Desde hace poco más de una década, su nombre suena fuerte en el teatro porteño; junto a su marido, el piloto y cineasta Enrique Piñeyro, alternan la dirección de la sala de la calle Esmeralda con las acciones solidarias a través de su propia ONG
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–¿Quién es Carla Calabrese?
–Soy una persona que trata de cumplir los sueños que tenía de niña.
Hace algunos años, su nombre comenzó a sonar fuerte, aunque su trayectoria en el mundo del teatro tiene una historia de larga data que no todos conocen. Directora de actores de alma, puestista minuciosa, su vocación por el escenario es tan férrea como la docencia. La improvisación no es una palabra que se conjugue en su hacer.
“Me parece importante respetar esos deseos que una tenía de chica”, remarca esta mujer que llegó a las artes escénicas como un modo de escapar de una realidad familiar hostil y, como tantas veces sucede con los remolinos del destino, aquello se convirtió en una manera de mirar la vida.
Está casada con el piloto de avión y cineasta Enrique Piñeyro, con quien tuvo a Theo, su hijo ya adolescente. Calabrese y Piñeyro son los propietarios del teatro Maipo, un ícono escénico de la ciudad de Buenos Aires, bautizado en el siglo pasado como “catedral de la revista porteña”. Hoy las poéticas de la sala son otras y Calabrese tiene mucho que ver con eso, asumiendo el legado de Lino Patalano, el creativo empresario que durante años manejara los destinos de ese solar. “Me interesa que el Maipo continúe siendo ese lugar del que Lino se sintiese orgulloso”.
Además, Calabrese fue azafata de LAPA, aquella fatídica aerolínea que dejó de funcionar luego de una tragedia en el Aeroparque porteño. Allí conoció a Piñeyro, piloto de la compañía, con quien hoy realiza vuelos solidarios, en aviones propios, para repatriar inmigrantes africanos o ayudar a quienes huyen de Ucrania asediados por la guerra. Todo eso y más es Calabrese, una joven mujer con varias vidas conviviendo en una sola. “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”, dijo William Shakespeare. Vaya si se aprovechó de aquellos naipes para jugar su hermoso juego.
Trascender la adversidad
“Crecí en Belgrano, en una familia que no era tan normal, sino un poco disfuncional, había problemas entre mis padres”, reconoce con un dejo de resignación y hasta piedad por aquella realidad que la marcó. “Creo que el teatro empezó a ser un lugar de fantasías donde podía incluirme”. Desde niña, la lectura le permitió ingresar a mundos ficcionales más amorosos que los de la vida real. Allí estaba los universos de Charles Dickens, con la novela David Copperfield como texto de cabecera. “Tuve una educación bilingüe, así que leía mucho en inglés”.
Con poca estimulación, el teatro era una utopía inalcanzable. “Cuando terminé el colegio, no me sentía muy talentosa para emprender algo artístico, había que hacer aquello que tuviera una buena salida laboral”. Con ese mandato sobre sus espaldas, cursó el profesorado de inglés.
–De niña, ¿soñabas con el arte?
–Cuando en el jardín de infantes participé de una obra de teatro, ni bien se abrió el telón sentí que era un lugar mágico donde todo podía pasar y cambiar, sentía que me había sacudido el alma.
A lo largo de su tiempo de escolaridad, continuó mirando teatro, pero había una traba emocional y de mandato familiar que le impedía pensar en grande. Impiadoso, alguien le llegó a decir que no cantaba bien. La autoestima en formación se veía sacudida por todo aquello. “Me costó mucho tener la seguridad para afirmar que me podía dedicar al teatro”.
Cierto caos familiar la atravesó. “Mis padres estaban muy metidos en otras cosas y en casa había una falta de armonía, así que tenía muchos momentos de soledad, de quedarme leyendo”.
–¿Sentías cierta orfandad?
–Sí, en un punto aparecía eso.
Su madre fue una emprendedora tenaz y su padre se desarrolló en una importante compañía de gaseosas. Carla era una adolescente de dieciséis años cuando ellos se separaron. Pocos años después, ingresó al profesorado de inglés, mutilando aquel deseo de una vida consagrada al arte. Aunque, ya desde sus primeras clases como docente de idioma, el teatro atravesó su pedagogía. “Enseñaba a través de dramatizaciones”.
