Bloqueos y desbloqueos
Vientos de cambio más latentes soplan en la Cuba actual y las voces se alzan reclamando aún más apertura, sin perder su autonomía
LA HABANA.- Desde el mediodía, más de ocho horas antes del show, los turistas extranjeros dialogaron sin restricciones ni recelos con los cubanos que llegaban en grupos de amigos o vandadas familiares, y el respeto y la voluntad de conocimiento mutuo que sobrevolaron el lugar florecieron con la frescura de un amor a primera vista. ¿Valieron la pena tantos años de atraso y privaciones? ¿Es justo que el precio a pagar por la gratuidad de la educación y los servicios médicos sea una asfixia económica con muy pocas salidas a la vista? ¿Y cómo puede salir adelante un país con tantísimos problemas de recursos e infraestructura, donde un médico gana 40 dólares mensuales y no hay taxista improvisado que durante los trayectos con extranjeros no ofrezca habanos, alojamiento y mujeres? Esas y otras preguntas retumbaron en la Ciudad Deportiva, tan provocadoras como los shorts y las remeras con los colores de la bandera de los Estados Unidos que se veían en cada rincón. "Queremos mejorar, pero sin que nos dominen -decía Evelyn, de 54 años- ¡Coño, caballero, que el bloqueo no lo pusimos nosotros! Aunque es cierto que podríamos mejorar si nos enfrascáramos más en el trabajo. Nosotros ya demostramos que somos capaces de soportarlo todo". A su lado, el cuarentón Raúl, de Villa Clara, le explicaba a un canadiense que no haber salido nunca de la isla no le resultó tan duro como se podría creer. "Los cubanos ya estamos adaptados a esas cosas -decía-. Si no está permitido, ¿para qué sufrir por algo que no se puede hacer? Pero que no podamos ir a otros países no significa que no tengamos cultura, porque la mejor manera de tener cultura es observar y aprender. Yo digo que se puede aprender mucho del mundo sin estar en él".
Y la morena Liane, de 24 años, confesaba ante un grupo de españoles y mexicanos que prácticamente no conocía a los Stones, pero que decidió ir a verlos como un regalo a sus padres. "Ellos viven en Rusia, y desde que se enteraron que iban a venir me mandan mensajitos por todas partes para que los grabe -señaló, entre risas-. Yo creo que, si pudieran verlos, llorarían de felicidad. Para ellos esto significa muchas cosas, y están muy emocionados de saber que al menos yo voy a estar aquí".
Efectivamente, a simple vista, el panorama que ofrece La Habana exhibe un serio contraste con la realidad más dura del "período especial" que en los años 90 obligó a duras restricciones en los servicios de energía eléctrica, transporte y agua potable. En las calles hay "paladares" como no se veían diez o quince años atrás, y el cuentapropismo se exhibe en cafeterías que pueden ser del tamaño de una mansión. Internet llega en cuentagotas, en parques públicos donde es indispensable conectarse con "tarjetas de navegación" que habilitan la conexión por dos o cinco horas, y la piratería de ropa, discos y electrodomésticos parece haberse instalado en los mercados populares de barrios periféricos como San Miguel del Padrón.
La Cuba del siglo XXI no es la de finales del XX, pero aún parece difícil saber hasta qué punto esos cambios expresan una evolución. El cuentapropismo y los microemprendimientos representan mejoras indispensables pero, al mismo tiempo, le abren la puerta a una desigualdad social hasta ahora desconocida. La burocracia, el control y la ineficacia general del Estado permanecen tan brutales como siempre, y la apertura demostrada por la ya mítica visita de los Stones no parece reflejarse en el desarrollo tan esperado. "Fíjese, caballero, si usted tuviera un dron podría seguir todos los pasos de Obama en La Habana -dice el moreno Ousmany, sentado en una mecedora a las puertas de su casa, en el Vedado-. ¡Sólo tiene que seguir la ruta de las calles recién asfaltadas para darse cuenta por dónde estuvo! Pero mire, fíjese bien, en esta esquina de la calle M, se ve que había un camión estacionado y asfaltaron todo menos ese rincón. Así es en Cuba, ¡todo tarde, mal y por la mitad!"
Quienes la noche del viernes asistieron al concierto de los Stones tienen razones para ser un poco más optimistas. La intensidad y potencia de un espectáculo único se combinó con un ambiente fraternal que predispone el ánimo para soñar con cambios y esperanzas, aún cuando la realidad tienda a ser menos noble que la música. Y es que, mientras medio millón de personas bailaban y se conmovían con "Gimme shelter", al menos otro medio millón de cubanos enfrentaban la noche con los miedos de siempre. Tal fue el caso de Brenda, de 24 años, mesera de una "paladar" en Centro Habana, quien entró a trabajar a la misma hora que Mick Jagger le preguntaba a su público si no era cierto que los tiempos habían cambiado de una vez y para siempre. "Me hubiera encantado ir, pero el viernes tuve que trabajar hasta las 6 de la mañana del sábado -dijo Brenda, con una rara sonrisa-. Además, la verdad, no estoy muy de ánimo. Hace dos semanas un primo mío se fue en una balsa, y gracias a Dios llegó a los Estados Unidos. Como le fue bien, mi novio también se animó y se fue con unos tíos. Pero ellos no llegaron. Estuve cinco días sin saber nada de ellos, sentí una angustia como nunca en mi vida. Luego ya supe que a los dos días se les rompió el motor de la balsa, y se tuvieron que volver. Mi novio pasó una sed terrible, vio pasar a su lado a los tiburones y regresó insolado. Ahora está traumatizado, y dice que no piensa pasar por algo parecido nunca más. A mí todavía me dura la angustia, y me pregunto cómo vamos a seguir. Yo ya soy bar tender y quiero estudiar más, formarme, trabajar, aprender inglés. Por eso se iba él. No voy a ser negativa, sé que de ahora en más en La Habana habrá más oportunidades". Otros, como ella, habrán pensado lo mismo, y por eso vendían boletos en 20 y 50 pesos cubanos para un concierto gratuito. La Cuba de los cambios parece haber llegado, y tal vez ahora sea el momento de no dejarla pasar.