Carrie Fisher: la princesa de Hollywood
Murió a los 60 años una de las grandes estrellas de Star Wars; además de su trabajo en el cine, escribió libros en los que desnudó su vida de excesos y adicciones
La popularidad mundial que le dio el cine a Carrie Fisher logró casi lo imposible: que su nombre y su apellido reales desapareciesen detrás del nombre de fantasía con el que terminó inmortalizada. Ayer, todos sintieron que quien había fallecido de verdad era la princesa Leia de Star Wars, figura central y decisiva de las aventuras intergalácticas surgidas de la imaginación de George Lucas y sus devotos seguidores.
Lo cierto es que la muerte de Fisher no se produjo hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, sino ayer por la mañana en una habitación del hospital de la UCLA, en Los Angeles, donde estaba internada desde el viernes pasado luego de sufrir un infarto masivo en pleno vuelo dentro del avión que la traía de regreso desde Londres.
De poco alcanzaron el frenético operativo que se preparó en el aeropuerto de Los Angeles y los cuidados que recibió durante los últimos días. En esa larga vigilia se mezclaron la preocupación (permanecía con respirador artificial) y algunos pronósticos esperanzadores sobre su evolución.
El destino de Carrie Fisher parecía escrito y marcado a fuego por su personaje emblemático. Fue una de las princesas más populares del cine de todos los tiempos, pero por sobre todo formó parte por derecho propio de la gran realeza de Hollywood, una corte en la que los títulos nobiliarios respondían a ciertos apellidos y a determinadas posiciones, pero también podían surgir de los excesos y los vicios.
Fisher se ganó ese lugar ante todo por un mandato de sangre: era hija de Debbie Reynolds (con 84 años, una de las últimas sobrevivientes de la época de oro de los grandes musicales de MGM como Cantando bajo la lluvia) y el músico Eddie Fisher, que dejó a su esposa subyugado por los encantos irresistibles de Elizabeth Taylor en 1959, tres años después del nacimiento de Carrie, el 21 de octubre de 1956. Fue en Beverly Hills, como no podía ocurrir de otro modo.
Lo mismo vale decir de su carrera. A los 12 años debutó en el night club que su madre manejaba en Las Vegas; a los 15 dejó la escuela secundaria para dedicarse full time a su destino manifiesto de actriz, y a los 20 debutó en el cine con un papel en Shampoo, donde personificaba a una ninfa que seducía a Warren Beatty. Esa aparición resultó tan breve como el tiempo que pasó en la London Central School of Speech and Drama. El momento decisivo le llegó a los 21, en 1977, cuando se sumó al elenco de la película inicial de La Guerra de las Galaxias (hoy conocida como el Episodio IV) como la princesa Leia Organa (ver aparte).
Para bien o para mal, jamás se apartó de ese mundo que le brindó identidad, cobijo, espacio y protección para sus desmesuras. Hollywood la trató igual que a todas las figuras concebidas y engendradas bajo su cielo: primero la castigó impiadosamente y luego le abrió sus brazos cuando ella hizo acto de contrición y reconoció sus pecados. Fisher respondió a esos estímulos con guiños cómplices, la acidez de su escritura (inigualables novelas autobiográficas) y una maravillosa voz, áspera y profunda, llena de frases punzantes sobre el mundo de las celebridades. Su propio mundo.
De todos los nombres famosos del Hollywood de las últimas décadas, Carrie Fisher fue quien más lejos llegó con las confesiones y el reconocimiento abierto de sus adicciones, caídas al infierno, tratamientos y recuperaciones que muchas veces terminaron en recaídas.
Carrie Fisher perteneció a una dinastía que parecía perpetuarse a través del abuso y del desorden: de su madre pareció haber heredado la tendencia a abrazar vínculos afectivos fugaces o ingratos (su corto e infeliz matrimonio con Paul Simon entre 1983 y 1984 fue el mejor ejemplo), y de su padre, la incapacidad para resistir a la dependencia de las drogas y otro tipo de sustancias. De hecho, la adicción a la cocaína y al LSD (por no mencionar otros estimulantes) se hizo en ella irrefrenable mientras filmaba El imperio contraataca (1980) y llegó a poner en peligro su carrera entera.