Los deseos muy profundos no se pueden detener. A los 25 años, en simultáneo con su docencia de idioma en el Colegio Santa Inés de San Isidro, donde comenzó a despuntar su rol de directora en los actos escolares, se puso a estudiar actuación con Raúl Serrano. Luego vendría el taller de dirección a cargo de otro prócer, Augusto Fernandes, e intentó una profundización de sus saberes en su paso por Londres. “Me di cuenta de que no hay necesidad de trasladarse para estudiar, en la Argentina están los mejores maestros”.
–En aquellos tiempos, ¿qué te daba el teatro?
–Lo primero que entendí es que me permitía comprender mejor a mis padres y al mundo, que me abría la puerta hacia una compasión hacia el otro.
–Alteridad pura.
–Te ponés en los zapatos del otro, cuando comenzás a entender cómo es el teatro. A partir de ver lo que sucede en una historia de ficción, podés tomar mayor conciencia de tu mundo. El teatro es el lugar donde todo puede evolucionar, no lo siento como un entretenimiento.
–El escenario es un espejo.
–De eso tomé conciencia en los años que estudié con Raúl Serrano.
–En algún momento de tu vida, ¿apelaste a la terapia psicoanalítica?
–Jamás, mi terapia es el teatro y escribir me ayudó a escucharme.
–¿Seguís siendo una buena lectora?
–Ahora tengo menos tiempo.
–¿Qué fue lo último que leíste?
–Stories, de Nina Raine.
Nina Raine es la autora de Consentimiento, una de las piezas que hoy pueblan la cartelera del Maipo.
Una y otra vez, Calabrese regresa a aquella infancia. La interpela. Se interpela. “Me gusta decirle a aquella niña con sueños que está muy bien todo lo que está haciendo, que tomó un buen camino”.
–¿Le hablás a esa niña?
–Me estoy comunicando con ella, la busco, trato de mostrarle la confianza que ganamos y lo que logramos como mujeres. Aquella niña estaba rodeada de caos, entonces era difícil ver el camino.
La compañía propia
En 2005 creó The Stage Company, la organización que lidera hasta el día de hoy. Las primeras obras, en idioma inglés para los colegios de la zona, las estrenó en la sala Stella Maris de San Isidro. “Ahí monté mi pequeña oficina cuando mi hijo tenía tres años”. Tiempos donde también se animaba a despuntar la actuación.
“No salteé etapas, pasé por todos los puestos. Fui paso a paso, todo lo fui haciendo a medida que ganaba en seguridad. Así me sucedió con la dirección y con la adaptación de obras, considero que escribir algo original es lo más difícil, así que espero poder lograrlo, alguna vez”.
Aquellas propuestas para colegios se sofisticaron logrando un muy buen nivel artístico, preámbulo al desembarco en el Paseo La Plaza para realizar funciones, para todo público y en castellano, con versiones de Los tres mosqueteros, Leyenda pirata y Marco Polo.
En 2014, The Stage Company desembarcó en el escenario del Maipo para ofrecer Sueño de una noche de verano, el musical, una versión muy atractiva de la obra del bardo inglés. Un año después, se estrenaría Shrek, el musical, el primer material de Broadway montado por la compañía, precedido por un gran éxito en esa ciudad y en el West End de Londres.
El lugar de seguridad de Carla Calabrese es la dirección, pero hoy también se atreve con la actuación, acaso recuperando definitivamente aquel deseo de niña. “Muchos cuestionan al que actúa y dirige, no entiendo por qué. Para lograrlo hay que tener seguridad en lo que se quiere y estar acompañado por un gran equipo”.
Hoy, dirige y actúa en Come From Away, uno de los musicales más interesantes de las últimas temporadas, cuyo relato transcurre en un pueblo de Canadá que recibió a los aviones vedados de ingresar a los Estados Unidos luego del atentado a las Torres Gemelas.
Cuenta siempre con una reemplazante –cover, en inglés– que le permite mirar la escena desde afuera y a la que también recurre cuando viaja. Calabrese conoce el oficio en cada uno de sus detalles, desde el armado del escenario y el montaje –que aprendió en sus tiempos de giras con las obras para niños– hasta adaptarse a las vicisitudes que puedan ocurrir en un nuevo espacio. “Cuando alguien me dice que algo no se puede, me quedo sorprendida”.
–No siempre es aceptado que el director actúe.
–En la Argentina hay un prejuicio con el director que se sube a un escenario, como si no fueses tan directora o tan actriz por eso.
