Campanella: "Quiero que mi legado sea hacer reír"
Piensa en el espectador como complemento del hecho artístico, acaba de estrenar la obra ¿Qué hacemos con Walter?, planea el renacer del teatro Politeama y trabaja en la remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico
Malas noticias: Wikipedia te reconoce como director de cine y de televisión, pero no de teatro...
-Voy a tener que definir qué soy.
Juan José Campanella viene de escapar de la llegada del inédito "ciclón bomba" para aterrizar en el ardiente asfalto del centro porteño. Los más de cincuenta grados de diferencia no parecen mellar su humor ni atenuar su risa con la que suele completar las frases. La Nueva York de las vacaciones familiares quedará atrás por un largo período: su nuevo desafío es ¿Qué hacemos con Walter?, la comedia teatral que por primera vez lo ubica en el triple rol de autor (con Emanuel Diez), director y productor (a través de Cien Bares). Es una obra coral con un elenco que integran Miguel Ángel Rodríguez, Karina K, Campi, Fabio Aste, Victoria Almeida, Federico Ottone y Araceli Dvoskin, y se presenta en el Multiteatro de viernes a domingos.
"Siempre fui espectador de teatro. Abrevé más en sus autores que en los guionistas de cine. Me gusta mucho la posibilidad de crear climas a través del diálogo. Además, fue como una reacción medicinal a Metegol, película en la que trabajé cuatro años de pura tecnología, donde prácticamente no había actores. Por eso primero elegí Parque Lezama -la mejor obra que había visto en mi vida- y ahora ¿Qué hacemos con Walter? Redescubrí algo que me gusta mucho: disfrutar la carcajada de un teatro lleno, trabajar con actores".
El ganador del Oscar por El secreto de sus ojos parece haber redescubierto una vocación tardía. No solo por su faceta artística: también asumirá el riesgo empresario con un proyecto en el que sueña con montar obras de autores nacionales.
"El mundo del cine y de la televisión está cambiando mucho -alerta Campanella-. Descubrí un placer muy grande en la experiencia comunitaria de compartir un espectáculo. Ahora que llenar el cine es cada vez más difícil, estoy muy volcado hacia el teatro. Las risas tienen otra dimensión: los actores las oyen y las involucran en la obra. Noté que falta una sala mediana, de alrededor de 700 butacas. Y decidí construir una: el Politeama. Empecé de cero. Es un proyecto a dos años".
-Mientras tanto, te encerrás en el palier de un departamento. ¿Por qué situaste la obra allí?
-Trato de sacar mis obras del living. Me gusta que transcurra en otro lugar donde los personajes se encuentren. Que sean como familias, aunque no de sangre. Parque Lezama transcurre en un parque, como mis últimas películas en el Palacio de Tribunales, un restaurante o un club.
-¿Y qué ocurre en ese palier?
-Como en muchas otras reuniones de consorcio, se plantea el dilema de qué hacer con el encargado. Hay una variedad de personajes y de posturas con los cuales podremos identificarnos. Lo vinculo mucho con la comedia a la italiana.
-Mientras tanto, ¿dónde dejaste al director de cine?
-Luego de Metegol hubo una sumatoria de cosas: me quedé muy cansado para hacer una película, trabajamos con (Eduardo) Sacheri en un guión que no se hizo y tenía ganas de restaurar algunos contactos con los Estados Unidos. Allí intervine en unas series interesantes. Pero este año hago una película. Cumplo un sueño dorado de más de veinte años: la remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico. Con un elencazo: Graciela Borges, Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock. Es una comedia de humor negro que empezaremos a rodar a mediados de mayo.
-O sea, propuestas no faltaron.
-¡Todo lo contrario! Los productores están. Pensá que mis cuatro últimas películas fueron un éxito. Pero quiero sentirme más seguro que cuando trabajo para televisión. Que la película se vea dentro de 40 años y se siga manteniendo. Si bien la televisión es la que más trabajo da, siempre está la posibilidad de corregir el capítulo siguiente.
-¿Buscás hacer películas que compitan con superhéroes?
-El cine se concentra en los superhéroes. Y hay que convencer al público de que no solo la acción es lo fundamental. Cada vez es más difícil la carcajada y el llanto. Ese mismo público cuando ve una película mía dice: "Espero que esté en Netflix".
