Buñuel: los sueños y las pesadillas
¿Cómo contar una vida sin hablar de la parte subterránea, imaginativa, irreal? ¿Cómo proponerse un retrato del hombre sin asomarse al territorio oscuro del sueño, huidizo y equívoco, es cierto, pero al mismo tiempo tan vital, tan rico, tan revelador? "Dénme dos horas diarias de vida activa y veintidós de sueños", fantaseaba Luis Buñuel. Pero con una condición: que pudiera recordarlos después, "porque el sueño sólo existe por el recuerdo que lo acaricia".
Sueños -y pesadillas, claro-, alimentaron buena parte de su creación. Con ellos -y con las líneas borrosas o invisibles que los unen o los separan de la realidad- trazó la obra que lo convirtió en uno de los artistas más controvertidos de la historia del cine y, probablemente, en el más personal. Se lo recordó especialmente en estos días, al cumplirse quince años de su muerte. Tal vez porque en un cine como el actual, tan sobrecargado de fórmulas y tan esclavo de la uniformidad que dicta el mercado, la ausencia de su atrevida originalidad se hace más notoria.
Lector atento de Freud, cuya "Interpretación de los sueños" conoció en los tiempos legendarios en que compartía la Residencia de Estudiantes de Madrid con Salvador Dalí y Federico García Lorca, reconocía que esa locura por el placer de soñar era una de las razones profundas que lo habían acercado al surrealismo. "Un perro andaluz" -él mismo lo contaba- había nacido de la convergencia de un sueño suyo y otro de Dalí.
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En "El último suspiro", su magnífico libro de memorias, el genial aragonés pasa revista a sus sueños recurrentes. Entre ellos, una pesadilla que -dice- es muy común entre la gente de cine y teatro: "Tengo que salir a escena a representar un papel del que no sé ni una palabra... Yo estoy alarmado, horrorizado, el público se impacienta y silba... Me ahoga la angustia..."
Trató de reconstruir algunas imágenes de ese sueño en "El discreto encanto de la burguesía". Pero le dio una vuelta más, quizás inspirado por un poema de Paul Eluard que concluye "Sueño que duermo, sueño que sueño": el actor que se queda sin letra no es quien sueña: su pesadilla pertenece al sueño de otro personaje.
A diferencia de otros directores que han hecho tantos esfuerzos para contarnos sus sueños -en blanco y negro, con la luz saturada, en imágenes nebulosas, con límites imprecisos, entre nubes, alterando la banda sonora-, Buñuel los filma sin diferenciarlos; sólo se olvida de avisarnos dónde empiezan. En "Belle de jour", nunca sabemos dónde comenzó la ensoñación, y acaso el film entero no es sino la perversa fantasía de una mujer reprimida y culposa.
Los sueños de Buñuel, que tanto hablan de sexualidad, de represión, de deseos y temores, también nutrieron, en la realidad, su incorregible humor zumbón.
Una vez, queriendo tranquilizar a su productor, le dijo muy serio: "Si la película es demasiado corta, meteré un sueño". No hace falta decir que al empresario la broma le causó muy poca gracia.
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