“Mi hermano Todd y yo encaramos caminos diferentes con el tema de nuestros padres. Él se volcó a Jesús y yo, en cambio, me puse a trabajar con fuerza en mí misma para tratar de ser cada vez mejor”, confesó en una ocasión. Ese amor propio la ayudó a sobrellevar la experiencia de las adicciones y a curarse. Toda esa experiencia de vida se volcó en su extraordinaria primera novela autobiográfica, Postales del abismo (Postcards from the Edge), que se convirtió en inmediato best seller en 1987 y tres años después, en una celebrada película con Shirley MacLaine y Meryl Streep como madre e hija. Se estrenó en la Argentina como Recuerdos de Hollywood. Fisher escribió el guión, punto de partida de una nueva y fecunda oportunidad para seguir su carrera.
A partir de ese momento encontró numerosos espacios para explorar (y explotar) su talento como autora. Fue convocada varias veces como script doctor para pulir, corregir o ajustar guiones en Hollywood (uno de esos múltiples ejemplos fue el de Cambio de hábito, aquel gran éxito de Whoopi Goldberg) y también aportó chistes e ideas para varias entregas del Oscar.
Con la agudeza, la picardía, el desenfado y la sagacidad que a la mayoría de sus colegas les faltaban, Fisher siguió sin pausa con su catártico ejercicio autobiográfico. A Postales del abismo le siguieron Surrender the Pink (donde relataba sus desventuras matrimoniales junto a Paul Simon), Desilusions of Grandma, The Best Awful There Is y la más reciente The Princess Diarist, una colección de memorias y anécdotas de su vida como Leia. Podría decirse que Fisher reconstruyó toda una vida rememorando sus momentos más duros y dolorosos: desde el tratamiento con electroshocks al que se sometió para tratar sus problemas mentales (la bipolaridad fue uno de ellos) hasta la confesión del ardiente romance que mantuvo durante los primeros tiempos de Star Wars con Harrison Ford. Esa revelación se produjo después de que el Episodio VII mostrara sentimientos similares entre Leia y Han Solo, pero en la realidad el actor se irritó muchísimo y hasta pensó en demandarla. Ayer, Ford se mostró enternecido. Dijo que Fisher fue “única en su tipo”.
En los últimos años encontró la paz afectiva junto al representante de artistas Bryan Lourd, con quien tuvo su única hija, Billie (nacida en 1994), el escape definitivo de los infiernos y una vida de proyectos y reconocimientos en la que todos la admiraban por su chispa como autora y su talento como actriz, que volcó en varias películas (Hannah y sus hermanas, entre muchas otras) y series como Catastrophe. Hace un par de años, en Polvo de estrellas, David Cronenberg la convocó para interpretarse a sí misma. Esa breve aparición le alcanzó para mostrar en plenitud, una vez más, su pertenencia a la gran realeza de Hollywood, así como las marcas que le dejaron en la piel los excesos. Tenía 60 años y aparentaba más, pero murió como una verdadera princesa. Así la recordaremos todos.
Sus frases originales
- “Soy la princesa Leia, no importa lo que pase”
- “La vida es una broma horrible y cruel, y yo soy el remate”
- “Voy a hacerme fumigar el ADN”
- “A veces sólo podés encontrar el cielo retrocediendo lentamente desde el infierno”
- “El resentimiento es como tomar veneno y esperar que sea el otro el que se muera”
- “Cuando estuve en el set nunca quise que alguien pudiera empezar una anécdota diciendo: «Yo me acosté con la princesa Leia»”
- “Siento que soy muy cuerda acerca de lo loca que estoy”
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