El testimonio de cinco mujeres que fueron víctimas del líder de El Otro Yo cuando eran menores de edad. Leé la nota completa
-¿Cuántos años tenes?
–Estoy por cumplir 14.
–Ah, con vos voy preso.
Carolina Luján nunca va a olvidar la primera conversación con Cristian Aldana. Ese día de enero de 2004 se había plantado junto al teléfono desde las 9, después de que el líder de El Otro Yo le pidiera por mail que lo llamara a las 10. Su ídolo –entonces de 32 años– confesaba que nunca había conocido a una chica como ella, pero advertía que la charla debía ser un secreto. El vínculo era demasiado especial. Dos años antes, el sonidista de EOY había entrado en una heladería de Morón. La hermana de Carolina tenía puesta una remera de la banda y le regaló entradas a su madre, que atendía la caja. “Llevalas, está todo bien. Les damos unas sillas así están tranquilas”, le dijo. Esa noche las tres vieron el show en la Sociedad Italiana, a la vuelta del local, desde una posición privilegiada. Carolina escuchaba el casete de Contagiándose la energía del otro (2000) que le había pasado una amiga, pero a los 11 años sus gustos eran variados: también era fan de Bandana. Cuando cumplió 13, ya tenía un póster enorme con la cara de Cristian al lado de la cama y había empezado a ir a la galería Bond Street, donde los otroyoianos se juntaban los sábados a la tarde. Eran tiempos de Colmena (2002) y en diciembre de 2003 EOY se presentó en la Unión Ferroviaria de Haedo. Carolina, que cursaba octavo grado, fue con sus compañeros, amigos, hermanos y primos. Al final del show, saludó al sonidista –que le pidió el mail– y el grupito esperó en un rincón. Se sacaron una foto con el tecladista Ezequiel Araujo y hablaron con la bajista María Fernanda Aldana.
Entonces su contacto le dijo: “¿Querés conocer a Cristian?”.
“Casi me muero”, recuerda ahora. “Estaba obnubilada. Nos saludó y me puse a llorar desconsoladamente. Le di un beso en la mejilla, otro en la frente, le dije que lo amaba. Me firmó un disco y un cuaderno.”
Después del primer llamado, las conversaciones se hicieron cada vez más frecuentes: cada 15 días, una vez por semana, día por medio. El quería saber con quién vivía, cómo era su familia, si tenía papá. En una de esas charlas, por alguna razón, le preguntó si había sido abusada (en enero, Carolina contó en Facebook que, con 4 años, fue abusada por un primo de 18). El cantante insistía en que debían mantener las conversaciones en secreto. El mundo adulto no los entendería. Luego de cinco meses de contactos clandestinos, le pasó un speech para su madre.
“Decile que vas a estudiar a la casa de tu mejor amiga. Salís a las 1 del mediodía, llegás acá tipo 2 y media. Te vas a las 5 y estás de nuevo antes de las 7. Contale que van a estar en un McDonald’s, así no cae a lo de tu amiga.”
Desde entonces empezaron a verse a escondidas, mientras Cristian seguía atento a las noticias familiares. Carolina cree que terminó de meterse en su vida cuando murió su hermano, que era muy chiquito, y su mamá entró en una depresión. A los 15, ya no quería estar en casa.
Felicitas Marafioti tenía 13 años, el corte de pelo de María Fernanda y sus fotos en toda la habitación. Pero Cristian la contactó primero. Fue en la primavera de 2001, en el chat de la página oficial de EOY, que administraban los cuatro músicos. Los fans sabían cuándo se conectaban: aparecían primero, en rojo y arrobados. “Un día estaba en el ciber y veo que él pregunta en el chat general quién es la más puta”, dice Felicitas. “Enseguida empezó a mandar mensajes a todas las que teníamos nicks de chicas.” Cuando a “Shaolina” (por la banda punk-rock De Romanticistas Shaolins) se le abrió una ventana con un “hola, ¿cómo estás?”, tipeó “no te creo que sos Cristian”. El le pidió que llamara a las oficinas de Besótico, el sello de la banda que se estaba convirtiendo en una marca del rock independiente. “Te va a atender una secretaria”, le dijo. “Decí que es por un asunto personal.”
