En 2013, Erik Hedegaard realizó la última entrevista de Rolling Stone al asesino que, después de pasar más de 45 años en la cárcel, murió el domingo a los 83
En el valle de San Joaquín, en California, a mitad de camino entre Bakersfield y Fresno, en las afueras de Corcoran, una ciudad infestada de moscas, ventosa, maloliente y árida, se encuentra la cárcel de Corcoran, un edificio bajo y extenso donde Charlie Manson está cumpliendo su condena a prisión perpetua por su participación en los asesinatos de Tate y LaBianca, que terminaron con la era de paz y amor en 1969. Acaba de entrar en la sala de visitas. ¶ No tiene el mismo aspecto que tenía antes, por supuesto, todo resplandeciente con sus flecos de gamuza, a veces con corbata o con el chaleco patchwork tecnicolor que le cosían sus chicas, con su agradable barba candado, sus ojos locos de Rasputín y su habilidad fantástica para saltar de su asiento y arremeter contra el juez que presidía su juicio, con un lápiz en la mano, listo para clavarlo en la garganta del viejo justo antes de que lo redujeran, cosa que ayudó a que fuera declarado culpable. Todo eso es historia antigua. Ahora tiene 79 años. Es un hombre grande y canoso que no escucha muy bien, está mal de los pulmones y tiene una dentadura arruinada, carcelaria. Camina con un bastón y lo levanta para saludar a sus visitantes, una de las cuales es una mujer esbelta de pelo oscuro a la que él llama “Star”.
“¡Star!”, dice él. “No es una mujer. ¡Es una estrella de la Vía Láctea!”
Camina lento hacia ella, con los brazos abiertos y una gran sonrisa, y ella se le acerca.
Desde una plataforma elevada en el centro de la sala, dos guardias armados con spray de pimienta y cachiporras observan a la pareja. Star tiene 25 años, es de un pueblito sobre el Mississippi, se crió en una familia bautista, le encanta que su casa esté limpia y ordenada, se viste de manera muy recatada y tiene mucho sentido del humor. Charlie probablemente sea el asesino más infame de toda la historia. Se lo ha comparado con el Diablo por la manera en que influenció a sus amigos para que mataran por él. Pasó los últimos 44 años encerrado y casi unos 60 años de su vida en la cárcel, lo cual significa que ha sido un hombre libre durante menos de veinte años. Nunca va a salir. Por su parte, Star vive en Corcoran hace seis años, desde los 19. No fue su reputación de asesino lo que la trajo hasta acá, sino la militancia ecologista de Charlie, más conocida como ATWA [aire, árboles, agua y animales, por sus siglas en inglés]. Ella se ha convertido en su defensora más acérrima, administra websites de apoyo a Charlie (una página de Facebook y una de Tumblr) y lo visita todos los sábados y domingos, durante cinco horas, siempre que no esté en confinamiento solitario o que no haya tenido problemas con las autoridades. “Bueno, sí, la gente piensa que estoy loca”, dice ella. “Pero no entienden. Esto es lo que a mí me parece bien. Nací para hacer esto.”
Las reglas en la sala les permiten besarse sólo al principio y al final de cada visita. Se besan con un piquito y un abrazo y después se sientan enfrentados en la mesa. Lo primero que llama la atención en Manson es la X (que después se convirtió en una esvástica) que se esculpió en la frente durante el juicio para protestar por el tratamiento que le daban los funcionarios de la ley, medida que luego fue imitada por los otros acusados (y después de todos estos años, por la chica que está sentada con él, Star, que hace poco se talló la X en la frente también). Lo segundo es que es un tipo muy presentable. A pesar de su edad, no tiene ninguna de las características desagradables de los viejos: no tiene pelos en las orejas, no se le junta mugre a las comisuras de los labios, y su camisa azul penitenciaria no tiene ni una arruga ni una mancha de comida. Se lo ve muy bien. Lo tercero es que habla muy bajito, no como en las entrevistas que daba en los 80 y los 90, cuando, por ejemplo, intentó atacar a Diane Sawyer, que tenía puesta una polera y unos aros muy lindos, y rugió: “Mujer, yo soy un gánster. ¡Me dedico a robar!”.
Se para y mira alrededor. “Creí que íbamos a comer un poco de pochoclo”, dice mientras se dirige a un armario donde los presos a veces guardan su comida. Se agacha, mira, mueve algunas cosas y se incorpora con un suspiro desilusionado.
“Bueno”, dice, “el pochoclo desapareció”.
“Me parece que lo comimos la última vez”, dice Star.
Charlie suspira y se vuelve a sentar; parece confundido. Pero después, antes de que yo pueda reaccionar, estira la mano y me toca la punta de la nariz, rápido como la lengua de un sapo, y luego retrocede.
Se acerca. Siento su respiración en mi oído.
“Le toqué la nariz a todo el mundo, man”, dice en voz baja. “No hay nadie a quien yo no le pueda tocar la nariz.” Se inclina para un costado y dice: “Ya sé lo que estás pensando. Relajate”. Un rato más tarde, dice: “Si te puedo tocar, te puedo matar”.
Me pone la mano en el brazo y me da unas palmadas. Una hora después, estamos hablando del sexo en el rancho en los viejos tiempos, de cómo era, con todas esas chicas alrededor, también algunos chicos, y cómo recuerda las escenas de sexo grupal. “Era así”, dice y me pone la mano en el brazo otra vez, lo recorre hasta el codo y vuelve a bajar. “Así era. Todos nos dejábamos llevar por la corriente. No se podía decir que no. Si yo subo, vos tenés que dejarte llevar. Todos estaban con quien quisieran.” Yo asiento, porque por un momento, con su mano deslizándose sobre mi piel, entiendo cómo era. Se siente bien. Se siente sorprendentemente bien dejarse llevar por la corriente, incluso si es la corriente de Charlie Manson e incluso si, dado que me está tocando, me puede matar, cosa que seguramente era igual en ese entonces.
Mientras tanto, Star está desplegando un pequeño festín: chocolates, tarta de zapallo, papas fritas, tarta de frutilla, golosinas con manteca de maní. Charlie elige un chocolate y se lo come mientras toma gaseosa. Así es como pasa el tiempo en estos días.
Así es como espera que su tiempo se acabe.
***
Lo que la mayoría de la gente sabe y cree sobre Manson deriva de Helter Skelter, el libro de 600 páginas del fiscal Vincent Bugliosi que cuenta los crímenes, la investigación y el juicio. Ha vendido más de 7 millones de ejemplares desde 1974, más que ningún otro libro sobre casos criminales en la historia. Cuando se publicó, era un libro aterrador e intragable para el establishment, y hoy en día lo sigue siendo.
Bugliosi explicó el asunto de esta manera: el 21 de marzo de 1967, después de pasar tres años en la cárcel por violar la libertad condicional por una condena por falsificación de un cheque de 37 dólares, Charles Milles Manson, un ladrón de poca monta de 32 años, salió en libertad y se encontró en una San Francisco hippie. Era el Verano del Amor. Nunca había visto nada igual: sexo libre, comida gratis, muchos abrazos, marihuana, ácidos, chicas: tantas chicas, muchas de ellas perdidas, chicas que esperaban que les dijeran que alguien las había encontrado. Charlie era el hombre indicado. Tocaba la guitarra, tenía la mística del ex convicto, tenía una buena cháchara metafísica sobre la libertad. Las chicas no lo dejaban en paz, empezando por la bibliotecaria Mary Brunner, como también la encantadora Lynette Fromme, a la que pronto le empezaron a decir Squeaky [chillona]; Susan Atkins, una chica obsesionada con el sexo, y la heredera Sandra Good. Fue el comienzo de lo que el fiscal llamaría “el Clan”. También fue el principio del fin para Manson.
