Chistes de mal gusto, comentarios desubicados: ¿los escándalos en los canales de streaming son parte de una estrategia o un punto de inflexión?
En los últimos días se emitieron contenidos en Olga y Neura que provocaron la reacción de rechazo de la opinión pública por hacer bromas con temas como la pedofilia, cáncer y burlarse de figuras como el dramaturgo y director, Pepe Cibrián; hubo pedidos de disculpas, pero ¿cuáles son los límites de lo que se emite?
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Primer acto: un individuo con auriculares les avisa a sus amigos de las redes sociales que en una hora “prende” y sale en cámara por Twitch para hablar de cualquier cosa o “gamear” en vivo. Recibe mensajes y todos resisten en comunidad el aburrido encierro de la pandemia.
Segundo acto: cuatro individuos jóvenes, varones y mujeres, con auriculares, vestidos como en su casa, charlan alrededor de una mesa sobre cualquier cosa. Interactúan con sus “viewers” que los miran y a partir de esos tópicos generacionales acotan puntos de vista. Todos se ríen con estentóreas carcajadas (un poco como esas escenas de películas donde todos fumaron marihuana en una habitación).
Tercer acto: cuatro individuos no tan jóvenes con auriculares, vestidos con remeras de personajes de comics, charlan alrededor de una mesa sobre cualquier cosa. Hasta llevan invitados que no suelen aparecer en otros espacios mediáticos. Viralizan sus geniales ocurrencias más allá de su comunidad. Empiezan a ganar algo de plata y a ser reconocidos en la calle (son “famosos”, es de suponer). Ríen, por supuesto, también con estentóreas carcajadas al aire.
Cuarto acto: Los individuos ya famosos, con auriculares con nombre propio de la marca del canal, hablan de cualquier cosa alrededor de una mesa, pero responden a un perfil humorístico, político y social. Alcanzan grandes niveles de audiencia y se convierten en la última gran cosa de los medios de comunicación masivos. Entonces, eureka, nacen los canales de streaming. Todavía más fuerte que antes, obviamente, ríen a carcajadas al aire.
Fin de la obra.
Ojalá la génesis fuera tan sencilla como esa. Sucede que hay muchas más aristas en juego cuando se habla de los canales de streaming, estos medios digitales que algunos definen con cierta malicia como los nuevos “parripollos” de la pantalla. Es que todos los días aparece uno nuevo: el libertario Carajo y el kirchnerista, Norita, fueron los de las últimas horas. La cartografía es cada vez más compleja y democrática.
Pero uno de los dilemas tiene que ver con los últimos acontecimientos (escándalos, podría decirse) en los que quedaron involucradas dos de las marcas más importantes de ese ecosistema: Olga (la nave nodriza de Migue Granados) y Neura (timoneada por Alejandro Fantino). A este tándem habría que sumarle LuzuTV (con Nicolás Ochiatto como capitán del navío) y Blender (donde tiene sus envíos el militante peronista y asertivo entrevistador, Tomás Rebord, y el comediante, Guillermo Aquino).