Salió a la calle y llamó desde un teléfono público. “Qué voz de chiquita. ¿Cuántos años tenés?”, preguntó él. “Dieciséis”, mintió Felicitas. Aldana la invitó a su oficina, sobre la calle Pasco, y le explicó cómo tomarse el subte desde Flores. Volvió a casa y se enroscó pensando qué hacer, qué decirle a su mamá, la reconocida cantante de tango María Graña. (Su papá, el conductor radial Mochín Marafioti, había muerto en 1997.) Al final no se animó. Cuando lo llamó de nuevo, Cristian se hacía el ofendido: “Me dejaste plantado, jajaja, eso no se hace”. La invitó a ir un par de veces más, pero seguía sin animarse.
Al año siguiente, ya con 14, Felicitas conoció a Carla Di Palma en @lternativ@, un boliche de Congreso. “Charlie” era una de las históricas del chat. Además organizaba las juntadas de la Bond y conocía al líder de la banda. Felicitas lo sabía. Le dijo que también tenía ganas de verlo, pero que no quería ir sola. Quedó impactada con la respuesta: “Cristian está organizando una orgía. Me pidió que consiguiera chicas”.
El Obras del 9 de junio de 2001 fue un show consagratorio para El Otro Yo: el cierre de la Gira Interminable, un tour nacional e internacional de 44 fechas promovido como el más largo en la historia del rock argentino. Al final de la noche, la atmósfera estaba electrificada y la euforia no bajaba. Mientras un centenar de fans se aplastaban contra la puerta esperando la salida de los músicos, Charlie tuvo un golpe de suerte. Estaba en la parada del colectivo para volver a Hurlingham, vio salir a Cristian por el estacionamiento y su papá le dijo “¡gritale!”. El cantante la escuchó. “Se acercó y me pasó la mano a través de la reja”, cuenta ahora. “Me quedé enceguecida, no me quería lavar la mano.” Tenía 14 años.
A fines de ese mes, Cristian se conectó al chat: “Hola, acá estoy”. Charlie le habló por privado y él fue directo: “¿Sos virgen? Pasame tu teléfono”. En una de las primeras conversaciones, ella le contó que la habían abusado un año antes. “Me lo festejó y me dijo ‘eso te pasó porque sos re puta’.” A pesar de todo, lo quería conocer. “Pero mirá que si venís a mi casa tenés que hacer algunas cosas”, le dijo él. Charlie no tenía experiencia sexual, pero le contestaba todo lo que quería escuchar. Cuando se decidió a ir a Besótico, a cuatro cuadras de su escuela, una amiga le preguntó si estaba segura. Entre sus seguidores, Aldana ya tenía una reputación.
En aquel primer encuentro en el hall del sello, Cristian “se hacía el nene todo el tiempo”. “Me decía ‘qué linda, los aritos te pegan con los aparatos’.” Ese día “pasaron un par de cosas pero no hubo penetración. Como había gente dando vueltas, miraba todo el tiempo por si venía alguien”. Al final, le dijo que volviera después de ganar rodaje con alguien de su edad (un “consejo” que se repite en otros testimonios). Al mes, Charlie tuvo su primer contacto sexual con un chico que le gustaba. “Forcé un poco la situación, quería desvirgarme para tener experiencia y ser la más puta para él”, resume.
El 9 de agosto, desde la nota de tapa del suplemento “No” de Página/12, Cristian enviaba un mensaje a las fans. “Estaría bueno que se animen las que no se animan: ahí es donde quiero llegar”, decía. “Vos ves cantantes como Luis Miguel y son inalcanzables para sus seguidoras. Yo soy alcanzable: me tiro en el medio y que me violen (risas)”. También lanzaba una advertencia a las que sólo lo buscaban por ser famoso: “Lo voy a tomar como una perversión y me van a dar ganas de hacerte cualquier cosa”.
Charlie leyó la entrevista y se sintió alentada a volver a llamarlo. La primera vez se había ido avergonzada, con la autoestima por el suelo, pensando que no sabía garchar, que era una tonta. Pero el reencuentro fue una pesadilla. Ni bien llegó, le dijo “¿así que sos muy puta?” y la dio vuelta. “Me pegó, fue una situación de violación”, dice Charlie. Aun así, la relación se intensificó. Mientras la crisis se llevaba puesta a la familia Di Palma (su mamá llegó a trabajar 16 horas diarias), Aldana la llamaba cuando sabía que estaba sola. “Ahí derrapé, y él lo aprovechó.”