"Yo no maté a nadie. ¿Alguna vez me vas a perdonar por lo que pensás que hice?"
En un momento se trasladaron a Los Angeles. Lo que más quería Manson, según Bugliosi, era convertirse en una estrella de rock. Se hizo amigo de Dennis Wilson, de los Beach Boys, que pensó que tenía potencial, y del famoso productor musical Terry Melcher. Salía bastante. Todos se acostaban con todos. Era tan divertido, tan encantador. De verdad lo era, salvo cuando Charlie, según testificó más tarde una de las chicas, le empezaba a pegar a alguna. Vivían en Spahn Ranch, un terreno donde se habían filmado varios westerns de Hollywood y donde Charlie le había hecho creer a varios que él era Jesús. Todos lo trataban como si lo fuera, y por eso surgió la creencia de que tenía algún tipo de superpoder hipnótico a lo Svengali sobre la gente que vivía ahí. Durante un tiempo, estuvo todo bien. Muchos chicos que nunca habían tenido un hogar ahora lo tenían. Todo el mundo sonreía. Pero algo cambió en 1969. Los Beatles habían sacado el Album Blanco hacía poco, y Manson se obsesionó de repente con la canción “Helter Skelter”. En ella veía una guerra apocalíptica e inminente entre los blancos y los negros durante la cual él y su banda vivirían en el desierto, bajo tierra o en una tierra mágica de leche y miel, y luego de la cual los negros, que ganarían la guerra, le rogarían que él fuera su líder, porque no podrían arreglarse por sí solos.
Según Bugliosi, Manson se cansó de esperar que empezara la guerra, así que el 9 de agosto de 1969 decidió iniciarla él mismo y mandó a Tex Watson, un ex atleta estrella en la secundaria, a Patricia Krenwinkel, una antigua alumna de un colegio católico, a Susan Atkins, una ex cantante de un coro de iglesia y a una advenediza llamada Linda Kasabian a una casa donde vivía una gente rica en Cielo Drive, en Los Angeles –una casa que Melcher había alquilado una vez– con la orden de “destruir totalmente a todos los que estén ahí, de la manera más horrible que puedan”. Debían dejar señales de “brujería”, y portentos para que pareciera que había sido obra de las Panteras Negras. No se podía decir que no. O al menos nadie dijo que no.
“Soy el diablo y estoy acá para llevar a cabo la obra del diablo”, anunció Watson cuando entró en la casa. Unos veinte minutos y 102 puñaladas más tarde, se terminó todo, al menos por esa noche.
Entre las personas asesinadas estaba Sharon Tate, la mujer del director de cine Roman Polanski, de 26 años y embarazada; Jay Sebring, el peluquero de las celebridades, de 35; Voytek Frykowski, un dramaturgo de 32, y Abigail Folger, la heredera de la empresa de café Folger’s, de 25. Y la siguiente noche los asesinos hicieron lo mismo, otra vez bajo las órdenes de Charlie, y esta vez Leslie Van Houten, la chica más popular de la secundaria, se unió al grupo. Añadieron otras 67 puñaladas al asesinar a una pareja al azar: Leno LaBianca, dueño de un almacén, de 44 años, y a su mujer Rosemary, de 38, mientras estaban en el living de su casa. En ambos casos, escribieron la palabra “cerdos” y “muerte a los cerdos” con sangre en las paredes, puertas y heladera.
Para Bugliosi, lo hicieron para relacionar los asesinatos con los negros; de ese modo, los blancos perseguirían a los negros, los negros se rebelarían, y así daría comienzo a la revolución. Dijo que Manson la había nombrado Helter Skelter por la canción de los Beatles. Era una hipótesis rebuscada y algo demente; los colegas de Bugliosi preferían que la dejara de lado a favor de algo un poco más razonable, como un robo o una operación por venta de drogas que había salido mal. Pero a Bug, como lo llama Manson, no lo pudieron persuadir. Le otorgó inmunidad a Kasabian –aparentemente, ella no estuvo presente en ninguno de los asesinatos– y la usó de testigo estrella. Así, le vendió Helter Skelter no sólo al jurado, sino también al resto del país. En 1971, los acusados fueron hallados culpables y condenados a la pena capital, que fue conmutada por prisión perpetua cuando se derogó la pena de muerte en el estado. Atkins murió de cáncer hace cuatro años, a los 61. Krenwinkel, de 65, y Van Houten, de 64, están en el Instituto de Mujeres de California en Chino, donde se convirtieron en internas modelo y esperan que se les otorgue la libertad condicional. Watson, de 67, está en la cárcel de Mule Creek en Ione, California. El confesó haber cometido todos los asesinatos, y dijo que las chicas sólo apuñalaron a las víctimas una vez que ya estaban muertas, como si eso fuera a hacer alguna diferencia. Todos han repudiado a Manson. Y Bugliosi, que tiene 79 años, luego de una carrera exitosa como fiscal y como autor de best-sellers, está en su casa de California, lucha contra un cáncer y de vez en cuando concede alguna entrevista.
“Hay muchas clases de hombres malvados y refinados en el mundo, y ha habido asesinatos más brutales que los asesinatos de Manson; entonces, ¿por qué seguimos hablando de Charles Manson?”, dice Bugliosi. “Había algo en él que sólo tiene un hombre en un millón. Un aura. «Una vibra», como decían los chicos en los 60. Adonde quiera que fuera, los chicos lo seguían. No era algo normal. Es decir, yo no podía lograr que alguien fuera hasta la heladería y me trajera un milk-shake, ¿entendés? Pero este tipo… Yo no sé qué tenía. ¿Cómo mierda voy a saber?”
¿Quién puede saberlo? Es inexplicable y nadie nunca lo sabrá verdaderamente, al igual que yo nunca podré saber por qué cuando Manson me puso la mano en el brazo se sintió tan bien, no bien de una manera pasiva, sino de una manera activa, quería que la dejara ahí, que la dejara ahí un poco más. Es una presencia. Y es esa presencia, combinada con la manera en que la utilizó, lo que lo ha convertido, en los últimos 44 años, en una superestrella, en un símbolo de la maldad comparable sólo con Hitler. En 1970, esta revista publicó la primera nota exhaustiva sobre Manson y sus seguidores, un artículo de 22 páginas titulado “La increíble historia del hombre más peligroso del mundo”, que estaba escrito desde un punto de vista subjetivo y que le permitía a Manson hablar a sus anchas. Desde entonces, no han dejado de salir libros y notas. Sin embargo, casi nunca participa, y hace casi veinte años que no da una entrevista de fondo a un medio gráfico.
Hablé por primera vez con Star en septiembre de 2012, y dos meses más tarde, por teléfono con Manson. Después de la llamada, se puso muy esquivo cuando le pedí que nos viéramos; a veces aceptaba a regañadientes, a veces me decía que no, a veces me acusaba de ser un títere de los medios. “Sos un tipo muy lejano”, me dijo una vez. “Yo sólo conozco gente como vos cuando les quiero robar. Sos un lacayo. Yo no hablo con lacayos.” Cuando fui a visitar a Star en septiembre, Charlie volvió a dejar en claro que no quería verme. Pero cambió de idea a último momento, y después de nuestra primera charla, me pidió que volviera al día siguiente.
