Brooklyn Nine-Nine: un final marcado por los cuestionamientos a la representación policial en la TV
Hoy se estrena la octava y última temporada de la comedia protagonizada por Andy Samberg
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El policial es uno de los géneros más prolíficos en la televisión norteamericana. Desde Las calles de San Francisco y Starsky y Hutch en los 70; a Hill Street Blues y División Miami en los 80; la eterna La ley y el orden, que comenzó en los 90, junto con Homicidio: la vida en las calles, mientras el reality Cops capturaba la atención del público; hasta las grandes obras del nuevo siglo, como The Wire y The Shield.
Tanta historia fue consolidando las reglas del género hasta el punto consagratorio de su popularidad: cuando los clichés son tan reconocibles que se convierten en carne de parodia. Comedias como Martillo Hammer, que se repitió en la pantalla de Telefe en los 80 hasta lograr estatus de culto para toda una generación, y Police Squad!, que inspiró a las películas de La pistola desnuda, hicieron reír dándoles una vuelta de tuerca a los elementos narrativos de las series policiales dramáticas.
Brooklyn Nine-Nine es el último gran ejemplo de este subgénero, cuyo futuro enfrenta varios desafíos. La serie protagonizada por Andy Samberg e ideada por Dan Goor y Michael Schur, creador de Parks and Recreation, llegará a su fin con la octava temporada, que Warner Channel estrenará hoy, a las 21.10. Las primeras seis temporadas pueden verse en Netflix y la séptima se estrenará en la plataforma mañana.
Más allá del desgaste natural y la necesidad de cerrar la historia tras ocho años (la serie fue cancelada por Fox después de su quinta temporada y continuó en NBC, gracias a la insistencia de sus fans en redes sociales), el final de Brooklyn Nine-Nine coincide con un momento en el que los guionistas y productores de televisión en los Estados Unidos se preguntan cómo continuar con el género policial. Luego de los asesinatos a manos de la policía de Breonna Taylor y George Floyd, sucedidos en marzo y mayo de 2020, respectivamente, surgieron protestas contra la brutalidad policial dirigida a los afroamericanos. Las calles de varias ciudades de los Estados Unidos, con otros países sumándose luego, se llenaron de gente unida bajo el lema Black Lives Matter (las vidas negras importan), con algunos grupos pidiendo el desfinanciamiento de la policía. En ese contexto, se comenzó a cuestionar la representación policial en la televisión y su relación con la realidad.
Al tratarse de una comedia con una mirada cariñosa hacia sus personajes, excéntricos y proclives a cometer errores, pero que no corruptos, ni violentos, Brooklyn Nine-Nine quedó en un situación incómoda. Las agitaciones de la época y la opinión pública chocan contra el retrato simpático de una comisaría de Nueva York, focalizada en cuestiones como la competencia interna anual de Halloween o dirimir cuál es el mejor almuerzo para levantar la moral.
Está claro que la realidad de la brutalidad policial ya existía en los siete años anteriores, en los que la serie se convirtió en una de las preferidas del público. Nunca hubo más realismo en los policías bonachones de Brooklyn Nine-Nine que en los empleados públicos de Parks and Recreation y vale recordar que la comedia funciona como una representación no literal. Sin embargo, quedó flotando en el aire la pregunta sobre si el público estará de ánimo para reírse con las aventuras de un grupo de policías, cuando la sociedad está pidiendo cambios fundamentales en la fuerza policial.
“Tuvimos muchas charlas sombrías y conversaciones profundas sobre el tema y esperamos que a través de esto hagamos algo realmente innovador este año -dijo Terry Crews, que interpreta a Terry Jeffords, durante una entrevista con Access Hollywood, en junio del año último, refiriéndose a cómo iba a seguir la serie luego de los sucesos de 2020-. Nuestro showrunner, Dan Goor, tenía cuatro episodios listos y los tiró a la basura. Tenemos que empezar de nuevo. Ahora no sabemos en qué dirección ir”.
A pesar de su enfoque cómico al trabajo policial y su aparente liviandad, Brooklyn Nine-Nine tocó algunos temas complicados, incluido el racismo en la policía, en un episodio en el que el sargento que interpreta Crews es víctima del prejuicio de un policía blanco y detenido en su propio vecindario. Pero siempre lo hizo a través de la comedia, alejándose de un tono aleccionador y abocada a su misión de divertir.
