"Yo estaba seguro de que esto iba a empezar a pasar", dice Catriel Guerreiro con tono sereno mientras fuma un porro en la vereda de una parrilla de Palermo frente a un plato de papas fritas y un vaso de cerveza. Es un jueves de otoño al mediodía y parece estar a punto de recibir el primer alimento de la jornada, debajo de una gorra azul con orejeras de Star Wars que suaviza el impacto de su pelo fucsia. "Todo el mundo nos lo decía, así que me la creí".
Hace dos días que Catriel está sin celular: no puede scrollear en Facebook cuando viaja en colectivo ni mantener el ritmo de publicaciones de su cuenta de Instagram con 53.000 seguidores. Dice que anda sin un peso y que así el mundo es una mierda. Pero, más allá eso, la verdad es que nunca le fue mejor: junto a Paco Amoroso y la ATR Banda, Catriel está creciendo a la velocidad del trap, agotando tickets en Niceto, La Plata y Mar del Plata a caballito de "OUKE", su última canción, que tiene un video protagonizado por Esteban Lamothe y casi dos millones de reproducciones en YouTube.
A los 25, Catriel y Paco piden pista en una escena urbana que coparon como outsiders, después de siete años de tocar en Astor, su banda de rock. "Si yo hubiese sabido que este circuito era tan accesible para un barat como yo...", dice Catriel. "En Astor éramos todos traperos, te juro por Dios, nada más que no lo sabíamos".
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Ulises "Paco" Guerriero (sí, casi el mismo apellido que Catriel) llega 20 minutos más tarde y pide un sándwich de bondiola para desayunar. Vestido con una remera roja de la pizzería Güerrín y unos pantalones verdes y blancos, parece más optimista que su compañero. "¿Pudiste con el pasaporte?", pregunta con tono de hermano mayor antes del primer bocado. Juntos sostienen una larga hermandad que empezó en el colegio primario, a principios del 2000, cuando, después de clases, se juntaban a jugar o iban juntos al taller de música –Catriel estudiaba guitarra y Paco el Método Suzuki para violín–, o quemaban horas de Counter Strike en algún cyber de Paternal o Villa del Parque. "Flasheábamos con todo", dice Paco, hijo de una profesora de danzas de la UBA y de un guitarrista y compositor aficionado de tango y folklore. "Pero, a medida que fuimos creciendo, la música se hizo cada vez más presente".
Catriel nació en una familia de artesanos (su padre, además, tenía su propia banda de "fino rocanrol": El Tinto Mandamiento) y de chico gastaba la strato Fernández roja que le dejaría su papá antes de morir y que todavía usa en vivo, obsesionado con el metal de bandas como Pantera y Megadeth y la gimnasia velocista de tipos como Steve Vai. "Yo solo quería tocar rápido y fuerte", dice él.
En la secundaria, cuando se separó de Paco para cursar en la Escuela Superior de Educación Artística en Música Juan Pedro Esnaola, de donde egresaría como maestro de música, empezó a probarse como sesionista y en algunas bandas de covers. "Pegué muchos laburos de tocar la guitarra, entonces tuve que aprender a las piñas: eso me dio calle", dice. "Los que tocan re bien siempre son más bien serios, así que yo les enseñaba a contar chistes, y ellos me enseñaban a tocar".
Su espectro musical empezó a abrirse gracias al Ares y el Emule, programas de descarga de archivos de una época primitiva de internet, más o menos en 2011. En esa época, Catriel llamó a Paco para que se sumara como baterista de Astor, una banda de rock energético y expansivo que tenía elementos de la música progresiva, el funk y el reggae. Junto a Alan Alonso -en voz, guitarras y samples- y Felipe Brandy –en voz y bajo-, Catriel y Paco empezaron a caminar cuesta arriba en el under local, cargando equipos y baterías en trenes y colectivos para fechas esporádicas en Capital y el Conurbano. "Ahí se fue gestando todo", dice Paco. "El rap todavía ni existía en nuestras vidas."