A lo largo de los años, la cara y el nombre de Manson han quedado firmemente grabados en el imaginario del público, a pesar de los deseos del propio Manson. Sus ojos como agujeros negros están impresos en remeras y hasta en “Feliz Navidad, Charlie Manson”, el episodio de South Park. Hay una ópera y un musical inspirados en él. Los intelectuales también han expresado su opinión. En 2010, el teólogo David R. Williams escribió: “Nosotros, como cultura colectiva, hemos mirado a los ojos a Manson y hemos visto en esas cuevas oscuras lo que más temíamos sobre nosotros mismos: la paranoia de lo que podría suceder si perdiéramos el control. Fue el monstruo en lo salvaje, la sombra en el bosque oscuro, la bestia que acecha en Terra Incognita, más allá de los límites del mapa”. El tema es que, al igual que esa bestia que acecha, él siempre está ahí, siempre con nosotros. En una entrevista a Manson en televisión en 1988, Geraldo Rivera lo llamó “la materia de que están hechas las pesadillas de una nación”, y si ya no lo era antes de que los medios se apropiaran de él, ciertamente lo ha sido desde entonces.
En parte, esto explica por qué el caso nunca se diluyó, sobre todo en internet, donde cada detalle está bajo estudio y reinterpretación. La teoría de la guerra entre razas de Bugliosi en Helter Skelter, por ejemplo, fue muy esgrimida, y muchos de sus estudiosos han concluido que es una sarta de tonterías, a pesar de las declaraciones de los testigos bien preparados por la fiscalía y los que merodeaban por Spahn Ranch. Tal vez se hablaba de eso en el rancho. Tal vez se habló durante una cena. Al igual que un montón de otras cosas.
Y ahora, acá está Charlie en la cárcel, donde estuvo durante tanto tiempo, y sigue diciendo las mismas cosas que dice desde el principio. Que el no le dijo a Tex que fuera a matar a nadie (“¡No obligué a nadie a hacer nada!”), que es inocente (“¡Nunca maté a nadie!”), que no existía ningún Clan (“Lo inventó Bug”), que él no era líder (“Creé lo que quieras; acá somos todos libres. ¡Yo no soy el jefe de nadie!”), que Helter Skelter no era lo que Bugliosi dijo que era (Man, ¡ni siquiera tiene sentido!”), que le negaron el derecho de actuar como su propio abogado durante el juicio (“¡Yo quería que se respetaran mis derechos!”), y que el gobierno le debe 50 millones de dólares y “el Castillo Hearst, por 45 años de mentiras”, y que todo esto ni siquiera es importante, dado lo que le estamos haciendo al aire, a los árboles, agua y animales, cuya salvación él mismo considera razón suficiente para lo que pasó en las casas de Tate y LaBianca, más allá de que él no estuviera involucrado.
“Mirá, la cosa funciona así”, dice. “Agarrás a un bebé y” –acá dice algo realmente horrible sobre lo que le podrías hacerle a un bebé, peor que cualquier cosa que te puedas imaginar– “y se muere”, y acá dice algo igualmente horrible. Y después sigue: “Ya sé lo que estás pensado. Veo cómo está trabajando tu cabeza. Pero, ¿qué pasa cuando se muere un bebé?”. Inspira y exhala, inspira y exhala. “Un perro habría hecho lo mismo, matar para conseguir el aire del otro. Entonces, ¿estuvo mal hacérselo a esa gente?” Y en momentos como éste te das cuenta de que la cárcel es el único lugar para él, y pedís por favor que nunca más te ponga una mano encima.
***
Las visitas a Charlie son siempre agotadoras para Star, pero ella se relaja manejando los tres kilómetros que separan su casa de la cárcel. Antes, hacía el viaje con un tipo alto, demacrado y espeluznante llamado Gray Wolf, de 64 años, un seguidor de Manson desde la época de Spahn Ranch que se talló la X al mismo tiempo que Star. A principios de año lo arrestaron por intentar meter un teléfono celular en la cárcel para Charlie y le quitaron sus derechos de visita, así que su única compañía los fines de semana es esta chica menuda y flaquita.
Llegó hasta acá al igual que muchas de las chicas de Spahn Ranch: como reacción al mundo que las rodeaba, que las hacía sentir mal. Se crió a orillas del río Mississippi, cerca de St. Louis. Cuando era chica le gustaba Yo amo a Lucy, sus padres eran muy religiosos y no aprobaban a ninguno de sus amigos. “Pensaban que yo me iba a convertir en una hippie”, dice. “Fumaba marihuana, comía hongos, no quería ir a la iglesia los domingos, no quería casarme con un pastor.” Para que no hiciera lío, la encerraban en su dormitorio, y allí pasó gran parte de sus años de secundaria. Y, como Charlie, encontró la manera de coexistir con su confinamiento solitario. “Nunca más me pesó la soledad desde que me acostumbré a estar tanto tiempo sola.” Un día, un amigo le dio una hoja con algunas frases de Charlie Manson sobre el medio ambiente. No sabía quién era Manson, pero le gustó lo que decía –“El aire es Dios, porque sin aire no podemos existir”– y le empezó a escribir. Cuando comenzaron su correspondencia, se puso a trabajar en serio, ahorró casi 2 mil dólares con su empleo en una cocina de un geriátrico y en 2007 puso todas sus pertenencias en una mochila y se tomó un tren a Corcoran. Al poco tiempo, Charlie le puso el sobrenombre Star, como antes lo había hecho con Squeaky (Red) y Sandy (Blue).
Su departamento es pequeño, mal iluminado y está amoblado con poco; su dormitorio está demasiado desordenado como para que me deje entrar. En un rincón hay una guitarra y una funda de violín. No tiene televisor. En una de las paredes está la famosa foto en blanco y negro de Charlie en Spahn Ranch. Manson tiene puesto un sombrero de fieltro viejo un poco de costado y sobre su brazo se posa un cuervo: el tipo recio de la época del Dust Bowl que podía domesticar a los pájaros. En una mesa está la computadora con la que Star se pasa horas tratando de rehabilitar la imagen pública de Charlie. Le molesta especialmente la creencia de que Charlie mide 1,58 –dice que mide siete centímetros más– y cree que Bugliosi publicó esa mentira para desprestigiar a Manson. Es bajito, pero no tanto.
De las chicas del Clan de la primera hora, se piensa que sólo dos todavía creen en Charlie: Sandra Good, de 69 años, y Squeaky Fromme, de 65. No se sabe dónde está Sandy en este momento, aunque hace poco la fotografiaron sonriente sobre una mula en el Gran Cañón. En 1975, Squeaky fue condenada por intentar asesinar al presidente Gerald Ford, y recién en 2009 quedó en libertad. Siempre fue la preferida de Manson. “Esa chiquita Lynette”, dice él. “Nunca conocí a una chica tan leal como ella. Nunca me traicionó. Se pasó 34 años en la cárcel y nunca rompió su promesa. Ni siquiera un hombre puede hacer una cosa así.” Pero ahora está Star, lo que hace que muchos en internet se pregunten si ella ha reemplazado a Squeaky en las preferencias de Manson.
“Lynn se merece ser la número uno”, escribió LynyrdSkynyrdBand en el blog Tate-LaBianca Homicide Research luego de que circulara una foto de Star y Gray Wolf con Charlie. “Ella ha sido leal durante décadas.” Marliese: “Supongo que esta chica tan linda que está con Charlie nunca experimentó sus pedidos de sexo oral ni sintió sus golpes en la cara”. Varios comentaron lo extraño que es que Star se parezca tanto a Susan Atkins “cuando estaba cuidada y linda”.
Star no le presta atención a estas cosas. Prefiere usar su tiempo online para comprar lo que irá dentro de la caja de regalos trimestral a la que tiene derecho Charlie: maní, semillas de girasol y de zapallo, barras proteicas, sopa, vitaminas, galletas, caramelos para la tos, tés, musculosas, una afeitadora eléctrica y cuerdas para guitarra.
