A 20 años de su muerte, el recuerdo de Anthony Quinn, el actor que fue ciudadano del mundo
Se hizo famoso como intérprete de personajes de los más diversos orígenes, etnias e identidades; visitó la Argentina en dos ocasiones, en 1992 y 1997
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“Yo soy Zorba”, solía confesar Anthony Quinn en sus últimos años. Eran tiempos en los que, ya septuagenario, recorría el mundo dedicado a evocar los grandes éxitos de su carrera y a mostrar, ya que el cine no lo tenía tan en cuenta como antes, el desvelo artístico de su madurez: la pintura.
Estaba en esas cosas cuando llegó por primera vez a Buenos Aires en 1992. Tenía 77 años y el principal propósito de su visita era acompañar una muestra de sus trabajos como artista plástico (pinturas abstractas, grabados, esculturas en madera) en el Centro Cultural Recoleta, por entonces dirigido por Miguel Briante. Pocos recuerdan que en esa oportunidad aceptó sumarse a una campaña publicitaria por TV para el PAMI, por entonces presidido por Matilde Menéndez, de la que también participaron Iris Marga y Juan Carlos Thorry. Lo hizo gratis para honrar, según dijo, su trabajo como presidente de la Asociación de Actores Jubilados de Hollywood.
Pero no volvió a California con los bolsillos vacíos. Le pagaron una fortuna (no especificada) por las dos presentaciones que hizo en el teatro Coliseo. Todos daban por descontado, empezando por los organizadores, que Quinn entregaría allí una suerte de recorrido por sus grandes éxitos como actor. Pero en ese par de shows unipersonales, con entradas carísimas, Quinn se limitó a conversar con el público y a compartir desde el escenario las anécdotas y los recuerdos de su larga vida. LA NACION definió esas apariciones como una especie de “conferencia de prensa ampliada para fans”. Varios testigos recuerdan que el propio Quinn se sorprendió cuando desde la platea alguien le dijo que había pagado el ticket para verlo actuar.
No lo hizo ni aquella primera vez, en la que se reunió con el presidente Carlos Menem y compartió un mediodía en la mesa de Mirtha Legrand, ni cuando regresó en 1997 para una visita mucho más breve, limitada a una participación como invitado especial en el programa de TV de Susana Giménez.
Once años después, el 3 de junio de 2001, Anthony Quinn fallecería a los 86 años en un hospital de Boston, tras sufrir una neumonía y otras complicaciones derivadas del tratamiento por un cáncer de esófago. A dos décadas exactas de su desaparición, el recuerdo de Quinn reaparece a partir de la curiosidad que siguen despertando su apasionante existencia, los avatares de una agitada vida sentimental (dos esposas, un sinnúmero de amantes y 12 hijos) y sobre todo el recuerdo de su paso por el cine. Hizo tantos papeles, y tan diversos, que la pantalla lo convirtió en un ciudadano del mundo.
Pocos como Quinn fueron capaces de llegar tan lejos en la representación de papeles de los más diversos orígenes, etnias, identidades, perfiles y características. Hasta los más exóticos. Empezó su carrera encasillado en pequeños roles de malhechor o indio salvaje en películas policiales y westerns.
Después llegó el momento de una diversidad sin fin. La galería de personajes que sacaba Quinn de su talentosa galera de intérprete resultaba interminable: españoles, latinos, asiáticos, italianos, indígenas nativos de los Estados Unidos o de cualquier otro lugar del mundo. Fue guerrillero filipino (Regreso a Bataan), esquimal (Salvajes inocentes) y un religioso ruso que logró llegar a Papa (Las sandalias del pescador). Encarnó al jorobado de Notre Dame, a Barrabás, a Paul Gauguin (Sed de vivir) y al líder nacionalista libio Omar Mukhtar (El león del desierto). Fue Atila, el rey de los hunos, en La amante del bárbaro, un inolvidable cacique de las tribus beduinas en Lawrence de Arabia, y varias veces jefe de distintas familias de la mafia. Justamente hizo su aparición póstuma como el capo Angelo Alleghieri en El protector (Avenging Angelo), junto a Sylvester Stallone.
Gracias al más popular de sus personajes latinos (Eufemio, el hermano de Emiliano en ¡Viva Zapata!) y a uno de sus papeles de época (Gauguin en Sed de vivir) ganó sendos Oscar como mejor actor de reparto. No pudo conseguir el mismo premio por Zorba el griego, pese a estar nominado como mejor actor por esa película.
