Bob Dylan, el que siempre vuelve
En este reportaje exclusivo concedido a la revista Newsweek, el poeta del rock habla de su elogiado nuevo disco, "Time Out of Mind", tras su enfermedad casi terminal y una larga depresión.LOS ANGELES (Newsweek) Al estar sentado frente a él, veo que su rostro sufre constantes metamorfosis. Por momentos es el de la tapa de "Highway 61 Revisited" y apenas se ven los mechones de cabello blanco entre los rulos, la barba de dos días y 30 años de canciones.
Cuando gira la cabeza, nos muestra el perfil de "Blood on the Tracks". Ahora levanta el mentón, y se convierte en el niño curioso y desafiante que solía usar la gorra de Bob Dylan. Bueno, él es precisamente Bob Dylan. El hombre que hizo por la música popular lo que Einstein, por la física. La encarnación de la contracultura. El compositor de canciones del siglo. ¿En qué estará pensando?
Descubrimos que le fascina hablar de Merle Haggard y del Elvis de los comienzos. O de Brian Wilson: "Ese oído, Dios, tiene que legarlo al Smithsonian". O Sinatra: "El tono de su voz es como un chelo. Nos pidieron a mí y a Don que lo grabáramos interpretando las canciones de Hank Williams. No sé, por una razón u otra, no prosperó".
Y cuando se trata de los misterios de la música, él conoce los apretones de mano secretos. De pronto comenzamos a hablar del viejo dúo country Johnnie y Jack, y de cómo murió Jack en el accidente automovilístico. "El accidente fue a parar a Pasty Cline´s Funeral", dice.
Antes y después de la muerte
Pero aquí estamos, en un hotel de Los Angeles, frente al mar, para hablar sobre su último disco, "Time Out of Mind", terminado de editar antes de que se corriera la terrible noticia de su muerte hace sólo unos meses.
Pero hay cosas de las que no permite que se hablen _su lugar de residencia, sus hijos_ y otras cosas que sabemos que no podemos preguntar. ¿Adónde lo llevaron esos mocasines blanco y negro? ¿Seguirá en contacto con su ex mujer? Por cierto, se lo ve muy bien y muy cómodo explicando por qué no habla de una de sus páginas más ilegibles: ésa es una fase conservadora, nacido nuevamente en el cristianismo, que desanimaba a sus admiradores liberales de hace 15 años. "No es tangible para mí _dice_. Ni yo mismo me resulto tangible. Hoy pienso una cosa y mañana, otra. Cambio durante el transcurso de un día. Me despierto y soy una persona, y cuando me duermo sé positivamente que soy otra. La mayor parte del tiempo no sé quién soy. Pero tampoco me preocupa."
Luego agrega: "Y ahí tenés lo que ocurre entre yo y lo religioso. Esto es verdad: para mí, la religiosidad y la filosofía están en la música. No las encuentro en ninguna otra parte. Las canciones como Let Me Rest on a Peaceful Mountain o I Saw the Light son mi religión. No me uno a los rabinos ni a los predicadores ni a los evangelistas; a nada de eso. Aprendí más de las canciones que de cualquier tipo de entidad como éstas. Las canciones son mi léxico. Creo en las canciones."
Bob Dylan tiene 56 años. En mayo último, cuando estuvo al borde de la muerte por una infección viral en el miocardio, Columbia Records recibió 500 llamados en un día. Unos meses antes, la tan discutida "República Invisible", de Greil Marcus, el estudio del "Basement Tapes" de 1967 de Dylan, ubicó correctamente su música entre "los éxitos más intensos del modernismo del siglo XX"; el temor a su muerte nos recordó que Dylan es una figura importante de nuestra cultura y que no siempre lo tendremos con nosotros. Pero, para el propio Dylan, los pensamientos profundos sobre la mortalidad pasan a un segundo plano. "Ante todo, padecía mucho dolor, un dolor intolerable. Eso es lo único que puedo decir." Sin embargo, en agosto ya estaba nuevamente de gira; un poco aturdido por la medicación, pero con la misma voz de siempre.
El último mes Dylan cantó ante el Papa, a pedido de éste, en una conferencia eucarística en Bolonia. Juan Pablo escuchaba atentamente, con los ojos cerrados, "Knockin´ on Heaven´s Door" y la apocalíptica "A Hard Rain´s A-Gonna Fall"; luego Dylan se quitó su sombrero Stetson blanco, le dio la mano al Papa, y cantó "Forever Young". En diciembre recibirá un premio del Kennedy Center Honors, con la presencia del presidente Bill Clinton. ¿Tendrá que decir algunas palabras? "No, dicen que no tengo que hacer nada, cosa que -se ríe- me viene perfecto."
