Agnès Varda: la lírica y siempre vigente "abuela de la nouvelle vague"
"Trato de ver todas las películas de los jóvenes y hay películas jóvenes y viejas, y hay jóvenes cineastas que hacen cine de viejos", decía Agnès Varda a la nacion hace exactamente un año. Su cine le permitía, aun con noventa años cumplidos, transmitir un halo de juventud que llevaba a imaginarla como un personaje eterno, casi ficticio. Ese encantamiento culminó ayer al conocerse su muerte en París por el avance de un cáncer que la aquejaba, tal como informaron desde su empresa productora Cine Tamaris. Pero la enfermedad no significaba que Varda no hiciera planes: ayer por la tarde pensaba inaugurar una exposición en Chaumont-sur-Loire que se convertirá en automático homenaje a su vida y obra, una autorreferencia desde donde construyó sus últimos años de labor como artista. Precisamente su última película -presentada hace apenas semanas en la Berlinale- se titula Varda por Agnès, continuando el camino introspectivo, pero con un detalle que se magnifica a la luz de su muerte: los títulos iniciales parecen los de cierre de cualquier película. Ese guiño y el anunciado retiro del cine para dedicarse a las instalaciones (como fue con Les visitants: Guillermo Kuitca y la colección de la Fondation Cartier, que incluyeron una obra suya en el CCK), quizá fue otra de las infinitas formas de Varda de decir adiós.
Había nacido en Bruselas el 30 de mayo de 1928 como Arlette Varda. Su padre provenía de una familia de refugiados griegos; su madre era francesa. Estudió Historia del Arte en la École du Louvre y empezó a trabajar como fotógrafa en el Théâtre National Populaire (TNP) de París. Pero siempre se había sentido atraída por el cine y tal como recordaba en Las playas de Agnès, fue gracias a la fotografía que pudo acercarse al mundo del cine. Su biografía anota también dos matrimonios: el primero con el actor y director teatral Antoine Boursellier, con quien en 1958 tuvo a Rosalie (también dedicada al mundo del cine), y en 1962, con Demy, con quien tuvo al ahora actor Mathieu Demy.
Su debut se produjo en 1955 con La Pointe-Courte, protagonizada por Philippe Noiret y Silvia Monfort, y con un montajista que también haría historia: Alain Resnais. Rodado en Sète, es la historia de un hombre que vuelve a su barrio de pescadores (que da título al film) para reunirse con su mujer. Pero será con su siguiente largometraje con el que se convertirá en una temprana referencia. Cleo de 5 a 7 (1961) la hizo conocida en todo el mundo e instaló tres reflexiones que serán parte de su labor como cineasta: el amor a la vida, la humildad y la muerte. "Soy feminista desde los años 50 y 60, cuando se dieron muchos cambios muy importantes en la sociedad. Cuando era joven, la mujer no tenía derecho a votar, no podía usar pantalones en la oficina ni podía tener una cuenta bancaria sin apoyo del padre o el marido. Estos son ejemplos exagerados, porque la verdadera lucha es por la igualdad de sueldos, el derecho a elegir; además yo milité mucho por eso, el derecho a decidir si uno quiere hijos o no y que no sea una decisión del marido, de los padres, del juez, del cura, del médico, etcétera", respondía, plena de vigencia, a este cronista, hace doce meses la directora, que en un film como Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe denunciaba los mitos opresivos en torno de la feminidad.
Antes también estaba su mirada sobre la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y los Panteras Negras norteamericanos, pero por sobre todas las cosas la marca del Mayo Francés del 68 será indeleble, tal como la permanente evocación al director de Los paraguas de Cherburgo, Jacques Demy, que está presente en el último tercio de su filmografía y en films enteramente dedicados a su memoria como Jacquot de Nantes, Las señoritas cumplieron 25 años y El universo Jacques Demy.
Penúltima superviviente de la nouvelle vague, queda Jean-Luc Godard como el perfil final de ese movimiento clave del cine francés y un reencuentro que no fue en Visages, Villages, por la que estuvo nominada al Oscar. Vigente hasta el final, hace un año Hollywood se rendía a sus pies para entregarle el Oscar honorífico a manos de Angelina Jolie. A la doble situación de un Oscar en sus manos y una nominación añadió el hecho de ser la primera mujer en recibir ese lauro como realizadora.
Sus películas son un pasaporte para comprender con humildad, inteligencia y una exacta dosis de sensibilidad y poesía la naturaleza del cine moderno. La vigencia de su legado -y el estreno de su última obra en la Argentina, pautada para septiembre próximo- permite pensar que Agnès Varda, la "abuela de la nouvelle vague", consiguió convertirse en ese personaje eterno que nos emocionará siempre una vez más.
Para recordarla
El Museo del Cine proyectará hoy, a las 16, Visages, Villages y mañana, en el mismo horario, Las playas de Agnès (domingo). En Caffarena 51. Entrada libre y gratuita.
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