Bogani, en el mundo del ballet
El maestro de la moda se interna, fascinado, en los talleres del Colón, donde diseñó el vestuario del ballet clásico de la Navidad
Como en los cuentos de invierno, como en el cuento de Hoffmann, hay verde, rojo y blanco. Trineos, juguetes, guirnaldas y aquí también tres mini Papá Noel que dan la bienvenida al ritmo de "Jingle Bells". En este espacio, entre muebles de estilo y vestidos principescos, es fácil acercarse a Clara e imaginar bailarinas rusas, hadas, ratones, galletitas de jengibre, y el gran árbol alrededor del que la protagonista de El cascanueces, su hermano Fritz, sus padres y Drosselmeyer, celebran la Nochebuena. Pero no, no estamos en el escenario del Teatro Colón próximo a cerrar su temporada con este ballet, sino en el atelier de Gino Bogani, gran maestro de la moda argentina y vestuarista de este clásico de fin de año, resignificado en ésta oportunidad por la directora de la compañía, Lidia Segni.
Aunque es su debut en ballet, hace ya dos años Bogani realizó el vestuario de la ópera La Cenerentola -dirigida por Sergio Renán, con escenografía de Emilio Basaldúa- y, reconoce, su relación con la música y con el teatro vienen de lejos, de su infancia, que transcurrió parte en Italia y parte en la Argentina.
"En casa se oía ópera. Mi madre y mi padre escuchaban, una y otra vez, los discos de pasta con la púa. Para mí esa música era natural, cotidiana y, con el tiempo, por una cuestión de sensibilidad, me fue interesando cada vez más. El cine, el teatro, el ballet, la ópera me atrajeron desde muy chico, me gustaba ver todo tipo de espectáculo. De hecho, mis padres tenían abono en el Teatro Colón –abono que conserva– y lo que recuerdo de aquellos paseos es maravilloso. Tal vez por eso era uno de mis sueños hacer el vestuario de una ópera o ballet para este escenario que siempre me ha subyugado."
Pero para Bogani, la teatralidad no se limita al escenario. Cabe también en las pasarelas. "Sin duda tengo una faceta teatral y la transmito en cómo organizo mis desfiles. Pero ahí teatralizar no significa salirse de la realidad. Los vestidos tienen que ser humanos, posibles, pisar tierra. En el teatro hay un poco más de lugar para la locura, para la licencia poética, aunque también es necesario contenerse para conservar lo chic, algo que El cascanueces hará".
Éste creador, que alguna vez definió belleza como pureza, promete que su trabajo resultará tan atractivo y vistoso como elegante. "El preciosismo tiene que existir siempre. Claro que, a veces, en teatro es mejor un buen efecto. Sobre todo en este ballet que es un cuento de Navidad, una fantasía. Tuve que incursionar en la técnica de los efectos especiales para los trajes de distintos personajes. Es que aquí, el detalle no se ve. Hay bordados maravillosos que si no se hacen muy obvios, no se aprecian. Entonces, hay que poner cosas que se vean desde los palcos más altos, de ahí la diferencia con un vestido social. Además, de por sí, el ballet tiene movimientos elegantes y el vestuario es una ayuda, una pieza fundamental, para ponerlos en valor".
Lev Ivanov, música de Piotr Ilch Chaikovski, un viaje al país de los dulces, danza, haute couture, charme, pero también rock, provocación y extravagancias. Es imposible olvidar que Bogani fue y es vanguardia, que, por caso, jugó con las transparencias y asimetrías cuando todavía nadie se les atrevía. "Soy de la época del rock. Siempre fui rockero, de avanzada, abierto. Mi personalidad me lleva a adaptarme a toda fuerza o energía que tenga valor. Si algo me atrapa, me brindo. Pero esto del ballet me entusiasma de otra manera. Para el vestuario no hay que conocer no solo la historia sino también la coreografía. Los bailarines tienen que moverse, que saltar, y hay prendas que incomodan. Por ejemplo, no puede haber bordados en la parte del torso de la mujer si sus compañeros van a girar con ellas, porque se lastiman. Hay que tener muy en cuenta las actitudes de los bailarines, cómo se mueven, cómo se paran, si bailan en punta o media punta, solos o con partner, saber cómo colocan el cuello. Además, conocer muy bien los materiales, los hay que pesan o son rígidos, y otros que son muy livianos o mórbidos. Los obstáculos a superar son muchos."