Al año siguiente, intentó alejarse. Se puso de novia con un chico de su edad y dejó de atender al músico, que insistía desde el chat. Charlie relata que en febrero de 2002 –antes de la Fiesta de la Espuma en Cemento– él le ordenó: “Dejalo a ese gil, ya probaste tres meses. ¿Cuántas veces cogió ese pibe en su vida? Vos ya estás para algo más. Vamos a organizar cosas grandes, vamos a hacer amor y sexo libre”. Si cedía, Cristian le daría una sorpresa –“para que todos tus amigos vean que sos especial”–. Ese sábado 23, ella obedeció: cortó con su novio en la puerta de Cemento y Aldana dedicó el tema “La tetona” a “Carla, la más puta, que está ahí. A ver, levantate y sacate la remera”. Sin saberlo, estaba inaugurando un ritual que se repetiría en decenas de shows. Charlie aparecía sobre los hombros de alguien, quedaba en bikini y algunos pibes se le tiraban encima para manosearla.
En el invierno de 2002 circulaba una foto por el chat de EOY: Aldana abrazando a Charlie, sentada sobre su falda, con 14 años y una remera celeste de Las Chicas Superpoderosas. “Esta es la que estuvo con Cristian”, murmuraban los fans. Cuando Felicitas la reconoció en el boliche @lternativ@, tal como recuerda hoy, escuchó los requisitos de la orgía: “Cuatro o cinco chicas lindas, en lo posible vírgenes y que se queden calladitas”. Aceptó y propuso como tercera integrante a otra fan de la banda, su amiga C. (pidió resguardar su identidad). Como tenía fama de bocona, le hicieron prometer que no diría nada. Charlie consiguió a la cuarta en la casa de una amiga.
Esa noche Charlie tenía 15 años, Felicitas 14, C. 16 y la cuarta chica 15. Todas dijeron a sus familias que se quedarían a estudiar y dormir en lo de una amiga. “Cristian nos pidió que nos vistiéramos muy putas”, dice Charlie. A las 10 llegaron a Besótico, el centro de operaciones de Aldana, que también tenía una casa en Temperley. Se sentaron a una mesa alargada, tomaron té y empezaron a hablar. El les preguntaba por su vida y –a una por una– si realmente eran vírgenes. “No digan nada, esto es normal, pero nadie lo entiende”, les repetía, según el testimonio que C. sumó a la causa. Felicitas estaba deslumbrada por su sonrisa. “Este tipo no le puede hacer mal a nadie”, pensó.
Cristian se levantó, fue a la cocina y volvió con una caja de fósforos. Rompió cuatro. La que sacaba el más corto pasaba primera. Fueron yendo de a una al dormitorio y después, según el testimonio, Cristian se acercó a la chica de 15 y se la llevó a la entrada del departamento. “Estaba desvirgándola, me acuerdo de sus gritos”, escribió C. Después volvieron a la habitación. Había una cama de dos plazas, una mesa de luz con una foto de su madre, una tele, guitarras, CDs y una cámara filmando. El testimonio dice que Aldana las hizo desvestir, se quedó en ropa interior y empezó a repartir roles. Como no lograba penetrar a C., trajo del baño una sopapa de plástico violeta: “Me dolió, me dolió mucho. Me acuerdo que le mordí la lengua a la chica que besaba”. Esa chica era Charlie.
Felicitas se había quedado en el piso, mirando los discos de Cristian, preguntándose qué estaba haciendo ahí: “Me llamaba desde la cama. Parecía drogado. No consumía nada, pero estaba zarpadamente ido”. A la mañana siguiente Cristian les pidió que se fueran antes de que llegaran los empleados. Las despidió con un beso y volvieron a sus casas. Después las invitó a ver la filmación. “Dos de las chicas fueron y me comentaron cómo se tocaba”, recordó C. También la vio Carolina. Así conoció a Charlie y a Felicitas.
C. contó el episodio en casa y su madre abogada quiso hacer juicio. Llamó a Cristian para conseguir el video, una prueba irrefutable, pero nunca se lo dio. Sólo la contactaba por ICQ para preguntarle cuándo se verían. Un día le confesó a Felicitas que quería llevar a su ídolo a Tribunales; ella se enojó y se pelearon. “Empecé a tener problemas de alimentación”, cuenta ahora. “Mi terapeuta me pidió que me alejara del ambiente alternativo.”
