A veinte años de Star Wars: Episodio 1, la amenaza fantasma, qué fue lo mejor y lo peor del film
Cuando finalizó la trilogía original de Star Wars, estrenada entre 1977 y 1983, el público se encontró ávido de nuevas historias no solo de los Skywalker, sino también de ese universo que era una fuente inagotable de relatos. En los años posteriores, George Lucas comentó en varias entrevistas que su deseo era desarrollar el pasado de Anakin y cómo ese niño había llegado a convertirse en Darth Vader.
Tuvo que pasar poco más de una década y media hasta que, en 1999, llegó a las salas Episodio I: La amenaza fantasma, el primer capítulo de un nuevo tríptico. Pero contra todos los pronósticos, ese paso inicial fue rechazado por un amplio sector de los fans y del público general. Por ese motivo, y a veinte años de su estreno, repasamos aciertos y errores de un largometraje que aún hoy despierta intensas pasiones.
Los caballeros Jedi en su apogeo
Una de las mayores deudas de la primera trilogía era la de mostrar a los Jedi en su momento de máximo esplendor. En los films clásicos, esos nobles guerreros eran una raza extinguida, hasta que la llegada de Luke (Mark Hamill) marcaba un posible resurgir de esos caballeros. En el breve tiempo que aparecía en Episodio IV, Obi Wan Kenobi (Alec Guinness) recordaba una vieja época en la que esos guerreros gozaban de respeto y prestigio, luchando incansablemente para que el lado oscuro no inclinara la balanza a su favor. Siguiendo esa lógica, Episodio I debía permitir, por primera vez en pantalla grande, sumergir al espectador en ese pasado glorioso, un objetivo que se logró pero solo a medias.
Por un lado la película cumple en mostrar una etapa de prosperidad en la galaxia, con naves elegantes y lujosos palacios. El senado, sin ir más lejos, se aprecia como un organismo poblado de miles de civilizaciones sofisticadas. Lejos de las naves sucias y los planetas derrumbados que tanto se vieron en la trilogía original, aquí la sensación de estar frente a una comunidad de avanzada es evidente. Sin embargo, y más allá de la escena del Consejo, se nota la ausencia de una mayor cantidad de Jedis. Qui- Gon Jinn (Liam Neeson) y Obi Wan Kenobi (Ewan McGregor) son los únicos caballeros que tienen peso en la historia, y eso deja sabor a poco.
Un punto a favor, que sí marcó la diferencia con respecto a los estáticos duelos de las películas originales, es que en Episodio I los enfrentamientos a golpe de sable laser son de una gran espectacularidad, y su dinamismo es uno de los mayores logros. A pesar de eso, el que haya más batallas entre Jedis es uno de los casilleros pendientes del film. Por suerte, Lucas rápidamente tomó nota y lo corrigió en Episodio II, cuya último tramo muestra una imponente guerra que los fans estaban ansiosos por ver.
La llegada de Anakin
Mientras proyectaba la historia del Jedi que se convirtió en el villano más grande de la galaxia, Lucas dio varias vueltas. El público seguía de cerca las pistas que el director dejaba en sus entrevistas, aunque esos indicios muchas veces solo servían para marearse aún más. Y los presuntos planes originales, que comenzaban la saga con el futuro Darth Vader en su etapa adolescente, pronto fueron modificados para mostrarlo desde su más tierna niñez.
En el largometraje, la trama lleva a los protagonistas a Tatooine, un planeta olvidado en un rincón de la galaxia (y en el que también comenzaría la saga de Luke, muchos años después). En ese lugar, Quin Gon se encuentra a Anakin (Jake Lloyd) y percibe que la Fuerza es fuerte en el niño, motivo por el que decide entrenarlo. Pero durante el extenso tramo de relato que transcurre en ese planeta, la historia pisa tierra resbaladiza, pierde el control y muerde la banquina. Si bien algunas escenas sí logran conmover (la despedida entre Anakin y su mamá, por ejemplo), la sensación que deja Tatooine es que Lucas no pudo construir un origen lo suficientemente rico para su gran personaje.
Por otra parte, y aunque esto se dijo numerosas veces, es imposible no destacar la falta de solvencia por parte de Lloyd en su rol. Por último, quien se llevó la peor parte en todo esto fue Natalie Portman, que rema en aguas turbias con tal de lograr algo de química con el niño (un karma con el que la actriz volvería a cargar en las dos secuelas, cuando al mismo personaje lo interpretara Hayden Christensen,otro actor con una baja calidad interpretativa).
Y como si todo esto no fuera suficiente, aún falta mencionar la célebre carrera de vainas, una estiradísima subtrama que se come casi un veinte por ciento de la película. La secuencia resulta tediosa y no logra impacto alguno, siendo otra razón por la cual la infancia de Vader quedó en el imaginario de la cinefilia como uno de los tragos más amargos de Episodio I.
