A 30 años de la muerte de Klaus Kinski, un actor desquiciado y talentoso en pantalla, un monstruo en la vida real
El protagonista de films como Fitzcarraldo o Aguirre, la ira de dios dejó su marca en el cine, por su carácter indomable y su estilo sumamente personal; en 2013, su hija Pola dio a conocer los abusos a los que el artista polaco la sometió en su infancia
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“La gente en Estados Unidos suele decir ‘ah, estos tipos son más simpáticos en la vida real que en el cine’. Pero no es verdad, yo soy mucho peor en la vida que en el cine”, afirmaba Klaus Kinski en 1985 en una entrevista con el canal alemán NDR. Por ese entonces, este tipo de confesiones del actor eran celebradas y hasta provocaban risas, ya que formaban parte del papel que interpretaba incansablemente fuera de cámara: el del artista excéntrico, imprevisible y colérico cuyos estallidos de furia generaban titulares y atraían audiencia. Un hombre capaz de maldad y algo desquiciado como los personajes a los que dio vida bajo las órdenes de directores como Sergio Corbucci en El gran silencio (1968) o Werner Herzog en Fitzcarraldo (1982).
Sin embargo, a la luz de las revelaciones de su hija mayor, Pola Kinski, quien en 2013 contó en su autobiografía Kindermund (“Boca de niña”) que su padre había abusado de ella sexualmente desde sus 5 hasta sus 19 años, esta declaración del actor alemán resuena hoy de otra manera. Como un delincuente que detalla durante un interrogatorio los crímenes cometidos sin que le tiemble el pulso, Kinski confesaba frente a las cámaras de televisión lo que su hija Pola sabía desde hace tiempo.
A pesar de su fama de intratable, el actor, de cuya muerte se cumplen 30 años este 23 de noviembre, pudo construir una carrera de cuatro décadas en la que filmó unas 200 películas. Fue el producto de una época en la que muchos directores y productores soportaban este tipo de arranques en nombre del arte. Su hija Pola, en cambio, fue víctima de esa misma época, en la que muchas mujeres sufrían en silencio porque sus voces no encontraban eco. Menos aún si el responsable de su sufrimiento era una figura reconocida en el mundo del cine.
Sus inicios
Klaus Kinski nació como Günter Karl Nakszynski el 18 de octubre de 1926 cerca de Gdansk, Polonia, que en ese entonces era la Ciudad Libre de Danzig. Su infancia estuvo marcada por la pobreza. Cuando tenía cuatro años, sus padres se mudaron a Berlín. En 1944 fue enviado a la guerra como paracaidista, pero muy pronto fue tomado prisionero por los británicos. Tras su liberación, regresó a Berlín, donde comenzó una carrera autodidacta en teatros como Schlossparktheater, reabierto por el director de teatro y cine Boleslaw Barlog.
“Solo reconocía una autoridad y era su propio ingenio. Todo lo demás le importaba un pito”, comentó Barlog en los años ‘80 en un documental sobre Kinski del ya extinto canal berlinés SFB1. “Cuando me preguntaban por Kinski siempre decía que era un hombre muy talentoso que iba a tener un gran futuro si no se lo arruinaba él mismo por su exaltación, su carácter poco confiable y sus excentricidades”, dijo. Y como anticipando lo que su hija revelaría tiempo después, añadió: “Era un genio, pero con un genio para lo malo, no para lo bueno”. A pesar de esto, poco tiempo después el actor de inquietantes ojos claros, boca grande y facciones como esculpidas en piedra logró fama televisiva con una serie de adaptaciones de las novelas policiales del británico Edgar Wallace, donde siempre interpretaba al malvado.
La actriz alemana Brigitte Grothum recordó sentir un “miedo animal” cuando le tocó compartir rodaje por primera vez con él en Die seltsame Gräfin (Misterio en el castillo Wallace), en 1961. Al parecer, tenían que filmar una escena en la que Kinski debía clavarle un puñal. La actriz temía que, poseído por el papel, se lo clavara en serio. Cuando fue a preguntarle al actor cómo pensaba preparar la escena y dejó entrever sus temores, Kinski estalló en risas y le dijo que se quedara tranquila, que no estaba loco. Según contó Gothrun en el especial del canal SFB1, “era un actor que iba hasta el límite en todo y todo lo actuaba con gran intensidad, como si se le fuera la vida en ello”. Sin embargo, en su opinión, muchos de sus arranques de locura no eran más que un show especialmente escenificado para los medios. Basta buscar la participación del actor en el late show de David Letterman en 1983 en YouTube para observar que, cuando quería, también podía aparentar ser encantador.
