Carlos Casella-Mayra Bonard, la fiesta de dos viejos amigos
El cuerpo como mapa sensorial. Eso es lo que está en primer plano en Mi fiesta, la singular obra que interpreta Mayra Bonard en El Cultural San Martín de viernes a domingos. Los primeros escarceos amorosos, el erotismo, la sexualidad y el peso de los vínculos familiares aparecen intermitentemente en un relato sensible y provocador que funciona como lúcido contrapunto del virtuoso despliegue de la protagonista. "En este espectáculo trabajo con una lógica doble de atracción y rechazo –explica Bonard–. Lo mismo que este atrae, te puede repeler. Ya desde el afiche se propone esa lógica. A través de la provocación, propongo un estímulo. Y ahí empezamos el intercambio con el público. Un trabajo escénico es interesante cuando interpela y puede ser leído de distintas maneras. Prefiero no explicar sentidos ni conducir mucho la mirada".
A lo largo de una hora, Bonard –bailarina, coreógrafa y performer que fundó e integró durante más de quince años el grupo El Descueve– exhibe su destreza física, expone su cuerpo y su intimidad y potencia con los agudos textos escritos por Pedro Mairal la densa carga de sentido de la obra, dirigida por el experimentado Carlos Casella, otra pieza de El Descueve.
"Cuando empezamos a trabajar con El Descueve, en el inicio de los noventa, la provocación era muy bienvenida. Era un alimento muy codiciado y movilizante. Provocar era necesario para sostener algo en escena –sostiene Casella–. Ahora la provocación se sofisticó: está presente, pero casi nunca en primer plano. En este trabajo tiene un lugar medular para mantener vivo el material".
Fiel a la idea de que su trabajo "no se cierre sobre sentidos únicos, contagie y habilite espacios de libertad" –como ella sintetiza con mucha claridad–, Bonard se aboca en Mi fiesta a jugar con los límites, siempre con el objetivo de estimular al espectador: "Ya desde chica me gustaba correr los límites -dice-. Me acuerdo de que caminaba por la cornisa, en un piso diez, para pasar de la terraza del portero a la de mi papá, que se había separado de mi vieja y vivía solo. Si no tenía la llave para entrar, hacía eso. Una especie de mujer araña criolla (risas)... Es un lugar vital que me aparece. Aunque no sepa bien qué va a suceder, sigo empujando".
Y lo cierto es que en Mi fiesta hay muchos momentos en los que la tensión domina el ambiente: por ejemplo cuando Bonard camina con enorme pericia por una larga fila de vasos de vidrio y asume ese riesgo con pasmosa naturalidad. No hay en la obra una narración del todo lineal, pero sí un camino puntuado oportunamente por imágenes que capturan la atención del que observa. "Me interesa romper la lógica, desestabilizar –señala Mayra–. Quiero generarle un poco de confusión al público porque después de esa confusión sirve para establecer una conexión distinta. El espectador hace un esfuerzo y empieza a armar sus propias conexiones de sentido, que me parece lo mejor".
Bonard convocó a Mairal cuando todavía no tenía del todo claro qué quería contar. Apenas había pensado en esas imágenes que luego desarrolló con el apoyo de Casella y en el autor de La uruguaya, un libro que la atrapó, como un colaborador posible para armar una estructura narrativa sólida y convincente. "Conocía el trabajo de ella porque la había visto en Cariño (espectáculo dirigido por Bonard que hace unos años fue parte de programación del FIBA), pero no imaginaba que podíamos trabajar juntos -revela Mairal-. Primero probamos unos monólogos de cuatro personajes distintos, pero después terminamos armando una espcie de collage colectivo. Yo estoy acostumbrado a escribir textos autosuficientes que se defienden solitos en la página. Entonces lo primero que escribí no funcionaba porque tenía que convivir con otros elementos en la escena. Grabé algunas charlas con Mayra y trabajé sobre ese material. La textura de la voz que aparece en Mi fiesta es la del relato de Mayra"
A lo largo de ese proceso de trabajo conjunto, hubo distintas etapas: primero Bonard tenía una lista de todas las mujeres asesinadas durante un año en casos de femicidio, pero muy pronto descubrió que prefería descartar un tema tan concreto y definido. Después apareció la idea del trabajo de Mairal como editor de microhistorias muy personales y se fue armando en paralelo lo que Casella describe como "una partitura física armada con las imágenes que tenía Mayra en la cabeza que, combinada con esos textos y la música de Diego Vainer, estructuró un relato en tres capas, como si hubiera tres disqueteras de un equipo de audio funcionando al mismo tiempo con sonidos que se complementan".
Para Bonard, ese trabajo en equipo llevado a cabo en el proceso de ensayo de Mi fiesta fue crucial: "Necesitaba, además de los textos de Pedro, una mirada de afuera de alguien que me conociera bien, que me pudiera leer y que no tratara de imponer solo su criterio. Ahí pensé en Carlos, porque nos conocemos hace muchos años y ya con El Descueve trabajamos mucho en el desarollo de imágenes escénicas y en buscarles siempre un contexto a nivel visual y espacial. En este caso, les di a esas imágenes que tenía en mente un marco conceptual de una manera bastante distanciada, trabajando una alteridad, digamos. El cuerpo está muy expuesto, y el relato cabalga sobre eso. Yo no opino, le dejo al espectador la libertad de formar su propio punto de vista".