Durante esta última década Dylan se ha dedicado a pleno en reconstruir su carrera, luego de su papel protagónico en el film de 1987 "Hearts of Fire" -que fue un fracaso ya antes de su estreno-, una copia barata de "A Star Is Born", y de lanzar álbumes tan menospreciados como "Down in the Groove", de 1988. Tuvo momentos triunfantes en los medios: su colaboración en 1988 con Tom Petty, George Harrison y Roy Orbison como el Traveling Wilburys; su celebración del trigésimo aniversario de las estrellas del espectáculo en el Madison Square Garden, en 1992; su triunfo sobre los críticos en las actuaciones de 1993 en el Supper Club de Manhattan; su actuación con Metallica y Nine Inch Nails en Woodstock ´94 y sus presentaciones para "MTV Unplugged". Pero más importantes son los cien o más recitales que toca, año tras año, en su Never-Ending Tour (que dijo que terminaría en 1991) y sus sucesoras, a quienes les da nombres como "La gira por qué me mirás de esa manera tan extraña".
En el nombre del hijo
Y acaba adquirir fama como el padre de Jakob Dylan de los Wallflowers. "Sé que vendieron toneladas de discos", dice Dylan, que es "supersticioso" a la hora de discutir sobre los miembros de la familia. "Me enteré que tocan con el grupo Counting the Cows." ¿Habrá intentado despertar el interés de Jakob en los viejos blues o en la música de los montañeses y campesinos? "Sí, escuchó los discos. Tiene gustos diferentes porque nació en una época diferente, pero, seguro, si quiere escuchar discos viejos buenos, los tiene al alcance de sus manos." ¿Entonces, tenemos que pensar que prefiere no hacer comentarios sobre la música de los Wallflowers? Se ríe, para nuestro desconcierto o el de él, suena el teléfono. De acuerdo, ¿habrá escuchado a los Counting Crows, cuyo tema "Mr. Jones" alude a su "Ballad of a Thin Man" y en una parte dice quiero ser Bob Dylan? "Sí, los escuché -dice- pero los confundo con otros." Las pocas cosas que oye en la radio suenan débiles y descartables. "Las estrellas top de hoy, en dos años más ya ni te acordás de sus nombres. Dentro de cuatro o cinco años desaparecerán. Me parece una locura."
Esta es la feria a cuyas excentricidades se compromete con "Time Out of Mind". Es la primera colección de sus canciones nuevas y propias en seis años -algunos seguidores de Dylan temieron de que podría ser la última- y quizá sea la mejor desde "Blood on the Tracks" de 1975. Sus dos últimos discos, "Good as I Been to You" (1992) y la ganadora del Grammy "World Gone Wrong" (1993), eran versiones acústicas solistas de blues y canciones folk; "Time Out of Mind" debería llegar a un público más extenso. Es mucho más accesible que esas intrincadas obras de arte como "Infidels" (1983), aunque es con seguridad su disco más oscuro.
El productor Daniel Lanois, que también trabajó en el álbum de 1989 "Oh Mercy", dice que le pidió a Bob que se adelantara al futuro con ventajas tecnológicas. Dylan deseada atrasar los relojes. Compuso una canción alrededor de una cuerda de guitarra en "K.C. Moan" de la Memphis Jug Band de 1929. "Bob me decía que la voz de Little Richard era muy profunda. (En el libro del año del colegio secundario de Hibbing, Minnesota de 1959, Robert Zimmerman dijo que su ambición era "formar parte de la banda del Little Richard".) "Time Out of Mind" es un álbum de reserva, fantasmal, la letra de las canciones está en un lenguaje brutalmente simple, en lugar del lenguaje dylanesco: "Mi sentido de humanidad se ido al diablo", canta en "Not Dark Yet". Trata del amor perdido y desesperanzado, de un deambular sin fin -las tres primeras canciones comienzan con el caminar del cantante- de la gran distancia cada vez mayor entre un hombre maduro y el mundo. "Tengo nuevos ojos / Todo se ve tan distante." El paisaje es caluroso y árido, y aunque no haya nadie alrededor, comienza "a oír voces" y a "escuchar cada palabra que contamina la mente". La misma voz de Dylan suena lúgubre, destruida, distorsionada. "Tratamos la voz casi como si fuera una armónica -dice Lanois-, cuando la pasas a un pequeño amplificador de guitarra."
