Borges, el hermano de Norah
En un diálogo que el escritor Braceli mantuvo con esta mujer poco antes de que ella muriera, la pintora traza una mirada íntima sobre el más universal de los escritores argentinos
Borges, Jorge Luis, era hermano de ella. Pero a ella, de por vida, la nombramos la hermana de Borges. Se llamaba Norah. Esa hache al final le ponía un suspiro a su nombre. Lo primero que hizo Norah fue nacer, el 4 de marzo del 1901. Después, se pasó la vida obediente al realismo. Pero cómo, si pintaba ángeles… Los pintaba "segura de que existían".
Hermano Jorge Luis ya entrado en la vejez dijo con arrasadora sencillez: "Qué me hubiera costado ser un poco más bueno". En lo íntimo de esa despojada confesión había un tributo a su hermana, la que alguna vez le aconsejó: "Nunca digas nada que no dé alegría a alguien".
No necesitó envejecer ni morirse, Norah, para ser olvidada. Ella, con su demasiado apellido, ya estaba condenada a ser la hermana de. Pero esa fatalidad no le agrió el carácter ni le trizó el corazón, no le produjo cólicos de alma. Al contrario, paladeó la desatención padecida por su notable obra de pintora. No era mediática, ni antimediática. Era como era. »
Para Hermano Jorge Luis, Georgie, el mundo había sido creado por una caterva de "ángeles deficientes". Para ella el mundo era otro paraíso más, poblado de ángeles cordiales. Para ella, entre los humanos no ser bueno resultaba muy pero muy difícil. Sentía la estupidez como "una suerte de inocencia" y al mundo como algo dulce, "lástima el ruido de los autobuses".
La conocí a los 95 años de su edad, en el abril de 1997. Conversamos un año y tres meses antes de su muerte, que sucedió el lunes 20 de julio de 1998, discretísima. En realidad no se murió, Norah se apagó como se apaga con su zurcido el atardecer. Y empezó a vadear esos ángeles que habitan el Cielo que ella daba por descontado.
La conocí porque Virginia Crespo, una entrañable amiga de Norah y su familia, me llevó un par de mañanas hacia ella. No fue un reportaje aquello, ni lo quiso ser. Hasta se acurrucó el impertinente grabador. Y mi tímida cámara fotográfica sólo quiso tomarle las manos y una estrella de diez puntas. (Dicen los maestrudos que al lector, así en la literatura como en el reportaje, nunca hay que anticiparle las claves del personaje. Y dicen también que el entrevistador debe mantener distancia, no involucrarse con el entrevistado. Al caraxus con eso. Ya están dadas las claves y señales de identidad del personaje y ya estamos avisando que aquí nos encontraremos no con una persona sino con un ser. En cuanto al distanciamiento: soy de los que no cree en ángeles ni en parientes celestiales. La vez que se me cruza uno no le voy andar haciendo caso a los manuales.)
No sé por qué. O sí sé. Ahora solicito al lector que se saque los zapatos y el reloj y la urgencia; y por favor que apague el celular. Por más que estemos en el famoso siglo veintiuno.
(Está sentada, con un trajecito marrón, espigado, y un pañuelo de seda al cuello. Intenta ponerse de pie cuando la saludo con un beso. La primera pregunta brota inusitada:)
–¿Se acuesta muy tarde, Norah?
–Tan tarde como Virginia, creo… Y me levanto a las nueve.
–¿Pinta de noche?
–No, siempre por la mañana, y en mi casa… Los colores son del color que son sólo por la mañana. Atelier nunca tuve, y cuando pintaba no me gustaba que nadie me viera… ¿Ve esas fotos que están ahí? Guardan a mis nietos. Tengo nietos porque tengo dos hijos. Mis nietos son muchos y ruidosos. Por suerte ellos van tener hijos…
–A usted le gusta tener parientes.
–Cada vez que alguien nace yo digo: ¡alguien más para adorar!
–Borges, su hermano, alguna vez me dijo que aborrecía los espejos y los hijos porque multiplicaban el absurdo.
–Ah, Georgie… Georgie… él decía esas cosas sin querer…
–Cuentan que durante un viaje en avión, ante un chico que no paraba de chillar, invocó a Herodes…
–Yo le decía que no dijera esas cosas. Georgie simulaba ser malo… ¿A usted le duele algo?
