Chavela Vargas: el último trago
Murió ayer, a los 93 años, la chamana del canto que fue ícono de la bohemia cultural latinoamericana
La cantante Chavela Vargas murió ayer, a los 93 años, en un hospital de Cuernavaca (México) por problemas respiratorios y cardíacos. Mañana, en el Palacio de Bellas Artes recibirá un homenaje de cuerpo presente.
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"Y vámonos/donde nadie nos juzgue/donde nadie nos diga que hacemos mal/y vámonos/alejados del mundo/donde no haya justicia, ni leyes, ni nada, nomas nuestro amor".
Chavela Vargas no le tenía miedo a la muerte. En una entrevista con LA NACION en 1999, decía: "Tengo respeto a la muerte, pero miedo no. Me parece el paso más elegante del mundo. Por eso nadie volvió. Y yo no sé qué viaje voy a hacer. No lo siento como una despedida. Simplemente voy a detener mi camino. Así será mi muerte".
–¿No le pediría prórroga, como dijo su colega Compay Segundo?
–No le pido prórroga a nadie. Ya viví todo lo que tenía que vivir. Sé que estoy llegando al final... bueno son días, meses o años, no tengo la menor idea. Sí sé que algo va a suceder. Pero no me siento mal por eso.
–Quizá porque siente que la sobrevivirán sus canciones...
–Ese es mi mayor orgullo. Porque nada quedará de mí sobre la tierra, como decía la poesía náhuatl. Yo no quiero entierro ni velorio; que me quemen y mis restos desaparezcan. Que nadie sepa pa’ dónde me fui. Y si me quieren encontrar, que escuchen mis canciones, que ésas vivirán eternamente.
Escuchar las canciones que Chavela Vargas se apropió por derecho propio, por una vida intensa, valiente y llena de excesos que alimentaron la leyenda negra, fue su manera de exorcizar los dolores del mundo. Como una chamana indígena, la artista transmutó esa fragua de emociones en rancheras, boleros y canciones inolvidables escritas por José Alfredo Jiménez, Agustín Lara, Alfonso Camín, que se transformaron en himnos en su voz: "La Macorina", "Volver, volver", "Vámonos", "El último trago", "Un mundo raro", "Noche de ronda" o "La llorona", fueron las impresiones musicales que dejó para el mundo. Su dimensión artística se puede medir en una voluminosa y trascendental obra discográfica fruto de su habitual desmesura: 80 discos, 500 canciones grabadas y un álbum lanzado a los 93 años, dedicado a Federico García Lorca, que llegó a presentar en vivo en México y España, antes de su primera internación.
Nacida en abril de 1919 en Costa Rica, María Isabel Anita Carmen de Jesús, Chavela eligió exiliarse en su adolescencia en México, país donde empezó a construir su leyenda. La vida de Chavela Vargas es para una historia cinematográfica, donde las fronteras de la ficción y la realidad se cruzan y confunden todo el tiempo. Así, en su biografía no oficial aparece que fue amante de Trotsky, que andaba con pistolas, que se robaba a mujeres en su caballo blanco, que entre su auditorio privilegiado cuando cantaba en bares estaban estrellas de Hollywood y que producto de su adicción llegó a tomarse 45.000 litros de tequila. La mitificación de su figura en vida y las historias que alimentaron la leyenda no hicieron más que contar apenas una mínima porción de su rica existencia.
"El problema de los cuentos demasiado buenos es que casi nadie los cree. Durante años, llegaba a una reunión o una fiesta con mucha borrachera y me sentaba en un rincón a escuchar cómo hablaban de mí. Que uno había ido con Chavela a Europa. Que otra había vuelto de Europa conmigo. Que otro había estado conmigo allá mientras tanto. Esa es mi leyenda negra y la escuché casi entera. Qué importa cuánto es verdad. Déjala que corra, que así se formó la historia. Me voy a morir y va a quedar la historia", le decía, en otro intento de desmitificación, al periodista Juan Ignacio Boido.
Es cierto que había una historia detrás de la leyenda que ella prefería contar en primera persona. Antes de su redescubrimiento en los noventa, Chavela ya había tenido al México posrevolucionario y machista a sus pies. "La primera noche que debuté como La Vargas salí con un jorongo –un poncho indio– y pantalones. Cuando pegué el primer grito de rebeldía sentí que por un segundo se paró el ambiente musical del planeta. Al otro día, el comentario en un diario fue: salió una figura extraña, vayan a verla."
Desde ese momento, el mundo empezaría a tener noticias de ella. Chavela pasó a ser un ícono de la bohemia cultural de México. "A mí me tocaron los años más bellos, del 50 al 70. Ese tiempo con Frida Kahlo, con Diego Rivera, con Guadalupe Amor, y todo aquel rejuego era encantador. Había una cantina que estaba cerca del museo de Frida, donde Diego había pintado unos murales hermosos en una noche de borrachera. Eran gentes encantadoras y tan extraordinarias que se adelantaron a su época. Yo estoy desubicada, ellos no. Ahorita estarían apenas bien en esta época", recordaba en una serie de entrevistas con LA NACION, en sus diferentes visitas de 1999 y 2004.
