Cecilia Roth: "Frente a la muerte no hay nada para hacer: uno se prepara como puede"
Regresa al teatro con Entonces la noche, y en el marco de ese debut habla de su pasado en el exilio, de la maternidad, la violencia de género y su vocación artística
"Una noche salió la idea: ¡tuc!", revela Cecilia Roth.
La onomatopeya condensa en apenas tres letras el recorrido que sorteó -desde su génesis hasta el estreno- Entonces la noche, el drama escrito y dirigido por Martín Flores Cárdenas, que protagonizan Roth, Dolores Fonzi, Ezequiel Díaz y Guillermo Arengo, a partir del miércoles próximo, en el Paseo La Plaza.
Es el chasquido que descorre la sucesión de encuentros, desde cuando la obra no existía ni como proyecto. Primero fue la asistencia de Roth y Fonzi a una función de Entonces bailemos, la puesta bisagra en la trayectoria de Flores Cárdenas. Un amigo de Díaz (quien para todos es Echi, y no Ezequiel) se las recomendó. Ambas quedaron impactadas. Poco tiempo después, coincidieron los cuatro en el preestreno de una película. La conversación siguió en la celebración postestreno. Entonces advirtieron que tenían algo en común: el deseo de trabajar juntos. Había surgido el "¡tuc!". Era septiembre de 2015.
En el camino se alinearon otras prioridades en la vida de Flores Cárdenas: la puesta de Entonces bailemos, en Río de Janeiro, el estreno de Otelo, en el Teatro Regio. Hasta que hace un año comenzó el proceso de la escritura. Y ya no hubo marcha atrás.
"En aquella charla, aunque en esa mesa había otras personas, le dije a Martín lo mucho que me había gustado su puesta: su trabajo con los actores, la dramaturgia. Inmediatamente coincidimos en la idea de hacer teatro".
Cecilia Roth sobrelleva un imperceptible deterioro de su voz, provocado por la asimetría que existe entre el tórrido verano porteño y los ambientes interiores refrigerados artificialmente. Son los días previos al desafío de estrenar una obra que se viene cimentando, escalón por escalón, desde hace alrededor de un año. El entusiasmo sigue intacto.
-¿Cómo se mantiene el deseo desde el primer momento?
-Por las ganas de estar arriba del escenario, con este grupo y con Martín. Le dije que sí al proyecto aquella primera noche. A medida que él fue incorporando nuevos textos, desde hace un año, creció. Empezamos a ensayarlo en octubre.
-¿En el curso de ese año hubo intervención tuya en el libro?
-No. Cada uno se dedicó a lo propio. Además, Martín es un excelente dramaturgo: ese es su lugar en este proyecto. Y escribe maravillosamente bien. No podría tocar ni una coma.
-¿Los personajes están basados en situaciones propias?
-Todo lo contrario: somos muy diferentes en nuestras vidas reales. Pero, a pesar de eso, hay un punto de contacto, ya que la obra habla de la humanidad. Es un poco grande decirlo de esa manera, pero básicamente está asentada sobre el conflicto humano: el de uno con uno mismo, del pasado que vuelve, de las cosas que reaparecen si no se cierran.
-Además de tu trayectoria en cine y televisión, ¿también te definís como "actriz de teatro"?
-Desde siempre. Uno se forma para el teatro, para el escenario. Las otras plataformas son como ramificaciones del centro dramático, que te permiten desarrollar las herramientas del oficio. El teatro es el lugar donde el actor es dueño de sí mismo. En cine y en televisión también te apropiás del personaje, pero intervienen otros factores. Lo voy surfeando de acuerdo con mis ganas.
-¿La muerte de dos grandes actores como Federico Luppi y Lito Cruz te confronta con el paso del tiempo?
-Frente a la muerte no hay nada para hacer: uno se prepara como puede. Pero el ser humano se va tornando más sabio, y el cuerpo te pide cosas. Hay que prestar atención a lo que el organismo va pidiendo y rechazando. A mí el cigarrillo me dejó. Y no me esforcé por seguir manteniéndolo. Lo mismo me ocurrió con relaciones que implicaban pérdidas de tiempo. Aparece otra relación con la idea de la vida. Y la apreciación de que cada segundo es un tesoro.
-La mayor visibilización de la violencia de género, ¿te coloca frente a situaciones personales?