-El que no ve está fuera del planeta. ¿Consumís Netflix?
-Sí. Netflix encontró la televisión del futuro: es la manera en que vamos a terminar consumiendo los espectadores. La televisión de aire está medio muerta: va a quedar para los eventos, el periodismo o el deporte. Para lo que uno tenga que ver en ese día.
-Entre otras cosas, reinventó la serie como formato.
-La ficción en la televisión de aire estaba a merced de manipulaciones de otro canal, que te ponía a competir con el mejor capítulo de no sé qué cosa y te reventaba tu serie. Por eso el rating baja de a tres puntos por año. Cuando hicimos El hombre de tu vida (Telefé, 2011) teníamos 27 puntos: ¡millones de personas en ese mismo momento mirando el programa! Con esta nueva manera de ver ficción ya es imposible.
-¿Cómo te soñás: como director de teatro, cine o televisión?
-Cuando sueño, me gustan los tres medios. Amo hacerlos. Me gusta mucho la ceremonia del teatro. Cada vez que se levanta el telón hay una nueva expectativa de ver algo especial. La televisión no tiene ese encanto: si bien tiene un poder de llegada muy superior, está en tu casa y la prendés cuando querés. Pero tiene una ventaja creativa: allí podés contar historias largas, hacer crecer al personaje. Breaking Bad es el Dostoievsky de nuestra época: es un novelón, de capítulos largos. La gran desventaja es que no ves a tu audiencia. Y a mí me interesa mucho el aspecto comunicativo.
-¿Preferís algún género?
-Históricamente, desde mi adolescencia en adelante me quedo con la comedia dramática, la comedia italiana o judía americana: Ernst Lubistch, Mario Monicelli, Billy Wilder, Neil Simon. Pero también me gustan el thriller, el musical, las comedias disparatadas. Actualmente estoy reviendo mucho cine de los años 70, y redescubrí ese momento del western. Mi hijo tiene 10 años y está empezando a ver cine de adultos. Tengo la suerte de poder verlo con los ojos frescos de él.
-Te metiste en el oficio en esos años 70. ¿Qué querías ser?
-Empecé a estudiar en 1970 y mi primer meritorio fue en 1980. Más que nada quería ser escritor. Desde chiquito. Después me di cuenta de que el director -en cine especialmente- influye mucho en hacer crecer ese guion. Y cuando empecé a hacer cine, me apasionó el montaje.
-¿Te planteabas irte de la Argentina?
-No, no, no.
-¿Nunca? ¿Ni cuando tuviste la oportunidad de hacer Ni el tiro del final, en los Estados Unidos, hace 20 años?
-No, porque enseguida pude filmar acá El mismo amor, la misma lluvia. En los dos o tres años siguientes al Oscar aparecieron muchos proyectos. ¡Pero muchos! Eran Terminator 5 o Los 4 fantásticos. No toqué ninguno. Estaba muy metido con Metegol y no me interesaban. No es que está cerrado, pero las cosas que se me ocurren, pasan en la Argentina.
-¿Dónde tenés el Oscar?
-En un estante, en casa. Está junto a un regalo que me hizo mi hijo, el "Oscar Bonavena" que me dieron los hinchas de Huracán por filmar allí, el Martín Fierro de Oro y el Cóndor (que entregan los cronistas de cine) a la trayectoria.
-¡A la trayectoria! ¿Cómo te pega ese rótulo?
-Y... mal. No me gusta envejecer. Fijate que la vejez está presente en todas mis películas. Y en la próxima, directamente la muerte. Empecé a trabajar en Te rompo el rating, hace 37 años y... me parece que fue ayer, y es de un optimismo exacerbado pensar que tengo muchos años por delante. El pediatra de mi hijo -un filósofo, el doctor Cichero-, asegura que el problema es que uno se va muriendo de a poco. Para ser el pianista que quise ser toda mi vida, ya estoy muerto. Sé que hay cosas que nunca más voy a hacer en la vida. Por eso quiero dejar muchas películas y muchas obras de teatro. Me gusta que la gente se ría. El legado que quiero dejar, de aquí en adelante, es hacer reír.
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