Es que a él, dice, le gusta tener la materia prima entre manos y desde ahí pensar en determinado traje para tal o cual personaje. Algo para lo que no sólo vale poseer conocimiento sobre cómo va a caer una tela sino también, y sobre todo, espíritu creativo, un estilo propio. Bogani, definitivamente, lo tiene. Sin embargo, dice, siempre consulta. "En el trabajo del ballet hay que guiarse mucho por la parte de sastrería y el tema de los tutús es complejo. Aunque tengo idea porque he hecho vestidos con muchas enaguas, el del tutú es otro arte. A veces hasta el milímetro influye y eso es lo que me motiva, lo que me adrenaliza. En ese sentido soy primitivo. Me gusta ver el material, tocarlo, fruncirlo e imaginar cómo queda, pasear por la ciudad en busca de telas, colores y texturas."
Pero a este diseñador que, ha admitido, lo mueven e inspiran desde la tierra mojada en contraste con las flores y el cielo, hasta la pintura, la arquitectura y las civilizaciones antiguas, no sólo le parece fascinante deambular por las calles de la ciudad, sino también por los pasillos y rincones del propio Teatro. "Siempre tuve admiración por el Colón. Al Metropolitan de Nueva York voy porque hay puestas extraordinarias, pero no por el teatro. El Colón es diferente, tiene magia, es imponente en sí mismo. Es un mundo al que uno entra y del que después no quiere salir. Aquí se hace todo, los zapatos, las pelucas, los sombreros, todo".
Con su reconocida calidez y absoluta generosidad, cada tanto Bogani interrumpe el relato de sus propias vivencias para agradecer a quienes le dan la posibilidad de estar ahora arriba del escenario: el director del Teatro, Pedro Pablo García Caffi, la coreógrafa Lidia Segni –"que ha hecho un cambio magnífico con el Ballet Estable"–, sin olvidar otros muchos con los que debe interactuar para llevar adelante su propuesta. "Porque hay que hablar con los jefes de cada taller, pero también con peinadores, peluqueros, con cada artesano para transmitir lo que uno quiere. Y hablo de artesanos porque incluso quienes cosen tienen espíritu creativo. Es fascinante, inspirador. Uno pasa de un piso al otro, de un taller a otro, va de acá para allá y ve a unos preparando lo que será parte de una ópera, mientras otros trabajan para un ballet, de una época y otra. Uno ve tantas cosas y posibilidades. Es una droga el Teatro Colón. Después de estar yendo todos los días, cuando se acaba, queda un vacío."
Armani, Versace, Saint Laurent, Valentino, todos han tenido experiencias similares a la de Bogani, aportando otra mirada dentro de lo que es la producción lírica. Porque, sin quitar mérito, "una cosa es el figurinista que responde a un concepto totalmente teatral y otra el que es y hace moda y tiene que trasladarse a un escenario, adonde siempre va a llevar algo de su esencia. No sé si es mejor o peor, es otra visión. En El cascanueces van a notar mi estilo. Los personajes son muchos, entonces en algunos me verán más que en otros, pero sin duda el estilo se conserva. Hago lo que siento, por algo llevo 56 años de trabajo y no me canso. Todo me parece ayer. Todo me entusiasma. De pronto, cuando tomo conciencia de la cantidad de años que hace que trabajo no lo puedo creer, no puedo creer que todavía salgan cosas tan hermosas. Claro que hay mujeres muy inspiradoras y otras que no, que te coartan por su personalidad. Pero cuando aparecen las que inspiran, cuando uno siente esa sensación, no hay nada que pueda apagarlo. Con las bailarinas pasa lo mismo. Algunas tienen más carácter, otras son más sweet, pero sea cual sea el caso, la personalidad hace que uno como diseñador se desarrolle, se estimule pensando en ese alguien. Es un desafío, la vida es un desafío", dice y enseguida recuerda a su madre insistiéndole en que todos los días se aprende. "Acá, allá, en el escenario o en la calle, por una u otra razón, siempre se aprende. Lo importante es tener la apertura para agarrar lo bueno y desembarazarse de lo malo".
Bogani habla desde lo vivido. Nació en plena Segunda Guerra Mundial y su familia llegó a la Argentina buscando la paz de la que Europa carecía. "Ahora, como adulto, un poco más que adulto, viéndolo objetivamente, debo decir que tuve una infancia maravillosa, porque cuando reparo en las cosas terribles que pasan en el mundo, me siento un afortunado, bendecido. Hoy, más que nunca. He pasado muchas navidades familiares, otras con amigos, aquí, en París, Roma, Nueva York, pero ésta es, sin duda, una de las más lindas. Se cumple mi deseo navideño de hacer un ballet".
Cuando el próximo martes se escuche la mágica música de El cascanueces, se abra el telón y estemos sí frente a la casa de los Stahlbaum, Gino Bogani volverá a sentir "la diferencia entre aplaudir y ser aplaudido" y volverá a éste atelier, "mi propio teatro". Claro que, será por un corto tiempo, pronto estará trabajando en otra ópera, para la próxima temporada del Colón, que aún no se ha anunciado.
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