A los 82 años murió el actor James Caan, gran figura de El padrino
Ganó una nominación al Oscar por su personificación de Sonny Corleone, el papel más celebrado de toda su carrera
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El actor James Caan, recordado por su memorable papel de Sonny Corleone en El padrino y otras destacadas apariciones en el cine, el teatro y la TV, falleció a los 82 años. La noticia fue revelada por sus familiares a través de la cuenta oficial de Twitter de Caan, sin que se hayan dado a conocer hasta ahora las causas del deceso. “Con gran tristeza les informamos el fallecimiento de Jimmy en la noche del 6 de julio. La familia agradece las muestras de amor y las sinceras condolencias, y les pide que sigan respetando nuestra privacidad durante este momento difícil”, se lee en el último posteo publicado en la cuenta oficial de Twitter del actor, @James_Caan.
It is with great sadness that we inform you of the passing of Jimmy on the evening of July 6.
— James Caan (@James_Caan) July 7, 2022
The family appreciates the outpouring of love and heartfelt condolences and asks that you continue to respect their privacy during this difficult time.
End of tweet
“Pasé por un período muy autodestructivo, en donde me comporté como un salvaje. Ahora me siento un poco más en paz conmigo mismo”. Empezaba el año 2000 y James Caan parecía dispuesto a dejar atrás un pasado incómodo. Lo había tanto ablandado la llegada, dos años atrás, de su quinto hijo, Jacob Nicholas, que en ese momento confesaba ante la prensa que prefería más la paternidad a la actuación.
“Es que tuve dos hijos con la misma mujer, y ese es todo un signo de madurez para mí, ¿no te parece?”, se preguntaba, y era imposible no decirle que sí al inesperado gesto de ternura de quien fue uno de los grandes duros de la pantalla en el último medio siglo, tan especializado en papeles de mafioso que se esforzó muchas veces por evitarlo.
Pero el destino quiso que toda la vida artística de James Caan, reconocido de manera unánime como uno de los mejores intérpretes de su generación, sea recordado a partir de hoy por un único e inconfundible personaje.
El tosco e irascible Sonny compuesto por Caan es uno de los retratos humanos más logrados de El padrino. Y también uno de los más populares para el público que sigue celebrando, 50 años después de su estreno, la obra maestra de Francis Ford Coppola. En la recientemente estrenada serie The Offer, inspirada en las memorias de Albert S. Ruddy, productor del film, se cuenta repetidamente que los estudios Paramount manejaron desde un principio a Caan como opción preferencial para personificar a Michael Corleone, pero el insistente Coppola logró finalmente su propósito de imponer allí al casi desconocido Al Pacino.
Por entonces, Caan ya tenía sobre sus espaldas una década de sólido recorrido en el cine y la TV, gracias a apariciones juveniles destacadas en dos de los últimos films de Howard Hawks (Línea roja 7000 y el western El dorado) y su vigorosa y conmovedora personificación de Brian Piccolo, una gran estrella del fútbol americano prematuramente fallecida, en el telefilm Brian’s Song, papel que lo nominó al Emmy.
Apoyado en esos antecedentes, Paramount insistió en sumarlo al elenco de El padrino y solo una delicada operación entre los productores de la película, Coppola y el estudio logró que terminara cambiando a Michael por su hermano mayor Sonny. Lo que pasó después le daría toda la razón al director, junto a la única nominación al Oscar que obtuvo en toda su carrera. El público también lo suscribiría: la escena del asesinato de Sonny, acribillado a balazos al lado de una cabina de peaje, es una de las más recordadas de toda la película.
Caan llevó la incontenible agresividad de Sonny, el primogénito de Vito Corleone, a la vida real. El actor Gianni Russo, que personifica en El padrino a Carlo Rizzi, el esposo golpeador de la única hija de Don Corleone, contó más de una vez que en la escena en la que ambos pelean sufrió de parte de Caan varios golpes que no estaban previstos en el guion. “Improvisó algunas cosas como ese pequeño palo de madera que me lanzó cunado saí de la escalera. Me golpeó en la cabeza con eso y luego me lanzó por encima de una baranda para morderme las manos. Tuve que arrastrarme hasta que me paró con una patada. Nada de eso debía pasar. Terminé con un codo y dos costillas fracturadas. Queda claro que Jimmy y yo no somos amigos para nada. El tipo estaba loco”, contó Rizzi muchos años después.
La manera que tenía Caan de responder a esos reproches sobre su vehemencia dentro y fuera de los sets siempre fue oblicua. Tenía una de las sonrisas más contagiosas y amplias de Hollywood y una manera muy campechana de tratar a cualquier interlocutor. Pero detrás de esa aparente extroversión podía aparecer en pocos instantes una figura intimidante, casi temible. Caan supo explotar esa inclinación en buena parte de su carrera. En el fondo, le permitía lucirse en papeles que jugaban todo el tiempo con la ambigüedad. Nadie sabía si eran del todo buenos o del todo malos.