En 1962, Kinski obtuvo su primer protagónico en cine con Der rote Rausch, de Wolfgang Schleif, donde se puso en la piel de un asesino de mujeres. En tanto, su pequeño papel en Doctor Zhivago, de David Lean (1965), donde interpretó a un anarquista exaltado que compartía el vagón de un tren de carga con Omar Sharif, le dio proyección internacional. Pronto se mudaría a Roma y daría comienzo a una etapa crucial en su carrera.
Villanos de spaghetti western y monstruos
Por ese entonces, empezó a aparecer en varios spaghetti western, como Por unos dólares más, de Sergio Leone (1965), junto a Clint Eastwood. Allí compartió una escena llena de tensión con Lee Van Cleef en la que éste, en el papel del coronel Mortimer, tenía el tupé de prender un fósforo en el cuello del jorobado que personificó Kinski, quien le dirigía una mirada llena de odio mientras le temblaban los labios. Le siguieron otros como el antes citado El gran silencio, donde compartió cartel como un despiadado caza-recompensas junto a Jean-Louis Trintignant, o Y Dios dijo a Caín, de Antonio Margheriti (1970). También filmó numerosas películas junto a directores españoles como Antonio Isasi Isasmendi y Fernando Colomo, de quien se rumoreaba que Kinski le había arrancado parte de la barba con los dientes durante un ataque de ira.
Durante un alto en el rodaje de El caballero del dragón en Gerona, en 1985, el actor le confesaba al periodista Juan José Navarro Arisa del diario español El País: “Yo no sé qué quiere decir ser actor, ni meterse dentro del personaje, ni todas esas tonterías. Se trata de una fuerza que está ahí, que es ajena a mí y que me posee. Es la misma fuerza que se puede manifestar en el cielo, en los árboles o en el océano. Un árbol no explicará de dónde surge su fuerza; no puede hacerlo, pero la tiene. Yo siempre he sabido que tenía esa fuerza; no quiero hablar de porqués ni de cómos. Está ahí”.
Por su parte, Jesús Franco, quien filmó junto al alemán películas como Marqués de Sade: Justine (1969), El conde Drácula (1970) y Jack el Destripador (1976), aseguró: “Klaus tenía una cosa y es que estaba loco. Era un esquizofrénico auténtico, un esquizoide (…). Entonces de vez en cuando tenía unas crisis de esquizoide. Uno lo que tenía que hacer en ese momento era ser amigable y amistoso con él y decirle: ‘Klaus, vete a hacer puñetas en la cama, mañana o pasado rodarás’. Pero si te apartas de los momentos en los que él tenía la crisis de esquizofrenia, era un hombre muy inteligente, muy afectuoso y encantador, con una capacidad de actor extraordinaria y una versatilidad formidable”.
Kinski y Herzog: de amor, rifles y odio
Probablemente, pocas relaciones en el mundo del cine hayan sido más revisitadas que la que unió a Werner Herzog con Kinski. Juntos rodaron cinco películas: Aguirre, la ira de Dios (1972), Woyzeck (1979), Nosferatu, vampiro de la noche (1979), Fitzcarraldo (1982) y Cobra Verde (1987). Una relación ampliamente documentada por el mismo cineasta, quien en 1999 estrenó el documental Mi enemigo íntimo, en el que analizaba su tormentoso vínculo.
“Él me necesitaba como yo lo necesitaba a él, nos complementábamos”, llegó a decir el director de Grizzly Man. Herzog fue al parecer el único que logró encontrar una manera de domar a la fiera sin perder los estribos –o la barba, como le habría sucedido a Colomo-, aunque a veces tuviera que apelar a métodos poco ortodoxos. Según la increíble anécdota que circulaba por ese entonces, Herzog había dirigido a Kinski en Aguirre, la ira de dios, a punta de rifle. El cineasta se ocuparía de aclarar en su documental que en realidad la cosa fue algo distinta: cuando Kinski amenazó con abandonar el rodaje en la selva peruana, el director le explicó que la película era más grande que ellos y sus sentimientos. Y le advirtió que si se iba, no llegaría al próximo recodo del río, ya que pensaba meterle ocho tiros en la cabeza y se reservaría un noveno para él mismo. Según Herzog, Kinski comprendió que la cosa iba en serio y se quedó en el lugar. Por su parte, el actor señalaba que las cosas habían sido al revés. “Era yo quien tenía el único rifle, un Winchester, y fui yo quien le enseñó el rifle, que tenía guardado en mi cabaña”, aseguraba.