Las extravagancias del Dylan pueden ser contradictorias; puede unirse a la grey y proclamar "Time Out of Mind" es la mejor tan esperada después de "Blood", o les puede parecer demasiado accesible. Pero la última canción, "Highlands" de 16 minutos y medio, debería destruir a todo: es un ensueño de Thuber con un narrador al estilo Beckett ("hablándome a mí mismo en un monólogo"), una frase de Robert Burns y un sonido de guitarra hipnótico de Charlie Patton. En esta extraña, sombría, y crepuscular saga, el deseo por la conexión humana da lugar, con arrepentimiento, al anhelo por la trascendencia. "Nadie sabía lo que iba a hacer", dice Dylan. Lanois, para mejor o peor, le habló de una versión de 21 minutos de duración.
"Es un disco fantasmal -dice Dylan-, porque así lo siento. No siento otra cosa." Sin embargo, siente orgullo por haber registrado su ambivalencia y alienación tan al desnudo. "No creo que eclipse nada de lo hecho en mi período anterior. Pero sí pienso que podría resultar chocante por su agudeza. No hay desperdicios. No hay ni una sola línea que justifique estar allí para continuar con la siguiente. No hay juego sin sentido en la mente de alguien. Creo que llegará a todos los que la necesiten, y para los que no, quizá le llegue en otro momento."
Según pasan los años
Hace alrededor de 30 años la obra de Dylan interesaba con mayor intensidad a más gente que cualquier otro artista de hoy. "He not busy being born is busy dying" (El que no está ocupado en nacer, está ocupado en morir) cantaba, y los jóvenes, en busca de un modelo y de un amigo imaginario, se agarraban de cada una de sus palabras: el nuevo Woody Guthrie, la voz del Movimiento, el Fellini del rock and roll, el poeta del mal viaje y de la fatalidad del amor, el místico minimalista, el sencillo country boy. Los fans se ilusionaban con que pasaban por los mismos cambios."Nunca imaginé que mi música se mezclara en la cultura de algún modo", dice Dylan ahora. Pero si volvemos atrás, resulta difícil decir si reflejaba la cultura de los jóvenes de la década del 60 o si en realidad la creaba. Ofrecía actitudes listas para emplear y slogans listos para festejar. "Hasta el presidente de los Estados Unidos en algún momento debe de haberse puesto de pie desnudo". "Dejen los estribos detrás." Y -paradójicamente- "No sigan a los líderes."
Las primeras canciones políticas de Dylan -"The Times They Are a-Changin", "Master of War" -pertenecen a su época, pero la música eléctrica que inventó a mediados de la década del sesenta la tenemos aún presente. Convirtió a la poesía moderna -de confesión, de denuncia, profética, visionaria- en un rock and roll extático y bailable. John Lennon dijo que la música de Dylan transformó a los Beatles; hoy, todos, desde R.E.M. hasta Beck y las bandas metálicas imposibles de escuchar que dan alaridos de sierras de cadena hacen lo que él hizo posible.
Dylan insiste en que no es poeta - "Wordsworth es poeta, Shelley es poeta, Allen Ginsberg es poeta-, y no tocan rock and roll. Aun cuando en aquella época los Beatles y los Rolling Stones reciclaban blues y R&B como música pop, él tenía sus dudas sobre toda esa empresa. "Había una parte de mí que le encantaba y otra parte que no." Ahora sólo escucha a los viejos, y se regocija con los encuentros personales que tuvo. Big Joe Turner caminando con un bastón, cantaba en más de un club. Lonnie Johnson -"cuando entraba en la sala, había una especie de halo a su alrededor". "Recuerdo a todos esos viejos muchachos que vi. Viven en mi cabeza. No puedo librarme de ellos."
