Borgen: Birgitte Nyborg, la heroína de la política, regresa con más experiencia y menos escrúpulos
La temporada final de la serie danesa de Netflix tiene como eje el hallazgo de petróleo en Groenlandia, y el consiguiente conflicto entre la ecología y las posibilidades de independencia económica y política de la isla
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Más de una década se cumple del estreno de Borgen en la TV danesa y su meteórica conversión en un fenómeno mundial. Su aparición en el catálogo de Netflix en 2020 consagró su popularidad como una de las series más importantes sobre la política contemporánea. La creación de Adam Price, artífice luego de Algo en que creer, recorre los últimos años de la política danesa desde la perspectiva de Birgitte Nyborg (la extraordinaria Sidse Babett Knudsen), la líder del partido Moderado que llegó al poder como la primera mujer convertida en primera ministra, y a lo largo de los años construyó su liderazgo en un mundo signado por constantes transformaciones. Si bien la mirada de la serie abría el juego al accionar del gobierno parlamentario y su interacción con los medios de comunicación y la opinión pública, la clave siempre estuvo en la figura de Nyborg, los efectos del poder en su vida privada, las tensiones entre los compromisos y los ideales, la gestación de un protagonismo público que siempre acarrea costos imprevistos.
La tercera temporada se emitió a comienzos del 2013 y la última vez que vimos a Nyborg en el palacio de Christiansborg se encontraba a punto de formar gobierno bajo el liderazgo de Lars Hesselboe (Søren Spanning), su rival del partido Liberal. Su itinerario en ese último tiempo había supuesto la separación de los Moderados, la creación de un partido de centro bautizado “Nuevos Demócratas” y el renovado ascenso al poder ahora en un escenario más atomizado y en clara desventaja. En el camino quedaron sus pérdidas: el divorcio de Phillip (Mikael Birkkjær), el padre de sus hijos; los trastornos de ansiedad de su hija Laura (Freja Riemann); su paso por la actividad empresarial privada, su regreso a la política, la alarma del cáncer. Volver a la arena política con un partido joven suponía atender a todos los riesgos, no ceder a la ambición y ofrecer su nombre al mejor gobierno posible en Dinamarca. Ese había sido el tiempo de su despedida.
Pero pasaron casi diez años desde aquel retorno triunfal. ¿Cuál es el nuevo orden mundial en el que reencontramos a Birgitte Nyborg en el presente? Esa parece ser la pregunta central de esta nueva temporada de Borgen, que retrata una era deudora de la pandemia y de la reciente guerra entre Rusia y Ucrania, marcada por la polarización del espectro político y por el momento crítico para los partidos del centro, además de un cambio fundamental en la comunicación política con el reinado de las redes sociales y el peligro de las noticias falsas. Muchos de los personajes conocidos reaparecen en un escenario que ya no es el mismo: la TV1, el principal canal estatal de noticias y eje de la comunicación política de la serie, se encuentra en un proceso de reestructuración para recuperar liderazgo, ahora dirigida por Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen), la antigua periodista estrella que conocimos en la primera temporada. También el corazón de Borgen está en plena ebullición con una primera ministra de signo laborista en el centro de la controversia por sus alianzas y la aparente debilidad de su liderazgo. Pero esta vez el conflicto se concentra en el hallazgo de petróleo en las costas de Groenlandia, isla que forma parte del reino de Dinamarca con cierto grado de soberanía, hecho que enfrenta las políticas ambientales y las necesidades de recursos energéticos en un mundo cada vez más convulso.
Birgitte Nyborg es ahora la canciller de un gobierno en el que opera en franca minoría. Sin embargo, su nombre y su carisma son las claves para el retrato que propone Price en esta nueva temporada. “¿Cuándo fui más feliz?”, le preguntaba a su mentor y amigo entrañable, Bent Sejrø (Lars Knutson), luego de ganar trece bancas en las elecciones de la tercera temporada. “Cuando fuiste primera ministra”. La atracción que suponía el liderazgo entonces no la obnubiló como para asumir una función sin el consecuente apoyo de los votos, pero sí la convenció de su peso en la escena política danesa que resulta insoslayable diez años después. La cuarta temporada reflexiona no solo sobre la centralidad de su figura sino sobre los costos que se suelen pagar por esa absorbente dedicación. Birgitte apenas ve a sus hijos, transita los cambios de la menopausia tratando de ocultarlos en sus apariciones públicas, su cama se ha convertido en una extensión de su oficina, y el ministerio de Asuntos Exteriores es el espacio de poder que no está dispuesta a ceder y es capaz de custodiar a toda costa. Ahora bien, ¿qué cambió desde aquel comienzo, todavía signado por ilusiones e ideales?