–Si fuera Sabato le diría que me duele el país.
–Aparte de la patria de nuestra dulce bandera, a usted le está doliendo algo.
–El tobillo, un poco… Recién pisé mal en una zanja en la vereda, ésas del gas.
–¿Usted cree eso? Cuando abren zanjas en las calles es para buscar tesoros ocultos.
–Usted es tan imaginativa como su hermano. ¿Cómo fue la niñez de ustedes?
–Fue en Palermo, en la calle Serrano y fue en Adrogué y fue en un hotel que se llamaba Las Delicias… Casonas viejas, zaguanes, aljibes… Después viajamos a Ginebra y allí ingresé a la escuela de Bellas Artes. Me agregaron edad para ingresar… Georgie estaba en otra facultad, muchas veces iba en bicicleta a Francia, allí le enseñaban lo que a él le gustaba; tenía que atravesar un puente o la frontera… Iba en bicicleta ¡y él apenas veía! Ya tenía problemas Georgie, pero para no entristecer a mi madre él no se lo decía… Entonces madre lo dejaba ir en bicicleta… Aquellos años estuvimos en Lugano, en París, en Mallorca, allí conocí a mi esposo, Guillermo de Torre… Con Georgie extrañábamos una palmera de mi patria, altísima.
–Dicen que a usted le gustaba trepar a los árboles y a su hermano no.
–Sí, yo subía a los árboles, él me seguía un poco nada más y me decía "cuidado, Noringa". Yo le decía "no tengas miedo, Georgino, si falta mucho para el cielo". Ah, el cielo, allí están los que no están. Siempre rezo por ellos y no me olvido de nadie… El cielo tiene colores suaves y no tiene autobuses… ¿Me está mirando los zapatos? Me los puso Lidia para recibirlos a ustedes... Ella me cuida, me pone zapatos con taquito mediano aunque soy tan alta como mi hermano… Usted… usted…
–¿Qué me está queriendo decir?
–Usted tiene una nariz grande. A mí me gustan las narices grandes, hacia fuera, así, con una curvita, como la de Virginia.
–Y la de Barbra Streisand. Hay personas que se operan la nariz, ¿sabía?
–Son buenas personas, pero están locas. Dios da a cada uno la nariz que le corresponde.
–No hay narices equivocadas.
–No. Porque Dios no se equivoca.
(Norah ríe. Se esconde detrás de sus manos… Sin que le pregunte recuerda sus comienzos:)
–Al principio yo no dibujaba bien, no. Cuando fuimos a Europa con mis padres y con Georgie yo llevé un álbum para ir dibujando en el camino. Dibujos muy tontos. Algunos después fueron bordados en tapices por el padre Segade, el organista. Yo dibujaba y Georgie leía; él tenía una piel de tigre con cabeza y todo, se la trajo un tío del Sur. Entonces Georgie la extendía en el piso, se acostaba boca abajo sobre la piel, ponía el libro sobre la cabeza del tigre y así se pasaba días enteros, leyendo allí.
–Borges adoraba los tigres.
–El sí. A mí no me gustaban los tigres ni nada que tenga que ver con batallas, con fuerza. En la vida y en la pintura me gustan las cosas suavísimas. Que los colores se fundan uno con el otro.
–A su hermano lo atraían las historias de malevos, el culto del coraje.
–Yo a los malevos ésos los detestaba. Y mi madre también. Por Dios. Pero lo que sí nos gustaba a los dos eran los patios ajedrezados en blanco y negro. Con aljibes… Nuestra casa de Serrano tenía plantas y árboles y un cerco. Entonces Georgie le llamaba a eso "el laberinto del jardín".
–Con Guillermo de Torre se conocieron muy jóvenes.
–Muy jóvenes, hace tanto, en España… Durante años estuvimos escribiéndonos cartas. El mar nos separaba, yo empecé a odiar los océanos. Por Guillermo conocí a Picasso y a Unamuno y a García Lorca. Todas las tardes se encontraban en un café… Lorca era aaaalto…
–Tenía entendido que era más bien bajo.
–Era alto. Porque era poeta. Los poetas siempre son altos.
–Su hermano no simpatizaba mucho con Lorca, decía que era un andaluz profesional.
