Camila Perissé: "La gente agradece que no me haya operado"
A los 59 años y luego de una larga ausencia, la actriz vuelve al teatro; "Tuve la necesidad de alejarme de todo", aseguró a Personajes.tv
Hace 17 años, Camila Perissé tomaba una drástica decisión: abandonar el país que la había visto erigirse como un símbolo sexual en busca de anonimato, de aclarar un pasado de excesos y de reencontrarse consigo misma.
Poco se supo de ella desde entonces y hasta su regreso, cuando comenzó a dar pistas de una nueva vida desde una quinta en Lobos, provincia de Buenos Aires. Una mujer nueva, sin artificios, había emergido durante el desarraigo; una Camila que hoy se permite revisar su pasado con claridad y que se vuelve a reencontrar con la actriz que supo ser. Y, aunque poco queda de esa femme fatale de frondosa cabellera que calentaba la pantalla en los años 80, su mirada permanece tan profunda y llena de misterios como lucía por entonces.
-¿Te reconoce la gente en la calle?
-Con mi marido, el "Chino" Fernández, nos fuimos a principios del ´96 y volvimos al país a fines de 2008. Son muchos años, pero la gente me recuerda con un cariño tan inmenso...
-¿Y qué cosas te dicen?
-Algunas me dan un poco de pudor (risas). La gente me agradece cosas que nunca me hubiese imaginado, como por ejemplo: "Gracias por no haberte operado". Hoy eso es un valor. Yo me quedo sorprendida, porque muchas veces creemos que todo da igual pero no es así. La gente también aprecia mucho la elección de vida que hice.
-¿Disfrutaste del anonimato?
-Muchísimo. Cuando decidimos irnos, una de las primeras cosas que me dijeron es: "¿Te vas a ir a un lugar donde nadie te conoce?". Y yo les respondía: "¿Vos sabés los años que me llevó conocerme a mí misma? Ya con eso tengo bastante". Eso le pasa a la gente del medio cuando genera una dependencia con la fama que se vuelva casi incontrolable.
-¿Nunca te pasó eso?
-No, nunca. Igual, no hay nada que me haya gustado más en la vida que hablar con la gente. Creo que el artista tiene la obligación de poder mezclarse con la gente, porque si no estamos poniendo la creatividad o el arte en un lugar muy lejano del hombre de a pie. La inspiración del actor, del pintor y del escultor es la gente en la calle, no hay otra cosa.
-¿Y cómo fue el reencuentro con el oficio?
-Muy lindo. Hice dos películas desde que volví. Una independiente, con dirección de Milka López, que se llama Helena; es una historia de teclas y amor entre las cañas, en la que tuve que componer a una mujer en dos tiempos, a los 38 y a los 70. También hice Diamond Santoro y la soga de los muertos , una producción de los Puenzo que se filmó un poco acá y otro poco en Perú, en medio del Amazonas.
-¿Una película de aventuras?
-Es una historia densa. Trata sobre un dúo de rock que tuvo mucho éxito en los 70. Uno de ellos, que hacía de novio mío, muere en un jacuzzi, pasado de droga; el que sobrevive se vuelve loco, se va a los Estados Unidos y desaparece. Mi personaje se va a vivir a Perú y, al tiempo, hace traer a la selva al amigo, porque la historia gira alrededor de la búsqueda del chamán que le haga tomar el ayahuasca... Durante el rodaje, el ayahuasca estaba a disposición de quien quisiera, y aunque entiendo que no es una droga sino una medicina natural, a mi me costó tanto volver a mi cuerpo que no tengo ganas de asomar ni el rabillo de un ojo por esa puerta. (Risas).
-¿Cuándo empezaste a tener problemas con las adicciones?
-No sé cuándo comenzó, lo único que sé es que no tiene nada que ver con la profesión, sino con algo que traemos de muchísimo más atrás. En mi caso tenía que ver con cuestiones de la infancia, de venir con la autoestima muy baja.
-¿Cómo recordás esos momentos de oscuridad?
-Fueron épocas difíciles, pero ya fueron. A mí no me gusta dar consejos; lo único que le puedo decir a la gente que pasa por una situación así es que no busque soluciones afuera. Afuera no hay nada. Vos podés internarte para que te ayuden con algunas cosas pero es absolutamente imprescindible que uno reconozca qué es lo que le pasa y que resuelva. No hay soluciones mágicas.
-¿De qué modo pudiste resolver tu adicción?