En Conquista de lo inútil, el apasionante diario de filmación de Fitzcarraldo de Herzog publicado en Argentina por editorial Entropía, el director abunda en anécdotas sobre el carácter rebelde, egocéntrico y cuasi infantil de Kinski durante el rodaje de la película, en la que se puso en la piel de un empresario del caucho que sueña con erigir una ópera en medio de la selva. Según cuenta en su diario, el actor se sumía en ataques de rabia cuando le tocaban el pelo, se hacía el enfermo cuando sentía que no era el centro de atención, se lavaba las manos con alcohol después de darse la mano con los indígenas y se la pasaba peleándose a los gritos con los miembros del equipo. Al punto que los mismos indígenas que participaron del rodaje le ofrecieron a Herzog “matarle” a Kinski.
En un pasaje del libro, el director se desahoga: “Nadie va a saber nunca qué esfuerzos fueron necesarios de mi parte para mantenerlo en pie, llenarlo de sustancia y darle forma a su histeria”. Así y todo, el director alemán también tenía palabras de reconocimiento para su actor fetiche. “Es único en pantalla y tenemos que agradecer que tuvimos o tenemos a alguien así en el cine”, afirmó en 1990 en entrevista con el canal alemán NDR. Por su parte, Kinski oscilaba entre describir al cineasta como alguien sin talento –como escribió en sus memorias, Yo necesito amor (editorial Tusquets)- a reconocer en un plató de televisión: “Herzog es el único en el mundo que no necesita trucos, por eso no llevamos bien. El simplemente hace las cosas. Por eso en sus películas todo es verdadero, es real”.
Las revelaciones de sus hijas
En 1989, dos años antes de su muerte, Kinski filmó su última película, Paganini, con la que además se estrenó como director. Según cuenta Herzog en Conquista de lo inútil, el actor quería que él la dirigiera, a lo que el cineasta se negó. “K. me dio su guion, seiscientas páginas; quiere que yo dirija la película. Con la primera mirada queda rápidamente claro que el proyecto de K. no tiene arreglo. En las seiscientas páginas, alternando cada media página, se coge y se toca el violín, se toca el violín y se coge, todo atravesado y superpuesto por un único egotrip de K. Lo va a tener que dirigir él”, recordó.
Se ve que el delegado general del Festival de Cannes, Gilles Jacob, pensó algo parecido y por eso mismo no la seleccionó para la competencia del renombrado festival. Esto llevó al actor a afirmar en 1988 en una virulenta conferencia de prensa en el balneario francés–a la que asistió con el pelo teñido de rojo y con su esposa y coprotagonista del film, la italiana Debora Caprioglio, 42 años menor que él- que Jacob era “un burgués idiota”.
Previamente, Klaus Kinski había tenido tres esposas, con cada una de las cuales tuvo un hijo. Pola fue fruto de su primer matrimonio con Gislinde Kühbeck, Nastassja del segundo con la actriz Ruth Brigitte Tocki, y Nikolai del tercero con la vietnamita Minhoi Geneviève Loanic. Todos sus hijos se dedicaron a la actuación, aunque fue Natassja la que alcanzó mayor renombre con películas como Tess (1979), de Roman Polanski, y París, Texas (1984), de Wim Wenders. En 2013, dos décadas después de que el actor muriera solo en su casa de California de un infarto de corazón a los 65 años, su hija Pola contó los abusos a los que la había sometido desde niña. También Nastassja diría poco después que su padre la molestaba con intentos de un acercamiento fuera de lo normal. Sin embargo, indicó que nunca fue tan lejos con ella como con su hermana, aunque confesó que le tenía “un miedo tremendo”. “Era un tirano. Era tan impredecible, tenía aterrorizada a la familia (...) Me alivia que ya no esté vivo”, declaró.
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