Caan siempre contó que la actuación no lo atraía especialmente y que se dejó llevar hacia ese mundo solo porque quería tomar distancia del mundo que había conocido junto a su padre, un inmigrante judío que se estableció en el barrio neoyorquino de Queens como comerciante de carne kosher. “Lo único que me importaba era no seguir los pasos de mi padre. Hice de todo para lograrlo. Hasta fui a la universidad, pero no porque fuera inteligente. Después no sabían cómo hacer para echarme”, recordaría años después el actor nacido el 26 de marzo de 1940 en el Bronx.
Cumplió durante un tiempo el mandato familiar subiendo y bajando medias reses en el mercado neoyorquino de la calle 14 mientras estudiaba en Sunnyside (Queens) y empezaba a destacarse en varios deportes, como el básquet. Su contextura física, que luego aprovecharía en el cine, le permitió probar suerte sucesivamente como empleado de seguridad en clubes nocturnos, guardavidas, consejero en campamentos de verano y camarero. Estudió en las universidades de Michigan y Hofstra (donde conoció a su futuro amigo Francis Ford Coppola) y decidió sumarse a la compañía Neighborhood Playhouse, junto a la cual debutó en Broadway en 1960 con una puesta de La ronda. “Creo que me aceptaron allí porque pensaron que estaba totalmente loco”.
Empezaría en el cine tres años después, primero con una brevísima aparición en Irma la dulce (sin figurar en los créditos) y enseguida, con mucho más reconocimiento, en el thriller Diez horas de terror, junto a Olivia de Havilland. Su trabajo con Hawks y el telefilm sobre Brian Piccolo le dieron nombre y popularidad, junto a varias afortunadas apariciones en series de televisión.
Ni siquiera en su momento de mayor fama quiso instalarse en Los Angeles, una ciudad que le parecía más propicia “para las vacas que para la gente”. Curiosamente, con el tiempo se dedicaría en los ratos libres que le dejaba la actuación a criar caballos de carrera en Utah, donde tenía una extensa propiedad rural. Pero siempre volvía a su Nueva York natal.
Después de El padrino (y una segunda aparición como Sonny en su primera secuela, dos años después), Caan se afirmó como una de las figuras más atractivas del cine en los años 70. Lo vimos durante esa década como galán de Barbra Streisand en Funny Lady y en la variante estadounidense de Un hombre y una mujer, también dirigida por Claude Lelouch (Otro hombre y otra mujer, junto a Genevieve Bujold). Se lució durante ese tiempo en varios géneros: el thriller (Aristócratas del crimen. El jugador), el drama romántico (Llega un jinete), el film bélico (Un puente demasiado lejos) y la comedia (La banda de la mala pata). Pero el gran papel de esa época, una de las mejores de su carrera, lo tuvo en la violenta y alegórica Rollerball, para cuyo papel protagónico parecía estar naturalmente dotado.
El gran personaje posterior de Caan es el del meticuloso profesional del robo que interpreta en Mi profesión: ladrón (1981), uno de los primeros films de Michael Mann. Más tarde seguiría ese camino de notable versatilidad en películas como Jardines de piedra (de nuevo dirigido por Coppola), Por los muchachos, Una novia de dos novios, El protector y Mickey ojos azules, en el que se divirtió parodiando al mismo personaje de mafioso que tantas veces encaró con toda seriedad.
De todo ese tiempo, nadie olvidará su aparición como el novelista secuestrado y maltratado por una enajenada fan (Kathy Bates) en Misery, gran adaptación de un relato de Stephen King. Allí, el Caan agresivo y prepotente se convierte por primera vez en víctima de un cautiverio imposible de sortear. El modo en que el personaje de Bates lo castiga para que no pueda escapar le dolió más a cada espectador que asistía impotente a ese calvario que al propio personaje.
Siempre activo y dinámico, el gesto más habitual de Caan en la pantalla era el del personaje que arquea un poco la espalda al caminar o al levantarse y parece dispuesto con el impulso a llevarse por delante a quien está frente a él. Hasta el final mantuvo viva esa energía casi maniática y un gran talento para interpretar personajes especializados en la persuasión y el convencimiento. No le costaba esbozar detrás de esas palabras alguna sombra amenazante.
Apostó en la madurez de su carrera por obras de destacados directores como James Gray (La traición) y Lars von Trier (Dogville) mientras volvía a lucirse en la televisión, en este caso como figura de la exitosa serie Las Vegas como un exagente de la CIA transformado en gerente de un casino. Tuvo cuatro matrimonios, cinco hijos (uno de ellos, Scott, siguió la carrera actoral paterna con cierto reconocimiento) y un título del que siempre se enorgulleció.
“Una vez decidieron honrarme como el Italiano del año en Nueva York. Yo les vivo diciendo que no tienen por qué hacer algo así porque de italiano no tengo nada. Eso sí, soy del barrio. Conozco a mucha gente, especialmente algunos amigos que, digamos, están “en el negocio”. Y la verdad es que no sé de ninguno de ellos que haya cometido crímenes horrendos. Nunca mataron a nadie ni fueron acusados de abuso infantil. Como mucho, han sobornado a alguien para construir un edificio o sacar la basura, nada muy diferente de lo que hacen muchos empresarios. Los mafiosos tienen muy buen sentido del humor”, dijo sobre el mundo que más y mejor conoció en el cine. Nunca lo abandonó, ni siquiera en ese tiempo que disfrutó mucho más como padre que como actor.
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