Cristian Aldana nunca aclaró en qué se inspiró para “Moquiento”, el tema 13 de Mundo (1995), que en su pasaje más oscuro evoca “recuerdos de mi padre golpeando a mi madre, violando a mi hermana y a mí”. Aunque se ocupó de mantener un halo de misterio sobre su vida personal, en aquella entrevista del “No” explicó por qué siempre fue abstemio: “Vengo de una familia donde se tomaba mucho alcohol y sé que eso es una mierda, que destruye”.
Cuando los Aldana eran chicos, su madre se separó del esposo (un taxista que había cantado tangos y boleros en viejas cantinas) y los llevó a vivir tres años con el tío Arturo, el cura de una iglesia en Villa Elisa. Cristian iba al jardín de infantes de la parroquia y estaba rodeado de boy scouts. Tras una escala en la casa de sus abuelos en Belgrano, María Fernanda se quedó con la madre y él volvió con el padre a El Triángulo, un barrio de Temperley con calles de tierra y cumbia sonando todo el día. El colegio nocturno “estaba bueno, porque tenía todo el día para hacer lo que quería, pero todos mis compañeros eran más grandes”, le dijo a Rolling Stone en octubre de 2000. “Había mucho reviente, alcohol y drogas a full, pibas que se cagaban a piñas, tipos que tomaban Rohypnol con vino y terminaban todos vomitados.”
Los hermanos volvieron a unirse con el punk-metal alternativo de EOY, que empezó a circular en 1992 con el casete de Los hijos de Alien que Cristian repartía en las disquerías. Tuvieron su primer éxito con Mundo, grabado en la cabina de una coupé Dodge desvencijada. Con energía desbordante y letras de espíritu adolescente, sintonizaban con el auge global del grunge. El impulso independiente de Besótico los llevó hasta la expansión regional con Abrecaminos (1999), que incorporó samplers y sintetizadores a su distorsión melódica.
Si María Fernanda era dulce y angelical, Cristian era dionisíaco y desprolijo. Eran días de shows en mameluco, mochilas dibujadas con liquid paper y filosofía clean. Cuando le preguntaban si su droga era el sexo, respondía que “sí, aunque no sé si llamarlo droga, porque es sano. Creo que todas las cosas en extremo son malas, aunque pasé por una etapa bastante extremista con el sexo”. Cuando le recordaban su fama, pedía precisiones: “¿Qué es tener un harén, que las chicas del público te griten que te aman? ¿Si me las garcho o no? ¿Si son esclavas mías?”.
A lo largo de la década siguiente se mantendrían como una banda clásica y Aldana tendría su despertar político. Impulsó la Unión de Músicos Independientes (UMI), que consiguió convenios accesibles para grabar, fabricar y difundir discos. En sintonía con el Frente para la Victoria, apoyó la creación del Instituto Nacional de la Música, la Ley de Medios y participó del especial de 678 por la muerte de Néstor Kirchner. Para las legislativas de 2013 ocupó un lugar testimonial en la lista de diputados por la ciudad de Buenos Aires. “Hoy participan hombres, mujeres, gays, filósofos, y yo aporto lo mío como rockero”, decía.
En el Anuario de 2010, Rolling Stone lo eligió “Activista del año”. La idea era hacer foco en el trabajo de la UMI, pero él también se abrió para revivir un par de traumas, como la noche que fue a meterse a la cama de su madre para encontrar que, ya divorciada, estaba teniendo sexo con su padre. “Sentí que mi vieja me estaba traicionando. Salí corriendo y llorando por la calle, con mi viejo atrás intentando calmarme.”
Desde ese momento se puso un poco problemático. “A los 7 me agarraron con la mano metida en la concha de una compañera. Como mi mamá era maestra del colegio, yo sentía la presión de ser buen alumno, pero me salía hacer eso. Era mucha presión. Después vino la directora y me gritaba que había pecado. La rectitud de la moral tuvo un peso sobre mí. Pero eso al artista lo influyó. Por eso tantas canciones de EOY tienen acento en el sexo.”
Dos décadas más tarde, al imponer el pacto de silencio, explicaba a sus chicas que “esto es especial e importante; tenemos que respetar este espacio único que creamos, porque forma parte del amor libre, de un universo nuestro”.
“No digan nada, esto es normal, pero nadie lo entiende”, les decía Aldana a las 4 chicas.