–Mire, Virginia pone las manos igual a las que yo pinto. Quienes mejor pintaban las manos fueron Boticelli y Picasso, que se casó con una amiga mía que se llamaba… no me acuerdo. Perdí la memoria, ¿me pasó un camión por encima…? ¿Le conté que Georgie casi no veía pero lo mismo viajaba en bicicleta? Pero su bicicleta era mágica, porque lo paraba justo donde debía bajar…
–Increíble, Borges en bicicleta.
–Y en tranvía. Se subía a ellos y se ponía a pensar poemas y epitafios, entonces a veces se pasaba y le decía al guarda que le diera otra vuelta, y el guarda se enojaba.
–¿Cómo se llevaba usted con semejante hermano?
–Nunca nos peleamos porque éramos contrarios. A él le gustaba una cosa y a mí otra. Nos complementábamos. A mí me gustaba jugar, a él le gustaba leer y mirar tigres. A Georgie le gustaba conversar y a mí me gustaba el silencio… En mis cuadros he pintado jovencitos silenciosos que viven esperando amor. Y el amor no les llega en mis cuadros. Pero ellos lo están esperando. Eso pinto.
–Usted es pintora porque es poeta.
–Poeta es Juan Ramón Jiménez. A Georgie le gustaba mucho más Whitman… Sabe, en Niza había un circo romano, entonces él se levantaba temprano, iba al circo y empezaba a gritar los poemas de Whitman… Demasiado ruidoso ese Whitman, a mí me gustan las cosas quietas… Georgie decía que yo pintaba para dar alegría a los espectadores. Uno debe dar alegría… Mire, ¿ve esa estrella de diez puntas colgando? Siempre me inspira. Dormir la siesta también… Ayer soñé que en Mendoza se derrumbaba una montaña… Pero sueño también cosas dulces, con mis colores compuestos, con un naranja que casi es rosado…
–Un color que está entre el naranja y el ocre.
–Adivinó. ¿Usted es crítico de arte?
–No, trato de escribir en castellano.
–Ah, qué bien. Sabe, a mí no me gusta el colorado vivo. No lo puedo resistir, como a los tigres y a los malevos. ¿Habrá algún lugar con malevos buenos...? ¿Le contaba de…?
–De la siesta, de sus sueños.
–Ah, sí, me gusta la siesta porque durmiendo sueño y así conozco cada vez más colores… Hace unos años que mi pulso no es tan bueno conmigo, y dejé de pintar. Pero no importa, porque cuando duermo pinto, sueño con colores tan lindos… Usted me está mirando las manos.
–¿Por qué las esconde, Norah?
–Qué horror. Demasiado largas. Virginia las tiene lindas… Georgie también tenía manos lindas.
–¿Cómo era su padre?
–Era muy alto y tenía los hombros muy anchos… Era callado, no le gustaban las fiestas, invitaba gente a casa, entonces ahí hablaba sobre el origen de las palabras.
–¿Y su mamá?
–Una belleza. No sabía cocinar, yo tampoco. Pero le gustaba hablar, recibir visitas, servirles riquísimas comidas. Tenía un lindísimo perfil y quería que yo la dibujara, pero a mí no me gustaba porque tenía el cuello corto… ¿Ve esa foto?, allí yo estoy con un tapado que mi madre me compró en París. Ella me ponía demasiado paqueta y a mí me gustaba la sencillez. A Georgie también… Mi hermano era tan distraído, a veces soñaba despierto y yo tenía que acertarle en los ojales los botones del saco… Leía y soñaba poemas todo el tiempo… A mí no me hizo falta leer, mi hermano y mi marido leyeron todos los libros del mundo. Georgie no consiguió que me gustara el Quijote, pero sí Eça de Queiroz…
–Se está tapando la cara con las manos. ¿De qué se ríe?
–De la mala sangre que se hacía Georgie cuando yo le decía que me gustaba la parte de la aparición de la santa en el libro La gloria de don Ramiro. Se ponía muy mal y decía: "Qué guarangada, ¡cómo puede estar Larreta en esta casa!", y abría las ventanas. Cuando se ponía así yo le decía Georgino.
–Hablando de gustos, ¿cuál es su pintor preferido?