El comienzo de la historia
Borgen comenzó en 2010 con el inesperado desembarco de Birgitte Nyborg en el sillón de primera ministra sin demasiados preámbulos, salvo un efectivo discurso en el debate final, los traspiés de sus opositores y una acertada red de alianzas. Su gobierno se afirmó sobre políticas que atendían al medio ambiente y eran sensibles a las crisis migratorias, pero aspiraban a un equilibrio entre las fuerzas de derecha e izquierda en el parlamento danés. El recorrido propuesto por Price era el del aprendizaje: a tejer alianzas, a ceder cuando era necesario, a forjar su liderazgo en el ejercicio de la función pública. También aquel fue un tiempo de pérdidas y desilusiones, el deterioro de su matrimonio, la invasión mediática a su privacidad, las presiones que debió soportar sin caer en excesivas concesiones o en miopes intransigencias.
En esa primera temporada, Price abría el espectro alrededor de Nyborg: no solo las relaciones con los miembros de su gabinete, signadas por la competencia y las conveniencias, sino con el conglomerado mediático, representado en el universo de la cadena pública TV1 y sus periodistas. La relación entre la primera ministra y los medios era comandada por Kasper Juul (Pilou Asbæk), personaje clave en ese comienzo, capaz de vender la política pero también de condicionarla, un hombre que cargaba con un pasado traumático y al mismo tiempo revelaba sus sentimientos y debilidades. El panorama se completó con Katrine Fønsmark, entonces una joven periodista en ascenso, quien también ponía en juego sus ideales y ambiciones hasta encontrar el lugar justo, hasta equilibrar su vida privada y las exigencias de su profesión. Borgen profundizó sobre el lugar de la mujer tanto en la política como en los medios de comunicación unos años antes de que las discusiones del #MeToo instalaran el tema en la agenda pública. Tanto para Birgitte como para Katrine, su condición de mujer muchas veces operó como un termómetro de prejuicios y mezquindades en los ámbitos en los que aspiraban a establecer su protagonismo.
La segunda temporada se concentró en el ejercicio del poder durante los tres años que Nyborg estuvo a la cabeza del poder ejecutivo. Sus logros y sus pérdidas. Después del impacto de su divorcio llegó la enfermedad de su hija mayor, un trastorno de ansiedad que la condujo a un internación en medio de acaloradas discusiones sobre los fondos de la salud pública. El rol público de la primera ministra colisionaba con sus decisiones privadas como madre, y ello la instaló en una vorágine de crueldad por parte de los medios, comandada por su eterno enemigo Michael Laugesen (Peter Mygind), competidor del laborismo en las primeras elecciones y ahora convertido en editor del principal diario sensacionalista de Copenhague. La crisis en su vida privada la llevó a tomar licencia y a reunir nuevamente las fuerzas para liderar el gobierno en plena crisis. Price concentra su análisis en la progresiva erosión de ciertos ideales de Nyborg, su creciente consciencia de los aspectos más infames de la política y su consecuente madurez como líder, capaz de comandar negociaciones de paz entre países en guerra en África o de equilibrar las posiciones encontradas en el seno de su propio gabinete.
El hiato que se produce al final de la segunda temporada, con la sorpresiva convocatoria a elecciones por parte, nos conduce a dos años y medio después y a Nyborg viajando por Hong Kong como consultora de corporaciones privadas. Alejada de la política, disfruta de viajes y de un piso fastuoso en Copenhague, come sushi con su novio inglés y comparte tiempo con sus hijos. Pero el viraje de su partido a posiciones reaccionarias y el anhelo de la adrenalina de la arena pública la conducen de nuevo a la política, ahora bajo la iniciativa de crear un nuevo partido y asumir su propia autonomía. La tercera temporada ya comienza a mostrar un cambio en la política mundial, sobre todo la crisis de los partidos tradicionales y la emergencia de nuevas voces, al igual que en los medios de comunicación, más susceptibles a la tecnología y a los dictados del entretenimiento.