–¿Qué tipo de papeles elegís interpretar?
–Al ser también la directora de los proyectos, los papeles que elijo son secundarios.
–¿Sos muy exigente a la hora de dirigir actores?
–Sí, pero soy muy comprensiva. No tengo ningún problema con los errores, sino con la falta de actitud.
–¿Qué no perdonás?
–Las faltas de respeto. Si eso sucede, espero las disculpas. Y si un actor cometió un error en función, me gusta que acepte las notas (indicaciones) que se le dan y que repare lo que estuvo mal. Y lo que, definitivamente, no tolero son los egos exacerbados. Esos egos no sobreviven en The Stage Company, no tienen cabida, se van solos. Sin trabajo en equipo, no se logra nada.
–Hay directores y autores que no empatizan con sus actores, ¿qué te une a tus intérpretes?
–Los amo, son la arcilla de lo que yo propongo, por eso trabajo con actores dispuestos y comprometidos. Reconozco que soy controladora y muy madre de ellos, los cuido, los protejo.
Una catedral en la calle Esmeralda
“Todavía no entiendo bien cómo fue que llegué al Maipo, no fue algo que me propusiera”. Aquella niña que soñaba con el teatro, no imaginaba que aquella construcción de su deseo la convertiría en propietaria de un espacio con semejante gravitación.
–¿Cómo fue?
–Hubiera sido feliz siguiendo con mis obras en inglés en el teatro de San Isidro, pero la vida te va llevando.
Nachi Bredeston –productora de teatro e hija de Nora Cárpena y Guillermo Bredeston– fue quien le acercó a Lino Patalano un video de la versión de Sueño de una noche de verano en inglés. Corría la temporada 2014. “Lino le preguntó si nosotros hablábamos en castellano, porque le interesaba que lo hiciéramos en vacaciones de invierno en el Maipo”.
–¿Conocías a Nachi?
–No éramos ni amigas, pero rápidamente le agradecí y acepté. Tuvimos una reunión con Elio Marchi y luego otra con Lino. Lo único que nos pidieron es que la hiciéramos igual a esa versión que habían visto grabada. Luego de aquella temporada revelación, Calabrese ofreció Shrek, el musical. “Negociamos el porcentaje y fue el pasaje a Primera A”.
–¿Cuánto ayuda el dinero en la concreción de los deseos?
–Mucho, pero sólo con dinero no podés hacer nada. Incluso, sólo con dinero se pueden hacer cosas horribles.
–¿Creés en el destino?
–Creo en que, si uno da, siempre va a recibir.
–¿Cómo llegás a comprar la sala?
–Siento que el Maipo me eligió a mí.
–¿Cómo fue?
–El Maipo atravesaba un momento de riesgo, podía convertirse en un supermercado o en una iglesia evangélica. He visto desfilar a productores con intenciones de asociarse con Lino, porque necesitaba apoyo económico.
–No sucedió.
–Como Enrique quería hacer su show en el teatro, empezó a conversar mucho con Lino. Finalmente, le dijo que lo ayudaría comprándole la mitad del Maipo, para que pudiera seguir adelante. Lo respetamos mucho, ya que Lino tomó este teatro en su peor momento y gracias a él se mantuvo de pie.
¿Cómo llegan a ser los propietarios de la totalidad de las acciones?
–Antes de la pandemia, Lino necesitó vender la otra mitad y fue él quien nos eligió, ofreciéndonos terminar con la compra total. Sentía que nosotros íbamos a defender la sala.
–Un gran legado.
–Por eso digo que nosotros no fuimos a buscar a la sala, la sala nos buscó a nosotros.
Hace pocos días, se descubrió en el foyer de la sala una pintura de Gabriel Machado que retrata a Patalano, el empresario italiano que se ganó el afecto de todo el ambiente artístico. “Su ángel está acá”, reconoce Calabrese, quien decidió, junto a su marido, que Lino Patalano conservara su lugar físico en la sala, aún después de haberla vendido, cumpliendo el rol de un director artístico. Finalmente, murió en el invierno de 2022.
–Sos una persona joven, pero ¿tenés noción del lugar que ha ocupado siempre el Maipo en la historia teatral argentina?
–No viví la época de las vedettes, pero sé muy bien el valor de esta casa, un lugar que siempre se propuso romper con el statu quo.
