Muchas gracias por decir eso. En el caso de El juicio de los 7 de Chicago, desde el comienzo, quise que sea una película sobre el presente y no sobre 1968, pero obviamente nunca nos imaginamos cuán contemporánea iba a terminar siendo. Siempre tratás de encontrar esa elemento, ya sea como hice en Red social como en El juicio..., que resuene en el ahora, una razón para contar la historia para que no sea una lección de historia, o un viaje escolar a un museo, o una entrada de Wikipedia dramatizada. Entonces, buscás lo relevante y empezás a subrayar ese aspecto y vas llevando lentamente el foco hacia ese lugar.
-Con Steve Jobs sucede algo similar, la relación padre-hija pasa a ser lo atemporal. ¿Para El juicio de los 7 de Chicago siempre quisiste estructurar el guion con tres aristas: las escenas del juicio, la protesta en sí misma, y el vínculo entre Tom y Abbie que remite al de Mark y Eduardo en Red social?
-Sí, después de toda la investigación que hice que llevó mucho tiempo, llegó el período de caminar sobre las paredes, de no saber qué hacer con lo que tenía. Es decir, tenía todos los hechos, pero faltaba responder la pregunta de qué historia quería contar, que es algo muy común: el clásico ¿qué es lo que quiero decir? Como vos mencionaste, la película se organizó alrededor de tres historias: el drama en el tribunal, la evolución de la marcha, y el conflicto entre Tom y Abbie. Ellos estaban del mismo lado, pero no soportaban, y cada uno sentía que el otro le estaba haciendo mucho daño a la causa por la que luchaban. Eso fue algo que pude escribir gracias a mis charlas con Hayden, no pude haberlo obtenido de ninguno de los libros sobre el tema, así que fui muy afortunado en ese aspecto.
-¿Se reunían frecuentemente?
-Me hubiese encantado una mayor frecuencia en las charlas, pero en el momento en que pasé tiempo con él lo que recuerdo y esto es algo muy común que me pasó también al leer sobre Steve Jobs, es que no sabía muy bien qué preguntas hacerle. No sabía qué estaba buscando, así que tuve que empezar a seguir cosas que él me estaba diciendo de manera directa o de un modo en el que yo tenía que percibir que había algo más detrás de eso. Y lo que percibí sin que me hablara tanto al respecto era lo que sentía por Abbie. Él nunca pudo darle un cierre a esa relación, él sentía que Abbie había obtenido mucho crédito o que por momentos había dañado la causa, pero yo tampoco quería entrar en eso, no quería abordar a Tom como una persona resentida, porque no era el caso. Entonces, lo que vi fue la historia de dos hermanos del mismo bando, del bando correcto, pero con un conflicto latente. Eso se presentó en mi cabeza y me puse a trabajar de inmediato en ello.
-¿Cómo fue compartir esta temporada de premios con David Fincher? ¿Hablan regularmente?
-Hablamos mucho con David sí, yo siento que somos como dos jugadores de golf que estamos en ligas completamente diferentes. David Fincher juega un juego absolutamente distinto, está en otro nivel, es un realizador tan extraordinario que me abruma, así que lo que me resta a mí por hacer es sentarme y admirar lo que hace. El hecho de que mi nombre aparezca en una de sus películas es algo que nunca voy a superar.
-Hablaste varias veces sobre tus problemas para comunicarte cuando eras adolescente y cómo eso derivó en tu inclinación hacia la escritura; ¿cuándo empezaste a escribir y por qué motivo?
-Tenía 21 años cuando escribí por placer por primera vez. Previamente, era una tarea que tenía que hacer para el colegio y nada más. Luego empecé a escribir diálogos. La primera vez fue un viernes a la noche, en circunstancias extrañas, toda la gente que conocía a esa edad estaba en una fiesta a la que no me habían invitado. Tenía dos dólares en el bolsillo, la televisión no funcionaba, el equipo de música tampoco. Estaba en un departamento muy pequeño en el que solo me podía entretener con una máquina de escribir vieja que estaba ahí. Empecé a escribir diálogo tras diálogo, me quedé despierto toda la noche, y siento que esa noche no terminó nunca.
-¿Ya empezaste el rodaje de Being the Ricardos [la biopic sobre Lucille Ball y Desi Arnaz]? ¿Te sentís cómodo como director de biopics?
-Sí, ya empezamos el rodaje, es sobre la relación entre Lucille y Desi. Respecto de las biopics, me sucede algo extraño: no me siento necesariamente cómodo en el género, lo que me pasa es que trato de correrme de la biopic que se estructura de manera tradicional, como hablábamos sobre Steve Jobs. No me gusta escribir pensando “y ahora pasa esto, y después sucedió esto otro, y así, y así”, no me interesa para nada esa sucesión. En cuanto a Being the Ricardos, quería focalizar en una semana de rodaje de Yo amo a Lucy, en las lecturas del guion, y en toda la tensión que había en el ambiente.
El juicio de los 7 de Chicago está disponible en Netflix.
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