Desde los 13 años, Lucía C. fue con EOY a todos lados. Pero siempre la vigilaron de cerca. Un día se subió con su hermana a un micro desvencijado para verlos en La Plata. El viaje se hizo eterno. Cuando llegaron, ahí estaba su mamá, que se había subido al micro de atrás sin decirles nada. Lucía también era habitué de las reuniones de la Bond, donde conoció a Carolina; alguien se la presentó como la novia de Cristian. “Pegamos buena onda y empecé a pasar a los backstages”, dice ahora. Estaba feliz, se sentía importante e intercambiaba mails con los novios. De noche, él le escribía por MSN: “¿Te gustó el recital?” “¿Querés venir a dormir a casa?”. Aquella cuenta empezaba con la frase “soytumonja”. En las Fiestas Perversas que organizaba en su departamento de Bartolomé Mitre al 1500, Cristian se vestía de novicia y aparecía en un fotolog rodeado de adolescentes tapadas por los hábitos negros. El eslogan era: “Menos miedo, te metemos de todo”.
En 2006 María Fernanda presentó su disco solista Dios te salve María en la Alianza Francesa. A la salida, Lucía se encontró con Carolina. “Cris está acá a la vuelta, ¿querés verlo?” En el auto estacionado sobre Avenida Córdoba “apagó las luces y nos dijo que se la chupáramos”. Después siguieron en el departamento. “Tomamos algo, pasamos al cuarto y Caro me desvistió. Cristian filmaba todo y nos daba órdenes. Era morboso y prepotente. Te decía ‘qué linda sos’ pero también ‘putita’, te golpeaba en la cara.” Esos encuentros se repitieron al menos tres veces.
Lucía lo cuenta con detalles, casi con frialdad. El dolor está en algún lado, pero no en la charla de esta tarde. El año pasado, con las primeras repercusiones del caso, empezó a sentir la necesidad de entender y volvió a verse con Carolina. “No sé si esto me pasó también a mí”, le confesó. Entonces se recordó hecha una bolita en la cama, cuando él la obligaba a mirar las filmaciones, o lo que le decía –y le hacía– con el argumento de que “así es como se coge”.
Después de ese paso al frente, otra denunciante (amiga de Charlie) decidió enviar su relato a Rolling Stone. Esto es lo que escribió J., cuya familia aún desconoce la historia:
“Llegué a Cristian Aldana en el 2001, a mis 14 años. Alguien del chat comentó que si llamabas al estudio podías coger con él. Con una amiga pensamos que sería una gran idea perder la virginidad así: nos gustaba su música y nos caía bien. Lo llamé y nos invitó a su casa. Mientras desayunábamos, nos preguntó si habíamos sido abusadas alguna vez. Le dijimos que sí, se excitó y pidió detalles. Nos quiso tocar, pero nos apartamos. Cuando nos fuimos estábamos re contentas. Nos había parecido distinto y encantador. Unos días después volvimos a Besótico; mi amiga, yo y otra chica más (...) Eramos chicas, se habían hecho las 12 de la noche y habíamos mentido en casa. Nos sentó en un hall oscuro y nos llamó de a una (...) Cuando acabó con la última, nos hizo pasar a todas para dormir en la habitación.”
La última tarde de 2016 es húmeda y pesada. Carolina, Felicitas y Charlie –las tres querellantes en una causa con siete denunciantes– se reúnen en una casa del barrio de Agronomía para contar, por primera vez en profundidad, cómo les afectaron las historias con Cristian. Carolina, de 26 años, transformó la suya en un relato arquetípico de la violencia machista. Felicitas (29) se centra en la curación dolorosa que llegó después de reconciliarse con su cuerpo. A Charlie (30) todavía le cuesta perdonarse por haber potenciado una fantasía perversa. Componen una narración intensa, con roles definidos y culpas repartidas, tamizado por años de terapia y el llamado a la responsabilidad colectiva en tiempos del Ni Una Menos.
“Aldana te explicaba que había que servir a los hombres, coger bien y ser re puta, todo eso a los 14 años”, dice Charlie.
Cuando cumplió 17, Carolina se fue con Cristian al departamento de Mitre. Convivieron durante todo 2007. Son los protagonistas del video de “Amor fuego”: una adolescente enamorada y una voz que clama por “un amor que destruya el machismo, un amor que te deje surgir”. Las fotos de los primeros meses los muestran abrazados y en paz, pero ella describe otra dinámica: “Me psicopateaba y era muy violento. Mientras me cagaba a patadas, me decía ‘esto no es pegar. Pegar es lo que le hacían a mi vecina, que el marido la agarraba de los pelos y la arrastraba hasta la esquina’. Hubo un momento en donde perdió la chaveta y ya era una locura. Yo había llegado a un nivel de esclavitud tan grande que era un objeto suyo. Estaba hecha por y para él: platinada como él quería, con la ropa que él me indicaba, vinculándome con quien él me decía”.