–¿Producirías teatro de revista con estética actual?
–Me encantaría hacer algo que tuviera que ver con la historia del Maipo y que la gente vuelva a ver teatro de revistas.
De armas tomar
“Fui azafata porque me quería ir de mi casa y, al hablar bien inglés, podía ingresar a ese puesto y ganar bien. Hice el curso en Aerolíneas Argentinas, pero, como en ese momento fue vendida a Iberia, no comencé a volar. Me desesperaba porque no quería volver a la casa de mi mamá”. Siendo azafata conoció a su marido, quien era piloto de LAPA. “Conseguí trabajo allí, donde no me dieron ningún curso previo. Como uno a los veinte años se cree inmortal, entré”.
El 31 de agosto de 1999, un avión de LAPA carreteó en el Aeroparque Metropolitano sin poder levantar vuelo, estrellándose contra un predio, luego de cruzar la Avenida Costanera, cobrándose más de 60 muertos y decenas de heridos.
–¿Viste muchas irregularidades en LAPA?
–Sí, incluso tuve que ir a declarar en el juicio, luego del accidente.
–¿Trabajabas en la empresa cuando sucedió ese hecho?
–No, ni Enrique ni yo seguíamos volando en LAPA.
Enrique Piñeyro dirigió Whisky, Romeo, Zulú, un documental en el que se refleja el accidente y la corrupción que lo provocó.
Cuando cumplieron cuatro años de noviazgo, Carla Calabrese fue quien le propuso casamiento a Enrique Piñeyro, boda que se produjo en Barbados. “Me quería ir lejos, por todos los problemas familiares que tenía”. Ella había cumplido los 28 y su futuro marido ya había llegado a los 40. “Por suerte me dijo que sí”. Se casaron el 14 de julio de 1998. Piñeyro ya era padre, y juntos tuvieron a Theo, el único hijo de la pareja.
Solidaire
Calabrese y Piñeyro llevan adelante una tarea solidaria, a través de la ONG Solidaire, vinculada a los inmigrantes africanos y, en este último tiempo, también en torno a los ucranianos afectados por la guerra con Rusia. “Es por lo único que le pido a mi reemplazante que me cubra en el escenario”.
El matrimonio cuenta con dos aviones, uno alquilado y otro al servicio de la tarea solidaria piloteado por Piñeyro y con Calabrese como azafata. “Comenzamos trabajando con refugiados africanos y luego vinieron los ucranianos”.
–Concretamente, ¿cuál es la tarea con los refugiados?
–Hay distintos tipos de casos. Los ucranianos, por ejemplo, no quieren salir del país, eso es algo que les causa tristeza. En cambio, la gente de África, que se escapa de las guerras y el hambre, está feliz ante la posibilidad que la reciban en otro lado.
Solidaire trabaja con Open Arms, “un grupo de guardavidas que empezaron a salir con sus barcos, para evitar que la gente que viaja en pateras se ahogue en los naufragios”. Open Arms encuentra el destino para refugiar a los náufragos y Solidaire facilita los vuelos.
Actualmente se encuentra en vigencia un acuerdo entre Canadá y Solidaire, ya que es un país que recibe ciudadanos ucranianos, mientras que están tratando que también sean aceptados los africanos. “En África vemos la mutilación genital femenina, las guerras, el terror y el hambre. Todo eso hace que se metan en las pateras y se ahoguen en el Mediterráneo”. Solidaire también se encarga de conseguir médicos. “En Inglaterra dijeron que no van a sacar gente del agua, es terrible que lleguemos a eso como humanidad”.
–¿Qué sucede con las víctimas de la guerra en Ucrania?
–Todo era muy devastador. Casi todos los transportados son mujeres, niños y ancianos, ya que los hombres quedan en la guerra. Vimos familias destruidas.
–A pesar del dolor, ¿experimentás gratificación?
–Se trata de dar un poco de todo aquello que a una le dio la vida.
Para agendar
- Come From Away, dirección de Carla Calabrese, los viernes y los sábados, a las 20.30 y los domingos, a las 19.30.
- Consentimiento, dirección de Carla Calabrese y Mela Lenoir, los martes a las 20.30.
- Shrek, el musical, dirección de Carla Calabrese, a partir del 8 de julio.
- El curioso incidente del perro a medianoche, dirección de Carla Calabrese. Reestreno en 2024.
En el Teatro Maipo, Esmeralda 443.
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