–El Greco. Lo adoro. Sus cuadros son un poco pintura y un poco escultura. No son aplastados, tienen relieve. Otro que me gusta es Picasso. De por aquí Spilimbergo y… Lidia, ¿cómo se llama ese pintor que me » gusta mucho? Ah, sí Mónaco… El que me resultó poco simpático fue Miró. Muy vanidoso… ¿Usted sabe que Picasso dejó muy vacía la última parte de su Mademoiselle D’Avignon? A mí no me gustan los espacios vacíos…
Aunque para mí ahora todo es vacío… Ya no pinto, pero me las arreglo bien para comer los soufflés de choclo. En París la dueña del hotel nos hacía soufflé… No me gusta tanto el vino, pero adoro la granadina.
–¿Qué otras cosas adora?
–A mi marido, a mis hijos, a mis nietos, a mis padres que eran mágicos, a mi hermano, a todos los que están naciendo. A los pobres los adoro. Y adoro a Belgrano. Era un santo ese hombre… ¿Conoce la Oración por la Bandera ?...
–No. ¿Usted es muy religiosa?
–Rezo el padre nuestro y el avemaría y el rosario. El credo nunca lo puedo terminar. Rezo para que los ausentes no se sientan solos en el cielo. Por los que están vivos también rezo, para que estén siempre gorditos y buenitos… De las iglesias prefiero esos altarcitos que están a los costados. El Vaticano nunca me atrajo. Difícil encontrar un papa para ser retratado… Los curas y monjas más pobres son los que más quiero, pobrecitos…Sabe, me duele que ellos no puedan casarse y tener familia. Nadie debiera estar solo.
–El mundo, el de afuera, ¿qué le parece?
–Hace tanto que no salgo, pero escucho los autobuses… Si salgo me tienen que sostener y a veces puedo hasta golpearme la cabeza en el techo… Afuera hay gente muy apurada. No es mala gente, pero hay hombres algo tontos.
–¿Tontos por qué?
–Porque llevan la plata a los bancos, fíjese.
(Concluye el primer encuentro. Norah nos invita a comer panqueques con verdura. Virginia Crespo le promete volver en una semana. Norah me dice: "Usted tiene el pelo largo. Sabe, es muy lindo el pelo así… No se lo va cortar, ¿no?" Todo es singular en ella: es una anciana muy criatura que impone su rara ley de gravedad. Vive suspendida en una leve paradoja, se columpia todo el tiempo entre el ingenio y la ingenuidad, entre el candor y la picardía. Ella, Norah, es una dulzura que esconde granitos de sal. Todo llega, y el próximo martes también. Apenas la saludo me dice algo sorpresivo:)
–Gracias. Muchas gracias.
–Estoy invadiendo su casa, ¿por qué me agradece?
–Porque no se cortó el pelo y porque trajo a sus manos. Que son tan lindas… Mire esa foto: estábamos en Ginebra y tengo 15 años… Ay, mis piernas, demasiados finas. Debieron ser más redonditas. Y mis manos también. En mis cuadros siempre todo es redondo y dulce y quieto… Al nacer mi primer hijo me pusieron una máscara, anestesia. Cuando desperté le vi la cabeza y quedé extasiada, porque era redonda como a mí me gusta.
–¿Tiene algún color que prefiera?
–El azur. El azur no es azul, ni es celeste, es azur… ¿Usted conoce el poema A mi bandera, de Juan Chassaing? Me lo trajo mi hijo Miguel el otro día para que yo se lo lea a los niños y aprendan a amar a la patria… Escuche: "Página eterna de Argentina gloria… melancólica imagen de la patria…". Me gusta eso de "melancólica imagen de la patria". La bandera es buena. Usted seguro que ama la bandera, porque tiene el pelo lindo. Lo tiene tan largo como Jesucristo… ¿No me cree? Mire este devocionario: Jesucristo, con el pelo largo, abriendo una puerta de madera.
–Su hermano, Borges, no era creyente.
–Una vez le leí una oración de San Francisco de Asís y le gustó y me dijo que se iba a hacer cristiano… Ay, Georgie, Georgie… Mi hermano era muy inteligente pero…
–¿Pero?