También habla de escenas de abuso y dominación más cotidianas, como cuando estaba arrodillada en el piso, limpiando con el Blem y la franela: la única forma de dejar el parquet como, pensaba ella, les gustaba a los dos. Una tarde, según recuerda, Cristian y el entonces baterista de la banda (Ray Fajardo) llegaron al departamento, la saludaron y se encerraron a grabar unas bases. Cuando terminó con el piso, se fue a bañar y se vistió para ir a la escuela nocturna (había repetido y dejado tres veces noveno grado). Le pidió a Cristian 20 pesos para una tarjeta de teléfono. “¿Qué decís?”, le preguntó Cristian a Ray. “¿Se lo merece?” El baterista opinó que sí y su compañero accedió. “Pero cuidá el crédito, eh”, le dijo. (Fajardo declinó hablar para esta nota: “Hace muchos años que no tenemos relación artística ni personal”.)
La convivencia se terminó en 2008. El volvió a Besótico y ella a lo de su madre. Retomó el turno tarde y se puso de novia con un compañero, pero Aldana insistió durante un año y medio. Iba a su casa, lloraba, le pedía ver a Segismundo, el perro que habían criado juntos y se llamaba igual que el del tío cura. Si le decía que la extrañaba, ella le refrescaba su consejo: “Vos sos muy pendeja; está bueno que estés unos meses con alguien. Nadie te va a bancar como yo, porque sos muy puta”.
En 2010 Carolina lo denunció tres veces. En las comisarías de Morón y Capital le preguntaron qué había hecho ella y le negaron la pericia psicológica. En abril de 2016 tuvo mejor recepción en la Agencia Territorial de Acceso a la Justicia (ATAJO) de La Boca. El Poder Judicial empezaba a escucharla.
Charlie y Felicitas disfrutaron de una fugaz fama indie en 2003. Catch Up Girls, una bandita punk 100% influenciada por el look de María Fernanda y la actitud de Cristian, fue semifinalista de El Nacional, el concurso que organizaba Much Music. Los hermanos las seguían de cerca. El les pagó una primera fecha, ella anunciaba los shows: “Son mis amigas”. Charlie cuenta ahora: “Tuvimos una buena movida, pero después de un tiempo empezamos a pelearnos mucho por él. Nos ponía todo el tiempo en competencia”. El grupo se rompió en el otoño de 2005. Ese día, Aldana le vendó los ojos a Felicitas y le dijo que gateara por la habitación: “Cuando llegué a donde estaba él, había otra persona, algo que no había sido consentido. Me sentí un trapo de piso, me sentí una basura”.
Aunque Cristian se había metido en todos los aspectos de su vida, nunca las mostró demasiado. En 2009 Felicitas decidió que el sexo juntos se había terminado, pero faltaba lo peor. Entre los 21 y los 25 –mientras todavía hacía audiovisuales para EOY TV, el programa online de la banda– siguió un tratamiento de rehabilitación de adicciones en la asociación civil Valorarte. “Qué bajón ser abusada”, pensaba al escuchar las historias de violaciones en el grupo. En terapia individual, relató la orgía de 2002 como una anécdota que le había pasado a otro. La analista profundizó: “Imaginate a la Feli de 14 años. ¿Sabía lo que era el sexo? ¿Sentiste que eso fue amor?”. Felicitas empezó a entender. No fue fácil ni rápido: “Básicamente me quería morir”.
Cuando la terapia derivó a un trabajo de EMDR (“desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares”, una técnica para tratar traumas que busca conectarse con distintas partes del cuerpo), revivió la escena y vomitó. “Ahora entiendo por qué era bulímica”, dijo de vuelta en el sillón. “Me daba asco lo que sentía en mi cuerpo. Sentía que no me pertenecía”, cuenta entre lágrimas. Los vínculos post-Cristian también fueron complicados: “El que me decía ‘te amo’ me hacía pensar ‘éste es un tarado; a mí me tenés que decir puta’”.
