Cien veces Horacio Salgán: del concierto al homenaje
Las composiciones y el estilo del gran pianista del tango fueron recreados en el Auditorio, con su hijo César al frente
Salgán, Troilo, Piazzolla. Troilo, Piazzolla, Salgán. Tres divinidades tutelares en el olimpo del tango instrumental. Que guían, amparan y defienden la música ciudadana de Buenos Aires escrita para orquestas y grupos de cámara. Tres emblemas, tres estilos. Un pianista que acaba de cumplir 100 años el 15 de junio último y que parece haber sido gestado en las entrañas de la música clásica, pero que sucumbió al encanto de las palpitaciones urbanas. Que se da la mano con el bandoneón mágico de Pichuco, para instalarse los dos en la auténtica armazón tradicional de las agrupaciones tangueras, y Ástor, que con originales creaciones rompe códigos como artífice de la vanguardia.
Ni Salgán ni Troilo revolucionaron el tango. Pero su mérito mayor fue el haberlo enriquecido con inventiva y excelencia, y de este modo conquistar la vigencia que otorga lo clásico; que clásico significa modelo perdurable, por escapar de lo fortuito de la moda. Por esto merecía don Horacio Salgán este nuevo homenaje, luego del que también le ofreció su hijo César el 22 de mayo último en el Teatro Colón, con el resurgido Quinteto Real (piano-violín-guitarra-bandoneón-contrabajo).
Y aquí, en otra sala de este palacio que ocupaba nuestro Correo Central, sus seguidores pudieron escuchar, dos horas antes del concierto, varias grabaciones inéditas de Salgán, a modo de audición radial, que condujo con su proverbial simpatía el erudito en tanguistas, tanguedias y tangologías, Gabriel Soria, actual presidente de la Academia Nacional que nos dejó el querido Horacio Ferrer.
Luego, el auditorio del segundo subsuelo del CCK se colmó con gente mayor y jóvenes eufóricos. Fueron respetuosos testigos de este homenaje al pianista por antonomasia del tango argentino.
Doce atriles y un piano esperan a los músicos. Dos pantallas en ambos costados del escenario nos muestran videos y fotos de Salgán tocando piano. En el fondo, enorme cartel: "Salgán 100 años".
Ingresan cinco violines, cuatro bandoneones, guitarra, chelo, contrabajo. César, el hijo de Salgán, oficia de maestro de ceremonia y auriga, desde el piano. Todos irrumpen con el tango "Recuerdo", de Osvaldo Pugliese. Con ellos desandamos el recorrido al que convida un retrato antiguo: el de aquellas orquestas típicas de su padre: de las décadas del 50 y del 60, con su marcación enfática, cronométrica, de ritmos en staccato y clásicas síncopas que relampaguean en su estilo, siempre alternándose con remansos cantables y "románticos" de los cuerdas, en especial los violines.
Es la misma impronta que logra estamparse con renovados colores tímbricos y resonancias en casi todo el resto del repertorio de pátina antigua, recogida de los años 40: "Gallo ciego", de Bardi; "Canaro en París", de Scarpino..., en los que el piano recobra protagonismo con la famosa variación.
La orquesta aplaca sus ímpetus sonoros y pulsaciones en el hermoso tema del propio Horacio, "La llamó silbando", uno de los mojones de la noche, cuya melodía se esconde detrás de algunos énfasis, pero que el director musical sabe recalar, no sin algunos acentuados rasgos sentimentales de las cuerdas, en el famoso "Ojos negros", de Vicente Greco. Antes había retozado sacándoles chispas a "El arranque", de Julio De Caro, y a "La puñalada", la milonga de Pintín Castellanos.
En casi todas las versiones, el piano de César Salgán se integra de tal forma en la trama del grupo que prácticamente desaparece, sin asumir el protagonismo que alcanzó siempre con su padre, al menos a modo de alternancia con ese teclado, que inspiró todas sus versiones orquestales, empezando por el magistral "A fuego lento", que sigue siendo una maravilla de genialidad creadora.
La noche del homenaje al genio centenario de Salgán se extiende con algunos de los temas que grabó varias veces con sus orquestas. Nos queda la incógnita del por qué quedaron en el tintero hermosas creaciones, como "Don Agustín Bardi", "Aquellos tangos camperos", "Tango del eco", "Grillito", "Tal vez no tenga fin", que suena a profecía de su prolongación en la memoria estética de los argentinos. Nos quedan dos mojones: "Hotel Victoria" y "Taquito militar", que César tocó como prolongación del antológico Quinteto Real fundado por su padre en 1960. En esta música de cámara, más el perdurable dúo con Ubaldo de Lío, y los dos discos irrepetibles junto al otro portento pianístico, Dante Amicarelli, brillan los más alucinantes destellos de la genialidad de Horacio Salgán intérprete-creador. El dificilísimo arte del contrapunto como un juego infinito de combinaciones melódicas, armónicas y rítmicas; los mil adornos de la melodía, las cabriolas de la mano derecha y sus réplicas con la izquierda, los refinados matices dinámicos; los contrastes, las bifurcaciones en el otro arte de la variación... Para la eternidad.
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