Hace una semana, en uno de los programas de Olga, del que participaban Martín Rechimuzzi, Evelyn Botto, Noelia Custodio y Tomás Kirzner (hijo del actor y productor Adrián Suar) presentaron un segmento donde se burlaron del dramaturgo y director, Pepe Cibrián. Hasta ahí, más o menos lo normal. Personas que se consideran jóvenes, abiertas y hermanadas con las buenas causas de época, burlándose de lo que consideran viejo, “rancio”, según puede interpretarse a grandes rasgos. Pero, en un pasaje, Kirzner (25 años) provocó las risas (grandiosas, tal como obliga el medio) de sus compañeros, después de recrear en tono humorístico las palabras de Cibrián en una vieja entrevista televisiva: “Él está angustiadísimo porque no puede adoptar, entonces le dice a Susana: ‘Hay una chica de 5 años que por dos pesos te chupa... y yo, con mi pareja, le queremos dar un hogar y somos cuestionados. Entonces yo te pregunto a vos, Susana Giménez: ¿Qué preferís: calle o Pepe?’”. No sólo la pantomima resultó un contenido de características poco felices sino que hubo comentarios refiriéndose a la supuesta niña como “petera”. Naturalmente, el comentario absolutamente repudiable de Kirzner, con referencias tan aberrantes como la pedofilia, provocó la inmediata reacción de Cibrián que, ahora, demandará a los integrantes del programa. “Esto es muy serio. Se ríen de una lucha mía de años por defender una ley igualitaria (en la adopción). Es verdad que una chica de cinco años me aclaró que se tuvo que prostituir para evitar el hambre, y ellos se ríen de una manera espantosa”, expresó Cibrián. Además, el ciclo de Olga suele arrobar las cuentas personales de los mencionados como parte del chascarrillo (“jodita”, señalan), con lo cual la amplificación fue aún mayor. “Te pido perdón Pepe. En el clip que se viralizó estoy banalizando algo terrible”, reflexionó Kirzner al aire, al comienzo del programa de streaming de Olga. “¿Dónde está mi error? En reírme y no darme cuenta en lo que estoy diciendo. Me di cuenta a las trompadas, con lo que dijo Pepe y con lo que dijeron otros periodistas. A las trompadas me di cuenta que es un espanto el clip el que se viralizó. Fui un estúpido, fue una completa desinteligencia de mi parte y le pido perdón Pepe. Fui un pelotudo [sic] que no se dio cuenta. No tiene nada que ver con una bajada de línea del streaming”, subrayó el hijo de Adrián Suar.
Pero esto no es todo. Una semana antes, en Neura, Sergio “Tronco” Figliuolo también había vivido un momento de zozobra cuando no pudo contener la risa tras escuchar el audio de un oyente que hizo un chiste con referencias al cáncer y la pedofilia. Fantino tuvo que salir a aclarar que “Tronco” –que también pidió perdón- no iba a estar más al aire, aunque es su socio y posee el 25% de Neura. Cabe preguntarse a esta altura: ¿Si alguno de estos episodios hubiera ocurrido, por ejemplo, en un programa de TV como Polémica en el Bar, cuál habría sido la reacción de las estrellas jóvenes y modernas del streaming? ¿Cuál es la responsabilidad que le cabe a un canal digital en cuanto a sus contenidos? ¿Tienen mecanismos de autocontrol? ¿Cuál es el papel que juegan las plataformas como YouTube por donde se transmiten? O más profundo aún: ¿Acaso, los medios tradicionales pierden audiencia precisamente por tener filtros éticos y morales sobre lo que emiten?
“El atractivo que tienen es que no hay filtro. En la radio y en la tele no podés decir cualquier cosa. Por ahí, si hay filtros, pero da la impresión de que se hablan de temas de manera más libre. No tienen informativos. Cuatro personas hablando de cosas y los oyentes pueden participar. Y se pueden ver en vivo haciendo cosas que son parte del atractivo. Es como un programa de TV: hacen quilombos, acciones que causan gracia. Se distanció del streaming tradicional, ya son programas, armados, pensados, tienen pautas con marcas. Una mezcla entre la TV y la radio”, explica Noelia Suárez, una oyente de 20 años.
Hay algo generacional. Una delgada línea entre la ironía, el sarcasmo, el absurdo y la incomodidad moral. Así puede percibirse con sólo mirar un par de horas estos programas, independientemente del canal. El sistema funciona así: de cada ciclo (algunos de tres horas sin cortes, ni música, ni nada) deben surgir fragmentos (“frames”) ingeniosos, provocativos que se publican en las redes sociales con la expectativa de convertirlos en virales como carnada para atraer nuevo público. Claro que hay que poner algo en el anzuelo que resulte y, para ello, detrás de las cámaras hay un equipo enorme de gente esperando que aparezca lo viralizable. Sexo, drogas, bromas entre géneros, vivencias cotidianas, grieta, opiniones políticamente incorrectas… el menú desde tiempos inmemoriales, pero masticado por dientes de leche. Por si no queda claro, todo funciona como una reunión de amigos, en sintonía con el lenguaje propio del medio, aunque atrás hay un negocio y una empresa que distribuye contenidos como cualquier otra. O sea, uno podría pensar que estos nuevos medios digitales aspiran a tener el número de audiencia de los medios tradicionales, pero no las responsabilidades. Quizá, como todo ciclo de vida, a los canales de streaming también les llegó el tiempo de madurar.
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