Pero si ahora se ha vuelto obstinado y se ve como descendiente de aquella generación y no como genio modernista para los que ellos fueron muestras en la mezcla, ¿quién se lo puede discutir? Los fans imaginan al hombre que escribió "It Ain´t Me, Babe" y "Desolation Row" y "Gotta Serve Somebody" como un semidiós, o un marciano. "Pero yo no soy las canciones", dice. "Es como si alguien espera que Shakespeare sea Hamlet o que Goethe sea Fausto. Si no estás preparado para la fama, no hay forma de imaginar lo desgarrador que puede llegar a ser." Lo que lo empujó a estar aquí en primer lugar lo ha mantenido practicando su arte. Insiste en que es simplemente una "artesanía" o un "comercio". Pero a menudo está así de cerca de bajar la guardia. "Hay días en que me levanto y me enferma ver que estoy haciendo lo que hago. Tengo esta voz que me da vueltas en la cabeza diciendo: "Terminá con eso".
¿Pero qué otra cosa podría hacer? "¡Oh, por favor!", grita, y gira para mirar por la ventana desde donde se ve una playa y un cielo azul. "¿Qué es lo que no haría?" Hace diez años Dylan dijo: "Fue como llegar al límite del camino. Empezaría a hacer cualquier cosa menos eso. Estuve a punto de dejar todo". No podía hacer su viejas canciones en el escenario. "¿Cómo canto esto? Parecía extraño." Hace una imitación muy convincente del pánico: "No puedo recordar el significado, es sólo un puñado de palabras. Quizá sea lo que toda esta gente dice, un puñado de palabras surrealistas sin sentido". Cuando Grateful Dead lo llevó de gira en 1987, Jerry García le insistió en que lo volviese a intentar. "Me dijo: Vamos, hombre, la sabés, tocala, y te saldrá." "Y tenía razón. ¿Cómo es que él puede y yo no? Tengo que pasar por un gran esfuerzo mental para regresar allí."
Luego, en octubre de 1987, mientras tocaba en Locarno, Suiza, con la banda de Tom Petty y las cantantes femeninas que ahora admite que solía poner detrás, Dylan tuvo su descubrimiento. Fue un recital al aire libre. Recuerda la niebla y el viento. Mientras se acercaba al micrófono, una línea le vino a la memoria. "Es como si escuchara una voz. No era ni siquiera como si la pensara. Estoy dispuesto a hacerlo, con o sin la ayuda de Dios. Y de pronto todo explotó. En todas direcciones. Estaba acostumbrado a ver al público con la vista clavada en las chicas, eran muy bonitas. Pero cuando esto sucedió, dejaron de mirar a las chicas acompañantes, miraban al micrófono principal. Después de esto fue cuando me dijo que tenía que salir y tocar estas canciones. Eso es lo que tengo que hacer." Y eso fue lo que hizo desde aquel entonces.
En el fin de semana sofocante del Día del Trabajador de 1997, termina su gira poshospital con un recital al aire libre en Kansas City. Es el público de siempre: tipos de los años sesenta y chicos con las gorras tiradas hacia atrás, o vestidos de la abuelita, aros en la nariz, tatuajes, remeras que promocionan un amplio espectro de lealtades desde Beck hasta Phish. Lo que ve desde arriba del escenario es un océano de rostros y brazos que se balancean; le viene el aroma a incienso clavados en baldes de arena. Comienza con "Absolutely Sweet Marie" y pasa a "It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry", a "Stone Walls and Steel Bars" de Stanley Brothers, a "Like a Rolling Stone", en donde su guitarra eléctrica se mezcla con los contrapuntos del guitarrista Larry Campbell en una dulce armonía. Cuando aparece después del último bis, lo felicitamos y le damos una palmadita en el hombro. Su chaleco está empapado.
Sabe qué dicen de sus recitales. "Oh, masacra las canciones, no hay manera de saber lo que vas a ver cuando ves un recital de Dylan, bla-blá. Es verdad hasta cierto punto. Pero, entonces qué, el recital fue malo. No hay problema. Hay un mañana." Por cierto, se ha pasado perfeccionando sus canciones de recitales desde que comenzó la gira con la Banda en 1966; llama a las versiones familiares casi "planos de ingenieros". Destila un verso de "Mr. Tambourine Man" sólo dos o tres notas, seguidas de un par de coplas de guitarra, repitiendo un esquema de tres notas en cada una de las cuerdas.
Verdad, estropea su participación en grandes momentos, como su aparición en 1985 en Live Aid con Keith Richards, Ron Wood y al menos una guitarra horriblemente desafinada. El es demasiado reservado como para aparecer en televisión o en video. "No me gusta pensar que estoy en la zona pomposa -dice Dylan-, estoy en lo burlesco."
