Cartón pintado: las amables prácticas de la amistad femenina
Victoria Hladilo, la creadora de La sala roja estrenó una nueva propuesta totalmente diferente a sus trabajos anteriores, pero sin perder la comicidad que tan bien maneja
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Dramaturgia y dirección: Victoria Hladilo. Intérpretes: Julieta Petruchi, Mercedes Quinteros y Victoria Hladilo. Voz en off: Mike Amigorena. Escenografía: Celeste Echeverría. Luces: Alfonsina Stivelman. Colaboración en dirección: Verónica Mc Loughlin. Sala: Nün, Juan Ramírez de Velasco 419. Funciones: sábados, a las 22.30. Duración: 55 minutos.
En sus primeras tres obras, como autora, directora y también protagonista, Victoria Hladilo se ha dedicado a poner al descubierto el lado B de los rituales de la clase media, vista desde el lente de una mujer actual, con permiso para la libertad pero demasiado agobiada como para ejercerla: la escolaridad de los hijos, los grupos de amigos, las parejas, los padres ya grandes, el ritmo abrasador de cumplir con las rutinas y la pregunta acerca del para qué. Pero, después de La sala roja, La culpa de nada y La casa de las palomas, en su último estreno Cartón pintado, eligió otro camino, menos árido, con techito de refugio, el de la amistad.
Tres amigas de toda la vida pasan un día juntas en el depósito de un local de ropa. Hay cajas de cartón por todos lados, una escalera, algunos maniquíes (y, en especial, uno que es casi un personaje más). Hace calor, el negocio no funciona, los amores tampoco, desde el mirador de los inexorables cuarenta no se vislumbra nada promisorio. Cada una personifica un modo diferente de transitar ese frontera: Belén, la casada con hijos (Mercedes Quinteros); Miriam, la escéptica que trata de reafirmarse a sí misma (Hladilo); y Raquel, la que todavía espera todo del amor (Julieta Petruchi). Será esta última, desconsolada por la ruptura de su último romance, quien desate la catarata de acciones, en cuanto surja la posibilidad de que el novio asome por el local.
Pero no es esta anécdota lo que importa. Ni siquiera cómo se resuelve el final. En Cartón pintado no está en el centro el planteo realista, como en las anteriores, sino el procedimiento, cómo la directora (y no la autora) eligió contarlo. Y lo que hizo es poner los cuerpos a jugar los modos, las caretas y los implícitos con que las mujeres se relacionan. Las chicas, en su rol de vendedoras, usan minifalda y unas largas pelucas rubias que en cuanto pueden se sacan y dejan ver el pelo oscuro ocultado bajo una redecilla. Con un innegable efecto cómico, se repiten palabras y movimientos articulados en loop que refieren a esos maniquíes de vidriera pero también a la forma en que las mujeres, entre ellas, se comunican: con repreguntas, a veces a los gritos, varias veces lo mismo, hasta conocer los detalles, todos los sentidos posibles, lo que dijo y lo que quiso decir, esa necesidad de estar ahí para sentirlo tal cual, sin perderse nada. No sólo se lo cuentan sino que Belén exige precisión y sus amigas actúan aquel instante del pasado o se ensaya cómo decir lo que podría suceder en breves instantes. El maniquí, con la voz en off de Mike Amigorena, también es integrado al acting del rencuentro amoroso. Mientras tanto y de a sorbitos, toman una bebida a base de plantas para movilizar chakras y que catalizaría energías para cambios y porvenires, una pócima mágica como hacían las brujas cuando había que encontrar la salida, como siempre, como ahora, en secreto y entre ellas.
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