–Era muy inteligente en los grandes temas, pero en los pequeños detalles de la vida no sabía nada. Georgie no sabía ni quién era, ni dónde había nacido, nada sabía. A él le gustaba subirse a algo que llamaba tranvía, pero que ya no era tranvía, para ponerse a recitar en voz alta. En eso era valiente. Oliverio Girondo también era valiente… Escribió el poema para ser leído en el tranvía ¿no?... A Georgie también le gustaba mucho nadar… A nadar aprendió porque lloraba mucho.
–Explíqueme un poquito.
–Cuando estábamos en Ginebra lloraba, estaba triste o neurasténico. El médico dijo que necesitaba mar y entonces fuimos a Lugano… En un botecito salíamos, nos bajábamos a veces y nadábamos como los perros. Georgie no nadaba abajo del agua, de espalda hacía la plancha y murmuraba poemas. Mi madre nos miraba desde el balcón… ¿Usted va a hacer algunas fotos con esa máquina?
–Me gustaría fotografiarle las manos. Y esa estrella que cuelga allí.
–¿Cabrán mis manos tan largas, cabrá mi estrella de mil puntas en una máquina tan chiquita? No quisiera desilusionarlo.
–Norah, por favor escríbame su nombre en esta hoja.
–Ya se lo estoy dibujando a mi nombre… una… dos… tres veces… ¿Vio? No le mentía: mi mano tiembla. Se lo tendría que haber dibujado mientras dormía…
–No hablamos todavía de Bioy Casares.
–Era tan buen mozo Adolfito. Una vez le ilustré una tapa y estaba tan agradecido... El fue criado como un príncipe. La madre no le había contado nada de lo que era el mundo. Adolfito después habrá aprendido. El y Georgie caminaban y reían como locos. Ninguno salía sin el otro... Georgie caminaba afirmándose en Adolfito, entonces le decía que ocho horas había que caminar, que ocho horas había que dormir, que ocho horas había que leer, que ocho horas había que escribir…
–¿Y cuándo comían?
–¿Comían? No sé, olvidé tantas cosas… Sí recuerdo que yo era muy traviesa. Georgie me seguía y me ocultaba su miedo y yo avanzaba y entonces ahora me arrepiento. Ya no soy traviesa, me gusta que en mis cuadros todo esté quieto y en silencio.
–Usted, como pintora, es una gran cazadora de fragmentos de sosiego.
–Qué palabras lindas me dice… ¿Sabe por qué puede decirlas? Porque tiene el pelo largo como Jesucristo.
–¿Usted lee los diarios, Norah?
–Lidia me los pone, pero es poco lo que » leo, no me gustan las guerras, los accidentes, esas cosas… Por eso yo pinté lo que pinté. Acá hay un cuadro que se llama Encuentro en el cielo, es aquél… ay, no me puedo dar vuelta… En esos cuadros todo es quieto, a los colores duros los aclaro y a las líneas duras las redondeo y a los espacios vacíos los lleno con una niña, con una manzana… Me gustan las peras, por su forma.
–A Borges una vez le pregunté por la fruta que más le gustaba y me dijo "las uvas", no me dijo "la uva" como racimo. Le contesté que esa respuesta tal vez explicaba que fuera cuentista y no novelista. También me comentó que no conocía las nueces. ¿Me habrá dicho la verdad?
–A veces Georgie se volvía Georgino.
–Como cuando decía que Gardel era un cantor abominable.
–Georgino se entretenía diciendo esas cosas. Yo he llorado mucho escuchando Sus ojos se cerraron... Pero nadie sabe esto porque nunca quise ser famosa… Muestras hice pocas para evitar la publicidad y no tener que saludar a tanta gente… Siempre preferí estar con mis amigas pobres tomando el té y comiendo pan con manteca.
–¿Cómo se hace para conseguir un mundo mejor?
–Que me perdone Georgie… con menos tigres, sin ninguna guerra, con más silencio, sin autobuses, con más fotografías en colores…
–¿Para qué sirven las fotografías en colores?
–A Luis y Miguel, mis hijos, les gusta sacar fotografías en colores, maravillosas… Cuando los niños están inapetentes les muestran esas fotografías, entonces ellos se quedan satisfechos como si hubieran comido… Le quiero contar algo, arrímese: mi hijo Miguel nació creyendo que si los animales no hablan es porque no les enseñamos… Entonces a un animalito pequeño que teníamos él se pasó los días enseñándole a hablar.