“Una de las razones por las que hice en el cine a tantos griegos y árabes fue porque intentaba identificarme a mí mismo como hombre del mundo”, confesó poco tiempo antes de morir. Por eso le gustaba resumir toda su carrera en el personaje de Zorba, ese anciano astuto, pícaro, exuberante y cultor de la buena vida que le daba clases a Alan Bates sobre todas esas materias. También le enseñaba a bailar el sirtaki en la escena más recordada de la película de Michael Cacoyannis.
Tanto llegó Zorba a identificarlo que la estatua levantada a su memoria en Chihuahua, la ciudad mexicana en la que nació, lo inmortaliza en un gesto que recuerda aquella danza griega con música de Mikis Theodorakis que Quinn hizo famosa gracias a la película. Su figura en bronce aparece levantando una de sus piernas y chasqueando los dedos. El actor quiso que parte de sus cenizas fuesen arrojadas muy cerca de allí, en la zona conocida como Barrancas del Cobre, en medio de un imponente cañón.
Pero Zorba en realidad no define completamente a Quinn. Para hacerlo debemos salir a buscar sus dos autobiografías (por lo visto una sola no le alcanzaba para narrar una vida tan apasionante y apasionada) y reencontrarnos con la mejor actuación de su carrera, curiosamente realizada muy lejos de Hollywood.
Los dos libros se titulan Original Sin (Pecado original) y One Man Tango (El tango de una sola persona). En ellos Quinn reconoce que la naturaleza de su temperamento estuvo siempre estrechamente ligada a una gran incapacidad para encontrar el amor verdadero y entregar el corazón. El escritor y crítico cubano Guillermo Cabrera Infante, uno de sus grandes amigos, definió a Quinn como un hombre muy individualista que siempre “ha tenido en su voz un tono bronco y en sus maneras un desplante brusco”. El tema excluyente de las esculturas de madera que creó en los tramos finales era la mujer. Eligió de esa manera expiar aquellas culpas.
Tal vez por eso, mucho más que Zorba, Quinn fue Zampanó, el inmenso personaje que escribió para él Federico Fellini en La Strada. Un hombre hosco, desconfiado y áspero que consigue humanizarse y encontrar la redención a través del influjo de una mujer, su amada Gelsomina (Giulietta Masina) y de su inquebrantable fe. La auténtica vida de Quinn tiene mucho de eso. Sobre todo por la sucesión de fracasos, humillaciones y pérdidas que sufrió desde chico hasta que se convirtió en estrella. Entre ellos la trágica muerte de su primogénito, Christopher, que murió ahogado en una pileta cuando apenas tenía dos años.
Uno de sus últimos papeles, en la olvidable Un paseo por las nubes (1994), muestra a Quinn como una suerte de patriarca de origen mexicano llamado Pedro Aragón, dueño de un viñedo familiar que había construido luego de atravesar una vida de privaciones. Le había pasado algo parecido al propio actor, nacido como Anthony Rudolph Oaxaca Quinn el 21 de abril de 1915 en Chihuahua. Hijo de un irlandés y de una mexicana, probó suerte sucesivamente como lustrabotas, boxeador, chofer, obrero textil y frustrado seminarista. Era muy chico cuando su familia emigró a California y allí aprendió, como recuerda Cabrera Infante, “un inglés sin ningún acento, a menos que él mismo quiera acentuarlo”.
En 1936, apenas llegado al cine sin apenas experiencia en el mundo del espectáculo, se casó con Katherine DeMille, hija adoptiva de uno de los directores más poderosos de ese tiempo en la industria de Hollywood, Cecil B. DeMille. Pero la boda incluyó un compromiso: el director de Los diez mandamientos jamás movería un dedo por la futura carrera de su yerno.
En One Man Tango, Quinn contó que su matrimonio con la hija de DeMille empezó a naufragar en la mismísima noche de bodas, cuando supo que ella no era virgen. Sin embargo, tuvo con ella cinco hijos: Christopher (prematuramente fallecido), Christina, Catalina, Duncan y Valentina. Mientras tanto, Quinn mantenía romances apasionados con estrellas de sus películas y otras bellas mujeres del cine, entre las cuales estuvieron Carole Lombard, Rita Hayworth e Ingrid Bergman.
