Cinco escenas memorables de Nicole Kidman
En la semana del estreno de El seductor, recordamos grandes secuencias protagonizadas por la actriz
Nicole Kidman está pasando un gran momento. En primera medida, ganó el Emmy por su actuación en la miniserie Big Little Lies, al tiempo que hizo una celebrada participación especial en la segunda temporada de Top of the Lake. Por el otro, es figura central de El seductor, la flamante película de Sofia Coppola que llegó ayer a nuestras salas; y vuelve a brillar con Colin Farrell en The Killing of a Sacred Deer, el nuevo film del gran Yorgos Lanthimos. Por lo tanto, creemos que es hora de repasar cinco escenas en las que la actriz ganadora del Oscar demostró con creces su versatilidad.
*1. La confesión en Ojos bien cerrados
Toda la obra de Stanley Kubrick se basa en las dicotomias, en la confrontación entre dos polos. El ejercicio de autoridad en oposición al libre albedrío, la transformación del hombre contra la imposibilidad de ganarle a su esencia y la represión luchando contra el indomable fulgor. En el caso de Ojos bien cerrados - el film póstumo del director basado en la novella del autor austriaco Arthur Schnitzler, Traumnovelle - la pelea se da entre el deseo y la concreción. Alice Harford (Kidman) y su esposo Bill ( Tom Cruise ) ven su matrimonio alterado por una diatriba que ella pone sobre la mesa cuando, en una noche de liberación, le confiesa a su marido que en una ocasión pensó en engañarlo con un hombre con el que sólo cruzó miradas. Es ése monólogo revelador el que empuja a Bill a una odisea que lo conduce a replantearse los conceptos de amor y lujuria, en medio de orgías y misterios irresolutos.
En Ojos bien cerrados, Kubrick pone el acento en atractivos interrogantes. ¿Es acaso la fantasía peor que el engaño mismo? ¿Lo platónico implica una infidelidad al igual que el contacto carnal? Las respuestas, claro, no llegan nunca. Las respuestas, claro, son arrojadas al espectador para que éste las dilucide según sus propios parámetros y experiencias. Kidman, en esos minutos que resultan casi oníricos, está deslumbrante, y no lo desafía sólo a Cruise sino a todo aquel que posa su mirada sobre ella.
*2. El llanto incontenible en Reencarnación
Si hay una película que podría considerarse heredera de lo mejor de Kubrick - especialmente de la mencionada Ojos bien cerrados -, ésa es Reencarnación. El largometraje de Jonathan Glazer comparte el mismo procedimiento lúdico con la frialdad, construyendo una atmósfera sofisticada en la que parece entablarse distancia de los personajes, cuando en realidad el proceso está en las antípodas: ambas películas son profundamente emocionales. En cuanto a Reencarnación, Glazer arremete nuevamente contra la idea del karma, como ya había hecho en sus videos musicales (dos ejemplos claros de ésto son los clips "Rabbit in Your Headlights" de UNKLE y "Karma Police" de Radiohead ) y en su ópera prima, la brutal Bestia salvaje. En su segundo film, Kidman interpreta a Anna, una mujer que pierde a su esposo súbitamente y que diez años después, cuando planea casarse con su nueva pareja, recibe una visita inesperada: un niño que asegura ser la reencarnación de su primer marido.
Glazer sabe que la premisa del film lo podría haber llevado al absurdo, pero logra eludirlo a través del registro de todas las etapas del dolor de su protagonista. De hecho, su película funciona menos como un thriller á la Teorema de Pier Paolo Pasolini y más como una efectiva alegoría del duelo. En la escena en la que ponemos el foco en esta nota, el director hace un inolvidable primer plano de Kidman en la ópera, donde su rostro se transforma a medida que es subyugada por la intensidad de la composición de Wagner y la angustia que proviene de descubrir que la fe es un concepto inabarcable, fluctuante, al que se lo puede abrazar o cuestionar según las circunstancias.
*3. La sesión de terapia en Big Little Lies
Cuando se estrenó Big Little Lies, la serie producida por David E. Kelley, dirigida por Jean-Marc Vallée y basada en la novela de Liane Moriarty, no había dudas que el Emmy a mejor actriz de miniserie iba a caer en manos de Kidman. Si bien el drama de HBO reparte de modo ecuánime los tiempos y espacios narrativos para sus protagonistas, en los últimos cuatro episodios Nicole toma la batuta y su trama es la que cobra mayor relevancia. La actriz se pone en la piel de Celeste Wright, una abogada que deja su profesión para cuidar a sus hijos y por pedido de su marido Perry ( Alexander Skarsgård ), y quien continuamente proyecta una imagen de esposa ideal (con familia ídem). El acierto de Big Little Lies es cómo se posiciona muy lejos de Amas de casa desesperadas - más bien se ubica en la vereda opuesta - y ancla su relato en el poder de la hermandad entre las mujeres.
