Boquitas pintadas con el color de la imagen de Puig
Nuestro opinión: Muy buena. "Boquitas pintadas", de Manuel Puig, según versión y dirección de Oscar Araiz y Renata Schussheim.
Coreografía: Oscar Araiz. Vestuario: Renata Schussheim. Iluminación: Roberto Traferri. Escenografía: AlbertoNegrín. Realización técnica de banda de sonido: Edgardo Rudnitzky-Gustavo Dvoskin. Con Sofía Mazza, Tony Lestingi, Inés Vernengo, Pedro Segni, Mausi Martínez, Andrea Chinetti, Cecilia Elías, Mario Filgueira, Laura Cucchetti, Flavio Fernández e integrantes del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Teatro San Martín.
Sobre la base de "Boquitas pintadas", de Manuel Puig, Oscar Araiz yRenata Schussheim dieron un vuelco tanto en sus carreras como en la visión de esta gran obra literaria que fue asimismo llevada al cine. Es indudable que el material con el que se inspiraron es de por sí ejemplar. Entonces, el subtítulo "Una versión" significa el respeto que ambos manifestaron por los textos e historia (en casos, condensados) y, sobre todo, por la figura de Puig. Con estos elementos, la obra sube por primera vez a un escenario interpretada en vivo por actores y bailarines, aunque todos bailan y todos actúan. "Boquitas" atrapa, provoca el humor, defiende el texto magistral de Puig y no se transforma ni en una pieza teatral ni en un ballet. Las sensaciones surgen del espectador por medio de las imágenes y de las palabras, pero con el seguimiento ansioso de quien vive, capítulo tras capítulo, una novela por entregas o, para estar más acorde, con episodios de una radionovela.
El argumento se ubica en un pueblo a poco más de cuatrocientos kilómetros de la Capital. Por lo tanto, sus habitantes ni son provincianos ni tienen la semblanza del porteño. En realidad, poseen ambas características. Así se teje un intrincado, bien puede decirse, sabroso mundo encabezado por la rubia Nené, la chica cuyos ideales fueron casarse de blanco, tener hijos y, recónditamente, ser una estrella hollywoodense. Esto es lo que logra, pero su amor quedó atrapado en Juan Carlos, el disparador de las pasiones de más de la mitad de los personajes femeninos. Es seductor, vivillo, haragán y tiene tuberculosis. Por sus afanes de DonJuan, aunque no quiere a ninguna, tanto conquista a Nené (la única por la cual tendrá algún sentimiento) como a Mabel, su contrapartida, morocha, fogosa y con afanes sexuales más que ensoñadores a la hora de buscar hombres.
Y están Pancho, albañil, fortachón y muy orgulloso de llegar a agente policial, y La Raba, mucama enamorada,seducida, embarazada y abandonada por éste. Entre otros, también se destacan la corpulenta doña Leonor, que todo perdona a su adorado hijo Juan Carlos, y la gitana, que le anticipa tragedias. En la mayoría de los personajes la constante es la doble vida: una cosa es lo que hacen y muestran a los demás y, otra, lo que sienten, desean y son en su interior.
Comunión artística
Araiz y Schussheim realizaron un trabajo de enormes aciertos: presentan la historia mediante los textos, que tanto dicen los intérpretes como se escuchan por medio de una narración o en fonomímica. Los personaje están delineados según la visión de Puig con intenciones, maneras de caminar, mirar y hablar que los caracterizan. Aquí, la mano coreográfica de Araiz incorpora con movimientos las exactas sensaciones, fisonomías, la sustancia que identifica a unos y a otros, todo mancomunadamente con el texto. Cada escena posee acción propia y tiene continuidad con la que sigue, tal como sucede con los capítulos de una misma obra. Lo que han conseguido ambos directores es corporizar el texto, darle formas, colores, inyectarlo en los intérpretes sin declamarlo y sin sacar nada de su naturaleza.
En general, la puesta es intimista; la escueta escenografía de AlbertoNegrín, fondo negro, rampas del mismo tono que sirven de cama, féretro o mesas, deja que las criaturas de "Boquitas" queden expuestas por sí mismas. Gran cómplice de estas vidas, observadas en retazos, es la iluminación, excelente diseño de Roberto Traferri, que focaliza diferentes áreas según el personaje que importa. En el todo, la estética y el clima de una época con el vestuario de Schussheim, de una realización perfeccionista, al modo de aquel tiempo:vestidos, trajes, zapatos, son el reflejo de esos años, pero en nada se nota la recreación. La ropa tiene naturalidad;no aparece como vestuario teatral.
