A Harold y su crayón mágico le falta toda la imaginación de su historia original
La inspirada creación del estadounidense Crockett Johnson, un relato infantil sobre un chico de cuatro años que descubre el mundo a través del dibujo, se transforma en una película familiar carente de fantasía
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Harold y su crayón mágico (Harold and the Purple Crayon, Estados Unidos/2024). Dirección: Carlos Saldanha. Guión: David Guion y Michael Handelman. Fotografía: Gabriel Beristain. Música: Batu Sener. Edición: Tia Nolan y Mark Helfrich. Elenco: Zachary Levy, Lil Rel Howery, Tanya Reynolds, Zooey Deschanel, Jemaine Clement. Distribuidora: UIP. Duración: 88 minutos. Calificación: apta para todo público. Nuestra opinión: regular.
Hay ediciones disponibles en español de los bellos libros para niños de Crockett Johnson (1906-1975), el autor, dibujante e ilustrador nacido en Nueva York que se hizo enormemente popular en el mundo anglosajón, especialmente de la serie protagonizada por Harold, un chiquito de cuatro años lleno de curiosidad, capaz de crear un mundo entero con la única ayuda de un lápiz. El trazo es sencillo, propio de la mirada de su protagonista. Simplemente sale a descubrir el mundo y si lo que busca o quiere no está a su alcance entonces empieza a trazar garabatos con ese lápiz de color morado y el objeto imaginado se convierte en parte de esa pequeña gran aventura.
Todo ese espíritu ingenuo y a la vez inmensamente creativo queda a la vista en la introducción de Harold y el crayón mágico, traducción literal del título en inglés del libro más difundido de Johnson en su llegada al cine. Ese atisbo de magia dura pocos minutos y termina en el mismo momento que Harold, ya grande, y sus dos compinches de aventuras, un alce y un puercoespín, deciden pegar el salto al mundo real. Harold quiere conocer a su creador, cariñosamente bautizado como “old man” (viejo).
El prólogo conecta esta película con la obra anterior de su realizador, el brasileño Carlos Saldanha, competente y exitoso autor de cine animado. Los primeros episodios de La era de hielo, Ferdinand y Río llevan su firma. Dura muy poco. En vez de seguir fiel al dibujo original, Saldanha transforma a Harold y sus amigos en personajes de carne y hueso. El protagonista adquiere la forzada ingenuidad de Zachary Levi, que anda todo el tiempo con cara de pasmado. A su lado, el alce (Lil Rel Howery) y el puercoespín (Tanya Reynolds, lo mejor del elenco) también adoptan formas humanas, decisión bastante más complicada de entender.
En la búsqueda del autor, los personajes pierden su principal condición. El mundo deja de ser una página en blanco que es posible llenar a partir del descubrimiento y la imaginación. La magia se transforma en una simple herramienta utilitaria para crear o transformar objetos con propósitos y límites muy determinados. En vez de sueños o anhelos lo que vemos son cálculos y estrategias bocetadas con un grueso crayón morado (bien concreto y bien real, por supuesto), ahora concebidas no por un personaje que conserva su capacidad de asombro, sino por impersonales algoritmos.
La falta de gracia y de creatividad es tan visible que hasta Zooey Deschanel pierde el encanto que siempre le conocimos en sus pocas y desaprovechadas apariciones. La película mete a la fuerza en el relato a un chico con problemas de bullying y un solo amigo (imaginario), confunde a la fantasía de verdad con un alarde de costosos efectos visuales (por cierto muy buenos, porque la maquinaria de Hollywood en eso no falla) y hasta el villano de turno, un frustrado autor de novelas fantásticas personificado por el actor de voz Jemaine Clement, luce tan desganado como el resto. Lo mejor es volver al sencillo relato de Johnson, que no debió salir nunca de su lugar natural, ese dibujo de trazo simple que está al alcance de un niño de cuatro años lleno de imaginación.
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