La Chavela real era todavía más interesante y profunda que la historia maldita de esta paloma negra que buscaba recuperar una memoria perdida en noches de alcohol y cantinas. El comienzo de su beatificación musical arrancó con su regreso a los escenarios en 1991, en un templo alternativo del DF mexicano como El Hábito de Jesusa Rodríguez. Fue otro ciclo triunfal –tras abandonar los escenarios en la década del 70– que contó con el padrinazgo artístico de Pedro Almodóvar; incursiones en el cine, como su aparición en Grito de piedra, de Herzog; una serie de discos que la devolvieron al primer plano musical, y hasta tributos en vida, como el que le hizo Joaquín Sabina en "Por el bulevar de los sueños rotos". "Pude sacar a la ranchera de la cantina y los balazos y llevarla a las universidades. Siempre le hice caso a Chavela. Por eso en 1935 una mujer no se podía poner pantalones y yo me los puse. Me criticaban cuando aparecí con un poncho, pero después, en el Olympia de París, se paraban a aplaudir un zarape mexicano. Esa es la escuela que he creado, una escuela muy pura en arte, porque no tengo mitificaciones ni nada. Yo viajo con 20 kilos de equipaje y ahora los cantantes llevan 500 kilos. Sólo con mi voz y mis guitarras estoy ante miles de personas", decía orgullosa.
Con ochenta años y amagando varias veces con el retiro, no se detuvo y siguió grabando discos y actuando en vivo. Sus conciertos –en Buenos Aires actuó en 1999, 2001 y 2004– eran experiencias místicas, rituales sagrados de música donde su canto y su antiguo dolor borraban por un instante las penas del mundo. "Me subo a un escenario y para mí es como hacer una ceremonia india. Es como que me estoy desangrando. Estoy contando cosas... que con música son más entretenidas, pero que la gente siente como autobiográficas... y yo dejo mucha vida en cada una. Entrego todo mi arte. Soy una elegida. No metamos a Dios en esto. Pero tengo algo dentro que no sé cómo explicarlo. Sólo sé que cuando canto todo ese desgarro sale pa’ fuera", contaba.
Conocer en persona a Chavela Vargas, también, era una experiencia tan fuerte como sus conciertos. Sus conversaciones eran un pasaporte a un lugar fuera de este mundo y este tiempo, un mundo espiritual, donde regían otras leyes. En el último encuentro que tuve en persona con ella, en 2004, para LA NACION, me confesaba: "Estoy con el chamanismo. Es algo muy importante para mí ser chamana. Se lo debo a mi raza. No es que ya me sienta una sacerdotisa del canto; me falta mucho para emplear mis manos en curar. Me falta mucho estudio, meditación. No es que porque me llamo Chavela Vargas me van a venir estas cosas. Sabes bien que desde la raza del indio no es así".
Cuando Chavela te miraba directo a los ojos, con esos pliegues de varias vidas y ese pelo canoso que parecía encresparse eléctricamente, la artista emanaba una sabiduría ancestral. "Durante mucho tiempo la idea y la sensación de amigos que ya no estaban me provocaban mucho dolor, pero ahora comprendí que no murieron, sino que se fueron a otra dimensión. Pienso que don Juan [el célebre brujo mexicano que hizo conocido Carlos Castaneda], a quien conocí, no murió, sino que se fue; está en otra dimensión. No sé dónde está, pero lo oigo. Muchas veces he sentido el golpe de su sombrero, que me lo tira, pero nunca lo digo porque van a decir que estoy loca.
–¿Ese camino que está transitando renovó su vida?
–Este es un camino que no tiene fin. Yo lo estoy empezando. No termina; es infinito porque cuando uno está cerca del final es un vuelta a empezar. Ese es el cosmos; ésa es la vida. No es una tumba; no es que allí termine todo. No señor.
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Durante veinte años la busqué en sus escenarios habituales y desde que la encontré en el diminuto backstage de la madrileña Sala Caracol llevo otros veinte años despidiéndome de ella, hasta esta larguísima despedida, bajo el sol abrasivo del agosto madrileño.
Chavela Vargas hizo del abandono y la desolación una catedral en la que cabíamos todos y de la que se salía reconciliado con los propios errores, y dispuesto a seguir cometiéndolos, a intentarlo de nuevo (...)
La presenté en decenas de ciudades, recuerdo cada una de ellas, los minutos previos al concierto en los camerinos, ella había dejado el alcohol y yo el tabaco y en esos instantes éramos como dos síndromes de abstinencia juntos, ella me comentaba lo bien que le vendría una copita de tequila, para calentar la voz, y yo le decía que me comería un paquete de cigarrillos para combatir la ansiedad, y acabábamos riéndonos, cogidos de la mano, besándonos. Nos hemos besado mucho, conozco muy bien su piel (...)
También me dijo "una noche me detendré", y la palabra "detendré" cayó con peso y a la vez ligera, definitiva y a la vez casual. "Poco a poco", continuó, "sola, y lo disfrutaré". Eso dijo.
Adiós Chavela, adiós volcán.
Tu esposo, en este mundo, como te gustaba llamarme.
Pedro Almodóvar
El país
Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión encendida sin sonido la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en la vida (...)
Joaquín Sabina
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