Cinco diferencias entre la película y la serie sobre el clan Puccio
A 30 años de la caída de una de las bandas criminales argentinas más recordadas, el cine y la televisión coincidieron en llevar su historia a un primer plano
En tiempo de revisionismos y, por qué negarlo, no tantas ideas revoloteando, el cine y la televisión vernáculos se hermanaron en un aniversario: los 30 años de la caída de una de la bandas criminales que más atención acaparó en nuestra historia reciente. La historia del "clan Puccio", tal como se bautizó mediáticamente por entonces, tenía todos los condimentos de un buen policial, sumado a altas dosis de morbosidad por sus peculiares características.
Un padre inescrupuloso, una madre resentida, un hijo exitoso pero socialmente incómodo, otro sumiso y ambicioso... Así se fueron dibujando en el imaginario las piezas de un rompecabezas que dio mucho que hablar, y que se mantuvo como una historia viva a través de los años. Porque cada vez que Alejandro intentaba suicidarse o que Arquímedes era descubierto violando su arresto domiciliario, el relato sobre esa familia movilizada por el dinero agregaba un episodio a su oscuro derrotero.
Tan viva se mantuvo la historia que, un día, Sebastián Ortega pensó que merecía ser interpretada. Y también lo pensó Pablo Trapero. Surgieron sendos proyectos, íntimamente emparentados desde sus orígenes -la bendición de Telefe-, aunque potencialmente distintos, que tuvieron un largo trabajo de producción y generaron mucha expectativa en el público. Finalmente, la película El clan se estrenó el pasado 13 de agosto, y en poco tiempo consiguió batir varios récords; Historia de un clan , la serie de 11 capítulos que produjo Underground con el apoyo del INCAA y de la señal TNT, tuvo su promisorio debut este miércoles.
Las -odiosas-comparaciones se vuelven inevitables. Y, aunque es tan arriesgado como complicado poner al mismo nivel un largometraje con el primer episodio de una serie, en Personajes.tv los invitamos a hacer un breve repaso por las cinco diferencias que, a primera vista, subyacen entre uno y otro.
1. Arquímedes: los matices que van del gris al negro
Aunque en registros distintos, tanto Guillermo Francella -protagonista del film de Trapero- como Alejandro Awada -de Historia de un clan- consiguen sacar interesantes ribetes a este oscurísimo personaje.
En el caso de la película, Arquímedes Puccio es directamente vinculado con el "último peronismo", con el accionar ilegal de la Triple A y con las sangrientas operaciones llevadas adelante por la última dictadura militar. Sin embargo, puertas adentro, él es como una fiera cansina, un león en retirada concentrado en el resentimiento de ese espejo en el que ya no es. Todo lo hará "por la familia", y esa invocación resuena como un mantra para sumar complicidades y despertar culpas. El monstruo maquiavélico, entonces, se diluye en ese hombre gris que barre la vereda con abnegación, que ayuda a sus hijas con las tareas escolares y sabe esperar con sabiduría el momento adecuado para dar el zarpazo.
Awada, en cambio, se erige como una caricatura de maldad, como el hombre teñido de rojo sangre que manipula y hace uso de un discurso repleto de cinismo que supera cualquier tiempo histórico. "El mundo se divide entre los que tienen miedo y se quedan paralizados, y los que tienen miedo pero igual se animan a entrar", dice en el primer episodio, meditabundo, sentado en el baño que servirá de "depósito" para sus involuntarios huéspedes. Su ira y su codicia se abrazan en pos de obtener eso que otros tienen pero él no, bajo la falsa premisa de pretender obrar por un "mundo más justo". Sus miradas -siniestras, magníficamente capturadas por el oficio de Luis Ortega- cimientan el camino hacia este Arquímedes que promete convertirse en una criatura televisiva de antología.
2. Alejandro: ser o no ser, esa es la cuestión
Tanto en la serie como en la película, el personaje del hijo mayor cumple un rol fundamental. Chino Darín y Peter Lanzani están a la altura de las circunstancias, y les imprimen a sus personajes la cuota justa de duda, de tormento. Porque, en realidad, Alejandro Puccio -el real- nunca se reconoció culpable aunque sí martirizado por el devenir de una vida que, aparentemente, nunca fue del todo suya.
En Historia de un clan, Alex es un muchacho que disfruta del roce, del reconocimiento y de la buena vida que trajo consigo su buen desempeño como deportista. Es un joven despreocupado, que está de novio y sueña con abandonar el nido, sin saber que "la trampa" está sobre sí. Convencido por su padre -que acude desesperado invocando deudas y amenazas de muerte-, es quien escoge y funciona como señuelo del primer secuestro, el de Ricardo Manoukian. La escena en la que el velo de lo criminal se descubre frente a sus propios ojos es uno de los puntos fuertes del primer episodio: tenso, confundido, agitado, recibe la orden de manejar hasta su casa para abrirle el portón a la camioneta que transporta a su primera víctima, y lo hace convencido de que ya nada volverá a ser igual.