-La resolución la lleva cada uno de distinta manera; la mía fue saber que lo iba a lograr, sin ninguna duda. Cuando vinieron los momentos en lo que estaba bien y me caía, en lugar de castigarme no perdía de vista que era sólo una caída, que iba a pasar. Y pasó justamente como lo había planeado: un día miré para atrás y me di cuenta que todo había pasado.
-¿Esa búsqueda interior fue la que te mantuvo tanto tiempo lejos del país y la profesión?
-Tenía mucha necesidad de alejarme del lugar, de la gente, de la profesión, de mi historia… Ojo, que uno se lleva todo eso, nada se deja en las aduanas, pero me hizo muy bien. Hay muchos actores y actrices que dicen que les gustaría morir arriba del escenario. A mí eso no me pasa, y tenía muchas ganas de explorar todo el resto de cosas que me gusta hacer: me recibí en Nueva York de personal trainer, hice cursos de comida cruda, de desarrollo de la creatividad infantil, cociné mucho, hice teatro callejero... Casi de todo.
-¿Sentiste en algún momento que el símbolo sexual opacaba a la actriz?
-No. Nunca fui vedette, sino que trabajé de vedette y para mí fue como hacer un personaje más. Lo gracioso es que la gente veía en mí algo que yo no era. Por eso siempre digo: "Los que me conocieron por mi culo me adoraron, y los que me conocieron por mi cabeza me temieron". Era una mezcla complicada. Ahora no importa si sos inteligente, lo único que vale es que te hayan puesto bien el metacrilato, que el riñón de la boca no se mueva... Igual respeto mucho las decisiones de la gente, pero la verdad es que estoy feliz así como estoy.
-¿Y cómo palpitás su regreso al teatro?
-Es muy raro. Este viernes estrenamos Maté a un tipo en el Auditorio Cendas (Bulnes 1350), con dirección de Mariano Bicain. Vamos a estar todos los viernes y sábados, a las 21. El primer día que fui al teatro fue fuerte... Y estoy contentísima, porque a diez días de estrenar ya estaba vendida la mitad de la sala. ¡Si me hubieran dicho antes, hubiese dicho que no podía y ya! (Risas).
-¿Estás muy nerviosa?
-Y, si... La pieza es fabulosa. Creo que la gente que desayuna con vinagre no debe ir a verla, porque si no estás dispuesto a reírte no tiene sentido. Y, desde lo actoral, es una obra muy difícil porque está tan bien escrita que no te permite equivocarte. Nunca había hecho una comedia negra, pero la verdad es que es un género que me fascina.
-¿Cómo es tu personaje?
-Hago de una esposa que encubre a su marido en sus crímenes, a pesar de que se queja y lo quiere alejar de sus tropelías. Y su hija, que es la única cuerda, sobre el final de la obra, les dice: "Ustedes dos están locos", y mi personaje le responde: "Acá la única loca sos vos, que andás diciendo estupideces". Ellos consideran la verdad como una estupidez.
"Los que me conocieron por mi culo me adoraron, y los que me conocieron por mi cabeza me temieron"
-¿Encubriste a alguien por amor?
- A amigos, en el pasado. Por eso digo que si alguna vez escribiera mis memorias... Escribí un libro en 1995 y estuvieron a punto de publicármelo, pero no llegamos a un acuerdo en la negociación con la editorial.
-Si se hubiera publicado, ¿hubieras ganado más amigos o enemigos?
-Es que después de que fracasaron las negociaciones con esa editorial hablé con otras, pero todo el mundo quería sangre y yo no lo haría jamás. De hecho, cuando se enteraron que había escrito un libro muchos me llamaron para asegurarse de que no los había nombrado. No sé qué piensa la gente, puedo hablar de cosas en general sobre mi vida, pero jamás daría nombres.
-¿Seguís viviendo en Lobos?
-Ahora hemos levantado campamento. En los últimos 25 años, con el "Chino" nos mudamos unas 34 veces. Eso tiene que ver con algo que dice la filosofía gitana: "El hombre sólo posee aquello que puede llevar con él". Nosotros somos así, afortunadamente hace muchos años que nos hemos despegado de lo material, necesitamos muy poquito para estar bien.
-¿Te gusta vivir en Buenos Aires?
-Entre nosotros, mucho no me apetece, pero si hay que estar acá... Por una cuestión laboral, más que nada. Ya hace tres meses que es así y no me termino de acostumbrar. Lo que más extraño del campo es el aire y el silencio, probablemente el mío propio.
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