Un rato más tarde, está sentada en el sillón discutiendo con Wolf sobre un problema que están teniendo con un coleccionista llamado Ben. Cada vez que a Manson lo mandan a confinamiento, tiene que entregar sus pertenencias o se las queda el estado, así que se las manda a algunos conocidos, la mayoría coleccionistas que buscan hacer negocios con ellas en el futuro. Ahora, Ben tiene un par de ojotas en venta a 5 mil dólares.
Charlie se levanta a la mañana, sale de su celda de concreto, toma el desayuno, agarra su bolsa para el almuerzo, vuelve, duerme la siesta, almuerza, duerme otra siesta, camina de un lado al otro, tal vez juega un partido de ajedrez, cena, tiene que estar de vuelta en su celda a las 8:45 PM, pero puede dejar la luz prendida hasta la hora que quiera. “Me gusta mi celda”, dice. “Es como esa canción que compuse. La llamé «In My Cell», pero los Beach Boys le cambiaron el título a «In My Room».” Manson a menudo se arroga el crédito sobre la composición de «In My Room», y es un poco ridículo porque la canción salió en 1963, cuatro años antes de que lo dejaran en libertad por su condena en el caso por la violación de la libertad condicional, pero dice mentiras como ésta todo el tiempo. “Al igual que todas mis canciones”, continúa, “se trata de que el Cielo en realidad está acá, en la Tierra. ¿Entendés? Mi mejor amigo está en esa celda. Yo estoy ahí. Me gusta”.
Sin embargo, le preocupa el sistema de ventilación de la prisión y jura que el aire lo está matando. Tiene miedo de que los guardias le pongan basura en los zapatos para molestarlo. Dice que siempre tiene que estar muy alerta. Nunca estuvo en la sección general de la cárcel, sino en una especie de unidad de protección, donde supuestamente es más difícil que otros internos le hagan daño, sobre todo aquellos que buscan fama. En 1984, en otra cárcel, un tipo lo roció con diluyente de pintura y le prendió fuego la cabeza. En este momento, hay sólo quince internos con los cuales se puede pelear, entre ellos Juan Corona, que asesinó a veinticinco personas en 1971; Dana Ewell, que ordenó la matanza de toda su familia en 1992; Phillip Garrido, el violador que secuestró a Jaycee Lee Dugard cuando tenía 11 años y la mantuvo cautiva durante dieciocho años; y Mikhail Markhasev, condenado por el asesinato de Ennis, el hijo de Bill Cosby. Por ahora, todos parecen llevarse bastante bien.
Manson comprende que él no pertenece al mundo exterior. "Todo sucedió demasiado rápido para mí."
Manson no mira mucha televisión, aunque le gustan Barney Miller, Gunsmoke, y Plaza Sésamo en español. Toca la guitarra y a veces le da consejos sobre música a Corona, el asesino serial, que también es guitarrista. “Yo no soy profesor, pero a veces le enseño cómo tocar los acordes y las progresiones.” Si pudiera conseguir un reproductor de CDs que funcionara, le gustaría escuchar a los Doors o a Jefferson Airplane. A veces tiene que dejar su celda mientras los perros rastreadores buscan cosas contrabandeadas; durante la última visita, los perros no encontraron nada pero sí le dejaron de regalo un gran sorete, para deleite de Manson. Recibe muchísima correspondencia cada año, mucha más que cualquier otro interno. A veces manda autógrafos con esta dedicatoria: “Un integrante de un culto hippie me obligó a hacerlo”. Desde que está preso, ha cometido 108 infracciones. La última vez, en 2011, lo agarraron con “un arma de fabricación casera”: en este caso, un pedazo de cristal de anteojos afilado, por lo que lo pusieron en confinamiento solitario durante un año entero.
Al final de la tarde, va hasta la pared donde están los teléfonos. Todas sus llamadas son grabadas, pero puede hacer todas las que desee, siempre a cobro revertido, quince minutos máximo, y llama bastante. Lo sé porque me ha llamado muchas veces en los últimos meses. Me llama cuando estoy en el cine, cuando estoy manejando, cuando estoy en un cóctel, cuando estoy paseando a los perros, mientras estoy en todos esos lugares a los que él no podrá volver.
Así ha iniciado algunas de nuestras últimas conversaciones: “Hola, hola, ¿estás listo? OK. Hay siete pasos desde la cámara de la muerte de la retención hasta la cámara de la muerte de la renuncia”. “Me olvidé: ¿vos estabas enojado conmigo o yo con vos?” “¿Querés venir a hamacarte sobre una estrella? ¿A llevarte la luz de luna en un frasquito?” “¿Por qué no decís lo que más te convenga y yo después digo lo mismo? Y más tarde nos encontramos en la playa.” “Tengo algo importante que te quiero explicar.”
La mayoría de las veces, quiere hablar sobre el medio ambiente –“El final está cerca, chiquilín”– y sobre lo que se debería hacer al respecto. Una vez, cuando me estaba hablando de la conveniencia de matar para conseguir más aire, me dijo: “Si alguien es asesinado, ésa es la voluntad de Dios. Sin asesinatos, no hay futuro”. Hizo una pausa y después siguió: “Tal vez mejor no escribas eso. Mejor preguntate: «¿Me funcionaría a mí?»”. En ese momento, no entendí lo que quería decir. Me llevó un tiempo comprender lo que estaba sugiriendo.
A veces se siente solo (“Star, Star, la única que me visita es Star”). A veces habla bien de Neil Young porque una vez dijo que el estilo musical de Manson era bastante bueno. “El no me quiso engañar, no intentó robarme mi material como hicieron Zappa y otros más. Es un buen tipo.” Y a veces trata de estafarme.
“Una vez, cuando hablamos”, me dice, “me prometiste que yo me llevaba la mitad”.
“¿La mitad de qué cosa?”
“De cualquier cosa que me puedas dar.”
“Bueno, la mitad de nada es nada.”
“Bueno, mitad y mitad todavía sigue siendo la mitad. Igual que uno y uno da uno. ¿Te das cuenta, cariño, de que te confundiste? ¿No sabías que eras mi mujer? Yo te reconozco.”
Cambio de tema de manera brusca, como hay que hacer con él a veces, sin ningún tipo de amabilidad. Le cuento que tengo un sarpullido que no se me va. Al instante se anima y me aconseja que me enjuague las ronchas con vinagre de manzana. “Yo tenía hongos en los pies y no me funcionaba nada hasta que Star me mandó vinagre de manzana. ¡Es milagroso, man!”
A veces se enoja por algo y empieza a gritar. “Soy un forajido, un gánster, un rebelde, un bandolero, y no aviso antes de disparar”, y esto siempre me hacer sonreír, porque es bastante gracioso decir una cosa así sobre uno mismo.
Tal vez no te interese su vida sexual, pero de todos modos él te la cuenta. “Pensás que soy demasiado viejo para pajearme. Pensás: «Es demasiado viejo como para cogerse a la almohada». Pero no lo soy. Todavía soy activo sexualmente. Todavía soy yo mismo.”
A Bugliosi le reserva una cantidad ingente de veneno. “El sabe que yo soy lo bastante estúpido como para involucrarme con algo de la magnitud de Helter Skelter. ¿Cómo pudo convencerse de una cosa así durante todos estos años? Ganó mucho dinero, ganó el caso. ¡Es un ganador! ¡Me ganó! ¡Es un genio! Le robó 45 años de vida a un hombre sólo para satisfacer su ego codicioso y miserable. ¿Y se va a morir con eso sobre su conciencia? ¿No tiene aunque sea un poquito de honor?”