–¿Y aprendió el animalito?
–Sí, parece que sí. Si nosotros podemos hablar cómo no iban a poder los animalitos… Dígame, ¿en la casa donde usted vive hay aljibe?
–Aljibes no quedan en esta tierra. ¿Habrá aljibes en el cielo?
–Sí, allí hay. Para que Georgie sea feliz.
–Entonces da por seguro que su hermano fue al cielo.
–Era bueno. Todos somos buenos. Mi hermano no tenía tiempo de ser malo, leía todo el día. A veces decía cosas que no daban alegría, pero las decía por decir... Mi hermano está en el otro paraíso. Porque hay dos paraísos. Este es un paraíso, no nos damos cuenta por los ruidos y los autobuses. El otro paraíso está en el cielo.
–¿Recuerda su prisión durante el primer gobierno de Perón?
–Ah, ya me había olvidado… Por cantar el Himno en la calle Florida nos metieron en la cárcel. A mi madre en su domicilio, por su edad.
–Borges escribió que allí estaba rodeada de prostitutas y que le mandó a decir a su mamá, para no preocuparla, que la cárcel era lindísima.
–Estábamos en la cárcel del Buen Pastor, yo a esas mujeres de la vida les enseñaba dibujo, y rezaba con ellas.
–Pero la cárcel no era lindísima.
–Sí que era lindísima, tenía pisos ajedrezados con baldosas blancas y negras. Y esas mujeres eran tan buenas... Es tan lindo ser bueno. Todos nacimos para ser buenos.
–Para usted, ¿Perón era bueno?
–Recemos.
–Norah, no sé rezar.
–Acérquese, lea conmigo y en voz alta esta plegaria de San Francisco de Asís…
–Sí, leo con usted.
–"… Donde haya odio, sienta amor; donde haya lujuria, perdón; donde haya duda, fe; donde haya desaliento, esperanza…" ¿Ve que puede rezar...? "Donde haya sombras, luz; donde haya tristeza, alegría… Oh, divino Maestro, concédeme que no busque ser amado, sino amar, porque perdonando es como tú nos perdonas, y viviendo en Ti es como nacemos a la vida eterna…" Sabe, yo lo cambié: puse viviendo en Ti en vez de muriendo en Ti.
–Norah, ya la dejamos tranquila. Usted tiene que almorzar.
–Sí, comeré la comida que hace Lidia y después me acostaré a dormir... Soñando haré unos dibujos lindísimos... Después, cuando despierte, mi mano de dibujar descansará. Entonces me va a gustar mirar por la ventana para saber si es de día o si es de noche.
(Difícil transmitir el singular estado en el que dejamos a Norah Borges. Es una anciana intensamente leve. Ella no está cometiendo el peor de los pecados, no ser feliz, porque ahora sí lo es, desde ese sosiego que fue bordando en su larga vida. Al llegar a la puerta nos volvemos porque, afortunadamente, Virginia Crespo ha olvidado algo. Veo unos segundos más a Norah; ahora está con los ojos cerrados, sonríe plácidamente. Me acerco y le pregunto:)
–Norah, ¿qué está mirando con los ojos cerrados?
–No se fueron. Qué lindo.
–Ya nos vamos. Antes cuénteme en secreto qué esta mirando con los ojos cerrados.
–Se lo diré si usted me promete que no se cortará el pelo.
–Se lo juro si quiere.
–Veo una bicicleta…
–¿Con su hermano arriba?
–Con Georgie, sí… y la bicicleta mágica lo está llevando, llevando… Y no se perderá Georgie, porque la bicicleta ha sido siempre buena con él.
Agradecemos la colaboración prestada para la producción fotográfica a Jean Pierre Joyeros, Av. Alvear 1892, y a De Levi, Arenales 1359.
Para saber más wwww.hum.au.dk/romansk/borges/spanish.htmwww.me.gov.ar/efeme/jlborges
Norah, por su hermano
"Norah, en todos nuestros juegos era siempre el caudillo; yo el rezagado, el tímido, el sumiso. (…) En la escuela el contraste se repitió. A mí me intimidaban los chicos pobres (…) mi hermana, en cambio, dirigía a sus compañeras."