Fuera de los casos en particular y las referencias a ciertas situaciones, la serie hizo algo mucho más valioso en contra de los prejuicios raciales. No solo tiene uno de los elencos más diversos de la televisión norteamericana, sino que esto nunca se sintió forzado, ni exhibido para ganar algún premio o acallar quejas. El casting y la forma en la que los personajes fueron desarrollados no están al servicio de una pedagogía explícita sino del entretenimiento.
Todos los personajes van más allá del arquetipo y fueron creciendo a través de episodios y temporadas. Hay dos mujeres latinas fuertes, que son muy distintas entre sí, representadas por Amy Santiago (Melissa Fumero), capaz, ultra responsable y competitiva, y Rosa Díaz (Stephanie Beatriz), de aspecto duro, valiente, bisexual y fanática de las comedias románticas de Nancy Meyers. Está también el capitán Holt, afroamericano, homosexual, inescrutable y refinado, interpretado por la leyenda de la TV policial, André Braugher; el sargento Jeffords es familiero, adicto al yogur y a estar en forma; y Charles Boyle (Joe LoTruglio), el amigo fiel de Peralta, tiene un sentido inquebrantable de la lealtad, es gourmand y pronunciador serial de frases de involuntario doble sentido. Hitchcock (Dirk Blocker) y Scully (Joel McKinnon Miller) son dos policías al borde de la jubilación, preocupados siempre por sus funciones corporales básicas; pero hasta ellos, la extravagante asistente Gina Linetti (Chelsea Peretti) y cada uno de los exquisitos personajes secundarios que aparecen en los episodios, tienen detalles que los hacen personas completas.
Pensando en los desafíos de la representación de la policía que están en cuestionamiento, corresponde analizar a Jake Peralta, personaje principal dentro de esta serie coral. Inmaduro, inteligente y encantador, cualidades que Samberg puede contener como pocos actores, el detective es la encarnación del fanático de los policías de ficción. Duro de matar es su película preferida y siempre está ideando personajes para interpretar en el trabajo de incógnito, incluso cuando este tipo de cambio de identidad no es necesario. Además de estar en la búsqueda constante de una frase que suene “como en las películas” cuando habla de un caso con sus compañeros. Gran cantidad de las innumerables referencias a la cultura pop que inundan Brooklyn Nine-Nine, suelen ser expresadas por este personaje.
A través de las siete temporadas de la serie, Peralta tuvo oportunidades de crecimiento y de expresar su sensibilidad y romanticismo, pero su vida profesional está marcada por los modelos de conducta que aprendió en el cine y la televisión. La ausencia de su padre explica, en parte, su obsesión con los hombres duros de la pantalla. Sin embargo, en la narrativa de Brooklyn Nine-Nine, esos modelos de policías de la ficción van quedando en un segundo lugar detrás del hombre al que Peralta aprende a respetar y querer, a punto tal de convertirse en su faro, el capitán Holt. Si hay algo de lo que Goor y Schur se ocuparon es que la cabeza del equipo policial sea un policía distinto a los que las series y películas han establecido como el modelo a seguir. Un hombre que está casado con un profesor universitario y ama la ópera; que tuvo que luchar contra los prejuicios de raza y orientación sexual para llegar a una posición de poder; y usa ese lugar que supo conseguir para liderar a una policía eficiente y comprometida con la protección de su comunidad.
Si Holt puede ser ese modelo para Peralta, dentro de la ficción, entonces, ¿por qué los personajes de Brooklyn Nine-Nine no lo pueden ser en la vida real, para el público que hoy necesita replantearse lo que sucede dentro de sus instituciones?
Tal vez la respuesta no tenga importancia porque el tiempo de la serie terminó para sus creadores y protagonistas; ocho temporadas parecen suficientes para una comedia que se acomodó durante sus primeros episodios, para luego establecer un nivel de humor y encanto que la convirtió en una de las mejores de los últimos años. Aunque sí puede valer para pensar en las futuras series que quieran parodiar el policial.
Brooklyn Nine-Nine fue una de las pocas comedias puras de esta época, en la que la televisión se volcó por mostrar el drama o la amargura detrás de cada risa, en combinaciones muchas veces exitosas. Pero se extraña la comedia que ofrece un refugio de la realidad y, al mismo tiempo, tiene un poder para cuestionarla; tal vez, hasta para transformarla un poco. Luego del final de Brooklyn Nine-Nine, se la extrañará todavía más.
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