Por presencia, imagen, carácter y temperamento, Quinn nunca fue considerado parte de ese grupo reconocido de estrellas latinas de Hollywood que se destacaron como galanes. Representaba otra cosa. “Era la virilidad misma”, como lo definió Cabrera Infante. Antes de divorciarse de Katherine DeMille, en 1965, ya había nacido en Italia Francesco Quinn, primero de los tres hijos que el actor tuvo con su segunda esposa, la veneciana Iolanda Addolori, a quien conoció mientras filmaba Barrabás en Italia y ella trabajaba como vestuarista en el film. Después llegaron Lorenzo y Danny. Se casaron cuando Addolori quedó embarazada de este último. Francesco, el hijo más conocido de Quinn, también actor, murió de un infarto a los 48 años, en 2011, mientras corría por las calles de Malibú.
Las tres décadas de matrimonio entre Quinn y Addolori (que transcurrieron mayormente en Roma, donde el actor se estableció durante mucho tiempo) estuvieron marcadas por todo tipo de turbulencias y conflictos. Cuenta la historia que en una oportunidad fueron vistos discutiendo a los gritos mientras abordaban un avión que los llevaría a Italia. La prensa que los esperaba en Italia los vio llegar abrazados, sonrientes y felices. Pero detrás de la apariencia de un matrimonio prolongado, Quinn mantuvo otra relación paralela que duró casi quince años, entre 1971 y 1985, con la alemana Friedel Dunbar, de la que nacieron otros dos hijos.
El matrimonio con Addolori concluyó en 1997 cuando se reveló que Quinn, ya octogenario, tenía una relación con su secretaria Katherine Benvin. Por entonces ya había tenido con ella dos hijos más, nacidos en 1993 y 1996. Quinn concibió al último de sus 12 hijos cuando tenía 81 años.
Al morir le quedaba un sueño sin cumplir. Quería ser en el cine Pablo Picasso, un pintor con el que se identificaba en más de un sentido porque, como él, había alcanzado la vejez sin detener su tarea como creador artístico y seductor impenitente. Cabrera Infante, que participó en el guión de ese proyecto inconcluso, dijo que Quinn fue en la vida real “un pintor que actúa más que un actor que pinta”.
Diez películas de Anthony Quinn en streaming
Murieron con las botas puestas (They Died With the Boots On, 1941), de Raoul Walsh, con Errol Flynn, Olivia de Havilland, Arthur Kennedy, Sydney Greenstreet, Anthony Quinn. Disponible en Qubit TV.
Regreso a Bataan (Back to Bataan, 1945), de Edward Dmytryk, con John Wayne, Anthony Quinn, Beulah Bondi, Lawrence Tierney. Disponible en Qubit TV.
La Strada (1954), de Federico Fellini, con Anthony Quinn, Giulietta Masina, Richard Basehart. Disponible en Qubit TV.
¡Viva Zapata! (1954), de Elia Kazan, con Marlon Brando, Jean Peters, Anthony Quinn. Disponible en Qubit TV y Movistar Play.
El loco del pelo rojo (Lust for Life, 1956), de Vincente Minnelli, con Kirk Douglas, Anthony Quinn, James Donald. Disponible en Apple TV y Google Play para alquilar. Se estrenó en la Argentina como Sed de vivir.
Barrabás (Barabbas, 1961), de Richard Fleischer, con Anthony Quinn, Silvana Mangano, Arthur Kennedy, Vittorio Gassman, Katy Jurado, Ernest Borgnine, Jack Palance. Disponible en Apple TV para alquilar.
Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962), de David Lean, con Peter O’Toole, Alec Guinness, Anthony Quinn, Omar Sharif, Jack Hawkins, Arthur Kennedy, Anthony Quayle, Claude Rains, José Ferrer. Disponible en Apple TV para alquilar.
Zorba el griego (Zorba the Greek, 1964), de Michael Cacoyannis, con Anthony Quinn, Alan Bates, Irene Papas, Lila Kedrova. Disponible en Qubit TV.
Las sandalias del pescador (The Shoes of the Fisherman, 1968), de Michael Anderson, con Anthony Quinn, Laurence Olivier, Vittorio de Sica, Oskar Werner, John Gielgud. Disponible en Qubit TV.
El protector (Avenging Angelo, 2002), de Martyn Burke, con Sylvester Stallone, Madeleine Stowe, Anthony Quinn. Disponible en Movistar Play.
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