Pero entonces un amigo de la infancia volvió de viaje convertido en MC, y Catriel paró la oreja. De hecho, confiesa haber ido a probarse al Quinto Escalón, el ya legendario encuentro de freestylers de Parque Rivadavia; pero la experiencia resultó lamentable. "Me ganaron dos gorditos de nueve años, dos mierdas", dice. "Re pecho frío".
Al mismo tiempo, mientras trabajaba como sesionista de artistas ignotos y bandas de covers –llegó a tocar temas de Whitney Houston en el Faena frente a celebridades como Brunos Mars y Sting-, y también como profesor de guitarra, Catriel grababa experimentos en la misma PC hogareña en la que su mamá revisaba los mails. Ahí le empezó a dar forma a Ca7riel, su alter ego rapero. "Lo hacía más por escupir, no quería ni trascender en eso, te digo la verdad", dice. "Yo quería tocar en River con Astor, pero bueno, las cosas se dieron de otra manera..."
Cuando vio que Ca7riel tomaba envió gracias al avance del rap en nuestro país, Paco empezó a hacerle la segunda en vivo. "Me hacía la gamba porque yo estaba recontra solo arriba del escenario, tirando unos stand-up malísimos", dice Catriel. Solo faltaba que uno de los integrantes de Astor se bajara del proyecto para que decidieran dedicarse de lleno a la música urbana. "Nos preguntamos: ‘¿Qué vamos a hacer ahora?’", dice Catriel. "Y nos hicimos raperos, olvídate".
Catriel dice que la estaba pasando mal cuando compuso las canciones de Povre, un EP de trap oscuro y contestatario que editó en marzo del año pasado. "Los jipis que tenía alrededor me decían: ‘Nunca vas a salir de la pobreza si le ponés ese nombre al disco’", recuerda. "Así que les hice caso y al siguiente le puse Livre. Me liberé de esa shit oscura que es necesitar dinero. Ahora lo necesito, pero ya fue, me declaré libre: ya vendrá". Ese disco lo compuso en la casa de La Boca que comparte con un par de compañeros y en donde duerme "sobre una mierda en el piso". Ahí mismo, junto a Paco, que vive en otro timbre de la misma construcción, hicieron "Piola", el primer de una serie de tracks que compusieron juntos.
"Cuando salió el video de ‘Jala jala’ cambió todo", dice Paco. "En febrero tuvimos una fecha en el Recoleta, gratis, con pistas, re cavernícola, y estuvo mortal. Había 8.000 personas cantando nuestros temas. De repente, empezamos a ver una peli completamente nueva".
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Durante el almuerzo en la parrilla, la entrevista se corta varias veces para atender a fans eventuales que se acercan a pedir una foto. Uno de los que frena es Aitor Graña, ex músico de Ulises Butrón y actual baterista de Juana La Loca, que los vio en uno de los dos Niceto que hicieron en abril. "Me llevó mi novia y me volaron la peluca", dice con una reverencia de respeto. "No se la pongan en el moño, póngansela tranquilos, porque la tienen toda por delante..."
Impulsados por el potencial arrollador de la ATR Banda, un ensamble ajustado que puede hacer trap sin pistas y pasar del jazz-rock a la música progresiva con guiños a Serú Girán y La Máquina de Hacer Pájaros, Catriel y Paco empiezan a vislumbrar un posible horizonte de masividad en el territorio jabonoso de la Industria, en donde, según dicen, mandan "los iluminatis". Gracias a ellos, Catriel dice que consiguió su iPhone ("Con eso construí mi imperio") y gracias a ellos, también, está a punto de empezar a conocer el mundo: cuando finalmente le llegue el pasaporte se va a ir a México a tocar con Wos, y después seguirá viaje con Paco rumbo a Ecuador. Además, en julio llegarán a Europa para tocar en el festival Sónar de Barcelona junto a Bad Bunny. "Lo que más nos gusta es viajar", dice Paco. "Mi sueño sería tener un programa como el de Marley y Florencia Peña, porque nosotros también tenemos la ilusión de divertirnos".
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