A Night Shyamalan le falló el sexto sentido
Uno de los dichos más conocidos de Hollywood reza que allí uno sólo es tan bueno como su última película. Para M. Night Shyamalan esto significaba que, hasta hace pocos días, el cineasta nacido en la India y criado en los Estados Unidos era muy, pero muy bueno. Después de todo, "Sexto sentido", su debut como director -a los 29 años-, recaudó nada menos que 673 millones de dólares en los cines de todo el mundo, convirtiéndolo de la noche a la mañana en un nombre muy reconocible dentro del cine de su país (Newsweek hasta lo puso en su portada, donde se preguntaba "¿El próximo Steven Spielberg?").
Por estos días, con el estreno de su nuevo film, "La dama en el agua" (que se estrenará el 24 del actual en nuestro país), el dicho ha vuelto a probar su íntimo conocimiento del modo en que funciona Hollywood.
Gracias a los discretos resultados en la taquilla del film, sobre una ninfa acuática (Bryce Dallas Howard) que aparece en la pileta de natación de un condominio cuyo encargado (Paul Giammatti) intenta devolverla a su mundo, y las feroces críticas de las que fue objeto ("Hollywood es incapaz de contaminar la capa de ozono del planeta con algo más confuso, poco profesional y estúpido que esta película", asestó The New York Observer), M. Night Shyamalan -se burlaban por estos días los analistas de la industria- parece ser tan bueno como el próximo episodio del ciclo televisivo "The E! True Hollywood Story" dedicado a su súbita caída en desgracia.
Contra el enemigo
Pero lo que diferencia al Shyamalandenfraude, como bautizó el influyente Los Angeles Times al escándalo (jugando con el vocablo alemán que define el placer que brinda el infortunio ajeno), de centenares de otros fracasos comerciales que ocurren cada año en Hollywood es la publicación, simultánea con el estreno de "La dama en el agua", de un libro dedicado a la figura de su director -"El hombre que oía voces", del periodista Michael Bamberger-, que lo muestra como el último autor cinematográfico, un genio incomprendido capaz de emocionar al mundo preso de las ambiciones económicas e insensibilidad artística de sus ex empleadores, los estudios Disney, para los que realizó sus cuatro films anteriores.
Las objeciones de los ejecutivos de la productora al guión de Shyamalan -entre los que se contaba el hecho de que había decidido interpretar uno de los papeles centrales del film- precipitaron aparentemente la disolución de su vínculo con el estudio.
Los medios norteamericanos dedicaron amplio espacio a burlarse del tono casi hagiográfico del perfil, para cuya confección el autor pasó el rodaje de "La dama del agua" junto al cineasta, "mirándolo extasiado y tomando notas que dan vergüenza ajena", según analizaba Janet Maslin en su reseña del libro en The New York Times, como aquella que compara a Shyamalan con "Tom Jones en sus mejores épocas" por su costumbre de desabrocharse los primeros tres botones de la camisa.
Pero no hay mal que por bien no venga, ya que en Internet -residencia de toda causa perdida- se gesta un desagravio al autor por parte de sus muchos fanáticos. Aquellos para los que Shyamalan, desde ahora, es tan bueno como su próxima película.
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