-Claro. Una naturaliza maneras, frases o situaciones corporales culturalmente aceptadas como masculinas que no deben ser así. Y se ve contestando o aceptando cosas que no le pasarían a un hombre. Sí, claro que he padecido, como todas las mujeres, situaciones -entrecomilladamente- de violencia de género. Como el maltrato psicológico, por la razón pura de género: el hecho de no pedir permiso para lo que sea. Pero violencia de género también es que el 80% o más de quienes conducen el país o una empresa sean hombres. Las actividades, los trabajos y oficios de importancia son para los hombres. No conozco muchos varones limpiando caca: culturalmente le toca a la mujer.
-Hace cuatro décadas te fuiste a España por obligación, casi a la edad que ahora tiene tu hijo, Martín (de su matrimonio con Fito Páez, nacido en 1999). ¿Cómo eras hace 40 años?
-Me cuesta hacer ese análisis, cerrar pensamientos en relación a mí misma. ¡A mi hijo lo veo como un bebé! (ríe).
-¡Esa eras vos!
-¡Era yo! (Pausa). Veo que la vida me acompañó. Que pude ir surfeando las diversas situaciones y adaptarme, con las mejores intenciones, abierta y sensible a lo que fuera sucediendo. Uno piensa que donde nace va a terminar su vida. A los 18 años ese pensamiento me cambió absolutamente. Y fue en el momento en el cual uno está formándose de verdad. Aparecen los momentos más profundos en los vínculos, los profundos amores, el distanciamiento con los padres, el empezar a plantarse, a poner las primeras flores. Ahí puse la raíz en otro sitio. Tuve la enorme suerte de encontrarme con una España que estaba floreciendo también, adolescentemente como yo. Y también la enorme suerte de no haberme oscurecido como estaba el país en ese momento, a partir de 1976. Veo que tuve mucha suerte...
-¿Tuviste nostalgias del exilio?
-Pude hablar del exilio mucho más grande, hace no tantos años. Entenderlo y poder cerrar el paréntesis que tenía abierto. O más que paréntesis, la herida. Por suerte, estuve en el lugar y en el momento indicado: era el nacimiento de un nuevo cine, de una generación que miraba su propio país ya sin Franco. Fueron momentos hermosos? y tristes también.
-A esa edad tenías decidida cuál era tu vocación.
-Totalmente. En la Argentina estaba formándome: estudiaba teatro con Antonio Monaco y había filmado No toquen a la nena. Tenía claro que esa iba a ser mi vida. En España seguí ese camino. Y volví porque me llamó (Sergio) Renán para hacer Crecer de golpe. Fue en diciembre de 1976. En ambas películas el asistente de dirección era Adolfo Aristarain, al que amé desde el primer momento.
-¿Tenías noción del peligro?
-No, no tanta. Nadie podía imaginarse adónde iba a llegar la locura de la oscuridad de esos años. De hecho, cuando nos fuimos, mi padre [N. de la R.: Abrasha Rotemberg, economista, socio de Jacobo Timerman en el diario La Opinión] decía que íbamos por un año en plan "año sabático". Yo no tenía mucha conciencia de nada: vine con un noviecito español. Por primera vez vivía con un chico -aunque fuera por dos meses-. Estaba creciendo, madurando?, aunque no sé si soy madura todavía (ríe). Yo era feliz trabajando. Pero sin negar: en paralelo, me contaban amigos que tal o cual desaparecían a los 17 o 18 años. Yo soy de esa generación. Y eso no se naturaliza nunca. Solo que cuando sos joven te tragás el mundo.
-Joven como ahora lo es tu hijo, quien tendrá a su madre en escena. ¿Qué verá?
-Nunca viene a los estrenos porque se siente incómodo?, y posiblemente yo también. Pero seguramente verá una mirada muy inteligente y actual de lo que somos como seres humanos. Mi personaje es una mujer a la que el pasado le aparece de una manera brutal, y por primera vez tiene conciencia de ello. En general, todo lo que hice es para mayores de 16. Por eso empezó a ver mis trabajos en los últimos años. Y no sé si le divierten. Pero empiezan a cerrarle los temas que tenían que ver con el exilio, con los abuelos, conmigo. Me importa mucho que lo vea. Y lo tengo que agradecer.
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