Y después vuelve a decir que no siente lástima por ninguna de las víctimas del caso Tate-LaBianca, ni siquiera por Sharon Tate. “Es una estrella de Hollywood. ¿A cuánta gente mató en la pantalla grande? ¿Era realmente tan agradable? Ella puso en peligro su cuerpo con todo lo que hizo. Y si era tan agradable como decían, ¿qué estaba haciendo en la cama de otro tipo cuando sucedió todo? ¿Qué mierda significa eso?”
Finalmente, saca el viejo tema de Jesús, tantas veces probado, y dice: “Me parece que no entendés la gravedad de la situación, man. ¿Cómo podés entrevistarlo a Jesús mientras El se está muriendo en la cruz?”. A veces dice: “No preguntes por qué crucificaron a Jesús, preguntá por qué lo están crucificando”. Y si yo me burlo de eso, se vuelve a calentar y dice: “Cuando estás sentado frente a mí, sos sólo vos. Me importa un carajo quién sos. Yo puedo con vos. Te puedo matar. ¿Qué vas a hacer al respecto, corazón? ¿Quién te protege, cariño?”.
Así es como pasa sus días. Así es como los pasará hasta que se muera.
“Bueno, tengo que cortar”, me dice. “Te llamo después.”
***
Y entonces, un poco a regañadientes, cuenta algo de los asesinatos, no mucho, no todo de una, pero con el tiempo habla varias veces, y a medida que pasan los meses y transcurre un año, se puede armar algún tipo de narrativa bastante rudimentaria.
Más o menos, ésta es la versión que sostiene Manson, y es muy distinta de la de Bugliosi: Tex Watson estaba teniendo problemas con un narcotraficante llamado Bernard “Lotsapoppa” Crowe, así que lo llamó a Charlie para que lo ayudara, y Charlie lo ayudó disparándole a Lotsapoppa. No lo mató, pero pensó que lo había hecho. Ahora Tex le debía una. Después, un amigo músico, su “hermano” Bobby Beausoleil, también conocido como “Cupid”, se metió en problemas con otro narcotraficante llamado Gary Hinman, y también lo llamó a Manson para pedirle ayuda, y Manson lo ayudó: lo fue a buscar a Hinman y le cortó una de las mejillas con la espada que siempre llevaba encima. Después desapareció, y lo dejó a Beausoleil con un problema aun más grande del que tenía antes: ¿qué hacer con Hinman, que estaba herido y que probablemente haría la denuncia a la policía? Seguramente atraerían a la policía a Spahn Ranch. Beausoleil no podía permitir que eso sucediera, así que lo mató a Hinman. Y después lo arrestaron. Después, alguien en el rancho, y Manson no quiere decir quién fue (“No soy un buchón”), tuvo la brillante idea de perpetrar varios asesinatos que tuvieran las mismas marcas que el asesinato de Hinman. Como Beausoleil no podía estar en dos lugares al mismo tiempo, sería una perfecta coartada y lo liberarían.
“¿Ves? Yo lo había salvado a Tex, así que cuando un hermano mío tuvo un problema, se lo pasé a Tex. El dijo: «Saquemos a nuestro hermano de la cárcel. ¿Qué hago?». Yo le dije: «A mí no me preguntes, yo no quiero saber, man. Yo sé cómo es la ley. Yo trato de portarme bien. Hacé lo que te parezca mejor». Yo sabía lo que Tex quería hacer. También sabía que no me tenía que meter. Me dijo: «¡Voy a matar a todos!». Yo le dije: «No me cuentes esas cosas. No quiero saber». Y ellos me dijeron: «Bueno, vamos a matar a toda esa gente». Y yo les dije: «OK, mucha suerte».”
Así que las chicas y Tex se fueron, y terminaron en la casa de Cielo Drive que una vez había alquilado Melcher, el productor musical, que había estado en el rancho un par de veces, escuchó la música de Manson y al parecer decidió que no tenía talento suficiente. Aunque Manson les dijo a todos que estaba a punto de firmar contrato para grabar un disco.
“Sí, fue la casa de Terry Melcher, y en el rancho nos mintió a todos, dijo que iba a hacer cosas que no hizo. Nos dio esperanzas, ¿entendés? Terry era un mocoso malcriado que tenía siete autos y ninguna preocupación. Yo lo engañé jugando a las cartas y gané una casa. Un poco jugamos y un poco lo engañé, je je. Pero le gané. Me debía. Así que Terry Melcher tuvo que ver con eso. Hizo muchas cosas que no estaban bien. Pero nadie se enojaba con Terry Melcher. Nadie. Alguien pensó en él, y cuando llegaron, vieron una casa que les era conocida y entraron. Sharon Tate estaba ahí de casualidad, eso es todo. Tex hizo lo que tenía que hacer. Fue un buen chico. Un buen soldado. Le deberían haber dado una condecoración.”
¿Fuiste a la casa a tratar de limpiar el desastre que habían hecho? Algunos libros dicen que lo hiciste, pero no tienen pruebas. Si fuera verdad, esto te ubicaría en la escena del crimen.
“Bueno, sí, tuve que ir a cuidar a mi gente. Yo cuido a los que me cuidan”, me dice, aunque después dirá que no se expresó bien, que nunca fue a la casa de Tate esa noche.
¿Y la siguiente noche, a la de LaBianca?
“Sí, fui a lo de LaBianca. Fui, entré, vi un a tipo tirado en el sillón y le dije: «Perdón, no sabía que había gente adentro. La última vez que vine no había nadie». Yo siempre iba a esa casa cuando se hacían fiestas en lo de Harold True, la casa de al lado. Siempre estaba vacía. Era el lugar para llevarse a una chica. Una vez había estado un par de horas, pero eso es todo. En fin, me di vuelta para salir y Tex estaba atrás mío. Fue su jugada, no la mía.”
¿Qué hiciste antes de irte? ¿Ataste a los LaBianca y se los dejaste a Tex y a las chicas para que se encargaran ellos? Eso es lo que dice Tex.
“No”, dice en voz baja. “De ninguna manera.”
Tanta muerte, tanta violencia.
“¿Qué violencia?”, dice, levantando la voz. Después cambia de tema, de cuchillos a armas de fuego. “¿Qué hay de violento en apretar un gatillo? No hay violencia en eso. Hay una persona ahí, vos movés tu dedo, y ya no está más. Pero, ¿alguna vez me vas a perdonar por lo que vos pensás que hice? Pensalo. No pienses pobremente. Yo no maté a nadie. Entonces, ¿alguna vez me vas a perdonar por lo que pensás que hice?”
***
Cuarenta y cuatro años mas tarde, los hechos en el caso Manson ya ni siquiera son hechos –son creencias y conclusiones sacadas de pedacitos de puntos de vista, o como a Charlie le gusta decir, son “perspectivas”. “Helter Skelter no fue una mentira”, dice. “Fue la perspectiva de Bugliosi. Todo el mundo lo cuenta según como quiere recordarlo. En algún momento, todos tenemos que someternos al punto de vista de alguien. Sí, existía. Pero era sólo una parte de una parte. Las razones fueron un montón de cosas diferentes que estaban pasando por la cabeza de Tex y de todos nosotros, y ahí hay un montón de discrepancias, y no hay forma de que tengan coherencia. Hubo un montón de motivos, man. Fue una idea colectiva. Fue un episodio. Un episodio psicótico, ¿y me querés echar la culpa a mí?”