Agua bajo el puente
Los viejos cantantes a los que Dylan hacía reverencia ya se fueron, pero su música vive. Ya no puede ser más el joven de rostro dulce de la tapa de "The Freewheelin´ Bob Dylan" (1963), caminando por una calle nevada de Manhattan del brazo de una chica bonita. Pero aún es el hombre que dijo, en las notas de ese álbum: "Todavía no me manejo como lo hicieron Big Joe Williams, Woody Guthrie, Leadbelly and Lightnin´ Hopkins. Espero poder hacerlo algún día." No hace mucho, vio una función de baile para canciones que escribió a comienzos de la década del sesenta, y no pudo reconocer su propia voz. "Pregunté: ¿Qué es esto? Es increíble. Pensé que era alguien desconocido. Pero no era así; era yo. Haré que alguien haga una copia y te la envíe. Te llevarás una gran sorpresa." No, por lo magnífico que era sino por lo que significaba. Ese chico está en algo. Mucha agua corrió bajo el puente.
"Intentamos, intentamos e intentamos ser quienes éramos", dice. Por eso los que caen, caen. O se diseminan por el aire. ¿Se refiere al panteón de las estrellas de rock fallecidas al que se niega a ingresar? "La gente que todos conocemos", contesta. "Que cayó bajo tierra o se diseminó por el aire, estén donde estén. Tarde o temprano llegas a la conclusión que no somos los que éramos. Entonces, ¿qué hacemos?" Toda su carrera ha sido una serie de respuestas temporarias. La última respuesta sobre su nuevo disco: te lo pasás poniendo un pie detrás del otro. La primer canción comienza diciendo: "I´m walking through streets that are dead" (camino por calles muertas). Una de las oberturas más grandiosas de Bob Dylan. ¿Cuántos caminos debe un hombre recorrer? Sin embargo, es la más misteriosa. Pero lo importante es caminar.
(Traducción de Andrea Arko)
Jackob, un hijo en busca de su propio camino
¿Cómo aceptar el destino sin caer en sus trampas? ¿Cómo hacer que la música, el camino destinado para Jakob Dylan, no lo convirtiera en un payaso del mainstream, en la nueva mascota de la MTV? Imaginen, el hijo del gran Bob, presentado como la nueva estrellita del universo pop.
El que había vivido la ruta en su infancia, volvió a elegirla. Esta vez, para él. A pesar de las advertencias de papá Bob. Durante años merodeó por la escena de Los Angeles, tocando en bandas de garaje y batallando fechas como cualquier mortal, ahorrándose la mención de su apellido. En 1991, cuando armó su banda actual, The Wallflowers, ni siquiera sus compañeros sabían, al principio, nada sobre su familia. Así recorrió escenarios, cargando sus instrumentos y viviendo prácticamente en el micro que los mantenía en el camino.
Paso a paso
El resultado llegó con el tiempo: poco a poco fueron consiguiendo un pequeño grupo de seguidores que los iban a ver y hasta pedían algunas canciones. No muchos. Su primer disco, editado en 1992 y llamado simplemente "The Wallflowers", no fue ni por asomo un éxito de ventas. El segundo, "Bringing Down the Horse", no pudo sacarlo hasta mayo de 1996. Y no fue un viaje rápido hacia la cima: apenas en marzo llegó a los diez primeros puestos del ranking. Hoy, muchos de los que van a los conciertos de los Wallflowers, no tienen en casa ningún disco de Bob. Van a verlo a él. A eso, creemos, quería llegar.
Aunque el destino, en forma de genes y cromosomas, está ahí. Por más que no quiera hablar de su vida privada o de su infancia, su imagen evoca irremediablemente la del Bob Dylan circa "Highway 61 Revisited". Y su voz, a veces, sólo a veces, permite escuchar lo que su padre le debe haber transmitido, aun sin saberlo.
En la senda del paladín de la contracultura
No se disfraza, como otros ídolos rockeros de larga duración, con las ropas de la eterna juventud. No son para Bob Dylan los trapos ajenos ni las poses fingidas. A esta altura de su prestigio, consagrado muchas veces con el título de figura trascendental de la música popular de nuestro siglo, prócer vivo para los colegas de su misma edad y casi leyenda para los que podrían ser sus hijos, no le hace falta descender a demagogias complacientes ni necesita quedar bien con nadie.