La trama política
Como es regla en los films de La guerra de las galaxias, Episodio I comienza con un texto que pone al espectador en situación. Allí se explica brevemente que la Federación de Comercio está trabando un embargo sobre Naboo, una decisión que llevaba a dos caballeros Jedi en misión diplomática. Luego se revela que detrás de esa decisión se encuentra la mano del Emperador (Ian McDiarmid), quien busca desestabilizar el orden social galáctico. Y la pregunta del millón entonces es la siguiente: ¿es relevante el conflicto político para la trama? ¡Claro que no! Por alguna razón, George Lucas tuvo ganas de adelantarse a House of Cards en un film que no necesitaba de una capa de thriller político para cautivar a la audiencia. Porque los millones de espectadores que fueron a ver Episodio I, lo hicieron porque deseaban profundamente reencontrarse con el mundo de los Jedi, quienes son el verdadero motor y corazón del relato.
Cuando Lucas escribió y creó las películas originales, lo hizo mirando los viejos seriales de aventura. Por eso es que Episodio I se siente como una traición a su propio espíritu, porque el realizador no confió en el atractivo de sus héroes, y enmarcó la aventura dentro de una trama política que, a fin de cuentas, solo era una excusa poco elaborada para dar pie a la acción.
Un villano sin peso
El nacimiento de Darth Vader le dio a la ciencia ficción uno de sus más grandes villanos. En solo tres films, el caballero de la armadura negra pasó de ser un enemigo chato, a un personaje complejo, dueño de un sinfín de luchas intestinas que lo llevaron a un camino de expiación. Rápidamente se ganó un lugar de privilegio en la cultura popular y redefinió a los malvados del cine. Por ese motivo, resulta inexplicable la ausencia de un enemigo sólido en Episodio I.
Así como la intención en La amenaza fantasma era contar la infancia de Vader, también se ven los incipientes embates de Palpatine contra los Jedi, y cómo teje complots desde la sombras. Con los dos grandes villanos dando sus primeros pasos, a quien le queda la difícil tarea de ser la gran amenaza de la historia, es a Darth Maul (Ray Park). Al momento de la promoción del largometraje, el señor Sith adornaba remeras, vasos y afiches. Con un diseño feroz y un atractivo sable láser doble, este personaje pronto enamoró al público. Lamentablemente, su rol no estuvo a la altura de las expectativas, y a lo largo de los 140 minutos que dura el film, no tuvo ningún tipo de desarrollo. Por ese motivo Darth Maul es un villano que le permite a los Jedi protagonizar una vistosa batalla final, pero que termina por ser una oportunidad desaprovechada en términos de crear una amenaza que pudiera trascender a esta película (su posterior desarrollo en series de televisión y cómics, en ese sentido, le hicieron justicia).
George Lucas en transición
En los dos films posteriores, Lucas corrigió la mayoría de sus errores, y encontró un camino más aceitado. El conde Dooku (Christopher Lee) y luego Darh Sidious se convirtieron en rivales de mucho peso, la comedia perdió presencia, el acento volvió a estar puesto en la aventura y hubo una generosa cantidad de batallas entre caballeros Jedi (sin mencionar el duelo de Yoda, un caricia al corazón de los fans veteranos). Claro que viendo la mitad vacía del vaso, esas dos películas también marcaron un intenso affaire de Lucas con los efectos digitales, una relación que también despertó no pocas discusiones.
Más allá de sus pasos en falso, Episodio 1 es recordada por muchos fans con un inmenso cariño. Para muchas generaciones, La amenaza fantasma fue la primera posibilidad de ver un título de Star Wars en cine, y vivir por primera vez el estreno de una saga que parecía anclada en la generación VHS. Y contra el amor de ese recuerdo, no hay baches argumentales que puedan hacer sombra. Porque, a fin de cuentas, ese es el mérito de Lucas: conquistar a su público desde un lugar plenamente vinculado con las emociones.
De yapa: Jar Jar Binks, ¿y si no fue tan malo?
A esta altura de las circunstancias, es un lugar común quejarse por la incorporación de Jar Jar Binks (Ahmed Best) a Star Wars. Poco después de su estreno, el Gungan se convirtió en el chivo expiatorio que cargó con todo lo que estaba mal en Episodio I, y el público no tuvo piedad a la hora de repudiar al alien de inexplicable lenguaje. Sin embargo, y visto a la distancia, Jar Jar puede parecer simpático. A pesar de su alarmante falta de gracia, su participación descontractura algunos momentos de torpe dramatismo, y su rol permite descubrir el interesante mundo submarino de Naboo. Y comparado al concepto de los midiclorianos -la traición más brutal de Lucas al concepto de la Fuerza, basada originalmente en una cuestión espiritual y no científica-, Jar Jar no resulta un error tan grave.
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