A los 18, mientras trataba de superar la abstinencia emocional, Charlie empezó a tomar clases de teatro con Norman Briski. Fueron ocho años liberadores, “pero siempre caía en la depresión, las drogas, el alcohol. Aparecía lo sano y yo buscaba lo insano”. El ciclo se cortó con “un acontecimiento de mucha luz, muy hermoso, que me hizo cortar todas las partes tóxicas”. Hubo más llanto, más terapia. Cuando logró indagar en su historia, la psicóloga le confesó que –después de su primera sesión juntas– la que había salido a vomitar fue ella: “Lo contaste como si fueras él”.
El 15 de abril de 2016 Mailén Frías subió a YouTube el video que sentó las bases de un quiebre histórico: el fin del silencio sobre los abusos en la escena rockera argentina. La chica de 22 años contó cómo Miguel Del Pópolo –líder de La Ola Que Quería Ser Chau– la había violado. Los Aldana, que iban a compartir fecha con esa banda, criticaron a su colega y apoyaron a Mailén. A las pocas horas, el propio Cristian se convirtió en un blanco móvil, primero en los comentarios del Facebook de EOY y después en el grupo “Víctimas de Cristian Aldana”.
En medio de la conmoción, Charlie y Felicitas volvieron a hablarse. Las dos tenían miedo de que la otra estuviera del lado del músico. “¿Te enteraste de lo que pasó?”, se tanteaban. “Fue muy fuerte reconstruir el vínculo desde un lugar sano que nunca habíamos transitado”, dice Charlie. Carolina se la encontró durante la organización de una marcha contra los abusos. “¿Sabés a quién tenemos que contactar? ¡A las pibas de las Catch Up Girls!” Pero ese 20 de mayo terminó siendo noticia por una performance bizarra. De nuevo con su cosplay de monja y rodeado por tres efectivos de la Federal, Cristian cantó que “sólo el amor disipa el odio” y tildó de “feminazis” a quienes le gritaban “violín”.
Por esos días, algunos usuarios recordaban que el blog de Felicitas “Ya no nos callamos más” venía recopilando historias de abusos desde el 21 de octubre de 2015. Otros compartían una foto del 26 de febrero en San Martín de los Andes, donde Carolina estaba viviendo tras un viaje por Sudamérica. Ese día, El Otro Yo salió a probar sonido en la feria artesanal. Con la voz del cantante, ella empezó a temblar. Mientras abortaba un ataque de pánico, escribió con marcadores negros sobre una cartulina blanca: “Cristian Aldana. Golpeador, psicópata, abusador de menores”. Durante el show se plantó frente al público y levantó el cartel. Esa noche durmió con un cuchillo en la carpa.
En mayo de 2015, después de trece años, C. –la tercera integrante de la orgía de 2002– volvió a cruzarse con Cristian. Fue en el aeropuerto de Ezeiza: “Nos miramos de frente. No sé si me reconoció, pero él no olvida fácilmente”. Cuando trascendió el video de Mailén, sumó su testimonio a la página de Víctimas, se reencontró con Charlie y Felicitas, y declaró como testigo. No se sintió cómoda; estaba contando un secreto tortuoso en una fiscalía llena de gente. Entonces sacó el relato de la orgía, le puso la firma y lo entregó para incorporar a la causa. Hoy quiere “que Aldana quede encerrado para siempre”.
En septiembre de 2015, después de 14 años, J. –la chica que envió su testimonio escrito– volvió a cruzarse con Charlie. No le dijo nada. No sabía que ella estaba avanzando por su lado, pero a los siete meses la contactó para hacer su denuncia.
Ahora transitan lo que parece ser la etapa final de su reconstrucción. Carolina se agregó un nombre –Ariell–, está en pareja con una chica y hace música en espacios públicos. El 11 de enero se enteró de que aquel primo que la había abusado está, como Cristian, en el penal de Marcos Paz. Felicitas estudia Cine y tiene tres trabajos. Charlie, también música, sigue Letras y trabaja con sus padres. Lucía cursa el profesorado de educación especial para chicos sordos, C. se dedica al marketing digital y J. no quiere dar detalles.
El 12 de junio de 2015, con los últimos acordes de “Alegría” sonando en el Teatro Cariola de Santiago de Chile, Cristian Aldana anunció “una idea que tiene que ver con el amor que uno siente por esta banda, con nuestra hermandad”. Esa noche estrenó el “juramento otroyoiano”: “Juro... amar... cuidar... y defender a El Otro Yo... ¡hasta la muerte!”. Esas palabras, enunciadas desde arriba y repetidas desde abajo, empezaron a integrar los shows cuando se hizo evidente que su situación se estaba complicando.