En cierto sentido, Bugliosi no tuvo otra alternativa. Es imposible armar un caso penal por un episodio de psicosis colectiva. Tenés que tratar de encontrar una cara dominante y un solo motivo. Sin embargo, según Manson y muchos otros integrantes del Clan, sucedieron muchas cosas alocadas durante ese verano de 1969: posiblemente, mucha paranoia después de que Charlie mató a Lotsapoppa (o pensó que lo había matado), mucha paranoia porque su hermano Bobby estaba en la cárcel, LSD por todos lados, armas en la casa, negocios oscuros por venta de drogas, desesperación por conseguir dinero, bombas atómicas del Mando Aéreo Estratégico volando sobre sus cabezas, la agrupación Weathermen que se había ido a Cuba para aprender a hacer la revolución, el ruido de fondo de las Panteras Negras, autos robados en los yuyos, chicas menores de edad en la pileta, enormes cenas de ácido compartidas, Charlie que hablaba con metáforas, acertijos y paradojas, disparates que se tomaban muy en serio, Charlie con miedo de que alguien buchoneara lo de Lotsapoppa, cerebros en ebullición, ideas que salían de una única mente colectiva, psicosis masiva, y un motivo diferente para cada uno de ellos. Y si hay algo de verdad en esto, Manson podría considerarse como un hombre inocente, como dice él; pero si se piensa que es culpable, entonces es tan culpable como todos los demás; o bien, si es culpable, es absolutamente culpable: tal vez su miedo a que alguno revelara el ataque a Lotsapoppa hizo que quisiera hundir a todos con él, y por eso los transformó en asesinos. O tal vez Charlie no tuvo nada que ver con nada y fue todo obra de Watson por un asunto de drogas, opinión que sostienen algunos.
"Yo nunca fui una persona: soy un animal al que criaron toda la vida en jaulas."
Y tal vez su versión de ese momento psicótico es todo lo que Charlie quiso contarle al jurado. Sabía que estaba hasta las manos. Lo supo desde el momento en que vio a Atkins sosteniendo el cuchillo manchado de sangre después de los asesinatos en la casa de Tate. Era inevitable, y tal vez incluso agridulce, porque significaba que tenía que volver a su casa. “Demasiada libertad es perjudicial para el alma”, dice. “Yo no debería haber estado suelto. Todo sucedió demasiado rápido para mí.”
Manson siempre dice que el tiempo no significa nada para él, que “en los pasillos de la eternidad... vivo mil años en un segundo, man”, así que si se lo toma al pie de la letra, hoy es el día en que lo dio a luz, en 1934, una chica de 16 años en Cincinnatti. Nunca conoció a su padre, y la única madre que tuvo fue una borracha irresponsable. Se crió en reformatorios e institutos de menores, lo educaron sus compañeros de la cárcel, aunque no demasiado bien. Se convirtió en un criminal terrible, en un proxeneta inepto, un ladrón de autos torpe, en un ratero desmañado, un tipo al que lo agarraron cada vez que intentó violar la ley. Antes de los asesinatos, eran todas cosas bastante patéticas y risibles realmente, y si se las decís a Manson hoy en día, él mismo, después de pensar unos segundos en silencio, dirá: “OK. Sí, sí, sí. Está bien. Tenés razón”. Y después agregará: “Pero yo no soy una persona. Nunca lo fui. Soy un animal al que criaron toda la vida en jaulas”. Hasta tal punto lo es, que nunca escuchó hablar del juego infantil de la pulseada. “¿Qué es?”, dice, pestañeando. Y si ésa es su historia de infancia, con escuchar esto es suficiente. El resto te lo podés imaginar. Simplemente pensá en lo peor. Sólo pasó dos décadas de su vida en libertad.
Ultimamente, se jacta de que es más libre en la cárcel que en cualquier otro lugar. “Vos sos el que está preso, man.” Pero el día de su cumpleaños de 79, me llama; su voz suena baja y distante. Me dice: “¿Qué pensás? ¿Te parece que esta nota me va a ayudar a salir, aunque sea un tiempito, antes de que me vaya?”. Y ahí está la veta humana en Manson, abierta y sangrante, sólo visible un momento, y en cierto sentido, te conmueve un poco.
Manson siempre entendió, mucho mejor que nadie, que él no pertenece al mundo exterior. Antes de que lo dejaran en libertad en 1967, le dijo a uno de los carceleros que no quería irse. Pero en 1971, al final del juicio, con una condena capital en el horizonte, igual quiso que el jurado escuchara su versión. Montó el tipo de defensa que sólo él podía montar, y siente que Bugliosi de alguna manera lo engañó cuando logró que el juez le denegara el permiso para actuar como su propio abogado. Esa es una de las cosas que todavía lo sacan de sus casillas.
***
Hoy, en la sala de visitas de la cárcel de Corcoran, Star tiene puesto un vestido con arabescos; está muy linda, está feliz, y se mantiene ocupada tratando de secar con una toallita de papel el desinfectante violeta con el que limpian las mesas en esta cárcel. Me alivia que Gray Wolf haya perdido sus derechos de visita. Es un tipo controlador, la mira fijo a Star con sus enormes ojos hundidos cada vez que ella dice algo que a él no le gusta. Creo que no me gusta estar con los dos al mismo tiempo. Hacen cualquier cosa que Charlie les ordene, incluyendo tallarse una X en la frente. “Charlie nos concedió el honor de pedirnos que nos talláramos la X en la frente para «ATWA»”, escribió Gray Wolf en su blog, aunque no sé muy bien qué tiene que ver una cosa con la otra. Una vez, fuimos los tres a un bosque de secuoyas y nos adentramos en él. Los dos se pararon cerca de un precipicio y me insistían con que me acercara, que desde ahí la vista era mucho mejor. Lo único que yo escuchaba en mi cabeza era a Charlie diciéndome: “Yo puedo con vos. Te puedo matar. ¿Qué vas a hacer al respecto, corazón?”. Y por supuesto, no se me escapa lo parecida que es Star a Susan Atkins, también conocida como Sexy Sadie, que era la verdadera lunática del Clan Manson. Durante el juicio, se subió al estrado y dijo: “[Sharon Tate] no paraba de rogar y de pedir, y yo me cansé de escucharla, así que la apuñalé… ¿Cómo puede ser que una cosa así esté mal si se hace con amor?”. Y mientras hablamos de los asesinatos, Star me dice: “Sharon Tate no era una estrella de cine. Incluso hoy en día, hay mucha gente que no sabe quién es, a pesar de que supuestamente fue asesinada por Charlie Manson, el tipo más famoso del mundo. Esa es la única razón por la que es conocida. Y sin embargo nadie sabe quién carajo es”.
Star levanta la mirada y ahí está Charlie de nuevo, sonriendo con esa dentadura arruinada, con un par de anteojos de sol con cristal amarillo que le tapan los ojos.
Empuja una silla de ruedas, la usa como soporte, pero seguramente es todo una actuación, alguna triquiñuela para engañar al sistema, porque dos minutos más tarde está parado y hace la danza del dragón de kung-fu que siempre se reserva para las cámaras de televisión.
Lo hizo para Charlie Rose en 1986, para Penny Daniels en 1987 y para Geraldo Rivera en 1988. Esos fueron los años dorados de su vida mediática. En las entrevistas, tenía una fuerza cinética impresionante, se tocaba constantemente el pelo largo y canoso y jugaba con su barba, sus ojos en llamas miraban hacia todos lados y reconocían a sus adversarios (Rivera tuvo demasiada mala suerte), actuaba como una persona educada y considerada con algunos, se indignaba por los motivos adecuados. Proporcionó momentos televisivos increíbles. Pero luego de una charla resonante y algo agresiva sexualmente con Diane Sawyer, en 1994, el estado de California prohibió el uso de cámaras de filmación durante las entrevistas a los prisioneros. Esto le molesta muchísimo a Manson. Y es la razón por la que últimamente no se supo demasiado de él. En general se enfurruña cuando se le habla de este tema. Y es por su danza, la gran actuación que hizo en varias de sus apariciones en televisión. El cree que esta danza, no sus palabras, es lo mejor para comunicar sus verdaderos sentimientos, pensamientos e ideas. Si no puede mostrarla, ¿qué sentido tiene hablar con los medios? Y la verdad es que es increíble. Ahora se dispone a comenzar: sus brazos y piernas se mueven con florituras barrocas, arma figuras abruptas y patrones y espirales extraños. No entiendo qué significan. Pero no hay duda de que es habilidoso.
