Bony, el polémico
Oscar Bony presentó quizá la obra más controvertida: "La familia obrera". Sobre una tarima de madera hizo sentar a un matricero junto a su esposa e hijo durante los diez días que duró la muestra, y les pagó el doble de lo que ganaban en su trabajo habitual. Junto a ellos, un letrero informaba sobre la identidad de la familia y el sentido de la performance.
"«La familia obrera» se desarrolló sobre una idea política, que no quería ser una denuncia panfletaria", recuerda Bony.
El hecho de tomar un núcleo de la clase obrera y presentarlo en el espacio elitista del arte intentaba provocar una ruptura en los mecanismos de ese universo y de algunos otros paradigmas que dominaban la época.
"Por un lado, el Di Tella recibía un subsidio de la Fundación Rockefeller y me parecía interesante utilizar el dinero de uno de los más grandes exponentes del capitalismo mundial para exponer un icono de la clase enemiga -sostiene Bony-. Por otra parte, en los años 60 se debatía muchísimo sobre la necesidad de llevar el arte a las masas, y quise realizar el proceso inverso: colocar a los trabajadores en los espacios tradicionales del arte.
"Recibí críticas tanto de la izquierda como de la derecha. Cuando decidimos destruir las obras en la calle sólo puede romper la tarima. La familia se fue a su casa y nunca más los volví a ver."
Luego de Experiencia 68, Oscar Bony formó parte del grupo de artistas del Di Tella que optó por dejar de producir para el circuito de galerías, impugnándolas por considerarlas elitistas e incapaces de legitimar a los creadores.
Un "suicidio colectivo" que se extendió desde fines de 1968 hasta mediados de la década del 70. "Junto a Paksa, Plate y Suárez tomamos una decisión que, en mi opinión, superaba en mucho la importancia de nuestras obras y que constituyó un hecho probablemente único en el mundo: negamos nuestras carreras como artistas profesionales. Fue una reacción drástica ante los hechos de censura que se venían sucediendo y una radicalización de la idea que teníamos entonces sobre el papel que debía ocupar el arte en la sociedad."
Han pasado ya treinta años desde entonces. Bony ensaya un balance crítico de aquella decisión y analiza el arte de fin de siglo. "Hoy creo que fue un error el retirarnos; pero no un error político, sino táctico. En ese momento creíamos en una utopía que no se demostró posible: el poder obviar a las galerías y a los museos. De todas formas, esos siete años de silencio nos sirvieron para reflexionar sobre la manera en que íbamos a volver a insertarnos en el circuito."
Finalmente, la utopía de los años 60 se volvió mercado en los años 90. Oscar Bony cree que "los artistas no están trabajando con la sustancia, sino que buscan en la superficie y en el éxito. El creador puro debería llevar adelante la obra independientemente de los dictados que proponen los sistemas de consumo y eso es algo que hoy no se toma demasiado en cuenta. Nosotros hemos esperado casi treinta años para que se reconociera la importancia de nuestros trabajos, y nunca fue la posibilidad de éxito lo que nos movilizó.