Nunca lo hizo, al fin; no titubeó cuando su mente y su corazón le aconsejaron cambios de rumbo, aunque tales mudanzas no habrían sido aprobadas por ningún departamento de marketing.
Dylan no tiene que disimular quién es ni cuántos años ha vivido. Sabe muy bien, en todo caso, que hay otra lozanía más difícil de conservar: la del espíritu alerta, abierto a la realidad de afuera y a la de adentro para mirarlas y juzgarlas no con los ojos del paladín de la contracultura que fue, sino con los de este poeta maduro, sabio, escéptico y tristón que es hoy.
A los 56 años, después de siete sin dar a conocer una cosecha de nuevas canciones (las últimas son de "Under the Red Sky", de 1990), está ahora de regreso, y en su mejor forma. Se había mantenido durante largo tiempo en silencio, revisando y actualizando viejas joyas de su repertorio de folk y blues, quizás a la espera de inspiración, o dispuesto a no añadir palabras a su obra hasta que no tuviera nada interesante que contar.
Si no fuera porque Dylan entró en los estudios de grabación antes de padecer hace unos meses el trastorno cardíaco que muchos adjudicaron a las giras agotadoras, sería fácil ceder a la tentación de asegurar que fue ese duro golpe al corazón, que lo condujo al umbral de la muerte, el que azuzó su ánimo y lo empujó otra vez al vértigo de la creación.
De algún modo, él mismo induce a sospecharlo cuando canta por ahí: "Cuando crees que lo has perdido todo, te das cuenta de que siempre puedes perder un poco más".
Pero canta mucho más: los sentimientos de un hombre que quizá se siente cerca del final y al que agobian tantas preguntas sin responder; las reflexiones que le brotan con naturalidad ante el espectáculo de la vida; el dolor de las rupturas; la desdicha del amor no correspondido; el desconcierto ante la falta de objetivos y la ausencia de sentido; las pequeñas esperanzas, los grandes desencuentros. Y el tiempo, el tiempo implacable que nunca se detiene, que amenaza con agotarse y cuyo paso verifica en las arrugas de la piel, pero mucho más en la lenta fatiga del corazón.
La potencia recuperada
Este Dylan cuya poesía resplandece con la potencia que muchos juzgaban ya agotada acaba de entregar con "Time Out of Mind" su mejor álbum de los últimos 20 años. Así lo calificó, prácticamente en forma unánime, la crítica norteamericana.
El juicio no alude solamente al caudal poético de la colección. También se extiende a las briosas melodías que le ponen embalaje musical a la frescura que Daniel Lanois, el productor, le ha prestado a la base musical de Dylan, moldeada sobre el mismo folk y el mismo blues que tan bien se han prestado siempre para sus construcciones.
"Atravieso calles que están muertas", anticipa al inaugurar, con la admirable serenidad de "Love Sick", el extenso programa. Y está otra vez en el camino, territorio de sus vivencias y de sus metáforas, un camino que en este caso parece más poblado que nunca de seres que van a ninguna parte.
Entre esa amarga meditación y el confuso desamparo de "Highlands", a Dylan le queda espacio para observar las espinosas relaciones humanas, permitirse alguna mirada luminosa entre tanto desaliento (como en el airoso rockabilly de "Dirt Road Blues") o examinar el conflicto amoroso (como en el reflexivo "Standing in the Doorway").
Pero es en "Higlands", un dilatado poema cantado de más de 16 minutos de duración, donde Dylan alcanza las cumbres más altas, donde sorprende verso a verso con hallazgos inesperados y extiende su mirada más allá de los límites de la experiencia personal para trazar con su lúcida desazón una pintura del mundo.
Quizá no todo mantenga ese altísimo nivel; acaso pudo haber ganado en concisión si se hubieran obviado, por ejemplo, "Million Miles" o "Make You Feel My Love". Pero este Dylan de hoy que sigue dando pelea y que ha recuperado sus mejores armas, suena remozado también en lo vocal, como si un nuevo ímpetu le animara el canto, o quizá llevado por el orgulloso entusiasmo que le da sentirse otra vez en el camino, con las piernas todavía fuertes, el andar seguro y hasta un brevísimo espacio para la esperanza, aunque el desánimo y la amargura pesen en el espíritu.
La travesía sigue todavía. Vale transcurrirla, aunque se compruebe con alguna melancolía -como él lo hace cantando- que todo lo que antes iba rápido se mueve ahora con tan enfadosa lentitud.
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