En el mundo de TV1 vemos la llegada de un nuevo CEO que disputa el liderazgo de Torben Friis (Søren Malling), jefe de noticias y principal columnista político de la cadena, e impone una lógica de creciente espectacularidad y competencia que afecta a la construcción de las noticias. Después de su paso por el diario sensacionalista de Laugesen y su breve regreso a la conducción televisiva en TV1, Katrine Fønsmark se convierte en la asesora de medios de Nyborg, ahora en su nuevo rol al frente de los nacientes Nuevos Demócratas. El personaje de Kasper Juul se corre del centro de la escena –probablemente por los compromisos laborales del actor con Game of Thrones- y el eje de la tensión entre medios y política se corre a las nuevas reglas que parecen dominar en el periodismo. Price recomienza el círculo en esta tercera temporada, que había sido anunciada como la última: pone a Nyborg a realizar el camino de ascenso desde los márgenes, a reflexionar sobre la ética y la ambición en un escenario cada vez más opaco, y a reconectarse con sus aspiraciones profesionales desde una posición de madurez.
La nueva era de la política
La cuarta y última –esta vez en serio– temporada de Borgen está situada en el presente, en el que muchas cosas han cambiado a lo largo de estos diez años de espera. Sin embargo, el aspecto más sorprendente es el endurecimiento de la figura de Nyborg, sentada ahora en la Cancillería y en una abierta disputa con la primera ministra. El subtítulo de esta entrega es “Reino, poder y gloria”, y allí se encuentran algunas de las claves de su narrativa. La idea de “reino” amplia el territorio danés a una de sus colonias del otro lado del Atlántico: Groenlandia. El protagonismo de la isla ya había aparecido anteriormente y Birgitte había saldado las desavenencias entre ambos territorios con diplomacia y humanidad. Ahora, el descubrimiento de petróleo en uno de los fiordos abre la polémica entre las políticas ambientales, eje de la plataforma de los Nuevos Demócratas, y la necesidad de regalías para Groenlandia cuya situación económica no es demasiado próspera.
Más allá de los entresijos de la disputa política, con filtraciones a los medios y secretismo interno, vemos a Nyborg moverse sin demasiada piedad entre sus rivales, centrarse en las dimensiones del palacio gubernamental y alejarse de la vida de sus conciudadanos, y afirmarse en una realidad en la que el trabajo concentra todo su interés. En tanto termómetro del presente, la nueva Borgen recoge el escenario convulso de la guerra entre Rusia y Ucrania y la compleja posición de Dinamarca en tanto miembro escandinavo de la OTAN. La posición del Ministerio de Asuntos Exteriores es clave en ese escenario y la posible explotación de petróleo por parte de una compañía integrada por accionistas rusos se convierte en el corazón de la disputa.
Esta instancia crepuscular de la serie asume algunos rasgos del scandi noir, género que ha hecho célebres a los nórdicos en sus narrativas policiales. El entorno ya no es solo el de la ciudad y las oficinas de los parlamentarios sino el de los hielos del Ártico, donde se juegan interesen encontrados, disputas de independencia y también crímenes brutales. La situación de Groenlandia, en tanto colonia soberana pero con clara dependencia de la política de Copenhague, los intereses de Estados Unidos en esa región a través de la OTAN, la intervención de empresarios rusos con intereses en el petróleo y la consiguiente telaraña de alianzas y enemistades entre países y corporaciones ofrece una mirada internacional de la política que ya no puede circunscribirse a los pasillos de Christiansborg. Nyborg asoma en ese terreno con clara ambición de sentar su posición, no perder poder en el gobierno y aspirar a consolidar su futuro legado.
Por último, uno de los principales aportes de esta nueva temporada, más allá de retratar un mundo más opaco, menos idealista, polarizado y en creciente tensión, cuyo eco también aparece en los medios y en el retroceso de la verdad en la construcción de las noticias, es la crisis de los líderes del mundo democrático, sujetos a presiones corporativas y geopolíticas, a una opinión pública volátil, a ambiciones y egoísmos propios, y a una idea de legado que se hace cada vez más contradictoria. Nyborg no solo se ha aislado del entorno que conocimos en su llegada al poder, tanto en el espacio privado de su familia como en el del partido que supo fundar, sino que ha cedido a prácticas que antes había desestimado por sus convicciones, ha sido tentada por los elogios del poder, por la ilusión de estar por encima de todo. Price nunca es condescendiente con su personaje: lo enfrenta a ese espejo en el que no siempre resulta fácil mirarse. Birgitte Nyborg es el termómetro de una era crítica de la democracia, en la que resulta todo un desafío volver a ver las cosas claras.
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