Por otro lado, los momentos que ponen el foco en la violencia doméstica que Perry ejerce sobre Celeste son mostrados casi siempre a través de flashbacks breves, como reforzando la idea de que la mujer intenta suprimirlos, negarlos. Sin embargo, si hubo una escena extraordinaria en la miniserie, ésta fue la de la primera sesión de terapia en solitario de Celeste con su psicóloga Amanda (Robin Weigert, excelente). Celeste va relatando a su pesar los episodios violentos padecidos, esquivando el contacto visual con su terapeuta e intentando contener las lágrimas. Con esos diez minutos sobresalientes y esa mirada final a sus amigas Madeline ( Reese Witherspoon ) y Jane ( Shailene Woodley ) en un instante de revelación monstruosa, la actriz se aseguró el galardón televisivo con total justicia.
*4. El duelo de canciones de amor en Moulin Rouge!
La tercera y última entrega de la trilogía de "la cortina roja" con la que Baz Luhrmann rindió tributo tanto al baile (Strictly Ballroom) como al lenguaje (Romeo + Julieta) y a la confluencia de diferentes artes y disciplinas (Moulin Rouge!) no sólo pone en evidencia cómo el director australiano se embebió de los trabajos de sus padres (madre bailarina y profesora de ballroom, padre dueño de un cine) sino también la pasión absoluta con la que cuida los detalles de los escenarios. En Moulin Rouge! no hay un sólo momento para tomar aire y disfrutar de una escena íntima y despojada. Por el contrario, el realizador se descontrola en el mejor sentido del término (distinta suerte corrió su adaptación de El gran Gatbsy) y apunta a concebir una obra que despierte los sentidos.
Asimismo, el cineasta se reconoce cursi y no le importa: él va de frente. Por lo tanto, no es casual que en la escena en la que la cortesana Satine (Kidman) y el poeta Christian ( Ewan McGregor ) se enamoran, el instante epifánico llegue con la música como componente fundamental. El elefante como parte de la mitología del Moulin Rouge!, pero también como símbolo de fortaleza ante la adversidad, el rojo furioso que nos interpela, la cámara que se mueve frenética y nos marea, y ese medley de canciones de amor (desde "All You Need Is Love" hasta "Heroes") crean un verdadero show. Como dijo una vez el realizador al hablar de cómo había querido adaptar Romeo + Julieta, la respuesta es una sola: "Yo soy un entertainer, pienso en brindar un espectáculo y en nada más".
*5. El doloroso recuerdo en El laberinto
Después de ponerle el cuerpo a su creación Hedwig and the Angry Inch y de sorprender con la polémica Shortbus, John Cameron Mitchell se volcó a hacer una película mucho más depurada y angustiante, pero nuevamente explorando los pormenores de la identidad. En este caso, el film basado en la novela de David Lindsay-Abaire (y adaptada por él mismo) muestra cómo afecta a un matrimonio la pérdida de un hijo en un accidente y la búsqueda de la madre Becca (Kidman) del joven responsable del hecho (Jason, interpretado por Miles Teller, en uno de sus primeros roles resonantes). Mitchell sabe que el terreno del duelo familiar ha sido abordado en reiteradas oportunidades (como en Gente como uno de Robert Redford ) y por eso la dupla con Lindsay-Abaire es más que acertada, dado que el guionista conoce qué lugares comunes eludir. Años más tarde, Kidman protagonizaría The Family Fang, la película de Jason Bateman también centrada en los vínculos familiares, que contaba con el mismo guionista.
El punto más álgido de El laberinto llega cuando Becca y Jason quedan cara a cara y esa mujer comienza a experimentar un impensado cariño por el joven que le arrebató a su hijo de cuatro años. Así, el film de Mitchell no trata el dolor de manera unívoca sino que se adentra en las áreas grises, en lo más incómodo de ese proceso en el que ambos padres experimentan la tristeza pero no logran acompañarse por sus limitaciones.
*De yapa: el monólogo de Todo por un sueño
*El trailer de El seductor, la película de Sofia Coppola
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