Star está pensativa. Hay un coleccionista de memorabilia de Charlie con el que tuvo un altercado y dice que la está amenazando.
Charlie junta las manos. “¿Seguís yendo a las prácticas de tiro?”
Star asiente.
“Bien. Si te están amenazando, es porque te tienen miedo. Son sólo fanfarrones de internet”, dice él. Por supuesto, nunca en su vida navegó en internet. Ni siquiera vio una computadora.
Usa la manga de su camisa para limpiarse unas lagañas de los ojos, y después me pasa sus dedos por mis dedos, mi muñeca y mi antebrazo. Me lo aprieta un par de veces y me dice: “Man, qué blandito que sos”, y yo hago un chiste, le digo que no juego para ese equipo. Se encoge de hombros. “Para mí el sexo es como ir al baño. No importa si es con una chica o con un chico. No me interesa el tema chica-con-chico. No estoy obsesionado con eso.”
Le hace un gesto a Star y dice: “Yo puedo penetrarla a ella desde acá afuera, pero tengo que hacerlo despacio”. Sacude la cabeza y se inclina hacia mí: “¿Sabés qué es lo que me gustaría? Me gustaría una concha de verdad. Me gustaría tener algo para fumar. Me gustaría tener una buena guitarra eléctrica. Me gustaría tener un lugar para tirarme pedos y cagar como la gente. Me gustaría tener lo que vos tenés”. No me está amenazando, sólo está diciendo lo que quiere, y al parecer está recordando viejos tiempos. “No podía rechazar a todos los que querían coger en el rancho. Lo único que yo quería era una concha y tocar música y bailar. A Susie la saqué de la miseria. Todos decían que era fea, que parecía un tipo. Yo decía que era un ser humano hermoso. Ella me devolvió el favor. Me dio el cuchillo ensangrentado y me dijo: «Te amo tanto que te quiero dar mi vida». Y Leslie, bueno, me la cogí un par de veces. Tenía una concha grande, gorda y horrible. Era como sacar la pija por la ventana. Eso no la hacía mala persona, pero no era lo que yo quería.”
Frunce el ceño y se sienta con las piernas abiertas. Su panza redonda de convicto le cuelga entre las piernas.
“Todos salieron a matar, pero yo no quería hacer nada”, continúa. “¿Qué querían, que saliera a matar a todas esas personas? Yo tenía miedo. No quería volver a la cárcel. Las cucarachas hacen cosas peores que las que hice yo. Yo… no hice nada.” Se para. “Qué vida, man. Qué pedazo enorme de mierda esta vida.”
La miro a Star. En general, diría que es una de las artimañas más comunes de Charlie: te hace creer que va para un lado, pero después da a entender que quiere decir lo contrario. Pero ella tiene la boca abierta y lanza unos gemiditos de preocupación.
Vuelve a mencionar la conversación que tuvo con Tex, cuando le preguntó qué debía hacer. Todavía está parado, con los hombros para atrás y la cara roja por la furia, que va en aumento. Está ahí: “¡No me preguntes qué tenés que hacer!”, ruge, pegándole al aire. “No te conviene pasar por encima de mí. No te conviene hacerlo. Man, ya sabés lo que tenés que hacer. ¡Hacelo!”
Los guardias lo miran, esperan que se le pase la rabia, y después vuelven al televisor.
“¿Entendés?”, dice. “No hubo ninguna conspiración.” Tal vez. Pero ahora me doy cuenta de cómo hizo para decirle a Tex lo que tenía que hacer sin tener que decírselo explícitamente. Con su furia repentina, con los golpes furiosos de su rugido, con la charla silenciosa y provocativa de su cuerpo tan expresivo, con su danza, que dice más que sus palabras.
Se vuelve a sentar. Le pregunto dónde sucedió esa charla con Tex. Se queda en silencio. En el pasado, dijo que él no estaba en Spahn Ranch cuando Tex y las chicas se fueron en el auto, dijo que estaba en San Diego y que habló con Tex por teléfono; que volvió al rancho mucho más tarde.
Como ayuda-memoria, Star se adelanta y le dice: “Hablaste por teléfono”.
Charlie me mira primero a mí, después a ella, después a la pared y me dice: “Ya no sé qué es lo que tengo que decir cuando trato de zafarme de algo”.
Deja pasar un momento. Sonríe con esa manera un poco humana y un poco diabólica que tiene.
“Yo soy vago”, continúa. “Cuando estás afuera, podés conseguir que otra persona haga las cosas por vos. Yo hago lo imposible por evitar hacer lo que tengo que hacer. Cuando no hago nada, sobrevivo. No quiero asumir la responsabilidad. Yo cometí el error de no ir con ellos. Tex tenía miedo. Era un nene de mamá. La segunda noche les fue mejor, porque yo participé. En la situación, no en los asesinatos. No, hermano, yo no estuve ahí cuando los mataron. Pero qué quilombo hicieron la primera noche. Si yo hubiera estado ahí, la escena habría sido mucho mejor. Siento que yo tendría que haberlo hecho. Yo lo habría hecho mucho mejor. No tengo ninguna duda.”
Asiente con la cabeza. “Tex siempre hacía lo que yo le decía. Pero no tenía por qué hacerlo. Podía agarrar la autopista e irse, pero cuando vino al rancho, hizo lo que yo le dije. Había visto al hombre –a mí– por primera vez en su vida, quería caminar como yo, hablar como yo. Quería ser como yo. Y ahí estaba yo, en el horno. Y llegó él, tenía una buena camioneta, y mi error fue dejarlo entrar en mi mundo a cambio de esa camioneta. Estuve inteligente. Esa maldita pickup Dodge me costó 45 años de mi vida.”
Otro error de cálculo más en una serie de errores de cálculo que, en este caso, comenzaron con el ataque a Lotsapoppa, la agresión a Gary Hinman y que termina con él en la cárcel de por vida, no sólo por los asesinatos de Tate-LaBianca, sino también, junto con Bruce Davis y Steve “Clem” Grogan, habitués del rancho, por el de Shorty Shea, un ayudante en el rancho, sobre el que dice: “Sí, lo matamos a Shorty. Lo cortamos en pedacitos. Pero yo no hice nada. Fueron Bruce y Clem, y Tex estaba presente. Bruce no sabía pelear, así que le enseñé a pelear y después vi lo que hicieron desde la ventanilla del auto mientras yo me estaba yendo. Yo no estaba ahí”. Qué curioso que él nunca estuviera cuando sucedían las cosas. “Sí”, dice. “Qué raro, ¿no?” A veces es tan transparente que parece un pelotudo que tomó decisiones erradas, que lo llevaron a otras decisiones erradas, que lo llevaron a asesinar, que después se vio envuelto en el sueño de un fiscal sobre un genio a lo Svengali con visiones demoníacas de dominación mundial. Un ladronzuelo, un forajido, un gánster, un bandido, probablemente el peor de la historia.
Charlie mira para arriba. Está recordando cosas más antiguas todavía. “Ves a alguien cogiéndose a otro por el culo, y te miran y te dicen: «Te va a gustar, hacelo». Cuando lo ves te da asco, pero al final terminás haciéndolo. Ves un culo blanco y hermoso, y pensás: «Dios mío». No te acordás de cuándo se te ocurrió que querías hacerlo, pero aprendiste y cambiaste. Tenía 17 años. Le dije a un tipo: «Dejame que te meta la pija en el culo». Me dijo que de ninguna manera. Agarré una hoja de afeitar del piso de la ducha y le dije: «Si nos agarran, les digo que yo te obligué a hacerlo». Entonces, me dejó. Pero no sé. Tal vez pensó que lo iba a cortar. Se la metí por un segundo o dos, pero le acabé todo el culo.”