Después de que la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres formalizara las denuncias en mayo de 2016, Cristian se defendió por Facebook: “Soy inocente de lo que se me acusa. Jamás violé ni golpeé absolutamente a nadie”. María Fernanda cree que las acusaciones son una combinación de ataque al rock, venganza política y cortina de humo por la coyuntura económica. “El último año tuvimos re pocos shows. Me quedé sin laburo, me rompió el orto”, reconoce alguien que tocó en la última etapa de EOY. “Es un garrón que un colega viva esto. Pero si la Justicia lo encuentra culpable, también es un garrón para las víctimas.”
El líder de EOY fue detenido el 22 de diciembre y pasó Año Nuevo en la cárcel bonaerense de Marcos Paz. El 2 de enero su abogado Horacio Rivero renunció “por cuestiones personales” (una fuente con acceso a la causa asegura que cuatro defensores rechazaron el caso por la gravedad de los delitos). Cuatro días después, el juez Roberto Ponce lo procesó por “abuso sexual gravemente ultrajante y con acceso carnal en concurso ideal con corrupción de menores” en siete oportunidades, que implican penas de hasta 20 años de prisión. Mientras le dictaba un embargo por 2,5 millones de pesos, la Cámara Criminal rechazó su excarcelación.
“La causa es técnicamente sencilla y las denuncias tienen verosimilitud”, plantea un funcionario del juzgado 17, en el quinto piso de Tribunales. Dos pericias van a determinar si tiene una estructura psíquica compatible con los hechos y si transmitió enfermedades (Carolina dice que le contagió una hepatitis B). Ponce deberá analizar los testimonios de las presuntas víctimas y sus testigos, además de fotos, videos y chats. La causa podría elevarse a juicio a mitad de año.
“Cristian es un condenado mediático”, se queja su abogado actual, Rodolfo Patiño, un día después de aceptar el trabajo. “No hubo un acto de defensa real, no se puede jugar así con la libertad de la gente.” Veinticuatro horas después, cuando ya leyó los testimonios, suena menos optimista: “En principio, las denuncias aparecen como creíbles por los informes que describen la sintomatología de los abusos. Aldana reconoce el vínculo con Luján, pero plantea que –a partir de la separación– recibió un hostigamiento digno de la película Atracción fatal, en donde ella lo denigró como hombre y lo amenazó. A la mayoría de las otras denunciantes no las conoce. Son relatos politizados, trabajados en talleres”.
A los 45 años, Cristian pasa las noches en una celda de tres metros por dos con mobiliario antivandálico: cama, lavabo, letrina, un estante, un ventilador. En el pabellón de buena conducta come el rancho con sus compañeros y cada tanto mira las noticias. El viernes 13 de enero se descargó tras su primer encuentro con Patiño. “Soy un artista, una persona sana y sin vicios, pero me convirtieron en un monstruo”, le dijo a su abogado. “No hay palabras para describir el infierno que estoy viviendo, la idea de que la sociedad pueda pensar que esto es cierto.”
Cuando lo visitan, en cambio, sus familiares lo encuentran “transitando este momento con sabiduría e introspección”, según cuenta una allegada directa a Guillermina Bolig, la madre de su hija de 6 años. “Es una característica muy particular de él. En los momentos de caos se mantiene tranquilo. En ese sentido es bastante equilibrado.”
En la cárcel se reencontró con Cristo, aunque también siente afinidad con algunos preceptos budistas y está recibiendo asistencia desde el movimiento krishna. Guillermina (su nombre espiritual es Madhu Mati Devi Dasi) y María Fernanda (Madhavi Priya Devi Dasi) le acercaron una copia del Bhagavad-Gita, el texto sagrado sobre Dios y la vida. También le transmiten las palabras del gurú Maharaj, un alemán con discípulos en todo el planeta. Antes de la caída, Cristian iba al templo y se sumaba a retiros en un parque de General Rodríguez que promueve el “yoga del amor”. De la esencia krishna, lo atraían la búsqueda interior y el descontento con el mundo material. De las frases del gurú, una que habla de reacciones karmáticas: “Cada santo tuvo un pasado y cada pecador tiene un futuro”.
Pablo Corso
LA NACION