"Nuestras infancias, como es natural, se confunden, pero siempre fuimos distintos. Sin embargo, nunca dejamos de entendernos…"
"Durante toda la adolescencia la envidié porque se encontró envuelta en un tiroteo electoral y atravesó la plaza de Adrogué, un pueblo del sur, corriendo entre las balas."
"Hacia mil novecientos veinte, año en que regresamos de Europa, me ayudó a descubrir la ajedrezada y desparramada ciudad de Buenos Aires, nuestra patria."
"Cuando Norah ensayó la litografía, escribía poemas, pero los destruyó para no usurpar lo que ella juzgaba mi territorio."
"Piensa que uno de los fines del arte es dar serenidad. (…) Una vez me aconsejó que no dijera nada que no diera alegría a alguien. Descree del arte ingenuo. Y si pinta ángeles, es porque está segura que existen."
"Norah padeció la desdicha, que bien puede ser una felicidad, de no haber sido nunca contemporánea. Cuando en la década del veinte regresamos a Buenos Aires, los críticos la condenaron por audaz; ahora, abstractos o concretos –las dos palabras son curiosamente sinónimas– la condenan por representativa."
Norah, por su hijo Miguel
- "A diferencia de su mediático hermano (Jorge Luis), nunca concedió entrevistas, ni apareció en televisión, ni siquiera una vez apareció en público. Las instituciones oficiales no la reconocieron y los círculos académicos la mantuvieron ajena."
- "Sabemos que los hermanos Borges fueron constitucionalmente tímidos; lo que ocurrió con mi tío fue que la ceguera, la fama y los años le dieron una impermeabilidad de impunidad y desparpajo para soltarle cualquier cosa al que tenía enfrente. Con otras palabras: Tío, como no podía leer ni escribir, pasaba el rato, entretenido con los invisibles y ocasionales interlocutores, con las preguntas muchas veces disparatadas o tontas que le hacían, y con sus propias respuestas a lo Wilde, Groussac o Bernard Shaw."
- "Mi madre, en cambio, en plena posesión de sus sentidos, siempre pudo ocuparse de la pintura, desentendiéndose así de la presencia de otra gente. O quizá la intensa autoconciencia de su superioridad intelectual hizo que se atrincherara cómodamente en la pintura."
(Del libro Apuntes de familia, de Miguel de Torre Borges / Alberto Casares Editor)
Biblioteca esencial Borges-Bioy
Desde mediados de agosto, La Nacion viene publicando los títulos insoslayables de esta célebre dupla de la literatura argentina, cuya compra es opcional con el diario, todos los miércoles. Para comprarlos, se deberá entregar al quiosquero, además del importe de $ 4,90, un cupón que se podrá recortar de la tapa de La Nacion. Sólo podrán comprarse los días en que salga publicado el cupón.
Títulos de la colección de La Nacion que saldrán los próximos miércoles:
- Dormir al sol (21/9)
- El libro de arena (28/9)
- La invención de Morel (5/10)
- Historia de la eternidad (12/10)
- Historias de amor (19/10)
- El informe de Brodie (26/10)
- Diario de la guerra del cerdo (2/11)
- El oro de los tigres (9/11)
- Historias fantásticas (16/11)
- Los conjurados (23/11)
- El héroe de las mujeres (30/11)
- Otras inquisiciones (7/12)
- Diccionario del argentino exquisito (14/12)
- El hacedor e Historias desaforadas (21/12)
Perfil
Rodolfo Braceli
- Nació en 1940, en Luján de Cuyo, Mendoza. Poeta, ensayista, narrador, dramaturgo, cineasta, periodista. Varios de sus libros fueron traducidos al inglés, el francés y el italiano. Sus reportajes latinoamericanos fueron publicados en 23 países y en 9 idiomas. Para el cine escribió y dirigió Nicolino Intocable Locche.
- Ganó el premio Pléyade a la Mejor Nota del Año (1996), por su entrevista a Gabriel García Márquez. Por Y ahora la resucitada de la violenta Violeta, obtuvo el Primer Premio Municipal de Teatro (Buenos Aires, bienio 1990-1991).
- Su vasta producción supera la veintena de libros y abarca todos los géneros. Entre ellos, los ensayos Don Borges, Argentinos en la cornisa y De fútbol somos.
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