El Alejandro de El clan, en cambio, parece mucho más incómodo en ese círculo que hoy lo celebra, pero del que no se siente parte. Mastica bronca cuando lo reconocen atendiendo la rotisería familiar, no puede sumarse a la carcajada general cuando queda en evidencia que él no concurrió a los "mejores colegios" de San Isidro. La oscuridad va tomando su cuerpo de a poco, en un contexto de confusión política y represión social, y eso lo vuelve un ser tan dócil y como útil para el criminal plan paterno.
3. No hay nada más lindo que la familia unida...
Otra de las diferencias fundamentales entre la serie y la película pasa por el rol que cumplía el círculo más cercano de los Puccio. El film de Trapero se concentra en el "no te metás" de aquellos años de plomo y es allí donde reina Epifanía, la mujer de Arquímedes. Magistralmente interpretada por Lili Popovich, esta profesora de matemáticas es quien se encarga de mantener todo en regla puertas adentro, en esas habitaciones a la que todos tienen libre acceso. Sus ansias de "pertenecer" apenas se vislumbran y, tal como sucedió en la realidad, no queda del todo claro qué tan al tanto está de las tareas que su marido y dos de sus hijos llevan adelante.
En la serie, Cecilia Roth le imprime mucha más dureza y temperamento a su rol, y en más de una situación queda a la vista su desesperación por ascender socialmente. La religión tiene un papel fundamental en ese juego de apariencias: concurrir a misa es una tarea que les permite mantenerse visibles y ser reconocidos, al menos por un rato, como miembros de una comunidad en la que no consiguen encajar del todo. Algo llamativo es que el guión parece haber eludido deliberadamente la figura de Guillermo, el hijo que al sospechar que algo extraño pasaba en su hogar, aprovechó un viaje al exterior con su equipo de rugby para autoexiliarse. Los ajenos a la familia -esos que se sumaron al clan a través de un "pacto de sangre"- también juegan un rol fundamental, a diferencia de lo que ocurre en el film de Trapero. Tristán, Gustavo Garzón y Pablo Cedrón se erigen como protagonistas secundarios de la trama, y aportan cuestionamientos, tensiones y contrapuntos que prometen sumarle mucho al desarrollo de la historia.
4. Hay que salir del agujero interior
El contexto social y político es un condimento ineludible en ambas producciones. Sin embargo, en El clan, los últimos coletazos del gobierno militar y el despertar democrático es mucho más palpable: hay miedos, hay calles desiertas y cortinas que se corren, discursos duros y silencios, aunque también explosiones de energía contenida -la única escena sexual de la película lo deja bien en claro-, fervor en la Plaza de Mayo, desconciertos y teléfonos que ya no se atienden.
La serie de Underground, en su primer episodio, jugó menos con el afuera y se concentró en el adentro de esa casona de San Isidro con "oscuras reuniones de consorcio" en la que se traman los pasos a seguir por el clan. Y allí es donde Ortega se permitió jugar con la imaginación y aportarle una aire de perversión a ese micromundo familiar. Con una tensión sexual omnipresente, se venera y se acaricia la figura del hijo mayor exitoso, al tiempo que se mira como un paria al que alguna vez dejó la manada -"Maguila", interpretado por Nazareno Casero -. Las dos hijas, en tanto, transitan un camino de despertares: una, hacia un misticismo incipiente; la otra, hacia la vigencia plena de su joven sexualidad.
5. La mirada del director: crudeza vs. naturalismo
Trapero le imprime a su película ese realismo que lo convirtió en uno de los directores más innovadores de la década pasada, y de ese modo le imprime crudeza al relato. Con una cámara en movimiento, que entra y sale de foco, el thriller va transitando su camino al clímax con algunos saltos temporales que no adelantan nada que no se conozca, pero sí ayudan a desenredar el relato con la justa tensión. La música, en tanto, juega un rol fundamental: desdibuja situaciones, suma dramatismo al slow motion y aporta información. Que "Encuentro con el diablo", de Serú Girán, sea la encargada de abrir y cerrar el telón, dice mucho de la línea editorial -casi en clave humorística- que siguió el realizador al pensar en la banda sonora.
Ortega, en cambio, se aleja de las estridencias y de la crudeza "callejera" de la película, pero se permite darle rienda suelta a un naturalismo que, televisivamente, es muy bienvenido. Y, ese en esa vía donde sus criaturas toman ciertos aspectos caricaturescos, mucho más cercano al estilo "border" que cultiva en la pantalla grande. Porque, claramente, el director de Caja negra es un hombre de cine, y ha logrado poner muchos de sus recursos "poco ortodoxos" al servicio de un público más mainstream.
El juego, entonces, está puesto en las luces, en las tomas -la escena en la que, en mitad de la noche, Arquímedes le revela a Alex su "problema" y la poco legítima solución que encontró, es visualmente impecable-, en los diálogos "cargados" y en un cuidado planteo estético en el que reina la iconografía ochentosa, aunque con los procesos internos de sus personajes siempre en primer plano. Para musicalizar su trabajo, Luis Ortega se puso manos a la obra y escribió "Fantasma ejemplar", la canción interpretada por Daniel Melingo que sirve de cortina de la serie.
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