
Cartas dadas que no entran en juego
"El señor Bergman y Dios", de Marcelo Bertuccio. Con Aldo Braga, Mariana Anghileri, Alicia Burdeos, Ana Yovino, Diana Lamas, Mara Bestelli, Dolores Fonzi y Vera Czemerinski. Violonchelistas: Clara Asuaje y Diana Griot. Coreografía: Roxana Grinstein. Música: Nicolás Varchausky. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario y escenografía: Jorge Ferrari. Dirección: Roberto Castro. Teatro San Martín. Nuestra opinión: regular.

Como lo hace habitualmente , el San Martín estrena obras de nuevos dramaturgos en su sala más pequeña. En este caso se trata de Marcelo Bertuccio, el talentoso autor de "Señora, esposa, niña, y joven desde lejos", que cosechó excelente repercusión en el reciente Festival de Viena.
En "El señor Bergman y Dios", Bertuccio propone una pieza en la cual ubica al cineasta debatiéndose con su propia muerte, fantasmas y fantasías personificados en siete mujeres. Cada una de ellas remite a su filmografía aunque los detalles nunca quedan demasiado claros y -quizá- poco importen. Pero Bergman y sus mujeres habitan mundos distintos donde la línea entre la ficción y la realidad se transforma en terreno borroso. Y como separados por una pared invisible, hasta tienen vedados el contacto físico. Pero si bien esa fricción entre los dos mundos posee en el original un enorme atractivo, la puesta no pudo representarla.
Si bien el montaje posee climas de enorme sugerencia, destellos de humor y un bello cuidado visual tanto en la escenografía, el vestuario y la iluminación, da la sensación de que el director Roberto Castro no pudo apoderarse del material, no lo pudo hacer suyo. Aunque sea para destrozarlo, para tomarlo como excusa y expresar su voz propia. Las piezas están, algunas demuestran solidez, pero no llegan a encastrar. Sólo hacia el final, en la escena del velatorio, los fragmentos dialogan entre sí, fluyen.
Y esa falta de solidez interna aparece en todos los niveles. Aldo Braga, como Bergman, da la sensación de pasar letra. En su favor cuentan dos aspectos fundamentales: es un excelente actor que sabe decir un texto y, por otra parte, como su personaje habla de sí mismo en tercera persona, ese distanciamiento de "pasar letra" se torna un recurso inquietante. De todas formas, si esto último formara parte de la búsqueda no está profundizada.
Con las siete actrices ocurre algo similar. El trabajo es parejo e intenso, pero da la sensación de estar perdidas, sin una justificación interna de peso. Por eso, en varios momentos, los aspectos formales de la puesta aparecen en un primer plano quitándole fluidez al conjunto. Como ocurre con la marcación de Roxana Grinstein que termina forzando a las intérpretes a un plano de actuación que no logran resolver con frescura y naturalidad.
Las cartas de "El señor Bergman y Dios" están echadas, pero no llegan a armar el juego teatral.