Esta es la historia de su vida. Y si no es explicación suficiente de cómo fue desde el principio, no sé qué podría serlo.
Star se levanta de repente y empieza a tirar los envoltorios de la comida. Charlie está haciendo unos agujeritos en una palta con un tenedor; se toma su tiempo. Termina, separa las dos mitades y le da una a Star. Ambos comen en silencio. No hay mucho más para decir en este momento.
Hablo por teléfono con Bugliosi. “decime «Vince»”, me pide. En los cuarenta años que pasaron desde que Helter Skelter lo convirtió en un autor de best-sellers, Bugliosi escribió doce libros más. El más reciente es Divinity of Doubt: The God Question [La divinidad de la duda: la cuestión de Dios], una buena forma de cerrar el círculo. Empezó escribiendo sobre Manson, el Anticristo, y ahora dice que no se puede probar la existencia de Dios. Varios de estos libros se convirtieron en best-sellers. Como dice Manson, Bugliosi es un ganador. Venció. Y por estos días, todavía está muy lúcido. Al igual que Manson, tiende a irse por las ramas, sobre todo cuando se pone a hablar de sus problemas de salud, pero él vuelve a retomar el hilo del presente, cosa que Manson no hace.
¿Qué pasa con la teoría del motivo de la imitación del asesinato de Bobby Beausoleil, que es la que sostiene Manson?
Bugliosi la descarta de una. “Ah, eso. Nadie mata con 169 puñaladas a siete personas sólo para sacar a alguien de la cárcel.” Continúa: “Estoy de acuerdo en que no hubo un solo motivo, pero yo pienso lo siguiente: todos los que participaron de los asesinatos se creyeron la teoría de Helter Skelter sin cuestionarla. Pero yo creo, aunque no lo sé, que Manson no creía todos esos disparates sobre que iban a vivir en un agujero en el desierto mientras afuera se libraba una guerra mundial”. Hace una pausa. “Sí creo que no participó de los crímenes porque creyó que eso le daría inmunidad, que no tendría ninguna responsabilidad criminal en el asunto. Pero es obvio que si sos culpable de conspirar para que se cometa un asesinato y ese asesinato se comete, también sos culpable de ese asesinato. Es un principio básico del derecho.”
Más tarde, mientras estoy en la cama mirando The Big Bang Theory, Charlie me vuelve a llamar. Tal vez prefiero pasar mi tiempo con Sheldon, Leonard y Penny antes que con Charlie Manson. Tal vez no quiero escuchar otra de sus peroratas pensadas para llevarme a donde no tengo ganas de ir. Star y Gray Wolf me pidieron que le siga la corriente para ver hasta dónde me lleva. Ni loco.
Sin embargo, esta noche lo atiendo.
“Tomá aire y exhalá, tomá aire y exhalá”, me dice. “Soy el último aliento de la Tierra, man. Algunos acá quieren que firme una autorización para que no me resuciten. Yo escribí: «¿Por qué debería hacerlo?». Un montón de gente quiere que me muera. Bugliosi quiere que me muera antes que él, porque si no, gané yo.” Y así continúa la batalla entre ambos, al menos en la mente de Manson.
Después de visitar a Charlie un domingo, Star y yo damos vueltas con el auto por una Corcoran desolada, paramos en Kings para tomar un milk-shake y después nos dirigimos a un parque comunitario enorme, el único espacio verde que hay en la zona. Elegimos un banco del parque para sentarnos. “Personalmente, lo que pasó en 1969 me importa un carajo”, dice mientras caminamos. Empieza a pensar en Susan Atkins. “Esa mina estaba loquísima. Era una puta, una loca. «Ay, Charlie, lo hice por vos». No sabía lo que estaba haciendo. Esa chica era una mierda, una puta, una psicótica de mierda.” Lo dice con tanta vehemencia que me sorprende. No pensé que podía hablar de este modo, pero al parecer sí puede.
Hace frío en el banco; se acurruca. Después levanta la cabeza y me cuenta una novedad, “una gran noticia”, dice ella. “Te lo digo de una: Charlie y yo nos vamos a casar”, dice. “No sé cuándo, pero me lo tomo muy en serio. Charlie es mi marido. Charlie me pidió que te lo dijera. No le contamos a nadie todavía.”
Una cosa es estar acá, haciendo lo que ella hace, visitando a Charlie, comprándole su caja trimestral, consiguiéndole vinagre de manzana para los hongos de los pies y yendo a prácticas de tiro. En cierto sentido, lo entiendo. Sentí su mano en mi piel, lo escuché hablar, vi cómo dice más con su cuerpo que con sus palabras. Lo entiendo. Pero, ¿casarse con este tipo?
¿Te vas a cambiar el apellido?
“Sí”, me dice. “A mis padres les gusta Charlie. Hace unos días hablamos y me dijeron: «Si Charlie queda en libertad, pueden venir a quedarse acá. Pueden instalarse en el sótano por un tiempo, y tal vez puedan construirse una casita cerca del arroyo».”
¿Le darán visitas conyugales?
“No, los condenados a prisión perpetua en California ya no tienen derecho a esas visitas”, dice. “Si lo tuvieran, ya estaríamos casados. ¿Entendés? Es lo único que quiero. Sólo quiero estar sola. No quiero que siempre haya gente mirándome en la sala de visitas. Pero es el único momento que tengo para verlo, en esa sala, con toda esa gente observando. Es duro. Pero las cosas cambian. ¿Quién sabe qué puede pasar?”
Charlie me vuelve a llamar otro día.
“Star, Star, mi bebé que no camina”, dice. “Empezamos de cero con ésta. Las otras ahora saben todo. No tengo que decirles nada. Se mueven en colores.”
¿Las otras son Squeaky y Sandy?
“Sí.”
No suena muy bien que él considere a Star como una especie de proyecto, un bebé que no camina con la que empezar todo de nuevo, enseñarle desde el principio. Parece como si él tuviera planes para ella. Históricamente, sus planes nunca tuvieron buenos resultados.
¿Qué pasa con lo del casamiento?
Resopla. “Ah, eso”, dice. “Es todo mentira. Vos lo sabés, man. Es pura basura, lo hacemos para el público.”
No me sorprende escucharlo decir esto. Hablé muchas veces con Manson, y sé que hace este tipo de cosas. Y Star también, por lo visto, y eso me sorprende más. Pero también tiene sentido, porque ella es la bebé de Charlie, no la futura esposa de Charlie, sino otra de sus criaturas, como lo fueron Sandy y Squeaky en su momento, y ella ahora está aprendiendo a dar sus primeros pasos mientras él le agarra de la mano y le enseña a caminar. Por lo menos, ésta es mi percepción del asunto. Pero todos sabemos cómo son las percepciones.
“Siempre fui muy honesto conmigo mismo, todo lo que pude serlo dadas las circunstancias”, me dice Manson más tarde. “Pero nunca voy a buchonear a nadie, ni siquiera a mí mismo, man, y por eso nunca le dije a nadie lo que realmente pasó. No te lo puedo decir en este momento. No serviría que te lo dijera, porque mañana ya sería otra cosa. Todo cambia constantemente. La mente es algo universal. Charles Manson y Beethoven”, me dice antes de colgar esa noche. “Es sólo un pequeño pensamiento.”
Erik Hedegaard
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