Hay pocas escenas de grupo: de gran encanto, con aditamentos humorísticos (con la grandilocuente doña Leonor recitando una poesía) son la fiesta del principio, con un vals muy circunspecto, y la romería, con una ranchera que provoca carcajadas. La coreografía, en redondo, traduce fidedignamente el estilo de los bailes, luego se reconstruye hacia atrás, como en un film proyectado al revés.
También se realiza como en cámara rápida. Para los personajes de la obra, inmersos en la chatura pueblerina, el cine da lugar a los sueños y al vuelo de la imaginación. Por esta causa, las metáforas y alusiones sobre este arte. El intimismo del montaje hace parangón con el que se percibe en una sala de cine. Es que en las vidas de los protagonistas de "Boquitas" no hay grandes fronteras entre lo que es ficción (también, aplíquese el término ficticio, por lo hipócritas) y lo que es realidad.
Escenas cumbre son el encendido encuentro entre Pancho y La Raba, violento y crudo;la de la charla de éste con Mabel, en tanto le busca frutos de una higuera, cargada de procacidad; la de la gitana tirando las cartas a Juan Carlos, con aires de misterio y sinuosos movimientos, y la del monólogo de La Raba, ya abandonada, lavando ropa y aullando su drama. Aquí, la poderosa personalidad escénica de Mausi Martínez cristaliza uno de los logros de la obra, volcándose encima o derramando a diestra y siniestra el agua de sus fuentones.
Excelentes son las actuaciones de Inés Vernengo, Tony Lestingi, Pedro Segni y Mario Filgueira. Sofía Mazza, en el papel de Nené, tiene la imagen, aunque se le escapan algunos matices interpretativos. Todo el Ballet Contemporáneo hizo una labor fuera de serie, sobre todo, Laura Cucchetti, como la gitana.
Una mirada de los años noventa
¿Danza-teatro? ¿Teatro-danza? El orden de los términos y la siempre provisional definición de ese género suelen encender discusiones tan interminables como agotadoras y estériles.
Esta versión de "Boquitas pintadas" nos libera de entrar en semejante fárrago, sobre todo por un rasgo básico y conductor del proyecto: es una representación escénica atravesada por el cine, tanto como la vida y la obra de Manuel Puig.
Para definir el pulso de este espectáculo viene al caso una fantasía: uno imagina a sus creadores encerrados en una vieja cabina de sala pueblerina inundada por un rollo de película rebelde que se derrama desde un proyector trabado en su funcionamiento. Como si allí, revisando cuadrito por cuadrito, ellos hubieran llegado a la descomposición de la luz, de los movimientos, de las palabras y de la banda sonora, para luego recomponerlos en una síntesis estética concentradísima, contemporánea y, justamente por eso, distinta de otras adaptaciones más exuberantes, como la de "El beso de la mujer araña" según Harold Prince.
La de Schussheim-Araiz es una concepción que utiliza una sintaxis escénica de los años noventa para recrear la Argentina pueblerina de las décadas del treinta y del cuarenta. El primer signo contundente de las bondades de encarar así la representación aparece en dos riesgos hábilmente sorteados por la dirección: hay una belleza austera, sobre todo en el vestuario, que nunca luce fashion, y hay resistencia a caer en la mera idealización del pasado, con resultados que son absolutamente fieles al espíritu de la escritura de Puig, corrosiva a la hora de ventilar los trapitos sucios de pueblo chico.
Así, sobrevuelan la función todos los espejos (artefactos culturales, diría en jerga algún académico) en los que la gente de aquellos tiempos se miraba y se reconocía, pero también se extraviaba y se evadía: el folletín, el tango y ritmos aledaños, esos melosos radioteatros históricos donde una jovencita llamada Eva Duarte se iniciaría como actriz (antes de su gran actuación pública), y, por supuesto, los oropeles del cine hollywoodense.
En esa época, en la que también empezaba a fermentar de a poco el peronismo, todos esos géneros estaban más cerca de la artesanía creativa que de los modos industrializados del espectáculo tal como los conocemos _y a veces los sufrimos_ hoy.
Corrió mucha agua desde aquel viejo e ingenuo correo sentimental hasta los actuales programas de servicios sostenidos en obsesivos estudios de marketing.
Pero Puig vuelve a hacernos recordar que la alienación no empezó con la TV, tal como tendemos a creerlo en estos días saturados de una virtualidad asfixiante.
Ahí está para demostrarlo la ya anacrónica vida de Nené, regida por la estela virginal de sus heroínas y actuada siguiendo al argumento de folletín escrito por el destino. La salida _personal y artística_ de Puig fue, precisamente, haberse apropiado de esos guiones existenciales, proyectándolos sobre la pantalla de su propio talento.
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